Fanfic: Todo o nada

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Lucy Norton
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Fanfic: Todo o nada

Mensaje por Lucy Norton » 23 Oct 2015 20:06

Muy buenas a todos chicos! Ha pasado un siglo desde la última vez que pasé por aquí. La verdad que, aunque no me he conectado he seguido muy de cerca toda la información relacionada a esta franquicia que me encanta. He estado muy liada con la universidad, oposiciones, ya sabéis... y ahora que tengo un poco de tiempo libre me he animado a volver por aquí.
Y para celebrarlo os traigo una buena noticia... Me he animado a escribir un relato sobre Resident Evil muy muy muy muy largo :lol: En este fic, los protagonistas van a ser Chris y Jill. La acción se situará en Raccoon City, en sus primeras andanzas en los S.T.A.R.S. hasta el incidente de la mansión.
En este fic hay para todo: amistad, amor, compañerismo, sexo, acción, misterio... Está en desarrollo, y me gustaría compartir con vosotros el primer capítulo para ver qué os parece cómo está quedando.
P.D. He modernizado el uso de las nuevas tecnologías para que el fic fuera un poco más actual aunque mantiene su esencia. Así que espero que no me crucifiquéis por eso :D Nah, es broma. Si os parece inapropiado o cualquier otra cosa soy todo oídos.
Bueno, no me enrollo más y aquí lo tenéis. Iré subiendo un capítulo semanal. ¡Qué lo disfrutéis tanto como yo!

1.

Mi primer día, y ya la estoy liando. Para empezar, había dejado el móvil en silencio la noche anterior, y aunque había estado sonando repetidas veces, estaba tan dormida que ni las vibraciones me desvelaron. Conclusión: tendría que haberme despertado a eso de las nueve, y cuando me di cuenta, eran ya pasadas y media. Sólo recuerdo que salté de la cama como una condenada.
Tengo una reunión con mi superior y el jefe de policía de Raccoon City a las diez, son casi menos diez y aún voy camino de la comisaría. Menuda impresión voy a causar si llego tarde mi primer día...

Sigue así, Jill, y la próxima vez te pondrán de patitas en calle...

Apenas me ha dado tiempo a acomodarme en mi nuevo piso a la afueras de esa tranquila y próspera ciudad llamada Raccoon City. No se parece absolutamente nada a mi New Orleans natal, y, a decir verdad, ya la estoy echando de menos. Raccoon está llena de fábricas y zonas industriales; es lo único que he visto en mi corta visita en la tarde de ayer.
New Orleans... bueno, es otra historia aparte. El jazz invade cada rincón de esa histórica y pintoresca ciudad de Louisiana, una auténtica seña de identidad de la que han surgido los mejores músicos de ese género. Campos verdes y ríos recorren lugares inhóspitos y de ensueño que ningún retratista querría perderse.
Sin embargo, Raccoon... Huele a dinero. No es que la gente vaya presumiendo que está forrada hasta las cejas, pero observo que hay mejor calidad de vida que en New Orleans. Por lo que he oído, la ciudad ha sido apoyada económicamente por una multinacional llamada Umbrella, una compañía que al parecer se dedica a la producción de fármacos y cosméticos.
Los rumores dicen que casi el noventa por ciento de la población activa de Raccoon trabaja de alguna manera u otra para la corporación. Aún me resulta increíble cómo una compañía puede tener los suficientes recursos como para decidir dar empleo a toda una ciudad y mantenerla en auge tanto tiempo.
Suspiro para mis adentros mientras giro a la derecha en la calle Ema, y justo en ese momento veo el imponente edificio del cuerpo de policía de Raccoon City. Es un majestuoso edificio que ha abarcado numerosas instituciones públicas a lo largo de los años. La última de ellas, si no recuerdo mal, la biblioteca municipal.
No puedo evitar sacar un poco la cabeza por el cristal para admirar más de cerca mi lugar de trabajo, donde pasaré horas y horas bebiendo café malo y charlando con mis futuros compañeros. Entonces, vuelvo a notar que los nervios se apoderan de mí. Vuelven a asaltarme las mismas dudas de la noche anterior.
¿Lo haré bien? ¿Seré la candidata adecuada para el puesto? ¿Cómo serán mis colegas?
Niego rotundamente con la cabeza mientras detengo mi Ford Fiesta frente a una verja metálica custodiada por un poli con gorra y uniforme. La excitación vuelve a aflorar de nuevo. ¿De verdad seré capaz de moverme en este mundo después de... de... todo lo que he hecho?
He servido a la Delta Force durante años. Mi superior siempre ha alabado mi profesional y mis aptitudes. Además, has pasado el entrenamiento básico, así que no serás un desperdicio del todo...
El hombre me mira con cierta curiosidad mientras se acopla la gorra a la cabeza y yo bajo la ventanilla del coche.
-Buenos días. ¿Identificación? - me pide mientras echo mano al bolso que está en el asiento del copiloto.
En la tarde de ayer me mandaron una carta dirigida a mi nombre. En ella, iba adjunto un escueto escrito de bienvenida y una tarjeta identificativa con mi foto, mis datos y mi rango. Al parecer, tengo que enseñarlo para que me permitan acceder al interior.
Echo a un lado objetos sin demasiada importancia en ese momento que voy encontrando en el interior. Ni rastro de la tarjeta. Empiezo a preocuparme de verdad. ¿Y si me la he dejado en casa? No quiero ni pensarlo. Demasiado justa voy ya de tiempo como para encima tener que volver mis pasos. Suerte que mi piso no está demasiado lejos...
Ya me estoy dando por vencida cuando palpo con la yema de los dedos un objeto plastificado y rectangular. La maldita tarjeta. Se la entrego al guardia algo acalorada y avergonzada por haberlo hecho esperar tanto tiempo. Veo que introduce la tarjeta en una especie de lector mientras observa los datos en la pantalla del ordenador.
Tras unos segundos de espera, la máquina emite un pitido y se enciende una luz verde. Suspiro de alivio sin que el poli me vea. Temo que haya más problemas después de la prisa que llevo.
-Todo en orden, señorita Valentine. S.T.A.R.S., ¿verdad? -dice el hombre mientras me entrega la identificación con una sonrisa.
Asiento con energía.
-Son buenos tipos. Que tenga un buen día.
Mi tímido "gracias" queda ahogado por el sonido de la barrera al levantarse. Cuando está completamente vertical, meto la primera marcha y acelero hasta acceder al interior del recinto. No puedo evitar sonreír. Mi primer día al servicio de la ley se acerca.
Tras aparcar en una zona reservada para los miembros de S.T.A.R.S., camino con paso ligero hacia el vestíbulo de la comisaría, donde la secretaria del jefe Irons me dijo que mi capitán me esperaría para presentarme a nuestro superior y a mis compañeros.
Aún no creo que esté allí, rodeada de tantos agentes que velan por la paz y la seguridad de todos los ciudadanos.
Si ellos supieran...
No quiero darle más vueltas al asunto. Tengo que reconocer que, de no ser por la insistencia de Dick, jamás estaría aquí. Dick es mi padre, y es lo más importante de mi vida. No sé qué haría sin él. Pero no quiero pensar en eso en este momento. Sólo me provocaría dolor de cabeza y malestar.
Me acerco hasta la puerta de entrada a la comisaría observando que hay dos banderas estadounidenses colocadas a ambos lados, además de dos pequeñas del R.P.D. en unas pequeñas columnas. No puedo evitar sonreír. Nos gusta marcar territorio y gritar a los cuatro vientos lo que es nuestro.
Cojo el pomo con manos temblorosas y empujo hacia el interior quedándome totalmente asombrada ante lo que observo a mi alrededor. El edificio, de estilo victoriano, muestra las evidentes reformas que ha sufrido una y otra vez. No puedo evitar quedarme boquiabierta al observar la entrada.
Es más grande que la casa entera que compartía con Dick en New Orleans, e incluso creo que mi piso podría caber. Cuatro pilares sustentan un pasillo cuadrangular de la segunda planta y lo separan del vestíbulo. Veo al fondo una escalera de incendios que imagino que la utilizarán para situaciones de emergencia. Supongo que me lo explicarán todo cuando me den una vuelta por toda la comisaría.
Enfrente hay una estatua de mármol de una mujer que carga en uno de sus hombros un jarrón del que no sale agua. Sin embargo, observo que la pequeña piscina que hay debajo sí está llena. Quizá tiene un sistema que la mantiene encendida un tiempo y luego se apaga para dejar que el agua fluya.
Pero lo que más me sorprende es la enorme mesa que ocupa todo el centro y que está ocupada por varios policías atendiendo llamadas o rellenando aburridos papeles para los jefazos. Es un continuo ir y venir de gente que, en cierto modo, me pone nerviosa.
Todos llevan sus uniformes, y yo aún voy de paisana. En la breve conversación telefónica que mantuve con la secretaría de Irons, me dijo que hoy mismo me la proporcionarían por si tenían que hacerme algún arreglo. Noto cómo los nervios vuelven a fluir por mi interior al pensar en ello.

Qué ironía de la vida... Yo, la hija de Dick Valentine, trabajando como policía...

Me han asignado a la escuadra de tácticas especiales, o lo que es lo mismo, los S.T.A.R.S., un grupo especial del departamento de policía de Raccoon City que se encarga de limpiar las mierdas que ellos son incapaces de tratar. Leyendo entre líneas, me espera un aburrido despaching por una temporada a no ser que algo gordo ocurra y tengamos que entrar en acción.
Observo atentamente toda la zona del vestíbulo intentando encontrar a alguien esperándome, pero mi mirada se posa en un joven que está sentado en unos asientos de la parte izquierda con los codos en las rodillas y las manos en la cabeza. Parece igual de nervioso que yo.
Decido sentarme y esperar como una chica buena a que mi jefe aparezca. Aunque no lo conozco personalmente, tengo la sensación de que todavía no está rondando por el vestíbulo. Tomo asiento junto al hombre de las manos en la cabeza y éste levanta un poco la mirada para verme.
Es muy joven, tal vez de mi edad. Es rubio y con los ojos marrones. Tiene los músculos bastante marcados y parece estar en buena forma. El entrenamiento básico es lo que tiene. Yo misma he tenido que sacar horas extras en el gimnasio para conseguir la forma óptima.
Lleva un chaleco amarillo, una camiseta blanca, unos pantalones verdes y unas botas de combate. Entonces, me doy cuenta de que en su hombro izquierdo lleva el emblema de los S.T.A.R.S. No puedo evitar tranquilarme al saber lo que eso significa.
-¿También eres de los S.T.A.R.S.? -le pregunto un poco menos nerviosa.
El tipo me observa durante unos instantes antes de responder.
-Sí, es mi primer día -se queda en silencio unos segundos -. Me dijeron que esperara aquí a Irons. Me llamo Richard Aiken.
-Jill Valentine.
Le estrecho la mano y respondo a la amable sonrisa que me dedica. Los dos parecemos un poco más relajados. Richard se revuelve un poco el pelo y consulta el reloj que lleva en la muñeca izquierda, un reloj plateado que brilla con gran intensidad.
-Así que tú eres el nuevo miembro del equipo Alpha -dice tras mirar de un lado a otro.
-¿Equipo Alpha? -repito con el ceño fruncido. No tengo ni idea de qué está hablando.
-Sí, yo estoy en el equipo Bravo -sonríe de nuevo -. Superé el entrenamiento básico, pero me dijeron que era mejor que cogiera algo más de experiencia, y por eso me asignaron al Bravo.
-No sabía que los S.T.A.R.S. estuvieran divididos -confieso notando que me ruborizo. No sé absolutamente nada sobre mi trabajo.
-¿No? Tendrías que haber investigado un poco... -me anima Richard volviendo a sonreír.
Mientras intento volver a la normalidad veo a un tipo con gafas de sol y un uniforme negro acercarse a nosotros. Algo en su manera de fruncir los labios y en sus andares me hacen entender que no es una persona con la que hay que andarse con rodeos. ¿Y si es mi superior? Me estremezco al pensarlo.
Se detiene ante nosotros y nos escruta, o eso me parece a mí, con la mirada. Esas gafas le dan un aire misterioso, y en cierto modo, profesional. A decir verdad, me gustaría recibir órdenes de alguien al que pudiera mirar a la cara.
-¿Todo en orden, señor Aiken, señorita Valentine? -nos saluda situándose delante nuestra y tapándonos la visión de todo lo que ocurre.
Veo por el rabillo del ojo que Richard asiente lentamente. Yo, en cambio, me quedo paraliza. Esa pose, esa seriedad, me intimida. Me da la sensación de que nos quiere demostrar superioridad. ¿Será la forma de recibir a los novatos? Trago saliva con dificultad.
-Soy el capitán Wesker, el líder del equipo Alpha. Así que -posa su mirada en mí -, como habrá adivinado, seré su superior, señorita Valentine.
Una sonrisa nerviosa se apodera de mi cara mientras intento no temblar. Dios, ¿nuestra relación se va a basar en la intimidación? Ojalá tuviera un momento a solas con Richard para comentar la situación. El capitán me sostiene la mirada unos segundos más antes de continuar.
-Enrico Marini se encarga del equipo Bravo -esta vez su mirada pasa a Richard, que vuelve a asentir en silencio-. Encantado de conoceros.
Le tiende la mano a Richard, que la estrecha sin dudarlo. Luego, se gira hacia mí y repetimos la acción, aunque mis dedos parecen algo más temblorosos que los de mi compañero. Wesker se pasa una mano por el cabello y mira hacia una puerta que está situada junto a los asientos.
-El jefe Irons nos espera en su despacho para conoceros. Vamos, os indicaré el camino.
Me recuesto contra el respaldo de la silla algo nerviosa. Richard ha sido el primero en entrar. Está hablando con el mismísimo Irons, el jefazo. El capitán Wesker se ausentó nada más dejarnos ante la puerta, alegando tener que atender unos asuntos importantes. Lo comprendo. Es el cabecilla de los S.T.A.R.S.
Durante el trayecto hacia el despacho de Irons, dio la casualidad de que pasamos junto a nuestro despacho. El corazón me latió más deprisa cuando al otro lado oí las voces de mis compañeros charlando. Ojalá encajara tan bien como creo que lo hará Richard.
Parece una persona abierta, amable y profesional Yo, en cambio... ¿qué soy? Nada. Mi vida siempre se ha basado en esconderme, esperar a que pase la tempestad para volver a la calma. Y todo por culpa de mi padre. No puedo echarle la culpa de todo. Él no me puso una pistola en la cabeza y me obligó a hacerlo.
No. Yo solita me metí en ese berenjenal, y suerte que he salido impune. Dick no corrió la misma suerte. Pobre Dick. Lo echo tanto de menos... Se me hace tan raro llevar dos días sin hablar con él por teléfono. Cuando termine con la charla, y si todo va bien, lo llamaré en cuanto salga de la comisaría. Le gustará saber cómo me ha ido en mi primer día.
Me siento un poco más relajada. El capitán Wesker se mostró un poco más amable que en la recepción, y la verdad es que lo agradezco. No es que quiera hacer muchas migas con él, pero al menos me gustaría sentirme lo suficientemente cómoda como para realizar bien mi trabajo.
Suspiro con cansancio mientras consulto mi reloj de pulsera. Richard lleva algo más de diez minutos dentro del despacho de Irons. ¿Qué le estará preguntando? ¿Será lo mismo que a mí? No creo que sea algo más allá de lo laboral. Estoy convencida de que lo saben absolutamente todo sobre nosotros. Han debido realizar una exhaustiva labor de investigación antes de contratarnos.
Entonces, el miedo empieza a apoderarse de mí. ¿Y si quiere que hable de mi pasado? ¿Sabrán ellos lo que... hacía? Es difícil saberlo, pero estoy temiendo que ese momento llegue.
Estoy tan concentrada en mis pensamientos que no me doy cuenta que el pomo de la puerta empieza y girar. Segundos después, la inescrutable cara de Richard Aiken asoma por la puerta antes de cerrarla. Toma aire antes de mirarme y sonríe de forma sincera.
-¿Qué tal te ha ido? -pregunto llena de curiosidad.
-Creo que no del todo mal -se encoge de hombros. Me da una palmada en la espalda en señal de ánimo -. Es tu turno. Te espero aquí. El capitán Wesker nos llevará a la sala de los S.T.A.R.S. para conocer a nuestros compañeros.
Vuelvo a sonrojarme. Si entro con mal pie... chungo. Tomo aire antes de tocar con los nudillos la puerta. La respuesta no se hace esperar.
-Adelante.
Abro la puerta con lentitud y me quedo un poco sorprendida al observar el lugar en el que me encuentro. Hay una pequeña mesa para el café dispuesta frente a la puerta pero en la que sólo hay un mantel. A la derecha, hay una estantería repleta de libros e informes ordenados en carpetas.
Pero lo que más impresiona es la decoración. Hay cabezas de animales colgadas junto al despacho del jefe. No hay duda de que le va la caza... y a mí eso me repugna. Exhibir animales como trofeos me pone la piel de gallina. Es tal la impresión que lo último en lo que me fijo es en el propio jefe de policía.
Brian Irons es un hombre pelirrojo con un enorme bigote bastante poblado. Lleva una camisa blanca de botones, de los cuales, tiene los dos de arriba desbrochados. Es una visión un tanto... desagradable. Además, su barriga cervecera indica que ha dejado de lado de acción y pasa más tiempo empinando el codo o saber el qué. Su sonrisa le hace parecer un cerdo, y eso me divierte en parte.
-La taxidermia... un noble deporte -dice para sacarme de mi aislamiento. Se gira hacia las cabezas de ciervos, y me quedo perpleja al observar que las mira con devoción. ¿Tengo a un loco por jefe? -. Algunos piensan que exagero, pero... me encantan los trofeos -vuelve a mirarme -. Siéntese, por favor.
Tomo asiento en la silla de plástico que hay delante de la mesa que nos espera. Menos mal que hay algo en medio, porque no soportaría estar al lado de alguien como él. Un escalofrío me recorre todo el cuerpo al notar su mirada. Es una mezcla de aburrimiento...y deseo.

¿Qué? ¿Estás de coña?

-Señorita Valentine -inicia la conversación -, como ya sabrá, soy Brian Irons, jefe de policía de la bonita y bella Raccoon City. Encantado de conocerla.
No puedo evitar notar cierto ronroneo al nombrar las palabras "bonita" y "bella". ¿Este tío está enamorado de la ciudad? Creo que me estoy pasando un poco de la raya. Tengo que mantener la compostura.
Me tiende su rechoncha mano con su permanente sonrisa porcina en el rostro. Creo que si sigue haciendo eso más tiempo voy a terminar por reírme... y no es algo que debería hacer en este momento precisamente. Le estrecho la mano algo nerviosa y la retira de inmediato. Menos mal. Su contacto ha sido lo más desagradable que he experimentado en mi vida.
Baja la mirada hacia un papel que tiene sobre la mesa, y mi corazón late violentamente al ver mi foto. Mi informe. Mi sentencia. Espero que todo se ciña a lo estrictamente profesional. No me gusta demasiado hablar sobre mí. Pasa sus pequeños ojos de un lado a otro antes de centrar su atención en mí.
-Antes de empezar, me gustaría dejar claro algo -trago saliva sin poder remediarlo -. Cuando vaya a dirigirse a mí, lo hará llamándome "señor" o "jefe Irons", ¿entendido?
Asiento con lentitud e intento no ponerme nerviosa. ¿Por qué todos se están portando de manera tan...cortante? Bueno, Richard se ha mostrado amable, aunque claro, está en la misma situación que yo. ¿De verdad que ésa es la manera de demostrar su superioridad?
-¿Es bonito New Orleans? -me pregunta de repente. Me ha pillado completamente por sorpresa. Tal es mi asombro que abro la boca para contestar, pero no arqueo ningún sonido. Vuelvo a intentarlo.
-Es algo... diferente. Si le gusta la vida tranquila, rodeada de vegetación y de buena música... es el sitio perfecto -miro de reojo las cabezas de ciervos, y me estremezco un poco. Tengo que caerle bien por todos los medios aunque no sea de mi agrado -. Además, dada su afición...seguro que disfrutará con la cantidad de especímenes que puede encontrar.
Me sostiene la mirada y amplía aún más su sonrisa de cerdo.

No te rías. No te rías. No te rías.

¿Cómo puede causarme alguien al mismo tiempo dos sensaciones tan contradictorias? Por un lado, me da asco acercarme a él, y por otro, me produce risa. Pero debo mantener la compostura. Es la máxima autoridad dentro y fuera del edificio, por encima incluso de mi propio capitán y, por mucho que me pese, debo aceptar todo lo que diga sin rechistar.
-No lo dudo... He ido a Louisiana un par de veces, sólo a Baton Rouge, y me complació todo lo que vi... -hace una pausa para pasarse los dedos por el bigote y volver a mirar mi informe -. Ha estado en la Delta Force durante cuatro años - vuelve a escrutarme con la mirada -. Parece usted joven. ¿Cuántos años tiene?
-Veintiuno -contesto casi al instante. Me voy poniendo más nerviosa por segundos.
-Vaya, igual que el señor Aiken -murmura pensativo -. Últimamente parece que sólo contratamos caramelitos.
No me atrevo a mirarlo. ¿Qué ha querido decir con eso? Me pone los vellos de punta. Creo que este hombre es más retorcido de lo que aparenta. Quiero irme de allí. No quiero quedarme ni un segundo más. ¿Cuánto se alargará esto?
Lo que él quiera...
-¿Qué hacía exactamente allí? -me pregunta sacándome de mi estado ansioso.
-No tenía una especialidad concreta -respondo intentando que mi tono de voz no me delate -. Desactivaba bombas, forzaba cerraduras... -me encojo de hombros. No creo que sea necesario decirle que tengo buena puntería desde distancias lejanas. Me tomaría por tonta.
-Habilidades muy curiosas... -se rasca la barbilla de forma distraída sin apartarme la mirada. Vuelvo a tragar saliva. ¿Sigue con el mismo juego? - para una mujer. Aunque bueno -añade como si no le diera importancia -, si está aquí es porque lo merece. No disponemos a nadie con sus características.
Me quedo unos segundos procesando todo lo que acaba de decir. Es un machista hijo de la gran perra. Me muerdo la lengua para no soltar barbaridades y echar por tierra todos estos últimos meses de trabajo. ¿Quién se cree que es...? Aunque en el fondo, no me sorprende.
-Como ya sabrá, forma parte de la élite. El equipo Alpha es de lo mejor que tenemos. Son hombres con mucha experiencia en combate y unos auténticos profesionales. No se les escapa una. Estará bajo las órdenes del capitán Wesker, aunque a veces también tendrá que responder ante Marini, del equipo Bravo -se remanga la camisa hasta la altura de los codos antes de seguir -. De momento, tómese su primera semana como adaptación. Conozca su trabajo, a sus compañeros y la comisaría en general. Hay lugares muy interesantes.
Sus constantes cambios de humor me dejan perpleja. Hace menos de treinta segundos era un machista asqueroso, y ahora intenta ser un líder comprensivo. La verdad es que no entiendo nada. ¿Tendrá algún tipo de problema psicológico? Lo dudo. De lo contrario, no habría llegado hasta aquí.
Cuando vuelve a hablar, su tono de voz se vuelve más serio.
-Estoy seguro de que imaginará que hemos tenido que realizar cierta...limpieza en su historial para admitirla.
Mierda. Lo sabía. Allá vamos. Era de suponer que, en un momento u otro, esa parte que me incomoda y de la que no me apetece hablar, saldría a flote. Creo que, a pesar de que me ha sacado de muchos aprietos, me ha causado muchos problemas. Sobre todo a Dick.
Yo misma me quedé sorprendida cuando recibí la llamada y me pedían que al siguiente día me trasladara a Raccoon City. Nunca, ni en mis mejores sueños, hubiera imaginado que iba a ser una de las elegidas de entre miles de candidatos.
Escruto con la mirada a Irons, que se mantiene a la expectativa. No sé qué decir. ¿Debería estar agradecida? ¿Temerosa? ¿Tranquila? Estar allí no me deja pensar con claridad, sobre todo si tengo a este cabrón presionándome.
-Es un honor formar parte de esta unidad -logro balbucear intentando ser convincente -. Es una oportunidad que no puedo desaprovechar.
-Lo único que buscamos es sacar provecho de sus habilidades -me confiesa apoyando un codo sobre la mesa -. Lo demás, no importa.
Me siento un poco más aliviada al oírlo. Parece que después de todo no van a tener en cuenta toda mi historia anterior a la Delta Force. Me inspira más confianza, y sobre todo, ganas de mostrar mi valía. Quiero hacerles ver a mis superiores que mi contratación está más que justificada.
-Bueno, señorita Valentine, ha sido todo un placer conocerla -me despide el jefe Irons volviendo a tenderme la mano. Ya se terminó. Suspiro tranquila -. El capitán Wesker la acompañará hacia su oficina.
Tráiler estatuas de Anticolat
http://es.youtube.com/watch?v=WxUiTPTlYmU

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Re: Fanfic: Todo o nada

Mensaje por Lucy Norton » 30 Oct 2015 21:34

Muy buenas a todos, aquí estoy de nuevo con un nuevo capítulo de mi historia. En esta ocasión, será desde la perspectiva de Chris. ¡Un saludo y espero que os guste! Vamos, espero comentarios!!

2.


La oficina de los S.T.A.R.S. está bastante animada. Ahora que el capitán Wesker está con los novatos y el cabronazo de Irons, podemos tomarnos un respiro. Llevamos sólo desde las ocho de la mañana aquí, pero parece que han pasado muchas horas.
Mi mesa está frente a la de Barry, y ambos nos estamos tomando un café para reponer fuerzas. Llevamos una semana bastante movida, y en lo que a mí respecta, apenas he podido pegar ojo. Una fuente fiable nos ha dado un soplo sobre un grupo que está vendiendo drogas a escondidas.
Por más que les seguimos la pista, siempre acabamos perdidos. El R.P.D., hartos de esta situación, nos ha pedido ayuda, y como el capullo de Irons considera que este caso tiene prioridad máxima, nos ha metido a todos en el ajo.
Echo en falta algo de acción de vez en cuando. Últimamente pasamos demasiado tiempo sentados en nuestro despacho leyendo y rellenando absurdos y aburridos papeles condenados a apilarse en un estante para que cojan polvo. Pero no me quejo en absoluto de mi trabajo. Lo adoro.
Debo dar las gracias al hombre que me metió en esto: Barry Burton, un viejo amigo desde hace un año aproximadamente. Lo conocí en una mercería en New York. Él trabajaba para los S.W.A.T.S., pero iba a dejar la unidad para trasladarse a Raccoon City para formar parte de una pequeña escuadra que iba a formarse para apoyar al cuerpo de policía.
Desde el primer momento me interesó el puesto. Estaba en el paro, y necesitaba ganarme la vida de alguna forma. Mis ahorros se estaban agotando, y no creo que hubiera aguantado muchos meses más. Así que me alisté, superé el entrenamiento básico... y aquí estoy. Llevo más de un año sirviendo a esta unidad, y cada día me gusta más mi trabajo. Es muy diferente al ejército.
Desde que abandoné el instituto por decisión propia, decidí probar suerte en el ejército del aire. Me apasionan los aviones, y me considero capaz de pilotar cualquier cacharro que me pongan por delante. Incluso he llegado a manejar el helicóptero de los S.T.A.R.S. en un par de ocasiones.
Vickers es el piloto oficial, pero tiene un gran problema. Y es que, en los momentos claves, se viene abajo. Todos nos burlamos de una forma u otra de él, y a pesar de que siento algo de compasión por él, es un chiste con patas.
Aunque no tanto como Irons.
Sonrío al pensarlo. El muy cabrón siempre se las ingenia para mosquearme de una manera u otra. Sé que no le caigo bien. El sentimiento es mutuo, y ya se lo he dejado claro en muchas ocasiones. Si por él fuera, ni siquiera me hubiera contratado, pero fue la insistencia de Wesker la que finalmente inclinó la balanza a mi favor.
Echo un vistazo al fondo de la sala, donde los miembros del equipo Bravo charlan animadamente a la espera de la llegada de nuestros nuevos compañeros. Siento curiosidad por saber quiénes serán. Por lo poco que nos ha contado Wesker, habrá un miembro para cada equipo.
Me gusta observar que esta "pequeña familia" va creciendo de forma escalonada. Los S.T.A.R.S. se formaron hace poco más de un año, y cada mes se crea una unidad nueva en diferentes puntos de los Estados Unidos. Pero a mí sólo me preocupa lo nuestro.
Todos mis compañeros han demostrado ser merecedores de este puesto. Bueno, salvo tal vez Brad Vickers... Aún no nos explicamos cómo ha podido entrar, y que esté ubicado en el equipo Alpha, donde están los mejores. Tal vez por su habilidad para pilotar, pero para eso estoy yo.
Comparto una sonrisa con Forest Speyer, uno de mis mejores amigos. Juntos compartimos muchas aficiones, sobre todo las prácticas de tiro. Somos asiduos todas las semanas al campo de tiro, y nos picamos por ver quién lo hace mejor. Nos divertimos mucho.
Vuelvo a mirar a Barry mientras le doy un sorbo al café. No es el mejor que he probado, pero tampoco puedo pedirle demasiado a una máquina expendedora. Me recuesto sobre el respaldo de la silla apoyando un brazo tras la cabeza. Mi vida ha cambiado bastante desde que me mudé a Raccoon City.
Echo de menos New York, sus luces, sus rascacielos, sus tiendas abiertas las veinticuatro horas... Pero he de reconocer que mi vida ahora está siendo muy placentera. Tengo piso propio, un trabajo digno de admirar e incluso puedo permitirme algún que otro escarceo de vez en cuando.
No sigas por ahí...
Me obligo a quitar de mi mente pensamientos que no tengan nada que ver con el trabajo. Necesito concentrarme. Wesker llegará de un momento a otro, y proseguiremos con la táctica a seguir para pillar a esos mamonazos escurridizos. Barry observa atentamente la pantalla de su ordenador sin apenas pestañear.
-Como sigas así, pronto vas a necesitar gafas, abuelo -bromeo sacando de su estado a Barry, que sonríe ampliamente. Está acostumbrado a oír comentarios como aquél a menudo, a pesar de que no llega ni a los cuarenta años.
-No sabes lo que un vejestorio sería capaz de hacerle a un jovenzuelo como tú -me responde intentando que su tono sea amenazador.
-Hoy no, que esta noche tengo una cita.
Lo suelto casi sin pensarlo. Es cierto. Una policía del departamento de homicidios me ha tirado los tejos en varias ocasiones, y he decidido seguirle el juego para ver qué pasa. No creo que algo de diversión pueda ser malo.
-¿Tú? -me espeta algo incrédulo -. Me parece muy bien que quieras divertirte, pero ten cuidado...
-Eso siempre...
Los Bravo se han acercado un poco más a nuestra posición, dejando a Brad al lado del aparato de telecomunicaciones dando unos sorbos a su refresco de forma ausente. Joseph Frost, el otro miembro del equipo Alpha, está sentado junto al fax esperando que el F.B.I. nos mande un protocolo de actuación para cuando demos con los contrabandistas.
De pronto, la puerta se abre, y aparece el capitán Wesker seguido de un hombre y una mujer. No puedo evitar fijarme más en ella que en él. ¿Nos han metido a una mujer en el equipo? Me alegro de que por fin haya un toque femenino.
Pero en lo que realmente me fijo es en sus penetrantes ojos grises y sus curvas, marcadas por el ceñido pantalón vaquero que lleva puesto. No puedo evitar ponerme recto en el asiento mientras los recién llegados avanzan hacia la mesa del capitán.
Y no es lo único que se ha puesto tieso...
Niego en silencio mientras intento controlar a mi mente y a lo que no es mi mente. Aquí en la oficina no puedo permitirme divagar. Wesker les dice algo a los nuevos antes de girarse y mirarnos.
-Bueno, gente, ya habéis tenido tiempo suficiente para estar de cháchara. Es hora de ponerse serios -hay risas generales antes de que el murmullo se apague por completo -. Como anuncié ayer, hoy tenemos dos nuevas incorporaciones, una para cada equipo. El señor Richard Aiken -señala al joven que está a su derecha -, trabajará para el equipo Bravo como especialista en telecomunicaciones. Enrico te pondrá al tanto de todo.
Miro al capitán Marini y veo que asiente con una amplia sonrisa en el rostro. Vuelvo a centrar mi atención en los nuevos, y puedo notar por sus expresiones lo tensos que están. ¿Me sentía yo igual mi primer día? No lo recuerdo a pesar de que no hace tampoco demasiado tiempo.
-Y ésta es la señorita Jill Valentine, nueva incorporación del equipo Alpha. No quiero que te sientas presionada por ser la única mujer. Vamos a tratarte como una más, y estoy seguro que todos tus compañeros lo harán.
Así que nuestra amiguita tiene nombre...
Observo su sonrisa nerviosa... y me entran ganas de besarla. Cierro los ojos unos segundos echando el freno de mano. No la conozco de nada. Me la acaban de presentar. Es mi compañera de trabajo. ¡Por el amor de Dios! Debo detener toda esta mierda antes de que vaya a más.
-Chris -la voz de Wesker me trae de vuelta -, Jill aún no tiene su uniforme. Me dijeron que se lo habían dejado en los vestuarios. ¿Serías tan amable de indicarle el camino?
Lo que me faltaba...
-Por supuesto -contesto mientras me levanto rápidamente de mi asiento.
Ni que me hubieran metido un palo por el culo.
Jill camina con decisión hacia la puerta...y no me aparta la mirada. Recorre cada centímetro de mi cara con un rápido movimiento. Me está examinando. Bien por ella. Aunque...eso quiere decir que se está fijando en mí. Se detiene junto a la puerta y yo corro hacia ella antes de que toque el pomo.
Nuestros dedos se tocan sólo el segundo, el suficiente como para sentir una descarga de adrenalina que me invade todo el cuerpo. ¿Qué ha ocurrido? Giro el pomo y le hago un gesto con la mano para que pase. Me responde con una sonrisa. ¡Me sonríe! Creo que le caigo bien.
Una vez en el pasillo, cierro con cuidado la puerta y noto cómo el frío va calando en mis huesos. Estamos en pleno enero, y la verdad es que está siendo un mes bastante frío. Antes de dar un paso, decido presentarme. No sería de buena educación acompañarla sin más.
-Chris Redfield. Encantado de conocerte.
Me estrecha la mano con brío. Su piel es suave, un contacto sumamente agradable. Noto cómo el frío que sentía hace un momento va desapareciendo y cómo me voy acalorando. ¿Pero qué me está pasando hoy? Y para colmo, ella se sonroja un poco.
-Gracias. El placer es mío.
Vaya, tomo nota, chica.
Es la primera vez que la escucho hablar, y su tono de voz es tan... suave, aunque denota cierta energía. Suelto la mano lentamente y aún puedo sentir su contacto. Ella se coloca distraídamente un pelo detrás de la oreja apartando un poco la mirada.
¿Qué me dijeron que significaba eso? Ah sí, que estaba nerviosa.
Es comprensible. Es su primer día, ha debido aguantar el chaparrón de Irons, y está rodeada de tíos. ¿Cómo me sentiría yo si la situación fuera la inversa? Sería muy agradable, pero al mismo tiempo echaría en falta el tener un colega con el que poder hablar de cosas que no podría hacer con las mujeres.
-Las taquillas están en el sótano, junto al parking. Te indicaré el camino.
Camino unos pasos por delante sintiéndome un tanto liberado. Necesitaba escapar del agobiante ambiente del despacho, y liberar un poco mi mente. Aunque...la señorita Valentine no lo está poniendo nada fácil. Abro la puerta que lleva hacia pasillo que comunica la segunda planta con la primera.
La mantengo abierta hasta que Jill pasa, y la cierra a continuación. Sé que este tipo de cosas las gustan a las mujeres, y lo cierto es que intento complacerlas lo mejor posible. No es que sea un loco de las mujeres, pero sí me gusta que se sientan cómodas conmigo.
Saludo con la cabeza a un par de polis que charlan animadamente junto a una de las ventanas. Miran con curiosidad a Jill, que aún va de paisana. Ella no se percata, ya que va unos pasos de delante. Pongo una mano delante de mi boca y les murmuro "nueva".
Arquean las cejas sorprendidos antes de que prosiga con la marcha. Doy una pequeña carrera hasta situarme a la altura de mi compañera y decido romper el hielo. Lo cierto es que no puedo dejar de mirarla... y parece que ella tampoco aparta los ojos de mí.
Normal, capullo, no tiene ni idea de dónde están los vestuarios.
-¿Llegaste ayer? - le pregunto mientras bajamos la escalera hacia la primera planta. Dios, esos ojos grises me están volviendo loco.
-Sí, casi de noche. El tiempo justo para encontrar mi piso, instalarme y dar una vuelta para saber dónde estaba la comisaría.
Saludo a David Ford y John Flynn, del R.P.D. He ido con ellos algunas veces de pesca. Sonrío a Jill antes de pasar por el pasillo de la sala de reuniones. La comisaría es un auténtico laberinto. Si no te pierdes, raro es.
-Entonces no has tenido tiempo para ver nada más -le digo mientras caminamos con paso rápido hacia el vestíbulo -. A mí me pasó más o menos lo mismo. Me llamaron una mañana, y me dijeron que al día siguiente tenía que estar aquí... Pienso que deberían avisar con más tiempo, porque en un día apenas te da tiempo a buscarte un sitio donde quedarte. Recuerdo que la primera semana me estuve alojando en un motel hasta que encontré algo decente -abro la puerta que comunica con el vestíbulo, y el habitual ir y venir de polis nos recibe -. Apple Inc. o algo así creo que se llamaba.
-Ah, sí. Ése está cerca de mi apartamento.
-Oye, Chris -me interrumpe un hombre con el uniforme del R.P.D. Es Elliot, un buen colega -. ¿Para cuándo otra ronda?
-Cuando quieras, pero la próxima la pagas tú, capullo.
Oigo cómo se ríe mientras me alejo. Jill y yo subimos una pequeña escalera que comunica con la entrada de la comisaría, pero en vez de coger por ahí, la hago girar a la izquierda, hacia el ala de los detectives. Accedemos a un estrecho pasillo en el que vemos a más polis tomar café y comer rosquillas.
Parece que se han puesto todos de acuerdo a la hora de desayunar...
Me detengo frente a una puerta doble verde y la empujo hacia el interior. Pudo notar cómo el calor de los calefactores entra por mis botas agradeciéndolo. Hace un frío de narices, y no nos arreglan los calefactores. Siempre están estropeados. Los detectives sólo levantan la cabeza cuando escuchan nuestros pasos, pero vuelven a su trabajo.
Apenas los conozco. Sólo de haberme cruzado con ellos en los vestuarios, o por la comisaría, pero poco más. Este departamento suele mantenerse un poco más margen que el resto. Pasamos rápidamente por las mesas atestadas de ordenadores, carpetas y fotocopiadoras y volvemos a adentrarnos en otro pasillo.
-Es como un laberinto. Dios, espero recordar el camino de vuelta - comenta Jill con gesto de pánico. Su gesto me hace reír.
-Nosotros lo llamamos la serpiente.
Jill sonríe negando en silencio. Dios, qué sonrisa más cálida. Me estoy volviendo loco. ¿Qué diablos me está pasando hoy? Nunca me había sentido tan... blando con una mujer. Bajamos las escaleras que nos conducen hacia el sótano, donde se encuentran los vestuarios. Por fin.
-Oye, ¿puedo preguntarte algo? -le pregunto mientras giramos a la derecha en el pasillo que nos lleva hacia nuestro destino. Observo su rostro. Duda. Creo que sé lo que está pensando.
Si le voy a preguntar si tiene novio.
Nos detenemos ante la puerta que conduce a los vestuarios y me mira indecisa. Tras pensarlo unos segundos, responde con un murmullo:
-Claro.
-¿Qué tal con Irons?
Su rostro se relaja.
Bingo.
Sin embargo, de inmediato se transforma en algo parecido al asco. Vaya, parece que se va a unir al carro de los que odiamos al jefe de policía. No es para menos. Su actitud de cabrón arrogante le delate.
-Me ha dejado un poco... -medita un poco - confundida. Sí, ésa es la palabra que mejor lo define. Es como si estuviera loco. Cuanto más lejos esté de él, mejor.
-No lo has podido explicar mejor -le sonrío mientras empujo la puerta y enciendo las luces -. Si por él hubiera sido, me hubiera echado el primer día. He tenido muchas discusiones con él. Es por Wesker que sigo aquí.
Jill arquea una ceja sorprendida. Mi respuesta parece haberla dejado un poco perpleja. ¿Pensará que soy un tipo que voy buscando pelea cuando tengo la ocasión? No creo que sea el momento para causar una mala impresión, pero es cierto que Irons es especial.
Observo nuestras taquillas durante unos instantes y veo ropa amontada frente a la taquilla más alejada, una de las tres que estaban libres. Otra será para Richard con toda probabilidad. Lo que me pregunto es cómo él ya tenía su uniforme y Jill no. Estoy tentado por preguntar, pero decido callarme. Miro de reojo mi taquilla, y noto que las pulsaciones se me aceleran.
Está todo desordenado. Menos mal que está bien cerrado. Pensaría que soy un completo desastre. Aunque bueno, mi despacho está manga por hombros. Forest siempre me lo recuerda, pero nunca le hago caso. Me entiendo en mi desorden, y eso es algo que nadie comprende, ni siquiera los que me conocen bien.
-Bueno, creo que ahí tienes tu uniforme -digo rompiendo el silencio que se había formado. Creo que aún está digiriendo todo lo que le he contado -. Estaré fuera esperando, para darte algo más de intimidad -se ruboriza al oír la palabra. Noto que me voy excitando por momentos.
Para. Para. No la asustes. ¿De verdad quieres que se lleve de ti esta impresión en su primer día?
Mi respiración se vuelve más agitada. Necesito alejarme... o no respondo de mis actos. ¿Cómo puedo perder la cabeza de esta manera?
Es una chica muy atractiva, sí. Pero es tu compañera, recuerda. Nada de sexo.
-La llave tienes que pedirla en recepción, a Julia -le informo mientras me paso la mano por el pelo. Es algo que hago cuando estoy nervioso -. Cualquier cosa que necesites, sólo dame una voz.

Madre mía...
Es lo primero que se me viene a la cabeza cuando Chris cierra la puerta. Tomo asiento junto a mi uniforme perfectamente doblado y planchado. Si al principio me había sentido nerviosa y temerosa, ahora... excitada.
¡Qué bombonazo!
Cómo miraba. Qué ojazos marrones. Qué cuerpo tan bien esculpido. Debe pasar bastantes horas en el gimnasio. Pero seguro que está pillado.
¿Y por eso no te apartaba la mirada?
Niego en silencio. Tonterías. Se trata de un colega del trabajo. No puedes pensar así. ¿Qué pensarían los demás si se enteran de que hay algo entre nosotros? ¿Rendiríamos igual en el trabajo? Tengo que olvidar toda esta mierda de inmediato.
Veo que me han dejado dos uniformes. El primero es un uniforme de policía para patrullar por las calles. Está formado por una gorra, una camisa blanca de botones con el logo del R.P.D. bordado y una falda. Vaya, lo que viene a ser el atuendo del verano. Tal vez pueda combinarlos también con pantalones.
Me pongo a mirar el otro uniforme. El uniforme de guerra, como yo lo llamo. Me comentaron por teléfono que lo podían personalizar a mi gusto, y así ha sido. Les dije que lo quería azul, con hombreras y una boina. Todo es perfecto. Es hora de que me los pruebe.
Me sonrojo al pensar que Chris está al otro lado, esperando. No debo pensar más en ello. Debo comportarme como una profesional. Me desabrocho la camisa verde con bastante parsimonia sin dejar de pensar en todo lo que ha ocurrido desde que he llegado a la comisaría.
Estoy convencida de que no voy a tener tiempo para aburrirme. Pude oír cómo Wesker metía bullas a los nuestros cuando me fui. Sin duda, es lo que necesito en estos momentos. Dejo mi camisa a un lado pensando que debo ir a comprarme ropa interior sin falta. Aún tienen que llegarme varias cajas, y entre ellas están la mayoría de mis sujetadores y bragas.
Me quito la correa del pantalón y me los bajo de un tirón. Y por último, esos zapatos de tacón que me están matando los pies. No estoy muy acostumbrada a ellos, pero creía necesario estar presentarme mi primer día teniendo en cuenta que aún no tenía el uniforme.
Decido empezar por el uniforme oficial. Me meto la camiseta por los brazos y la estiro hasta que me queda bien. Encajo las hombreras para que queden a la altura y me observo sin poder evitar sonreír.
Mírate. Estás echa toda una poli.
El pantalón, gris, sólo tiene un botón para abrocharlo y un cinturón. Gracias a él, puedo ajustarlo perfectamente a mi cintura. Considero que estoy en buena forma, e intento cuidar mi dieta. Vuelvo a sentarme en el banco de madera y me pongo las botas. Le hago los nudos a los cordones y me coloco la boina.
Busco un espejo donde poder mirarme. Me gustaría observar el resultado. A mí derecha veo una puerta medio abierta, y no decido echar un vistazo. Nada más empujarlo, compruebo que es un cuarto de baño. No hay luz, pero veo varios lavabos. Activo el interruptor y se hace la luz.
No puedo evitar sonreír al ver a la chica reflejada en él. Estoy... imponente. Es la única palabra que me sale. Estoy deslumbrante, como diría Dick. Si él me viera ahora... Niego inmediatamente. No debo seguir por ahí o echará a perder ese momento. Doy una vuelta completa, y satisfecha con el resultado, vuelvo a la taquilla.
Me siento y paso a probarme el otro uniforme. Parezco una chica yendo de compras al centro comercial. Me doy cuenta inmediatamente de que voy a necesitar zapatos cómodos. Ese estilo de botas no pegan nada con la falda. Tras abrocharme la camisa y la ponerme la falda vuelvo al baño para ver qué tal me queda.
De nuevo, me quedo asombrada. Aún no me puedo creer que yo, que he escapado tantas veces de ellos, trabajo a sus órdenes. Miro de reojo a la puerta de entrada, que no se mueve. ¿Y si Chris ve que tardo mucho y decide entrar? No quiero ni pensarlo.
En el fondo, lo deseas.
Ni hablar. ¿Aquí, en los vestuarios? ¡Venga ya! Lo más deprisa que puedo me despojo de esta vestimenta y me pongo el uniforme S.T.A.R.S. sin la boina. Ésa sólo la reservo para ocasiones especiales. Me ha traído suerte. Sí, soy un poco supersticiosa. Suspiro aliviada. No ha pasado nada. Mi mente es tan retorcida.
Abro la puerta y lo primero que encuentro es a Chris apoyado contra la pared consultando su reloj de pulsera. Al verme, sonríe aliviado y se despega de su sitio. Su uniforme, a diferencia del mío, está formado por un chaleco verde con una ranura para llevar un cuchillo, del que sale una empuñadura, y una camisa blanca debajo.
-¿Todo bien? -me pregunta con un tono de voz preocupado.
Es un buen tipo.
-Perfecto. Es hora de volver. Los demás se estarán preguntando dónde estamos.
-Haciendo novillos - bromea mientras nos ponemos en marcha.
-Eso era para el instituto.
Se ríe.
-Bueno, también se puede hacer en el trabajo.
Dios, ¿por qué sólo con hablar me produce nervios?
-¿Siempre llevas el cuchillo? -le pregunto para olvidar mis desvariados pensamientos.
-Nunca se sabe cuándo lo vas a necesitar -se encoge de hombros mientras subimos por la escalera. Asiento en silencio. De pronto, se para al llegar a la parte de arriba y me mira con decisión.
¿Y ahora qué?
Chris traga saliva con dificultad. Lo que va a decir le está costando horrores. Lo veo en su cara. Oh, dios. Cuando de pronto...
-Jill, quiero que desde el primer momento te sientas como en casa -no aparta su dulce mirada de mí -. Ser la única mujer en los S.T.A.R.S. ha debido ser un palo para ti. Sé que estás incómoda. En fin, quiero hacer todo lo posible para que te integres en este grupo de machitos llenos de testosterona.
Su comentario me hace reír. Así que machitos llenos de testosterona. Sí, creo que no lo ha podido explicar mejor. Estoy acostumbrada a trabajar con ambos sexos por igual, pero a la hora de la verdad, ¿de qué voy a hablar con ellos? ¿De cotilleos? ¿De ropa? No, a ellos les irá más las chicas, el deporte y los "jueguecitos" de tíos.
-Para, o me vas a hacer reír a mí también -comenta en tono divertido. Desde luego, sentido del humor no le falta.
Cuando por fin consigo que la risa abandone mi cuerpo enjuagándome las lágrimas con las manos, respondo.
-Eres muy amable, Chris. Es precisamente lo que necesito.
-Estoy convencido de que los demás piensan lo mismo que yo. Barry me ayudó a mí a adaptarme. Además -me guiña un ojo -, ser la primera mujer en los S.T.A.R.S. de Raccoon City va a tener su ventaja. Abrirá la puerta a más, compañera.
-Eso espero, compañero.
Me tiende la mano y yo se la estrecho gustosamente, embriagándose con su tentador tacto. No sé por qué, pero me da la sensación de que hemos hecho una especie de pacto.

Mi sentido de la protección vuelve a activarse. Creo que estoy haciendo lo correcto. Cualquiera nueva incorporación merece el respeto y la admiración de los demás. Nos jugamos la vida a diario. Y Jill no es una excepción. Cuando llegamos a la sala de los S.T.A.R.S., veo que Wesker está tranquilamente sentado en su mesa bebiendo algo de una taza.
Al vernos, se levanta inmediatamente y, aunque tiene las gafas de sol puestas, sé que me está mirando. Asiento con la cabeza indicándole que no hay ningún problema. Tomo asiento y sonrío a Barry, que me escruta con la mirada. Cómo me conoce el viejo. Me nota... diferente.
-Jill, ésta va a ser tu mesa. La compartirás con Richard Aiken. Ya sabes que los dos equipos trabajamos a horas diferentes, y como dispones de un espacio...limitado, tenemos que aprovecharlo. No tienes ningún inconveniente, ¿verdad? -le dice Wesker señalando a la que está detrás de mí. Jill niega. Doy un pequeño respingón.
Vamos a trabajar espalda con espalda.
Incluso puedo notar cómo nuestras miradas se cruzan brevemente a través de la pantalla apagada de su ordenador. ¿Estará pensando lo mismo que yo? No lo creo.
-Irons te ha dejado un pequeño obsequio -continúa hablando el capitán. Observo que sobre la mesa están los regalos que le dan a todos los miembros que entran nuevos: un reloj y una taza personalizada con nuestro nombre para la oficina.
-Vaya, gracias -logra decir Jill observando la taza.
Los miembros del equipo Bravo se han retirado. Aún no es turno, y además, tanta aglomeración de gente hace que la habitación resulte demasiado calurosa. Veo que Wesker sigue diciéndole cosas a Jill referentes a su puesto, pero centro toda mi atención en Barry, que no deja de mirarme.
Barry es mi mejor amigo. Me conoce casi como si fuera mi padre, y eso que sólo hace un año que nos dirigimos la palabra. Se incorpora un poco en su asiento y acerca su cara a mi ordenador para cuchichear. No quiere que nadie más se entere de lo que me va a decir.
-Te ha entrado fuerte - me susurra mirando con desconfianza de un lado a otro.
Tardo unos segundos en asimilar lo que me está diciendo. Sonrío para intentar quitarle hierro al asunto. Esta vez, por mucho que le digo que es el hombre del tiempo, no está acertando. Definitivamente...no.
-No entiendo de qué estás hablando.
Pero sí lo sé. Jill. Nuestra nueva y sagaz compañera. Barry, gracias a su experiencia, es capaz de detectar señales en las mujeres que yo no soy capaz. Lleva casado con Kate cerca de diez años, y tiene dos niñas a las que he visto en varias ocasiones. Son encantadoras, como su padre.
-Vamos, Chris -se inclina un poco más hasta quedar su boca a la altura de mi oído. Por el rabillo del ojo, veo que Wesker nos observa -. No te hagas el tonto. Te gusta. No te he visto mirar a una mujer de la misma forma que lo has hecho con ella.
-¿Me estás llamando picha brava, viejo?
Ambos nos reímos. Desde luego no estoy todos los días con una mujer distinta, pero sí me gusta de vez en cuando darme algo de libertad. Todo hombre lo necesita. No sé, tal vez debería centrarme un poco más en el trabajo.
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Re: Fanfic: Todo o nada

Mensaje por R-850-A » 03 Nov 2015 00:16

Excellent =D>
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Re: Fanfic: Todo o nada

Mensaje por Lucy Norton » 06 Nov 2015 21:40

Buenas de nuevo! Aquí os traigo otro capítulo de mi relato. Espero que os guste!

3.


Parece mentira que haya pasado una semana desde que llegué a Raccoon City y aún siga aquí. Tuve muchas dudas los dos o tres primeros días. Quería irme, poner tierra de por medio y volver a mi solitaria casa de New Orleans... a lamentarme en silencio. Estoy acostumbrada a él, pero no es lo mismo sentirlo en un lugar conocido.
Pero todos mis planes se torcieron cuando Chris y Barry me vieron recoger todas mis cosas. Me llevaron a la azotea de la comisaría, donde tuvimos una larga charla hasta bien entrada la tarde.

Nuestro turno era de ocho de la mañana a cuatro de la tarde. Cuando todos estábamos bastante animados porque nuestra jornada se terminaba y le tocaba al equipo Bravo entrar en acción, me entró un arrebato de locura. Empecé a recoger todas mis pertenencias ante la atenta mirada de Barry y Chris, que charlaban a mi lado sobre algo que Chris iba a hacer el fin de semana.
-¿Qué haces, Jill? -me interrumpe Barry gritando y acercándose a mi lado. Veo por el rabillo del ojo que Chris se cruza de brazos con el ceño fruncido.
-Recogiendo... -contesto de forma apresurada, notando que me sonrojo como si me hubieran pillado haciendo algo malo.
Por el amor de Dios...
-¿Te largas? -me espeta Chris casi sin pensarlo. Su rostro muestra la preocupación que siente por mí. Qué tierno. Incluso enfadado es monísimo.
-Por favor, no me lo hagáis más difícil... -murmuro notando que se me hace un nudo en la garganta. Están siendo tan amables...
-¡Ni hablar! -exclama Barry sujetándome las manos. Menos mal que todo el mundo se ha ido ya. Habría sido un espectáculo un tanto lamentable de presenciar. Chris, intentando mantener la compostura, se acerca un poco más...
-Barry...
-¡Ni Barry ni leches, Chris! No pienso dejarla marchar.
-Eres un viejo gruñón. ¿Cómo quieres que no se marche si le sueltas eso de golpe? -ambos sonríen tensos y Barry, despacio, me suelta las manos. En su cara se muestra un gesto de disculpa.
Están siendo tan amables... y yo... tan impulsiva.
-Los S.T.A.R.S. nos caracterizamos por ser una familia que se mantiene unida en los buenos y malos momentos -dice Barry mirándonos alternativamente. Por último, centra su mirada en mí -. Así que, jovencita -me guiña un ojo -, no te vas a librar de Barry tan fácilmente.
No puedo evitar sonreír. Ojalá fuera tan fácil explicarles lo que pasa por mi mente. Son unos desconocidos, que me conocen no hace ni dos días, y ya están preocupados por mí. A veces los hombres son tan adorables... y otras me encantaría matarlos. Pero ésa es otra historia...
-Eso está mejor -comenta Chris devolviéndome la sonrisa -. Y ahora, ¿qué te parece si nos subimos al tejado y charlamos?
¿Y qué les digo? No puedo contarles la verdad. Me niego. Irons me dijo que lo único que querían de mí eran mis capacidades. ¿Sería verdad? ¿No estarán llevando a cabo una investigación como con mi padre y me pillen a mí también? Duermo con esa duda todos los días en la cabeza.
Los miro a ambos. Sé que están esperando a una respuesta. No van a estar esperando eternamente. Finalmente, y en contra de mis instintos, asiento lentamente y en silencio. Aún no conozco la comisaría muy bien, pero el primer día me di una vuelta por todo el edificio con el fin de identificar los lugares donde iba a pasar la mayoría del tiempo.
Realizamos el camino en silencio, a pesar de que Barry y Chris no me quitan la mirada de encima. Pongo los ojos en blanco. Hombres. Están esperando que me dé una rabieta. Pero yo no soy de ésas. Soy de las que dicen las cosas a la cara sin importarle. Con la verdad por delante, siempre.
-Estoy bien. Tranquilos -les tranquilizo mientras me apoyo en una barandilla. Ellos se colocan frente a mí con los brazos cruzados.
-Kate suele ponerse a limpiar la casa cuando discutimos -comenta Barry rascándose distraídamente la barbilla -. Es su forma de evadirse. Sé que debo dejarle tranquila hasta que se le pase, porque sería capaz de tirarme algo a la cabeza.
Chris sonríe y niega en silencio. Sé lo que está pensando.
Las mujeres y sus cosas.
-Pero bueno, no estamos aquí para hablar de mi mujer -continúa Barry sin apartarme la mirada -. ¿Por qué quieres irte?
Suspiro con resignación notando cómo los nervios empiezan a fluir. Me niego a contar lo que pasa por mi cabeza. No creo que sean las personas adecuadas para tratarlo. ¿Pero quién? No tengo amigos de confianza con los que pueda tratar mis inquietudes y problemas.
Nadie debe saber lo que pasa por mi cabeza. Bueno, quizá una parte sí. No tengo por qué profundizar. Sólo mi padre sabe lo que pienso. Es el único al que permito saber lo que pasa por mi mente. Él siempre me decía que esto es lo que necesito. ¿Es verdad? ¿No estaría mejor...cerca de él?
-Es algo...complicado. No lo entenderíais -explico dándome la vuelta, apoyando las manos contra la barandilla y mirando al horizonte. Tengo la sensación de que no van a parar hasta conseguir una respuesta.
-Tenemos todo el tiempo del mundo. Pero preferiría sacar algo en clave antes de que vuelva a llover otra vez -dice Chris poniéndose a mi lado. Nuestras miradas se cruzan unos segundos, y me pongo nerviosa. ¿Cómo lo consigue?
Barry me da una palmada en el hombro y se pone al otro lado. ¿Me están intentando intimidar? Pues no lo van a conseguir. No soy una persona que se deje sorprender fácilmente. Vuelvo a suspirar cerrando los ojos unos instantes.
Tú solita te has metido en el lío.
Tendría que haber esperado a que todo el mundo se hubiera largado, y así me hubiera evitado todo este numerito. Tengo que echar mano de todo mi ingenio para darles una explicación razonable.
-Tengo la sensación de que no encajo aquí... No es el que sitio en el que tendría que estar.
-¿Por qué piensas eso? -me pregunta Barry sin dejar de mirarme.
Estoy empezando a perder la paciencia. No puedo contarles lo que realmente me pasa. ¿Cómo reaccionarían? ¿Me dejarían de hablar? ¿Irían a hablar con Irons? No me conocen de nada. Me juzgarán mal, lo sé.
-Mirad... -levanto las manos de la barandilla y las dejo en al aire -. No debería estar aquí. Eso es todo.
Mi tono suena más borde del que gustaría, aunque llevo dos días insoportable. Lo sé por la reacción de mis compañeros. Barry frunce el ceño pensativo, y el rostro de Chris es... triste. ¡Oh, pobre! Lo debe estar pasando tan mal...
-Si es lo que quieres... -me dice sin alterar su gesto -. Ve y dile al capitán que te marchas. Verás qué contentos se van a poner todos.
Y se marcha a grandes zancadas por la escalera de metal, que comunica directamente con los aparcamientos. Barry no sabe qué decir. Me mira y abre la boca alternativamente para decir algo sin resultado. Creo que está tan confundido como Chris.
-Jill -su tono es preocupado -, espero que no te arrepientas de lo que haces. Date un tiempo. Si a final de esta semana no has cambiado de opinión, acepto tu decisión. Piénsalo, ¿vale?
Barry me pone una mano en el hombro y le dedico una mirada de agradecimiento. ¿Por qué Chris no ha sido igual de comprensivo que él? Se ha largado sin más, y no me ha dado tiempo a reaccionar. Será la edad y la experiencia. Observo a mi compañero bajar por las escaleras hasta que se pierde de vista.
Pienso, pienso y pienso... y estoy hecha un completo lío.

Esa misma noche me sorprendió recibir un mensaje de Chris en el móvil.
Lo siento mucho, Jill. Sé que me equivoqué al irme. Hagas lo que hagas, te apoyo, pero me gustaría que te quedaras.
Tras leerlo, no sabía qué pensar. Me conmueve que todos se muestren tan... amables, simpáticos y adorables, incluso los del equipo Bravo, con los que coincido pocas veces. Debo reconocer que me emocionó mucho cuando todos mis compañeros (menos Wesker) me enviaron solicitudes de amistad en Facebook.
Además, me han incluido en un grupo que tienen hecho en Whatsapp, y en el que me reí cuando Kenneth Sullivan, del equipo Bravo, cambió el título del grupo. Antes rezaba como "Los superhombres S.T.A.R.S.", y ahora "Los superhombres y la supermujer S.T.A.R.S.".
Inmediatamente se sucedieron los mensajes de apoyo al nombre del grupo, y las calurosas bienvenidas que nos dieron a mí y a Richard. Debo reconocer que me sentí querida y respetada por todos. Pero yo seguía con mis paranoias mentales, y me negaba a apegarme a algo de lo que quería deshacerme.
Volviendo a lo de Chris, estuve un rato pensando qué escribirle. ¿Debía reprocharle su actitud infantil o agradecerle que se preocupe por mí? Con los dedos temblorosos, lo busqué entre mis contactos y empecé a escribir. Cuando le di a enviar, volví a leerlo.
No te preocupes, Chris. Me encuentro mejor después de hablar con vosotros. Haré caso a Barry y me daré un tiempo.
Parezco un poco... neutral, pero no sabía qué poner. Su respuesta no se hace esperar.
No sabes cuánto me alegro. Te veo mañana en el trabajo.
Y añade al final una carita guiñando un ojo. Suspiro aliviada y una sonrisita de colegiala se me queda en la cara. ¡Pero qué tonta soy! Sólo es un compañero preocupado porque quieres irte con el rabo entre las patas. Lo último que recuerdo es que pensé que cuando me levantara esa mañana iba a dejar el malhumor a un lado... y darme una oportunidad.

En la tranquilidad de mi piso, termino de colocar algunos cuadros por el salón. Ayer por la tarde llegaron todas las cajas que aún quedaban en New Orleans. Ya he colgado mi ropa, ordenado mis zapatos y decorado el salón para que parezca un sitio habitable.
Tenía cierto aire deprimente estos días. Ahora, tiene otro color. Es sábado, y me corresponde día libre. Lo cierto es que lo agradezco. Necesito poner un poco de orden en mi apartamento. Ya trabajaré duro hasta que me toque librar de nuevo, que si no recuerdo mal, es el martes.
La verdad es que pensaba que iba a tener que currar de lunes a domingo sin descanso, pero como últimamente no hay demasiada actividad, y podemos bastarnos con los efectivos que tenemos, podemos permitirnos dos días libre a la semana cada miembro de S.T.A.R.S.
Aunque claro, eso implica tener que trabajar el resto de los días sin descanso. Nuestro horario va por meses. Este mes, al equipo Alpha nos toca trabajar de mañana, y al Bravo de tarde. Cada mes vamos rotando, y no quiero ni imaginar el descontrol que tendré cuando me toque ir de madrugada a la oficina.
No quiero ni pensarlo, pero es parte de la rutina. Supongo que a los demás le ocurrirá exactamente igual. Suspiro aliviada al colocar el último cuadro y me quedo observándolo.
Y pensar que quería abandonar...
Esta semana me ha servido para conocer a mis compañeros y acercarme un poco más a la labor que voy a realizar. Tal y como Wesker me dijo, me encargo de la retaguardia. Vamos, básicamente me encargo de que no nos cojan cagando por las espaldas. Como también tengo cierta experiencia por la Delta Force en primero auxilios, me encargo de cuidar que el botiquín esté en perfecto estado cuando sea necesario utilizarlo.
Espero no tener que hacerlo nunca. Me han caído todos muy bien, y me atormentaría ver cómo alguno de ellos cae en combate. Es parte de nuestro trabajo. Aceptamos la posibilidad de morir cuando formamos parte de esta unidad, pero cuesta asimilarlo.
Decido fregar el pasillo que comunica con el dormitorio y el cuarto de baño. Necesito activarme para entrar en calor. Cojo el cubo y la fregona en el propio pasillo y me acerco primero al baño. Pero antes, camino hacia mi dormitorio para comprobar si tengo alguna llamada perdida o mensaje.
Sólo han escrito en el grupo de los S.T.A.R.S., sobre todo del equipo Alpha. Barry, el primero, ha ido a patinar con sus hijas a una pista de patinaje en una ciudad cercana. Es un padrazo. Me ha hablado de sus hijas y lo mucho que las quiere. A Barry le sigue Joseph, que al parecer está jugando al billar con un primo suyo. Incluso ha mandado una foto.
Qué bien se lo montan los compis.
Mi corazón empieza a latir con fuerza al ver que el siguiente que ha comentado es Chris.
De pesca por las Arklays. Creo que va a ser un buen día.
Y adjunta una foto vestido con un uniforme verde y un gorro. Está de pie sobre una barca con una caña de pescar en la mano. Me sonrojo al mirarlo. ¡Qué bien le sienta ese atuendo! No puedo dejar de mirarlo.
Forest Speyer comenta la suerte que tenemos lo del equipo Alpha y lo aburrido que se está en el despacho. Sonrío al leerlo y escribo también.
Yo haciendo la cosa más aburrida del mundo.
Y al poco la respuesta no se hace esperar. Es Forest de nuevo.
¿Lo más aburrido del mundo? Pasar una tarde con Irons.
No puedo evitar reír al leer el comentario. Y me sorprende el descaro con el que lo hacen. Wesker y Enrico también están en el grupo, y no sé qué pensarán al leer eso. Yo prefiero no mojarme por si acaso. Mientras pienso eso, veo que Joseph ha escrito.
Si estuviera por el Facebook le daría a "Me gusta". Eh, Speyer, sigo esperando mis veinte dólares. He ganado la apuesta.
Río al leer lo primero y me quedo completamente intrigada con lo segundo.
¿Una apuesta?, escribo. Tal vez sea de algún partido de baloncesto o rugby importante que se ha disputado y me lo he perdido. Desde que he llegado a Raccoon, apenas tengo tiempo para mirar la tele. Leo con incredulidad la respuesta de Joseph.
Sí, Forest y yo hicimos una apuesta cuando llegamos. Yo estaba convencido de que la primera mujer que entrara en los S.T.A.R.S. de Raccoon sería en el equipo Alpha, y él en el Bravo. Evidentemente, he ganado yo gracias a ti.
Y añade una carita sonriente. Vaya, vaya... estos hombres cada día me dejan más sorprendida. ¿Tan desesperados están? Leerlo me ha impactado un poco, y mis dudas vuelven a surgir. ¿Cómo encajo yo en todo esto? Entonces, veo que Barry ha escrito algo.
No hagas caso de estos niñatillos, Jill. Están intentando ser amables... a su manera.
Sonrío. Barry. La voz sabia de la conciencia. Creo que él es el único que consigue mantener a raya a todos los machitos que hay sueltos en ambos equipos. Forest contesta:
Gracias por llamarme niñatillo, Barry. Ya sabes que la presencia de una mujer siempre es bienvenida. Estar encerrado con tantos tíos no mola. Al menos, nos alegramos el día.
Bueno, podría haber sido peor. Pero entonces el corazón me empieza a latir con fuerza al ver que Chris ha comentado algo.
Sí, y mucho. Jill aporta el toque femenino a esta panda de matones.
Río al leerlo. Estos tipos a veces tienen mucho arte. Aún recuerdo los chistes de Joseph el otro día mientras comíamos algo en la sala de reuniones. Creo que hacía muchísimo tiempo que no me reía así. Y él, con un público tan complacido, iba subiendo el listón.
Vamos, chicos, a disfrutar del día.
Me sorprendo al ver que el que ha escrito eso no es ni más ni menos que el mismísimo capitán Wesker. Creo que es la primera vez que lo veo intervenir en este tipo de conversaciones.
¡Y encima el jodido ha añadido una cara con gafas! ¡Qué oportuno!
Decido dejar a un lado la conversación con mis colegas y me pongo manos a la obra. En poco más de diez minutos el suelo del cuarto de baño y el pasillo están completamente mojados. Me siento en el sofá y cojo el teléfono inalámbrico de la casa para realizar una llamada.
No he hablado con mi padre desde el día en el que llegué. El pobre estará preguntándose dónde me meto. Y claro, como él no puede llamar... Pensar en Dick me entristece más de lo que me gustaría. Estoy bastante lejos, a unos quinientos kilómetros aproximadamente, y no puedo verlo todo lo que me gustaría.
Pero bueno, todo sea por mantenerme lejos de las rejas. Como dice mi padre, ya hay bastante con un Valentine en el talego. Busco el número en mi cartera y lo dejo sobre la mesa de cristal. Lo marco con dedos temblorosos y me llevo el auricular al oído. Al tercer tono, oigo que descuelgan al otro lado.
-Prisión estatal de New Orleans. ¿En qué puedo ayudarle? -me habla un hombre con tono aburrido. La vida en la prisión no debe ser lo más emocionante del mundo. Suerte que en la comisaría otros se encargan de eso.
-Buenas tardes. Me gustaría hablar con Dick Valentine.
-No cuelgue. Enseguida se lo paso.
La espera se me hace eterna. Estoy deseando oír la voz de mi padre al otro lado. Lo echo tanto de menos... Desde que nos hemos separado, me siento más sola que nunca. Antes pasaba mucho tiempo sin compañía, sí, pero no era lo mismo. Sabía que podía contar con Dick siempre que quería.
Aún recuerdo la vez en que se lo llevaron...delante de mis ojos. Se me escapa una lágrima. Vaya, ya estoy con los sentimentalismos otra vez. Se nota que estoy a punto de ponerme con el período. Fue el peor momento de mi vida, más incluso que perder a mi madre.
Me hubiera gustado tanto pasar más tiempo con ella...
Cuando yo apenas tenía tres años, la perdí. Tengo pocos recuerdos de ella. Lo que sí tengo claro es que me encanta el piano gracias a ella. Miro con añoranza el piano que hay en mi salón. Me viene a la mente la primera vez que me sentó en sus brazos delante de él. Yo apenas tenía dos años...
-¡Ya era hora de que me llamaras! -interrumpe mis pensamientos la voz de mi padre al otro lado. Casi me sobresalta, y no puedo evitar volver a derramar más lágrimas.
-Hola, papá - consigo decir con la voz tomada.
-¿Estás bien, hija? -me pregunta preocupado.
-Sí... sólo estaba acordándome de mamá, de cuando me dejó tocar el piano por primera vez.
Conozco muy bien a mi padre, y sé que está sonriendo aunque no puedo verlo. Con él tengo confianza total, y le cuento todo lo que pasa por mi cabeza.
-Te quedabas embobada escuchándola. Has heredado su talento -esta vez me toca a mí sonreír -. Bueno, ¿y qué tal la vida por Raccoon City? ¿Te vas adaptando?
-Al principio me ha costado un mundo. Todo es muy diferente aquí. Me gusta mi trabajo, pero... no sé... no creo que sea la adecuada para esto.
-¿Por qué? ¿Por ser una Valentine? Mira, si estoy aquí es porque he cometido un error. Todo el mundo dice que soy el mejor en esto, pero hasta los mejores fallan -ríe -. Así que no debe ser un problema.
-Papá, el jefe de policía y mi capitán están al tanto de todo. Han estado investigando, y creo que saben más de lo que aparentan.
Guarda silencio unos segundos y responde con tranquilidad.
-¿Qué esperabas? Estás en la élite. Lo sabrán absolutamente todo sobre ti. No se iban a pillar los dedos metiendo a alguien que nos les interesa. ¿Te han comentado algo al respecto?
-Sí, que no van a tomar cargos contra mí por trabajar para ellos. Que lo único que buscan de mí es mi experiencia y mis capacidades.
-¿Lo ves? A ellos no les importa. Te han contratado porque ese puesto estaba destinado a ti. ¿O tú no piensas lo mismo, Jilly?
-He de reconocer que aún me cuesta un poco asumirlo, pero lo que he visto por ahora me gusta. Lo único malo es que todos mis compañeros son hombres.
-¿En serio? -comenta mi padre divertido. ¿Qué le hará tanta gracia? -. Deberías estar encantada de ser el centro de atención de todos ellos. ¿Son muy mayores?
-Más o menos de mi edad... Año arriba año abajo.
-¿Y qué tal con tu jefe?
-Es muy serio y bastante distante. Pero es muy profesional. Sólo me han hecho falta días para comprobarlo.
-Bueno, al menos no te está martirizando mucho.
Ambos reímos. Suspiro. Cuánto echo de menos su espontaneidad y sus consejos.
-Necesitabas este cambio, cariño -vuelve a decir Dick -. Puede que aún no lo comprendas, pero con el tiempo espero que veas lo importante que ha sido que hayas encontrado este trabajo.
No sé qué decir. ¿Qué me gustaría estar más cerca de él? ¿Qué me alegro de no estar entre rejas? Siento un nudo en la garganta. Si hubiéramos hecho las cosas de otra manera, si él hubiera sido más cuidadoso...
¿Y no te alegra en el fondo haber recibido ese entrenamiento? Te ha sido muy útil en la Delta Force y en la vida diaria.
Cierto. Soy capaz de abrir cerraduras en poco menos de veinte segundos con dos horquillas para el pelo, e incluso puedo caminar sin hacer ruido. En mi anterior puesto se quedaban asombrados con mis habilidades. Pero, claro, ellos no me investigaron. Irons sí.
-Te echo de menos, papá...
-Yo también, pequeña. Pero aún me queda una buena temporada aquí -suspira con resignación. Cómo odio toda esta situación. Me entran ganas de gritar -. Aún no hay una sentencia firme, pero mi abogado no crea que la resolución sea grave.
Sé que lo dice para tranquilizarme, pero algo en su tono de voz me dice que tiene sus dudas. Ojalá sus plegarias sean escuchadas y todo esto no se alargue mucho.
-Bueno, Jilly, ya han pasado los cinco minutos. Ya vienen a por mí -apremia mi padre.
-Intentaré ir a verte lo antes posible, papá. Te quiero.
-Cuídate. Yo también te quiero.
Dejo el teléfono en lo alto de la mesa con lentitud y me acomodo en el sofá. Hablar con Dick me ha dejado un poco más tranquila. Él no duda de mí. No he querido contarle mi pequeño ataque de cobardía de principios de semana porque me hubiera estado regañando todo el tiempo.
Creo que era lo que necesitaba. Me ha tranquilizado respecto a mis dudas en el trabajo y a mis compañeros. Tengo que tomármelo con calma y seguir adelante. Es lo que mi padre quiere... y yo. Debo hacerlo por los dos. Vuelvo a mirar el piano y una sonrisa se dibuja en mis labios.
Y ahora... ¡un poco de música!
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Re: Fanfic: Todo o nada

Mensaje por Lucy Norton » 13 Nov 2015 17:48

Hola a todos de nuevo. Aquí os traigo como cada semana un nuevo capítulo. Éste lo voy a poner oculto porque tiene contenido altamente sexual. ¡Saludos!
Oculto:
4.


No sé cuántas copas llevo ya encima. ¿Cuatro? ¿Cinco? ¿Qué más da? Lo importante es que lo estoy pasando muy bien. Y lo mejor de todo es que mañana tengo el día libre. Así que tengo carta libre. Río al pensarlo. Me siento como en el limbo... Hambriento desde que Elliot me escribió por Whatsapp.
Había quedado esa noche con Jessica Crackford, del departamento de delitos infantiles. Lo que él no sabe es que no es la primera vez que me cito con Jessica. Esa mujer ya se me ha insinuado en más ocasiones, aunque sólo he caído en sus redes un par de veces.
La verdad es que no me arrepiento. Siempre que hago estos juegos me divierto, y mucho. No es que piense en ella como la mujer de mis sueños, pero no está nada mal para descargar tensiones. No sé por qué. Cuando me encuentro presionado, triste o desmotivado, me apetece hacer este tipo de cosas.
Es... mi forma de desconectar. Digámoslo así. Barry, que conoce algunas de mis salidas, no comparte mi forma de ver este modo de relajarme. No es que sea un adicto al sexo, puedo vivir sin él un tiempo. Pero mi cuerpo a veces pido más, y no me privo de ello.
Así que allí estoy, tomando unas copas con Jessica y Elliot en el apartamento de éste mientras charlamos animadamente. Hablamos sobre todo del trabajo, de lo exigente y agotador que puede llegar a ser a veces. Doy un sorbo a mi cubata mientras escucho a Elliot dar su opinión sobre la manera de llevar las cosas de Irons mientras juega con el pelo de Jessica entre sus dedos.
Toda esta situación me pone a mil. Saber que esa mujer se va a entregar a nosotros de un momento a otro me produce calor y deseo. Los observo atentamente... y ellos parecen querer lo mismo. Me desabrocho un par de botones de la camisa. El calor empieza a ser agobiante. Fuera, oigo cómo llueve.
-¿Sabéis lo que os digo? -comento mientras dejo la copa en la mesa y continúo el hilo de la conversación -. Si Irons fuera un jefe digno, no iría todo el día echando mierda allá por donde va. A ese tío le faltan cojones.
-¡Cómo lo sabes! -chilla Elliot antes de chocarme la manos. Suerte que es una casa bastante alejada de la civilización y podemos hacer el ruido que nos dé la gana.
-El otro día no paraba de mirarme el culo -suelta Jessica con una sonrisita -. ¿Y sabéis lo que le dije? Se mira pero no se toca.
Los tres reímos a carcajada limpia revolcándonos en el cómodo sofá. No hay policía de Raccoon City que no se ría de él en un momento u otro. Es lo que tiene ser un gilipollas asqueroso como él. Elliot se pone serio de pronto y mira con deseo a Jessica, a la que no se le pasa inadvertido nada.
-Pero nosotros podemos tocarte, ¿verdad? -pregunta Elliot acercando su rostro al de Jessica. Ella, ni corta ni perezosa, le muerde un labio juguetona. Noto cómo el calor vuelve a subir por mi cuerpo.
-Todo lo que queráis.
Y entonces, se sienta en mis rodillas y me echa los brazos por encima. Su boca busca la mía y la encuentra de inmediato. Nuestras lenguas juegan con suaves movimientos. A mi lado noto cómo Elliot se está quitando la camiseta. Cierro los ojos con la boca aún de Jessica en la mía. Qué sensación más excitante.
Se aparta un poco de mí y vuelve a besar a Elliot mientras me va desabrochando la camisa. Yo termino de quitármela y paso las manos por las caderas de Jessica mientras ella sigue besando a Elliot. Pongo las manos en su prieto culo, y el cuerpo me arde ya.
Lo que haría yo con ese culo...
Jessica y Elliot se levantan, y yo hago lo mismo. Sitúo mi torso desnudo en la espalda de Jessica y mi erección en su culo. Uf, qué caliente estoy, por favor. Le aparto un poco el pelo y la beso por el cuello con mimo. Empieza a gemir de placer. Le encanta lo que le hago.
-Vaya, Chris...me encanta lo empalmado que estás -me murmura al oído echando su cuello hacia atrás, haciéndolo más accesible a mi boca.
-Todo para ti, nena -le susurro pasando la lengua por todo su cuello.
Elliot le ha quitado la camiseta y masajea sus pechos con ambas manos. Jessica pasa la mano a través del pantalón por el paquete de Elliot, que está igual de excitado que yo. ¿Cómo una mujer puede volvernos loco en un segundo? Es maravilloso.
Jessica se aparta de nosotros, y nos empuja contra el sofá. Con una sonrisa pícara se quita el sujetador con lentitud y lo deja caer al suelo ante nuestra atenta mirada. Dios, qué pechos tan grandes. Sus pezones están duros. Los quiero dentro de mi boca.
Jessica se sienta en las piernas de Elliot, y mientras él se quita el pantalón, yo cojo uno de sus pezones y lo chupo una y otra vez. Lo mordisqueo. Disfruto de su sabor, de su tacto. Me vuelve loco.
Dejo que Elliot se encargue un poco de ella también. Me levanto del sofá y me quito el pantalón mientras los observo besarse. Jessica abre la bragueta del pantalón de Elliot y estimula su erecto pene. Ambos gimen de placer, y eso me produce mucho morbo.
Jessica me mira y sonríe antes de bajarme los calzoncillos de un tirón. Me muerdo el labio. Cómo me gustan las chicas ardientes. Me acerco un poco a ella y se introduce mi pene en la boca. ¡Oh, qué gloriosa sensación! Pasa la lengua por toda mi erección con lentitud, saboreándolo.
Su lengua llega a mi glande, y lo chupa con fuerza. ¡Qué gusto! Estoy en el estado máximo de excitación. Elliot le pasa la mano por debajo de la falda a Jessica y toca sus genitales. Y entonces, ella aumenta el ritmo de la felación, y mientras lo hace, me masturba.
-Uf, nena, cómo me pones... -exclamo mientras cierro los ojos y gimo de placer.
Juega con mis testículos un poco y se saca mi pene de la boca. Estoy a punto de correrme, y no quiero hacerlo en su boca. Quiero hacerlo dentro de ella. Ahora es el turno de Elliot. Mientras Jessica le besa, paso una mano por debajo de su falda y llego hasta su culo.
Lleva tanga. Eso me pone más cachondo todavía. Me arrimo un poco más y restriego mi pene por sus cachetes. Eso parece gustarle. Sonrío y Elliot se aparta de Jessica antes de quitarle la falda y el tanga de un tirón.
-Eres espectacular, cariño... -gruñe Elliot antes de chuparle los pezones.
Jessica vuelve a gemir al sentir el contacto en los pezones y mi pene en su culo. Uf, quiero penetrarla ya. Lo estoy deseando. Elliot sienta a Jessica en el sofá y ambos nos ponemos a su lado. Yo masajeo los pechos de Jessica mientras le digo cosas calientes al oído, y Elliot introduce varios dedos en su clítoris. Me encantan estos juegos.
-Estás más que preparada, nena... Estás muy mojada -comenta Elliot aumentando la intensidad de la masturbación.
Los dejo besándose y yo me agacho para sacar los preservativos del bolsillo de mi pantalón. Le paso uno a Elliot y yo me quedo con el otro.
-¿Tomas la píldora, verdad? -le pregunto a Jessica mientras me coloco el preservativo.
-Por supuesto... -responde mirándonos con mucho deseo a ambos.
-Lo utilizaremos por precaución -comenta Elliot poniéndole un mechón tras la oreja -. ¿Quién quieres que te folle primero?
-Chris.
Me acerco al sofá y tomo las piernas de Jessica. Me las pongo en los hombros y hago que se abra al máximo. Cómo me gusta esta visión. Paso los dedos por su sexo húmedo y me enloquezco. Nosotros la hemos puesto así, y es hora de darnos placer.
-Abre bien las piernas -le ordeno mirándola con necesidad. Necesito hacerle el amor -. Cuando yo termine, Elliot te echará otro polvo inmediatamente, y yo te estimularé los pechos. ¿Qué dices?
-Estoy deseándolo -contesta Jessica casi con súplica.
Cuando Jessica está bien abierta, introduzco mi pene en su vagina, que entra sin problemas. Oh, qué a gusto se está allí. Y empiezo a embestir con fuerza. Una... dos... tres... Jessica grita de placer... cuatro... cinco... seis... Pienso en Jill.
Vamos...
Siete...Ocho...Nueve...Noto que estoy a punto de correrme...Diez...Once...Doce... Y entonces, como un huracán, siento que llego al clímax. Jessica se queda quieta en el sofá. Ha llegado al orgasmo también. Sonrío satisfecho y dejo que Elliot ocupe mi lugar.
Se le ve completamente excitado. Coloca las piernas de Jessica a la altura de su cintura, y empieza a penetrarla con energía. Lo observo todo mientras juego con los pezones de Jessica. Los gritos y jadeos llegan a mí y me vuelven a calentar. Estoy un poco agotado, pero no me importaría volver a echarle otro polvo a Jessica.
Tras unas cuantas penetraciones más, Elliot se deja caer en el sofá junto a Jessica. Los tres nos observamos en silencio, pero con la mirada lo decimos todo. Ha sido espectacular. Es la segunda vez que hago un trío. La primera vez fue con dos mujeres, y no podía salir de mi gozo.
Entonces, vuelvo a pensar en Jill, en... lo que me gustaría que fuera ella la que estuviera aquí en vez de Jessica. ¿Por qué pienso en eso? No lo sé, pero siento que sería más feliz. Acerco la mano a mi vaso, que aún tiene algo de líquido, y me lo bebo de un trago.
Ninguno decimos nada. Simplemente nos miramos...deseando más. Cojo un kleenex y me quito el preservativo antes de tirarlo en una bolsa de plástico que hay sobre la mesa. Elliot repite mi acción, y entonces, siento un azote en el culo. Me giro, y observo la sonrisa traviesa de Jessica, que se relame los labios tras beber de su copa.
Así que quieres seguir jugando... Muy bien.
Elliot está tan sorprendido como yo, pero nuestra mirada es pura necesidad. Me acerco a Jessica y la beso con efusividad. Observo por el rabillo del ojo que Elliot está buscando algo en los bolsillos de su pantalón. Rozo con mi miembro la vagina de Jessica.
Mi amigo está otra vez más duro que una piedra. Cómo ponen las mujeres traviesas. Elliot se incorpora y veo que lleva dos preservativos. Nos sonreímos mientras se sienta al otro lado de Jessica y le besa el cuello. Volvemos a estar muy excitados los tres otra vez.
-Vamos a por el segundo asalto, nena... -le susurro al oído mientras la oigo gemir.
-En el cuarto estaremos más cómodos -opina Elliot retirándose de nuestro juguete. Nuestras miradas vuelven a encontrarse, y entiendo lo que quiere decirme.
Sin que se lo espere, cojo a Jessica por las piernas y la subo a mi hombro. Empiezo a caminar hacia la habitación con ella a cuestas y Elliot tras nosotros. Abro la puerta de un tirón y suelto a Jessica en la cama. Qué vista tan espectacular. Desnuda, nos está esperando.
-¿Y ahora qué hacemos contigo? -pregunta con fogosidad Elliot, sentándose en la cama. Yo me sitúo al otro sitio, y los nervios empiezan a comerme. Quiero acción.
-Todo lo que se os antoje...
Y sin más, nos agarra los penes y nos masturba. ¡Oh, qué deliciosa sensación! Cierro los ojos mientras mi cuerpo tiembla de placer. Entonces, Jessica para y nos indica que nos sentemos juntos. Elliot y yo nos acercamos. Cada vez me estoy poniendo más caliente.
Entonces, Jessica se mete las dos pollas en la boca. ¡Las dos! Elliot y yo nos miramos sorprendidos. Dios, qué fiera. Me ha puesto todo el cuerpo de punta. Si sigue así un minuto más, me voy a correr. Nosotros ayudamos un poco y vamos sacando y metiendo a buen ritmo.
Sé que estoy a punto, y paro. Elliot también lo hace. Me pasa un preservativo, lo rasgo y me lo pongo. Nunca hubiera imaginado que me gusta hacer estas cosas. Soy más de dúos que de tríos, pero no puedo negar que lo estoy pasando de escándalo.
-¿Qué te parece si el bueno de Elliot te penetra por delante y yo por detrás? -murmuro sin poder evitar el deseo.
-Me encantaría -responde Jessica poniéndose a cuatro patas sobre la cama.
Elliot se pone debajo de Jessica y ella se inclina un poco más para que podamos tener más acceso a ella. Introduzco mi miembro con lentitud por su ano y jugueteo con mis dedos por su culo. Hacía tanto que no practicaba sexo anal... y lo necesito. Estoy deseoso.
-Iremos aumentando el ritmo y la intensidad -anuncio totalmente fuera de mí -. Si quieres parar sólo dilo, ¿de acuerdo?
Por la forma en la que asiente, sé que no lo va a parar. Me encanta. Le doy un azote en el culo y empiezo a mover las caderas lentamente... Uno... dos... Vuelvo a darle otro azote... Tres... Cuatro... Aumento un poco el ritmo. Cinco... Jessica empieza a gritar de placer...
Cierro los ojos, y dejándome ir, aumento el ritmo de las penetraciones. Jessica chilla más fuerte. Me gusta... Yo estoy a punto de correrme. Vuelvo a pensar en Jill, e imagino que es ella la que está ahí, disfrutando de mi placer. Entonces, el cuerpo de Jessica se arquea y se deja caer sobre Elliot, que emite un gruñido ronco de placer.
Y el siguiente al sucumbir ante tal placer soy yo. Me dejo caer sobre la cama, agotado. En mi cara se dibuja una sonrisa de satisfacción. Esta noche voy a dormir como un auténtico rey.
Bendito día libre.
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Re: Fanfic: Todo o nada

Mensaje por Lucy Norton » 20 Nov 2015 15:52

Muy buenas a todos una semana más. Aquí os dejo otro capítulo. En este he querido mezclar Resident Evil con una de mis pasiones: el baloncesto. Espero que lo disfrutéis. ¡Saludos!

5.


Aparco mi coche en una de las plazas reservadas para los S.T.A.R.S., y veo que otro vehículo se detiene a mi lado. Al mirar, veo que se trata de Chris, y mi corazón de desboca. Llevo dos días sin verle.... y oh... está espléndido a pesar de que son casi las ocho de la mañana.
Lleva el pelo un poco engominado, y está guapísimo. Cómo me gusta que se ponga el pelo de punta. Me saluda con la mano mientras se quita el cinturón, y yo se lo devuelvo con una sonrisa. Me bajo de mi coche y decido esperarlo. Es lo menos que puedo...y quiero hacer.
-Pensaba que en la Delta Force lo pagaban mejor -comenta con una sonrisilla pilla acercándose a mí.
Esta semana he ido conociendo poco a poco a todos mis compañeros, y les he ido contando cosas de mí. Además, aquella cena que hicimos de bienvenida me sirvió para sentirme el centro de atención de todos junto a Richard. Ahora que los conozco un poco más, sé que son buenos tipos.
-Ya, bueno, con todos los gastos que hay: alquiler, comida, ropa, niño... -comento encogiéndome de hombros.
La cara de Chris es un poema al oír lo último. No puedo evitar reírme a carcajada limpia al ver su rostro. Me apoyo sobre mi coche sin poder parar de reír. Madre mía, creo que esta vez me he lucido.
-Eh, que era broma -digo propinándole un cariñoso puñetazo en el hombro.
-Joder, por un momento...
-¿De verdad soy tan buena actriz?
-Te lo prometo -confiesa un poco más relajado y cruzando los dedos -. ¿Qué tal el fin de semana? No te veo desde el viernes.
-Cierto -empezamos a caminar para dirigirnos a la oficina. No queremos que Wesker nos llame la atención por llegar tarde -. La verdad es que he estado bastante aburrida. No conozco mucho aún la ciudad, y no sabía qué hacer. Me he dedicado básicamente a poner un poco de orden en mi casa.
-Vaya, cuánto lo siento... -me dice con una mueca de desagrado. Parece sentirlo realmente. Se queda un rato callado, como si estuviera meditando algo, pero sigue sin decir nada. Cuando llegamos al vestíbulo, vuelve a hablarme -. Si lo hubiera sabido, te hubiera invitado a dar una vuelta.
Voy a responder, pero entonces me doy cuenta de que se queda mirando a una mujer que pasa por nuestro lado con una pila de papeles bajo el brazo. Ambos se miran y sonríen. Cuando pasa de largo, Chris gira la cabeza y se le queda mirando el culo. ¡Sí, el trasero de esa poli!
Vaya, vaya... aquí hay tema. Casi se comen con los ojos. Aunque no sé, esa tía tenía pinta de...guarrilla.
-¿Ligando en el trabajo? -le susurro al oído haciéndolo volver. Chris me mira sorprendido.
-¿A qué te refieres?
-Que vamos a llegar tarde -le suelto perdiendo un poco los estribos.
No sé por qué, pero me siento... celosa. Pensar lo que esa mujer ha podido hacer con Chris... Uf, se me ponen los pelos de punta. Ando con zancadas rápidas y dejo atrás a mi compañero en un santiamén.
A ver, guapita, Chris no es tu novio. Es sólo tu colega de trabajo. Puede irse con quien quiera.
No miro atrás. No tengo ganas de que vuelva a tratar el tema. Intento ir todo lo deprisa posible si quiero evitarlo hasta la hora de la comida al menos. El F.B.I. parece tener una pista sobre los tipos a los que llevamos persiguiendo un tiempo, y puede que eso nos mantenga ocupados toda la mañana.
Abro la puerta de un tirón y veo que ya están casi todos allí. El único que falta es el capitán. Vaya, míster puntual falla por primera vez. Veo a Barry hablar con Joseph y Brad delante de la mesa de Wesker. Al verme, los tres me miran, y yo les sonrío.
-¿Qué tal chicos? -les saludo dejando mis cosas sobre mi escritorio. Entre Richard y yo, lo tenemos totalmente ocupado. No cabe ni un alfiler.
-Hola Jill -responde animado Joseph mientras me acerco -. Estaba poniendo al día a Barry y a Brad sobre un caso que tenemos pendiente.
-¿De qué se trata? -me intereso en el momento en el que la puerta se abre, y por ella aparece Chris.
Tiene los labios apretados. Nuestras miradas se cruzan durante un segundo, el suficiente para darme cuenta de que quizá me he pasado un poco. Chris es un adulto, puede ir con quién quiera. Pero la idea que le hagan daño me produce...miedo. Barry, como perro viejo, ve nuestras miradas y sabe que algo pasa.
-Hace unos días, metieron fuego a un local en el centro de Raccoon -comenta Joseph sin enterarse de nada -. Se piensa que puede existir cierta rivalidad entre los dueños.
-Vaya, ¿hubo heridos? -pregunto con curiosidad. La envidia es tan mala...
-Afortunadamente, no -responde Barry rascándose la perilla -. Según el R.P.D., el incendio se produjo por la mañana, cuando no había nadie allí. Han interrogado a los dueños, pero ninguno suelta prenda.
-Seguro que quieren cobrar el seguro -dice Brad dándole un sorbo a su café.
-Lo creo poco probable -le contradice Chris pasando por mi lado y dándome con el hombro. Frunzo el ceño.
¿De qué va éste? Si quiere provocarme, lo va a conseguir con esa actitud de niño pequeño. Aunque yo tampoco me quedo atrás. Si me va a buscar, me va a encontrar... y puedo ser muy insoportable. Ya sabe en primera persona cómo me las gasto cuando estoy de mal humor.
-Parece más bien un ajuste de cuentas -sigue diciendo Chris apoyando una mano en el escritorio de Wesker -. Hay comentarios que sugieren que no se llevaban demasiado bien.
-Me gusta ver qué estáis tan activos -nos interrumpe el capitán tras cerrar la puerta de la oficina.
Sabemos que la charla ha llegado a su fin. Nos dirigimos cada uno a nuestra mesa, no sin antes compartir otra mirada con Chris. ¿Está furioso? ¿Enfadado? No lo sé. Pero tampoco es para tanto, ¿o sí? Tal vez debería hablar con él y aclarar la situación. Vamos a estar trabajando codo con codo... y no me gustaría volver al principio.
-Bueno, chicos, vengo de hablar con Irons -anuncia el capitán con su habitual tono relajado. Me encanta su profesionalidad -. Los S.T.A.R.S. están organizando una especie de campeonato de baloncesto -observo el gesto de mis compañeros, y creo que es el mismo que el mío: sorpresa -. Quieren fomentar la cooperación y el trabajo en equipo. Actualmente, hay inscritos seis equipos contándonos. Los propios S.T.A.R.S. pagarán todos los desplazamientos que realicemos.
Todos guardamos silencio sin entender aún lo que está pasando. Si no tenemos bastante con nuestros problemas cotidianos, ¿ahora tenemos que formar un equipo de baloncesto? ¿Con el fin de trabajar en equipo? Eso ya lo hacemos diariamente...
-El dinero que recaudemos irá destinado a una causa benéfica -continúa hablando Wesker apoyado en su mesa -. Sobra decir que espero que todos os comprometáis tal y como yo he hecho.
Y creo que esto último lo dice por mí. Madre mía. Lo que me faltaba. Esto es una prueba de fuego. Nadie lo sabe, pero cuando iba al instituto, jugaba en el equipo local, y la verdad es que puedo defenderme un poco.
-Utilizaremos las instalaciones de la comisaría para entrenar. El horario habrá que convenirlo con los Bravo, pero imagino que algunos días entrenaremos un rato por la mañana, y otros por la tarde. Cuando juguemos, lo haremos en el pabellón de la ciudad, que tiene mayor capacidad. ¿Alguna pregunta?
Chris levanta la mano.
-¿En serio tenemos que hacerlo? No es que no me guste el baloncesto, pero... -opina con el rostro aún marcado por la sorpresa. Yo asiento en silencio. Es una ridiculez.
-Chris, lo creas o no, a mí tampoco me atrae mucho la idea -responde Wesker ajustándose las gafas de sol -. Pero Irons ha insistido mucho en ello, y no he podido negarme.
Saca un papel que tiene doblado y se lo pasa a Barry. Mientras veo cómo le echa un vistazo, el capitán sigue hablando:
-Poned al lado de vuestro nombre el dorsal que os gustaría tener. Los Bravo ya han elegido, así que os quedan menos disponibles. Respecto a las posiciones, ya las iremos definiendo conforme vayamos entrenando.
-¿Cuándo será el primer partido? -pregunta Brad muy asustado. Chris me mira y sonreímos. Brad el gallina en estado puro. ¿Querrá decir con esa sonrisa que ha olvidado el percance?
-Lo más seguro es que a finales de febrero, principios de marzo. Tenemos más de un mes por delante para intentar formar un equipo en condiciones.
-¿Y a qué ciudades iremos? -me giro para mirar a Joseph, que es el que ha hablado.
-De momento, Salt Lake City, Augusta, Denver, Washington y Portland -Wesker se cruza de brazos y nos observa atentamente.
Suspiro con resignación. Si no queda otro remedio... Chris observa ceñudo el papel y juguetea con un boli en sus manos.
Quién fuera ese boli...
Niego en silencio. Para de una vez. ¿Estás cabreada con él o no? La que se ha puesto celosa he sido yo... no él. Si la situación hubiera sido al contrario, yo estaría muy cabreada, y ni siquiera le dirigía la palabra. No puedo quitarme de la cabeza la imagen de cuándo estaba observando el culo de esa mujer.
De pronto, Chris se gira y me pasa el papel. Nuestros dedos se tocan unos momentos, y noto cómo un calambre me recorre todo el cuerpo. Él parece sentir lo mismo, ya que se ha quedado completamente rígido. Me doy la vuelta rápidamente y hago como que miro el papel mientras me sonrojo.
Parezco una colegiala en vez de una mujer hecha y derecha. Compórtate.
Busco mi nombre sin demasiado ánimo y lo encuentro casi al final de la hoja. Pero antes, de escribir nada, decido curiosear un poco. Quiero saber qué números han cogido los demás para hacerme una idea.

Aiken, Richard 17
Burton, Barry 25
Dewey, Edward 99
Frost, Joseph
Marini, Enrico 5
Redfield, Chris 21
Speyer, Forest 23
Sullivan, Kenneth 11
Valentine, Jill
Vickers, Brad
Wesker, Albert 0

Vuelvo a leer la lista indecisa. Hay tantos números... El siete es mi número favorito. Es el que utilizaba cuando jugaba... y no está cogido. Lo pienso unos segundos, y decido innovar un poco. Como soy la primera mujer que llega a los S.T.A.R.S. de Raccoon City... mi número es el uno.
Lo garabateo junto a mi nombre y le paso el documento a Joseph. Una cosa menos de la que ocuparse hoy. Siguiente.

Es por la tarde, y fuera está lloviendo a mares. Hemos quedado a las cinco para realizar el primer entrenamiento, o lo que es lo mismo, la primera vez que voy a hacer el ridículo delante de mis compañeros. Estoy completamente segura del plan en el que vendrán: machitos deseosos de lucirse ante una dama y demostrar a los otros quién es el mejor.
Pongo los ojos en blanco mientras me ajusto los pantalones cortos. Cuando jugamos en casa, nuestro uniforme es blanco, y cuando lo hacemos fuera, celeste. Aún no los tenemos. Tienen que ponerles nuestros nombres y los dorsales. Wesker dice que posiblemente los tengamos la semana siguiente.
Cuando llegué a los vestuarios, me sorprendió ver que nos habían dejado a cada uno una camiseta y unos pantalones con nuestro nombre para que pudiéramos entrenar. La camiseta es blanca, con el símbolo de los S.T.A.R.S. grabado en el pecho y nuestro apellido en la espalda.
Wesker nos ha dado un descanso para tomarnos algo antes de reunirnos con el equipo Bravo para entrenar un poco. Hoy será algo suave, según él. Nosotros ya tendríamos que habernos ido a casa...pero aquí seguimos los Alpha. Cojo un balón que hay en uno de los laterales y lo boto.
Es perfecto. Bota con suavidad y sin sacudidas bruscas. Nuestro entrenador del instituto nos enseñó la importancia de que el balón tuviera la suficiente presión para poder rodarlo en condiciones. Me paro en la línea de tiros libres y miro a canasta. Está a una altura aproximada de dos metros y medio.
Con mi uno sesenta y cinco poco voy a poder hacer me parece a mí. Cuando jugaba, no me caracterizaba especialmente por ser una tiradora excelente. Lo mío eran los pases y los robos. Boto el balón sobre la línea y me dispongo a lanzar un tiro libre. Lanzo el balón... no toca ni aro.
Niego con la cabeza en silencio. Suerte que no hay espectadores. Corro hacia el balón y lo atrapo en el aire. Creo que primero debería hacerme con él antes de empezar a tirar como una loca. Lo boto una y otra vez mientras troto, e intercambio de mano. Tampoco lo sabe nadie, pero soy ambidiestra.
Me detengo y me paso el balón por la espalda. Ese gesto le encantaba a mi entrenador. Y luego boto el balón por entre mis piernas. Bueno, parece que después de todo no he perdido todo el tacto. Corro hacia la canasta y me elevo. Dejo una bonita bandeja.
Vuelvo a recoger el balón y me alejo un poco de la canasta. Salto y tiro...y fallo. Pero al menos he tocado aro. Bien. Corro de nuevo hacia el balón, y nada más cogerlo, lanzo. Entra limpia. Sonrío. Ya se va activando mi muñeca. Me coloco en la línea de tres.
Nunca se me han dado bien ese tipo de lanzamientos, pero sé que debo practicar tanto como pueda si quiero ayudar al equipo. Me elevo y lanzo en el momento en el que oigo la puerta abrirse. Miro de reojo y veo cómo el tiro entra sin tocar el aro. Sé que muchos ojos me miran, y me sonrojo.
-Eh, chicos, vamos a tener competencia -comenta Forest mientras se acerca a mí y me choca la mano -. Así se hace, Valentine.
Le sonrío. Le observo botar el balón mientras me acerco al resto del equipo. Me sitúo en un sitio libre que hay junto a Richard, al que saludo con brío. Somos los novatos, y el resto sólo busca impresionarnos. Wesker se pone delante de nosotros para explicarnos qué es lo que vamos a hacer. Tiene una pequeña pizarra en la mano con forma de cancha de baloncesto.
-Bueno, chicos, ha sido un alivio veros a todos aquí -hay una sonrisa general -. Como sabéis, en el baloncesto sólo pueden jugar cinco jugadores a la vez por equipo. Por lo tanto, hay cinco puestos - destapa el rotulador y escribe en la pizarra -. Base, escolta, alero, ala - pívot y pívot. Hoy vamos a definir nuestros puestos. Otro día entraremos de lleno en las reglas. ¿Alguna pregunta?
Chris, cómo no, levanta la mano. Por la sonrisa de Wesker, intuyo que lo esperaba.
-¿Quién será el entrenador?
-Yo supervisaré todos los entrenamientos que hagamos -explica el capitán dejando el material en el suelo -. Pero el entrenador será el jefe Irons.
Me quedo boquiabierta. ¿Qué? ¿Qué ese cerdo nos va a dar órdenes sin tener ni puñetera idea de esto? No es que me imaginara que un profesional vendría a enseñarlo. Pero seamos lógicos, por el amor de Dios.
Prefiero mil veces recibir órdenes de Wesker que de ese canalla.
Todos nos hemos quedado en silencio. Aún estamos asimilando la noticia. El capitán, al darse cuenta de ello, atrae nuestra atención con unas palmadas. Todos volvemos a mirarle, y él sonríe como si de un mismísimo tiburón se tratara.
-Bien, Enrico y yo hemos pensado realizaros una serie de pruebas para ver en qué posición encajaríais mejor -comenta Wesker volviendo a serenarse. Es increíble la facilidad con la que pasa de la broma a la seriedad -. Primero, lanzaréis desde varias posiciones. Segundo, intentaréis coger tantos rebotes como podáis. Tercero, intentaréis asistir a vuestro compañero mientras os defienden. Y cuarto, un uno contra uno contra tres compañeros elegidos al azar. ¿Qué os parece?
Nadie comenta nada. Lo de Irons ha sido un golpe bajo que absolutamente nadie se esperaba. ¿Querrá ese cabrón pavonearse un poco para que la gente lo vote como próximo alcalde? Chris me estuvo contando durante la cena de bienvenida que el jefe de policía tenía la ambición de ser el alcalde de la ciudad.
Sólo en ese momento entendí los gestos dulces que hacía Irons cuando se refería a Raccoon City. Loco, loco de remate.
Wesker se ofrece voluntario para ser el primero en entrar en acción. Crece la expectación. Enrico se levanta y toma un bloc de notas que hay en el suelo para calificar, con toda seguridad, la actuación de mi capitán. Wesker coge el balón y corre como una bala hacia canasta.
Y casi sin pestañear, la hunde hacia dentro. Estoy boquiabierta. Sólo oigo unos tímidos aplausos procedentes de algunos de los miembros del equipo Alpha. El capitán se dirige en esta ocasión hacia la línea de tres, se eleva, tira... y anota. Más aplausos. Corre hacia el otro lateral y, girándose, lanza a canasta. Ni roza el aro.
Madre mía. No tenía ni idea de que el capitán fuera tan bueno. Creo que todos están tan sorprendidos como yo. La voz de Enrico irrumpe con sonoridad en el silencioso pabellón.
-Richard, Joseph, tirad a fallar para que el capitán Wesker pueda coger los rebotes -les indica el capitán del equipo Bravo con calma. Veo que Wesker le lanza un balón a Richard, y otro a Joseph.
Joseph lanza el primero, toca el aro, y Wesker lo atrapa sin despeinarse. Richard, desde el otro lado, lanza. El balón hace la corbata y el capitán vuelve a atraparlo al vuelo. No imaginaba que pudiera tener tanta calidad. Es increíble verlo.
Con un solo balón en juego, toca el turno de los pases. Defiende Richard. Extiende los brazos ante el capitán para que no pueda pasarla al otro lado, pero, sin que nadie lo espere, el balón se eleva en el aire y Joseph lo coge al vuelo antes de machacar el aro.
Muchos vitorean la acción, y yo aplaudo con fuerza. Pues sí que tenían escondidas todas sus cartas. Mientras observo cómo Richard y Joseph intercambiaban posiciones, miro a Chris, que sonríe un poco tenso. ¿Está nervioso? La verdad es que no lo parece.
Wesker se deshace de Joseph con mucha facilidad a mi ver y se la pasa a Richard, que deja una bandeja.
-Jill, ve con ellos para defender el ataque -me ordena Enrico con una sonrisa, como queriendo darme ánimos.
Su aviso me pilla de sorpresa y me asusto. Uf, no quiero ir. Las piernas me tiemblan como si fueran gelatina. Pero, haciendo uso de todo mi temple, intento levantarme y dirigirme hacia la canasta. No miro atrás, aunque sé que todas las miradas están puestas en mí.
Wesker sonríe cuando por su lado, y me indica que soy la primera. Trago saliva con muchísima dificultad. La defensa se me da mejor que el ataque, y visto lo visto, estoy temiendo.
-Si en veinticuatro segundos no tiro, significará que no te has despegado de mí. Vamos.
El capitán bota el balón con la derecha, lo que quiere decir que casi todos sus ataques van a venir por esa banda. Extiendo un brazo en horizontal y pongo otro delante de su cara para molestarle. Wesker corre hacia la derecha y le sigo. Se adentra un poco en el área, pero tengo bien cubierta la zona y no avanza mucho.
Enrico le grita que le quedan quince segundos. Wesker corre hacia mí y yo me quedo en mi sitio con los brazos elevados. Su codo choca contra mi brazo derecho y caigo al suelo del impacto. Me doy un culazo que me duele hasta en lo más profundo. Pero lo que me sorprende es que el capitán ha conseguido anotar.
-¿Todo bien? -me pregunta mientras me ayuda a levantarme. Asiento en silencio y me llevo la mano a mi dolorido trasero. No voy a poder sentarme en un rato -. Buena defensa, aunque te ha faltado intensidad.
¿Intensidad? Pero si lo he dado todo para pararlo. Y lo he conseguido en cierto modo. Además, recuerdo que estaba fuera del semicírculo, y hubiera sido falta en ataque suya. Pienso decírselo, pero decido callarme mejor. No quiero meter la pata. Le deseo suerte a Joseph con la mirada y observo el ejercicio.
Joseph deja entrar sin demasiada dificultad a Wesker en la zona, que anota con un gancho. Niego en silencio. Lo de Joseph no es la defensa, está claro. Y Richard... más de los mismo. Observo cómo el capitán no hace ningún tipo de comentario como me ha dicho a mí. Eso...me alegra.
El capitán sonríe satisfecho mientras volvemos con los demás. Los tres están empapados en sudor. Yo también voy a tener que sudar la gota gorda. Aún queda lo peor, cuando tenga que salir yo sola.
-¿Qué tal ha ido? -le pregunta Wesker a Enrico antes de observar las anotaciones.
-Excelente, capitán. Serías un buen alero o ala - pívot -comenta Enrico rascándose distraídamente la cabeza.
-Me quedaré en la posición de cuatro -afirma anotando algo -. Aunque a veces jugaré de tres.
Algunos arquean una ceja sin entender una mierda de lo que están hablando. Yo, por las palabras de mi entrenador, sé de qué hablan. Estoy segura de que todo esto lo explicarán más adelante. El siguiente en hacer los ejercicios es el propio Enrico que, aunque no deslumbra tanto como Wesker, no lo hace del todo mal. También le asignan la posición de cuatro, aunque a veces también lo hará de pívot.
Llaman a Brad Vickers, que tiembla de arriba a abajo. Veo cómo Barry, Chris y Joseph se ríen al verlo... y yo me compadezco. Pobre Brad. Aunque sea un patán, me da lástima. Nunca entenderemos cómo ha conseguido el puesto. Sí, es un informático buenísimo, un piloto decente, pero por todo lo demás... un completo desastre.
No da una el pobre. No llega a aro, los rebotes se le escapan y no conecta los pases con Ken y Barry. Wesker me llama para que vaya a defender el tiro de Brad. Me acerco con lentitud otra vez hasta situarme delante de mi asustado compañero. Estoy confusa. ¿Le dejo anotar? ¿Defiendo bien?
Decido no esforzarme mucho, pero si me lo pone a huevo... no le dejaré entrar. Brad bota el balón con la mano derecha... y se le escapa. Pongo los ojos en blanco. Paciencia, señor. Brad consigue atraparlo, pero antes de que se dé cuenta, meto la mano y me quedo con el balón.
Te lo dije. Si me lo ponías fácil, no iba a dejar de pasar la oportunidad.
Me alejo de él con un gesto de disculpa. Pobrecillo. Su cara está tomada por el horror. Ken ocupa mi puesto y me pongo junto a Joseph, que susurra:
-Espero que lo pongan de recogepelotas... Aunque creo que no sirva ni para eso.
Sonreímos ampliamente, pero inmediatamente le mando a callar porque los capitanes nos están mirando. Ken, con mucha facilidad, tapona el intento de tiro de Brad. Sus más de metro noventa y su envergadura, ayudan bastante. Los cuatro volvemos con nuestros compañeros, y oigo a Wesker decir simplemente:
-Escolta.
Salen algunos más del equipo Bravo, y le toca el turno a Barry. Observo atentamente cada una de sus actuaciones aplaudiendo cuando lo hace bien. Finalmente, a Barry le asignan el puesto de ala pívot. Me estoy dando cuenta de que casi todos están yendo de cuatro o cinco... No sé si eso será bueno.
Sólo quedamos Chris y yo. Primero sale él, y trago saliva con dificultad. Se mueve con garbo, como si quisiera demostrarles a los demás que también sabe hacerlo bien. Hombres... Sólo quieren impresionar. Lanza tres tiros a canasta, y los encesta todos. Pero lo más impresionante fue el mate que realizó que nos dejó a todos con la boca abierta.
Barry y yo salimos para tirar a canasta y que coja los rebotes. Los captura todos sin problemas. Y entonces, llega el momento de las asistencias. Yo defiendo primero, y Barry espera el pase. No se lo pienso poner fácil. Intento poner una mirada desafiante, para demostrarle que no voy a dejarle ni un centímetro.
Intenta pasarle el balón por la izquierda, pero tengo bien cubierta la zona. Barry no se desplaza. Eso es bueno. Y entonces, se mueve un poco hacia la derecha. Voy delante, pero dejo un pequeño hueco y Chris aprovecha para darle el pase. Mierda. He fallado.
Barry intercambia su posición conmigo. Barry es un poco más alto que Chris, y lo va a tener difícil para superarlo. Espero y espero. Pero Chris no se decide. Entonces, corro hacia donde están ellos y hago un bloqueo. Chris pasa por mi derecha y yo le sigo. Me da el pase y yo se la devuelvo en el aire. Con una mano, la agarra y la empuja hacia dentro.
Increíble. Simplemente con la mirada nos hemos entendido. Barry y él me sonríen, pero el rostro del capitán es bastante serio. Sé que la he liado... pero quiero ir mostrando mis cartas. Wesker se ofrece voluntario para el uno contra uno con Chris, y yo y Barry somos los siguientes.
Nos situamos a un lado observando lo que ocurre en la cancha. De pronto, la voz de Barry llama mi atención:
-Se puede cortar la tensión con un cuchillo -murmura casi sin hablar. Wesker no se lo está poniendo fácil a Chris.
-¿Por qué lo dices?
-Habéis discutido por algo.
Me quedo sin habla. ¿Tanto conoce a Chris como para saber de nuestros celos? Bueno, mis celos más bien. Durante unos segundos no digo nada, y veo cómo Chris tira, pero falla.
-¿Eres consejero sentimental o algo de eso?
Barry ríe.
-No, es sólo que...quiero que haya buen rollo.
Pero creo que quiere decir algo más. No lo sé porque me toca. Bueno, veamos de qué eres capaz, señor Redfield. Vuelvo a situarme delante...y él sonríe... y no me gusta nada. ¿Qué estará tramando? Debo concentrarme. Chris, bota, bota y bota el balón, pero no se mueve.
¿Qué coño está haciendo? Sólo está tratando de despistarme. Cuando falta cinco segundos avanza, corre, y yo voy de espaldas a canasta. Entonces, me pasa un brazo por la cintura y nos elevemos. Tira a canasta, pero no sé si anota porque caemos al lado. Chris cae sobre mí... y veo el deseo en sus ojos.
Trago saliva con dificultad. ¿No irá... a besarme? Pero entonces, se aparta y me da la mano para ayudarme. Su contacto vuelve a dejarme electrificada. ¿Por qué siempre es igual? Este hombre... me está volviendo loca. Barry se va a defender. Como es amigo de Chris, se lo pone fácil.
Wesker le comunica a Chris que jugará de tres. Siempre. Y entonces, es mi turno. Tengo de espectadores de lujo a Chris, Barry y Wesker, que se van a quedar para hacer los uno contra uno. Me acerco a la zona de tres puntos y miro a canasta. Corro como una endemoniada y dejo una bonita bandeja.
-Inteligente...y elegante -comenta el capitán como si estuviera hablando del tiempo.
Voy a la línea de tiro libre. Me elevo y lanzo, pero no consigo anotar. Me acerco a la línea de tres puntos. Chris está detrás de mí. Casi puedo sentir su respiración en mi nuca. ¿Por qué no he ido hacia el otro lado? Tiro... y se queda corto. Primer ridículo de mi puesta en escena.
Wesker y Barry tiran a canasta para que yo vaya cogiendo los rebotes. Con mucho trabajo, los consigo. Me cuesta cogerlos en el aire. Y llega uno de los momentos que estaba esperando. Los pases. Barry defiende primero, y luego lo hará Chris. Barry me sonríe. Creo que me lo va a poner fácil.
Boto el balón por entre mis piernas, lo cual crea un murmullo general. Punto para la novata. Chris se desplaza hacia la izquierda, y lo veo. Entonces, me paso el balón por la espalda y se lo lanzo. Todos gritan entusiasmados. Chris tira a canasta y anota.
Aún puedo escuchar cómo algunos de mis compañeros alaban mi hazaña. Barry me da una palmada en el hombro... y yo le sonrío. Bueno, es el turno de Chris. Extiende los brazos y cubre todas las zonas por las que puede pasar el balón... Todas menos una. Tiene las piernas muy abiertas, y veo que Barry corre hacia la canasta.
Paso la pelota por entre las piernas de Chris y llega hasta Barry. Nuevos gritos de júbilo. Seguro que nadie se lo esperaba. Punto dos para la chica. Puedo ver cómo el rostro de Chris está sorprendido... muy sorprendido. Es hora de los uno contra uno. Wesker es muy duro en defensa, y me obliga a tirar muy mal.
Barry se sitúa delante de mí. Avanzo con la pelota a canasta. Voy hacia la derecha, pero en el último momento cambio a la izquierda... y Barry se queda sentado en el suelo. Detengo el ataque inmediatamente. Le ayudo a levantarme ante la carcajada de todos mis compañeros. Me sonrojo.
-Vamos, tranquila -me anima Barry sonriendo -. Son cosas que pasan.
-Lo siento mucho, Barry -me disculpo cabizbaja. Él me da una palmada y se sitúa junto a Wesker. Entonces, veo a Chris acercarse.
Trago saliva con dificultad. Aún tengo en la mente lo que ocurrió cuando hicimos su uno contra uno, y la manera en que pasó su brazo por mi cadera y cómo caímos...me provocan calor. Le miro a los ojos. No parece mostrar ninguna emoción. ¿Debería entrar en su juego?
Boto la pelota con la derecha. Observo mis posibilidades. Puedo coger para la derecha, y en el último momento, girar hacia la izquierda... Bien, eso haré. Corro hacia la derecha, y él me sigue. Pero paso la pelota por mi espalda y boto con la izquierda. Tengo vía libre. Avanzo un poco y me elevo casi a la altura del tiro libre.
De pronto, noto cómo me abrazan y me hacen perder un poco el equilibrio. Afortunadamente, ya había lanzado, y el tiro, aunque no entra, está cerca de hacerlo. Y entonces, veo que es Chris el que me ha abrazado. Estoy boquiabierta. ¿De verdad que ha hecho eso?
-¡Chris! -grita Wesker un poco enfadado -. ¿Qué estás haciendo?
-Dificultar el tiro -contesta Chris una vez que se ha separado de mí. El contacto no ha durado demasiado... y debo reconocer que me hubiera gustado que se prolongara.
-Vamos, venid aquí.
Camino aún perpleja por todo lo que ha pasado cuando Chris me susurra:
-Eres una caja de sorpresas, Jill... y me encantan las sorpresas.
Y yo me quedo aún más sorprendida. ¿De qué va? Primero discutimos, luego intenta mostrarse amable, y por último juega conmigo. No entiendo nada. ¿Qué diablos está pasando? Necesito pensar, y mucho. Estoy deseando llegar a mi apartamento, darme una ducha y relajarme.
-Excelente, Valentine -me felicita el capitán -. Serás base.
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Re: Fanfic: Todo o nada

Mensaje por Ele Alzerav » 23 Nov 2015 01:20

Tanto tiempo sin verte por aquí Lucy Norton :P

Veo que le estás echando mucha imaginación sobre todo a algunas partes jejeje
Personalmente me ha gustado más la parte del baloncesto que el capítulo hot, con ciertos personajes que no tengo asociado a eso me resulta bastante raro xD

Ánimo con eso, esperamos el siguiente capítulo =D>

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Re: Fanfic: Todo o nada

Mensaje por Lucy Norton » 27 Nov 2015 15:30

Hola a todos una semana más. Vengo cargada con otro capítulo que espero que os guste. A ver si os animáis a comentar más!!! Un saludo

6.


El mes de febrero ha llegado. Sigue haciendo un frío de narices, pero qué le vamos a hacer. Estamos en invierno, así que no podemos quejarnos. No dejamos los paraguas y los chubasqueros ni aunque queramos. Pero como estoy en un local tomándome una copa, no me entero de nada.
He quedado con dos chicas que me llamaron ayer por la tarde por si podíamos vernos en este bar de copas para charlar...y lo que no es charlar. Sé que disponen de unos reservados bastante buenos en los que puedes hacer lo que quieras sin que te molesten.
Le doy un sorbo a mi gin tonic mirando a mi alrededor. La espera se me está haciendo eterna. Llevo casi un mes sin practicar sexo, y la verdad es que mi cuerpo lo pide. Aunque últimamente no se pueda decir que he tenido mucho tiempo. El trabajo y los entrenamientos han acabado conmigo.
Dos veces por semana nos citamos con los del equipo Bravo, bien por la mañana o por la tarde, para entrenar alrededor de una hora. A último de mes tenemos nuestro primer partido oficial. Nos desplazamos a Salt Lake City, en el estado de Utah, una ciudad que me han dicho que es una maravilla.
Debo buscar lugares para visitar durante nuestra corta estancia allí. Puede que quizá anime a mis compañeros para que me acompañen. Nunca he estado por la costa oeste, y creo que esta será una oportunidad magnífica para conocer ciudades a las que siempre he querido ir.
Mi vida se ha centrado en New York hasta que me vine a Raccoon City. No es que me queje. En New York tienes para hacer todo lo que imagines, pero siempre he sentido curiosidad por ver cómo se vive en otras ciudades más modestas, por así decirlo.
Me dejo caer en el cómodo sofá sintiendo que Morfeo me está llamando. Sí, estoy muy agotado. Creo que en el año que llevo aquí nunca me había sentido así. Y mira que me he machacado duro en el gimnasio, pero nada. Parece que los entrenamientos me están cansando más de la cuenta.
Echo un rápido vistazo al lugar. Nadie se fija en mí. Todos están centrados en sus conversaciones, verbales y no verbales, y en las copas que están tomando. Veo a una pareja que pasa por delante de mí y que se pierde tras una cortina que separa el bar de los reservados. Sonrío.
Otros que vienen a pasarlo bien.
Adoro mis días libres. De ser así, tendría que estar en la comisaría trabajando junto a mis compañeros. Consulto mi reloj. Son un poco más de las once. Habíamos quedado sobre esa hora aproximadamente. Son mujeres. Siempre van a llegar tarde. Suspiro intentando tranquilizarme.
Pienso en Jill, como he hecho a lo largo de todo este mes desde que la conocí. Me resulta una mujer muy interesante, y que me atrae mucho. Tras lo ocurrido en la primera sesión de entrenamiento, decidimos hablar. Yo me disculpé haberla estado provocando durante todos los ejercicios.
Pero debo reconocer que todo ese jueguecito de toques me excitó bastante. Jill me dejó muy claro que era capaz de entrar en ese juego, e incluso provocarme, como cuando en broma me tiré a abrazarla. No lo hice con mala intención, sólo para intentar jorobarle un poco el tiro.
Y ese contacto... Mis vellos se ponen de punta cuando lo pienso. Me encantó. Sólo puedo decir eso. Todas las noches en mi cama rememoro el momento más cercano que hemos tenido. Y el calor empieza a subir por mi cuerpo. Mi pene empieza a ponerse erecto. Madre mía, que aún no he hecho nada.
Veo a dos muchachas entrar por la puerta con sendos abrigos. Dejan sus paraguas en la entrada y se ponen a mirar el local. Me están buscando a mí. Las saludo con la mano, y al verme, sonríen. Yo también. Vaya dos bombones me he buscado. Samantha es bastante alta, con el pelo corto negro y unos ojazos verdes preciosos. Madison es una rubia con una melena preciosa y con unos pechos de infarto.
Me levanto de mi asiento mientras observo que ellas ríen. Vaya, a saber lo que estarán pensando. Cojo la mano de Madison y le doy un beso, al igual que Samantha. Se sientan cada una a mi lado.
-¿Llevas mucho esperando, guapo? –me pregunta Madison acariciándome la mano.
-Unos quince minutos más o menos –respondo buscando mi cartera -. ¿Os apetece algo de beber?
-A mí me apetece un Bacardi con coca cola –dice Samantha mirándome.
-Y yo un San Francisco –afirma Madison mientras saca dinero de su monedero.
-Vamos, invito yo –sonrío -. Una noche es una noche.
Me levanto dejando mi chaqueta apoyada en una silla que hay junto a la mesa. Veo cómo ambas se quedan mirándome el trasero y murmuran algo antes de volver a reír. Tanta risa y sin saber de qué va la historia me está poniendo histérico. Me apoyo en la barra y espero a que uno de los camareros me atienda.
La verdad es que últimamente he estado pensando mucho en el rumbo que ha tomado mi vida. En el plano laboral, todo es perfecto. El capitán está encantado conmigo (no puedo decir lo mismo de Irons). Ayer precisamente, entre Joseph, Jill y yo conseguimos atar los cabos en el tema del incendio provocado en un local.
Tras pasar casi toda la semana leyendo informes y escuchando a testigos, hemos llegado a la conclusión de que fue uno de los dueños el que, con un cigarrillo, provocó el incendio que va a mantener ese conocido lugar cerrado durante una temporada. Según hemos descubierto, estaban de trampas por todos lados.
Sin embargo, sólo uno de los regentes tenía constancia de ello, y no se lo contó a su colega. Pero los secretos no se guardan eternamente. El otro socio vio los papeles, pidió explicaciones y tuvieron una discusión. Y para zanjar el asunto, uno de ellos decidió actuar por su cuenta.
De no ser por nosotros, creo que el R.P.D. aún estaría dando palos de ciego. Al final van a tener razón y somos lo mejor que hay en Raccoon City. Pero lo cierto es que Jill no hubiera presionado a uno de los dueños, no habríamos podido esclarecer nada. El capitán quiso que ella personalmente se encargara de sacarle información.
Cuando la vi salir de la sala de interrogatorios parecía divertida por algo que había ocurrido. Por uno momento, pensé que había recurrido a técnicas… poco convencionales. Pero cuando vi al tipo echado contra la mesa y las esposas puestas, me sentí… aliviado.
¿Cómo dijo? Ah, sí: cuando hay que negociar con un hombre, mejor que lo haga una mujer.
Sé que la mayoría de las veces nos ablandamos cuando estamos hablando con alguien del sexo opuesto, pero no sé hasta qué punto será efectivo si te estás jugando el pellejo. Pero no discuto al capitán. La cosa funcionó a la perfección y conseguimos salir airosos.
-¿Qué te pongo? –me pregunta un camarero pasando un trapo por la barra.
-Un San Francisco y un Bacardi con coca cola.
El tipo asiente y camino hacia las estanterías donde tiene todas las bebidas. Suspiro. Lo que sí me tiene un poco preocupado es mi vida “liberal”. No es que no lo disfrute… de hecho, todas y cada una de mis experiencias ha sido bastante satisfactoria. Y de hecho, por eso estoy aquí esta noche.
Sin embargo, comentarios que me han hecho personas cercanas a mi entorno me han hecho pensar, y mucho. Aún soy joven, sí. Sólo tengo veinticuatro años. Tengo toda una vida por delante para disfrutar y hacer lo que quiera. Muchos me consideran muy maduro para unas cosas… y un crío para otras.
Estas cosas me gustan. Debo reconocerlo. Ir con una, con otra, sin tener que preocuparme de nada. Pero me estoy dando cuenta de que no voy a estar así toda mi vida. Sé que levanto pasiones en las mujeres. Veo cómo la mayoría me miran con interés.
Y es que todas mis relaciones se han basado en conozco a una tía, me enrollo con ella, nos acostamos… y hasta otra. Sí es cierto que nunca he ido con la misma mujer más de dos veces. Todos tenemos sentimientos, y no quiero herirlos. ¿Y yo cómo me siento?
Al principio, como una rosa. Los primeros días, genial. Pero cuando pasa más tiempo, me pregunto si la tía no pensará que soy un capullo que sólo va a lo que va. Y luego pienso, y digo, que si vuelven a buscarme es por algo… Ojalá tuviera a alguien cercano con el que pudiera hablar de estas cosas.
¿Y qué pasa con Barry? Es tu mejor amigo. Estará dispuesto a escucharte.
Pero es que no quiero contarle que todas estas preocupaciones vienen a raíz de haber conocido a Jill. Antes de que ella llegara, me daba igual con qué mujer estar. Sólo me importaba desahogarme, pasarlo bien y ya está. Ya me ocurrió la última vez que mantuve relaciones, y estuve toda la noche pensando sin llegar a una conclusión clara.
-Serían once dólares –me dice el camarero poniendo las bebidas delante de mí.
Le doy un billete de veinte dólares y espero el cambio. En fin, lo mejor será olvidarse del asunto y no jugar con fuego. Hay que disfrutar del momento y ya está. Guardo las monedas que me da el camarero y cojo las bebidas. Me acerco a la mesa donde Madison y Samantha hablan animadamente.
-¿Cómo te va, Chris? –pregunta Samantha cuando dejo las bebidas en la mesa y ocupo mi lugar.
-No puedo quejarme –le doy un sorbo a mi bebida -. Acabamos de cerrar un caso que era un quebradero de cabeza.
-Los polis no paráis nunca –dice Madison sonriendo. Yo río.
-Cierto. Ahora mismo, si se produjera un altercado, tendría que intervenir.
Oculto:
-¿Y si el altercado lo hacemos nosotras? –me susurra Samantha al oído y poniendo una mano en mi rodilla.
Su contacto es caliente, ardiente. Estas dos no se andan con rodeos. Trago saliva con dificultad, aunque empiezo a disfrutar de este espectáculo. Madison empieza a mordisquear el lóbulo de mi oreja, y eso me encanta. Si siguen a este ritmo, me las llevo al reservado en nada de tiempo.
-Bueno… en ese caso –murmuro mientras Madison me acaricia el rostro -. Os tendría que castigar por haberos portado mal.
-¿Y qué nos va a hacer, señor agente? –pregunta Samantha pasando los dedos por mi entrepierna.
Cierro los ojos… y disfruto. Noto cómo mi pene empieza a endurecerse y a agrandarse. Madison me besa por las mejillas con dulzura, y yo le acaricio el pelo. Huele a champú y a colonia. Un perfume embriagador. Si hubiera sabido que el juego iba de este modo, me hubiera traído las esposas.
-Por lo pronto, encerraros y ver qué cargos tenéis –digo completamente excitado.
Las cojo de la mano y cruzamos rápidamente la cortina que separa el local de los reservados. Busco rápidamente una habitación que esté libre mientras las chicas se dedican miradas cómplices. Casi al final del todo consigo ver una puerta abierta, y entramos.
Samantha y Madison dejan nuestras bebidas encima de una mesa y yo empiezo a desabrocharme la camiseta. Pero Samantha me detiene y me tumba en la cama. No se acercan a mí. Madison y ella juguetean con sus ropas mientras yo observo cada vez más excitado.
-Nos hemos portado muy mal, señor agente. ¿Nos perdona si le hacemos un striptease? –dice Madison desabrochándose con lentitud los botones de una camisa roja.
-Tengo que meditarlo… - respondo relamiéndome los labios. Estoy deseando tocar y poseer esos pechos.
Samantha se acerca a la cama y se da la vuelta.
-Señor agente, ¿me puede quitar la cremallera?
Me incorporo de un tirón y bajo con lentitud la cremallera del vestido mientras Madison arroja a un lado su camisa. El vestido cae al suelo con un sonido sordo, y yo pongo las manos en su prieto culo. Es todo mío. Para hacer con él lo que me plazca. Madison se da la vuelta también y me indica que le quite el sujetador.
-¿Nos perdona, señor agente? –pregunta con voz melosa Samantha posando su culo sobre mi erección. Todo este juego me está poniendo a cien. Le quito el sujetador a Madison con ansia.
-Aún necesito más pruebas para demostrar que sois inocentes… -contesto atrayendo a Madison hacia mí y la agarro de los pechos. Eso le sorprende. Le pellizco los pezones al mismo tiempo que masajeo con las palmas de las manos sus pechos.
Madison gime de placer. Samantha me quita la camisa y me desabrocha el botón del pantalón. En menos de un segundo, estoy sólo en calzoncillos. Madison se levanta y me pone el culo en la cara mientras se quita el pantalón. Samantha se despoja de su sujetador y yo beso el culo de Madison. Qué bien saben jugar.
Yo me levanto y saco de mi cartera un preservativo. Ellas se quitan las bragas y me miran con deseo.
Yo también estoy ansioso, chicas…
Me quito los calzoncillos y me coloco el preservativo muy caliente. Estoy deseando entrar en ellas. Me doy la vuelta y ambas se sientan en la cama con las piernas cruzadas y caras traviesas. Me encantan las chicas malas. Me sitúo entra las dos y Madison empieza a besarme el cuello.
-Madison, siéntate en mis rodillas mirando hacia la puerta –le ordeno. La chica obedece corriendo y se pone encima de mí -. Samantha, quiero tus tetas en mi boca mientras te masturbo.
Dicho y hecho. Madison se introduce mi polla en su vulva y Samantha acerca sus tetas a mi boca y yo las chupo. Le meto dos dedos en su sexo y empiezo a con lentitud a sacarlos y a meterlos. Voy a aumentando el ritmo conforme me excito. Los tres gritamos de placer.
Mi pene entra una y otra vez, estimulándola, haciéndola gritar. Puedo sentir cómo llega hasta el fondo. Mordisqueo los pechos de Samantha un poco y paso la lengua por los pezones. Sigo aumentando el ritmo de la masturbación, y noto cómo un líquido sale por mi mano.
Instantes después, siento que estoy a punto de llegar el orgasmo. Tardo un poco más de lo que pensaba en llegar al clímax, y poco después me corro. Madison aún sigue follándome, pero poco después se deja caer sobre mí con un gemido de placer.
Estoy agotado… y muy saciado. Ha sido breve, pero muy intenso. Espero poder repetir pronto. Necesito recuperarme antes del volver a la carga. Madison se levanta de mi torso desnudo y sudoroso y yo voy hacia el pequeño baño que hay en el lateral. Tiro el preservativo en la papelera que hay junto al váter.
Abro el grifo del lavabo y me enjuago la cara. Me miro en el espejo, y veo a un joven despeinado con marcas de pintalabios en el cuello. Me limpio el pene con una toallita y cojo otro para intentar quitarme la señal que tengo por todo el cuello. Se resiste a salir.
Froto con fuerza sin demasiado éxito. Vuelvo a contemplarme de nuevo en el espejo, y veo que aún tengo restos, aunque la mayoría ya ha desaparecido. Apoyo las manos en el lavabo y apago el grifo. Estoy un poco frustrado. Lo he pasado de maravilla, pero al igual que me pasó con Elliot y Jessica, pienso en otra persona.
Suspiro. Esto no puede seguir así, o voy a volverme loco. Tengo que quitármelo de la cabeza. Jill es mi compañera y punto. No hay ninguna posibilidad. No quiero poner en peligro nuestra amistad por mis calenturas.
¿Y quién te dice que sean calenturas?
Debería salir. Samantha y Madison pensarán que me ha tragado el váter o algo de eso. Sonrío y abro la puerta. Y lo que encuentro me deja completamente boquiabierto. Samantha y Madison se están masturbando la una a la otra. Mis ojos se salen de las órbitas. La temperatura de mi cuerpo vuelve a subir.
Me siento en una silla enfrente de ellas y empiezo a masturbarme yo también. Despacio. No quiero emocionarme. Muevo la mano de arriba abajo dándome placer, sintiendo enloquecer. No aparto la mirada de las dos mujeres que tengo delante. Eso me excita mucho más.
Mi pene vuelve a estar erecto y preparado para jugar cuando las señoritas quieran. De pronto, las dos paran y se me quedan mirando. Samantha se sienta en mis rodillas y me besa en los labios. Madison se lleva mi polla a la boca y la chupa con la lengua. Me entra un escalofrío.
Estoy muerto de placer. Quiero más. Samantha mete su lengua en mi boca y jugamos con ellas mientras Madison sigue jugando con mi sexo. Sigue, sigue, y no se detiene ni un segundo. Noto que estoy a punto de correrme. Voy a decirle que pare. No puedo.
Samantha sigue jugando con mi lengua, y yo me dejo. Entonces, noto que pierdo la noción y me corro en la boca de Madison. Samantha se aparta de mí echándose el pelo hacia atrás y veo a Madison relamiéndose la boca con mi semen. Estoy agotado de placer.
-Delicioso… -murmura Madison chupándose un dedo. Yo sonrío y me levanto.
Busco mi ropa por toda la habitación y me la voy poniendo con parsimonia mientras las chicas charlan y se ríen. Esta noche voy a dormir como los reyes, de eso no tengo duda. Era lo que necesitaba. Llevo varias noches durmiendo bastante mal por culpa del trabajo… y de mi cabeza.
Termino de apretar el cinturón y cojo mi cartera del suelo. Madison y Samantha aún están desnudas, y no parece que tengan prisa por vestirse. Dan tragos a su bebida mientras charlan tranquilamente. Me encanta esa naturalidad de las mujeres. Actúan como si no hubiera pasado nada.
Porque saben que vienen a esto y lo demás les da igual.
Le doy el último trago a mi gin tonic y dejo el vaso vacío sobre la mesa.
-Te marchas, ¿verdad? –pregunta Madison risueña.
-Si quiero ser de utilidad mañana, será mejor que sí –contesto, y ellas ríen alegres. Me encanta demostrarles a las mujeres que puedo ser divertido también.
-Lo hemos pasado muy bien –confiesa Samantha alegre.
-Y yo –reconozco parte en verdad parte en mentira.
Me está volviendo a entrar la pájara de la última vez. No puedo seguir así. Me voy a volver loco. Tengo que hacer algo cuanto antes. De lo contrario, va a empezar a afectar a mi vida laboral, y lo último que quiero es perder mi empleo.
-Nos vemos por el gimnasio, guaperas –se despide Samantha dándome un azote en el culo.
Hago un amago de devolvérselo antes de abrir la puerta y marcharme. Ya buscarán a otro con el que pasar un buen rato. Mi ración por hoy ya está servida. Como dije, me gusta mantener una vida sexual activa, pero no me considero un obseso… aunque mi querido Barry piense lo contrario.
Sonrío al salir del local. Él no sabe de la misa ni la mitad. Tal vez… debería hablar con él… o callar para siempre.
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Re: Fanfic: Todo o nada

Mensaje por Lucy Norton » 04 Dic 2015 16:05

¡Hola a todos! Aquí os traigo un nuevo capítulo. Espero que lo estéis disfrutando tanto como yo.

7.

Hoy me he levantado con ánimo. No sé si será porque siento que estoy perfectamente integrada a mi grupo o a Raccoon City, o porque conseguí sacarle al dueño del Moe’s la confesión sobre el incendio. Ya hace varios días de eso, pero aún me siguen preguntando cómo lo dice.
Wesker lo tuvo claro desde el principio. Supongo que pensó que como era una mujer el sospechoso se mostraría más colaborativo si entraba un poco en su juego y me mostraba amable. Aunque, a decir la verdad, hice todo lo contrario. Lo presioné, presioné y presioné hasta que el tipo se derrumbó.
Al final, detuvieron a los dos socios: uno por provocar el incendio y al otro por intento de agresión. Cuando realizaron el careo…fue todo un espectáculo verlos. Si no llega a ser por la intervención de un poli del R.P.D. se hubieran liado a puñetazos delante de todos nosotros.
Un caso menos del que preocuparse. Ahora, estamos centrados en los traficantes. Aún no hemos dado con una pista clara. La información que nos aportan no nos lleva a ninguna parte. Son callejones sin salida, y cuando nos damos cuenta, volvemos al principio.
Espero que mis compañeros hayan tenido más suerte que yo. Chris dijo que parecía tener algo con lo que empezar a trabajar…pero tiene el día libre.
En otras circunstancias, me hubiera encantado tener a mí este día libre. Es San Valentín. El día de todos los enamorados y, en parte, mi día. Mi padre solía regalarme un precioso ramo de flores todos los catorce de febrero. Este año, sin embargo… Quito de inmediato ese pensamiento.
No es que sea una romántica empedernida, pero, leches, soy mujer. Me encanta que mi pareja me sorprenda, me quiera, tenga sus detalles… Suspiro emocionada. Qué sola me siento desde que he llegado a Raccoon City. Suerte que mis compañeros suelen arrastrarme algunos días a tomar algo con ellos.
Abro la puerta de la oficina y sonrío. Aún recuerdo hace dos días, cuando encontré a Chris con una marca en el cuello. Al verlo, no pude evitar reírme. Qué indiscreción. No sé si sólo fui yo la que se fijó, pero tampoco se notaba mucho.
Me confesó que había estado todo el día intentando quitárselo, pero que no había tenido suerte. Le froté con una toallita desmaquillante y los restos desaparecieron. Me sonrojo al pensar cómo acerqué la toallita a su cara. Parecía que lo estaba acariciando. Él parecía estar muy a gusto… y yo también, lo reconozco.
Estoy muy desconcertada respecto a él. A veces, se muestra muy cariñoso y atento conmigo. Otras, se comporta como un compañero de trabajo. Todo eso es tanto dentro como fuera de la comisaría. Y claro, luego veo cómo se queda mirando a la tiparraca aquélla y cómo llega con marcas de pintalabios…
Puede que sólo esté intentando ser amable. Quién sabe. Nos comportamos de forma amistosa, como dos amigos que se conocen bien. Eso me gusta, y me da confianza. Y no sé, siento que quiero algo más… pero no me atrevo. No quiero poner en juego nuestra amistad por un desliz. Vamos a trabajar codo con codo siempre, y lo último que quiero es llevarme mal con mis compañeros.
Dejando un lado mis pensamientos, me acerco a mi escritorio. Brad grita algo por los auriculares. Parece estar dando instrucciones sobre una maniobra de vuelo. Joseph se tapa los oídos y los ojos. Barry se estira en su silla… y Wesker aún no se ha dejado ver.
-¿Alguien le puede decir a ese capullo que no hace falta gritar? –eleva la voz Joseph por encima de la de Brad, que exclama bien alto ¿Qué decís?
Entonces, Barry se levanta, me sonríe y se acerca a Brad. Le da una enorme colleja que suena en toda la habitación. Joseph y yo lo miramos boquiabiertos cuando lo oímos gritar con su potente voz:
-Me gustaría no perder la audición tan pronto, gilipollas –y arroja los cascos de Brad a un lado.
Vuelve como un miura hacia su sitio sin decir nada. Y al unísono, empezamos a reír. Yo tengo que apoyarme en mi escritorio para no caerme. A veces es imposible no reírte con ellos. Y pensar que tenía tantas dudas al principio… Estoy decidida a no moverme de aquí.
-No se lo tengas en cuenta, Brad –digo cuando por fin consigo parar de reír. Me duelen hasta las costillas.
El gesto de miedo de Brad es patente. Tiene los ojos abiertos como platos y está completamente rígido. Nos mira unos instantes, y vuelve a coger los cascos. El aviso de Barry le ha llegado hondo, y ya no grita tanto. Se limita a tocar una serie de botones en el panel y dar breves instrucciones.
-¿Cenáis aquí o tenéis algún plan? –pregunta Joseph tomando su asiento, junto a la mesa de comunicaciones donde está Brad.
-Ojalá me hubiera dado el día libre –comenta Barry -. Voy a ir con mi mujer a cenar cuando salga a las doce.
-¿Por qué no se lo cambiaste a Chris? –le propongo.
-Sí, tendría que haberlo hecho… -murmura Barry rascándose la barba -. Pero bueno, de todos modos la reserva ya está hecha. Es difícil encontrar mesa hoy.
-Yo me quedo contigo a cenar aquí, Joseph –digo sonriéndole. Él parece sorprendido.
-¿Cómo? ¿Qué una chica como tú no tiene planes para hoy?
-No… La verdad es que no… -me encojo de hombros sin darle demasiada importancia -. No me agobia mucho el tema.
-¡Pero si además es tu día! –exclama cayendo en la cuenta. -. Valentine.
Asiento.
-Cuando estaba New Orleans, yo…
Pero me callo al darme cuenta de que voy a hablar de mi padre. Lo echo tanto en falta… Se me hace impensable que hace seis meses que no gozo de su compañía. Ya casi me he acostumbrado, aunque no termino de asimilarlo. Barry, al darse cuenta de mi silencio, interviene:
-¿Habéis encontrado algo de utilidad?
Le dedico una mirada de agradecimiento. Él sabe perfectamente que poco a poco me voy adaptando, y lo cierto es que los entrenamientos de baloncesto están sirviendo mucho. Lo gracioso es que ahora nadie quiere enfrentarse a mí, porque piensan que voy a “hacerles un Barry”, como mis compañeros han denominado a la acción en la que dejé al propio Barry sentado en el suelo.
Joseph nos mira alternativamente a uno y a otro, pero no dice nada. Parece entender que esa conversación ha terminado. Brad deja los controles y se acerca a nosotros para meterse en la conversación.
-Chris dijo que podía tener una pista –irrumpe la voz de Wesker tras abrir la puerta. Como siempre, sus llegadas nos sorprenden -. Quiero hacer una puesta en común de todo lo que tenemos.
Siempre empezamos la reunión del mismo modo. Exponemos nuestras teorías tras haber leído exhaustivamente folios y folios llenos de informes y declaraciones. Yo estoy más perdida que el barco de arroz, y por las miradas de mis compañeros, intuyo que están en mi misma situación.
Wesker baja un pequeño panel tras su mesa. Yo miro mis anotaciones… y no tengo por dónde cogerlas. Mis teorías y suposiciones son bastante flojas, pero no se me ocurre nada mejor. No es que tampoco tengamos mucho de lo que tirar… pero algo es algo.
El que peor parece estar pasándolo es Brad. Remueve con desorden todos y cada uno de los papeles que tiene encima. Wesker se ajusta las gafas y mira a Barry, que es el que está sentado más cerca de él.
-¿Qué nos traes, Barry?
-Poco, sinceramente –suspira -. Los informes no aclaran nada. Sólo sabemos que se trata de un grupo que está intentando introducir drogas en Raccoon City. No tenemos ni idea de cómo lo hacen, pero lo están consiguiendo.
-Por eso estamos aquí –dice Wesker cruzándose de brazos delante de su mesa -. Yo también he estado dándole vueltas, y pienso que debe haber algún lugar en esta ciudad en el que se reúnan para llevar a cabo sus negocios.
-Tampoco serán muchos. Llamarían mucho la atención –opina Joseph con el ceño fruncido.
-Cierto. También he considerado esa opción.
El capitán escribe en la pizarra “grupo reducido” y “lugar de reunión”. Me mira a mí. Trago saliva con dificultad. Aunque no me produce el mismo efecto que Irons, Wesker intimida a su manera.
-Jill, ilústranos con tus ideas.
-Se me ocurrió que pueden estar utilizando pasajes subterráneos para pasar desapercibidos, como túneles o la estación de metro. Quizá eso pueda explicar por qué nunca los vemos.
Joseph asiente distraído, y Brad está como en estado de shock. Sé que no me he aventurado mucho. Es lo único que se ocurre. No le he dado muchas vueltas tampoco. Wesker me escruta con la mirada durante unos instantes. Es imposible saber qué está pensando. Siempre nos lo preguntamos.
-No está nada mal –comenta sin alterar su expresión -. Es un medio por el que pueden actuar sin ser vistos.
Escribe “túneles subterráneos” junto a lo anterior, y le toca el turno a Joseph. Piensa que los traficantes pueden tener alguna casa o piso franco desde el que dirigen todas sus operaciones bajo una identidad falsa. Wesker se pasa la mano por el pelo, y sin decir una palabra, anota “identidad falsa”.
Brad, un auténtico manojo de nervios, piensa que pueden estar difundiendo la droga a través de objetos que no llaman la atención: peluches, caramelos, relojes… Me quedo un poco sorprendida al oírlo, y creo que los demás también. Puedo ver sus expresiones, e imagino que la mía será la misma.
No imaginaba que Brad tuviera algo más o menos coherente que aportar. Ha demostrado siempre ser un patán que no es capaz ni de encontrar su propio trasero. En los entrenamientos, es todo un espectáculo verlo. Todos, incluida yo, nos mofamos de su torpeza.
El capitán asiente lentamente y anota “objetos sospechosos”. Se sienta en su silla y vuelve a hablar.
-Bueno, falta la opinión de Chris, pero creo que todos más o menos lo sabéis. Le encantan este tipo de cosas –Barry sonríe y yo miro sin poder evitarlo miro al asiento vacío que tengo delante. Se lamentará de que hemos estado trabajando en esto cuando se lo contemos -. Según Chris, cree que este grupo está recibiendo la ayuda directa de alguien poderoso que los está encubriendo. Por si algo falla, tienen el apoyo y los contactos necesarios para quedar limpios.
Asiento lentamente. Había escuchado vagamente la teoría de Chris, pero ahora, que lo miro con más detenimiento, es como si estuviera acusando a alguien. Creo que sabe algo que a los demás se nos está escapando… o simplemente es que no quiere compartirlo hasta estar más seguro.
Tal vez debería hablar con él. Conociendo a Irons, no le hará ninguna gracia que vayamos acusando sin tener ningún fundamento. Por el gesto del capitán, tampoco es que esté mucho por la labor. Se lo he dicho muchas veces a Chris: te precipitas demasiado. Algún día espero que me haga caso.
-Muchachos, al trabajo –nos ordena Wesker en el momento en el que la puerta se abre.
La cabeza de Irons asoma y le hace un gesto para que se acerque. El capitán sale a buen ritmo de la sala dejando la puerta abierta. Me encantaría saber qué es lo que van a hablar. Lo cotilla que hay en mí no se resiste. Pero no sería demasiado profesional que me pillaran espiando.
Guardando mis ganas, veo cómo Barry y Brad acercan sus sillas y las colocan entre la mesa de Joseph y la mía. Tal vez la conversación y las discusiones me hagan olvidar lo que está pasando fuera.
-Chris debería andarse con ojo –murmura Barry son que nadie más que yo lo oiga -. Sé que no lo hace con mala intención, pero…
Lo que yo iba a contestar queda silenciado por una voz masculina llena de furia.
-Vaya, qué pena que no esté… Le iba a decir quién manda aquí.
Irons. No hay ningún tipo de duda. Está enfadado por algo… ¿No será por las suposiciones de Chris? ¿Cómo se ha enterado ese cerdo de lo que hemos hablado? ¿Tal vez el capitán le ha comentado algo? Es posible. Aunque no veo a Wesker chivándose de lo que hablamos.
Sé que Irons revisa y supervisa todos nuestros pasos cuando entramos en acción. Pero de ahí a inmiscuirse en la oficina sin motivo aparente… Cojo mi móvil y decido enviarle un mensaje para advertirle. Le quito el sonido y escribo rápidamente.

Chris, ándate con ojo. Irons está que se sube por las paredes.

Su respuesta, sorprendentemente, no se hace esperar.

Que se joda. Para algo nos paga. Estará enfadado porque no es capaz de echar un polvo en condiciones.

Me río en silencio. Barry no me pierde de vista en ningún momento. Sabe que estoy hablando con Chris, porque mira de reojo la conversación. Él se ríe también al ver lo de Irons. Vuelvo a mirar hacia la puerta, y sólo veo a Wesker apoyado en el quicio asintiendo en silencio. Vuelvo a escribir.

Eres de lo que no hay. No me distraigas del trabajo.

Y le mando un icono de un beso. Me sonrojo un poco. ¿Qué estoy haciendo? Ahora va a pensar que estoy coqueteando con él. Su respuesta, no hace más que ponerme más nerviosa.

Pero si has empezado tú. Por cierto, feliz día de San Valentín. ¿Haces algo?

Y pone una cara con una lengua fuera. Creo que en este momento parezco un tomate. Cualquiera que me vea pensará que tengo fiebre o algo de eso. Escondo el móvil bajo el escritorio mientras Joseph y Barry empieza a discutir sobre algo, aunque no tengo ni idea sobre qué.

La verdad es que no. Mi príncipe azul no ha aparecido.

Contesta inmediatamente. Primero pone un icono de un cara riéndose, y luego el mensaje.

No creo que te vaya mucho eso de los príncipes azules. Yo me pondré a ver una de esas pelis románticas junto con un paquete de pañuelos.

No puedo evitar volver a reírme mientras miro de reojo fuera. Aún siguen conversando. Menos mal que la charla está durando más de la cuenta. Barry me lanza una mirada de advertencia. Cierto. Debería cortar ya el rollo. Escribo lo último.

No tiene gracia. ¿Quieres que me echen del trabajo? Pues déjame un ratito en paz, monada.

Y añado una cara con la lengua fuera. Dejo el teléfono en lo alto del escritorio e intento centrarme en la conversación que están manteniendo mis compañeros. Hablan sobre lo del piso franco, o eso me parece. He llegado un poco tarde. Barry hace anotaciones en un folio conforme vamos opinando.
-Pero, ¿no creéis que sería más lógico que su guarida esté fuera de Raccoon City? Si estuvieran aquí, ya los habríamos visto –dice Brad apoyando un codo en la mesa.
-Hasta ahora, se las han arreglado muy bien –opina Joseph echándose hacia atrás en el asiento -. Si estuvieran fuera de la ciudad, nos habrían informado de actividades sospechosas en pueblos cercanos. Y que yo sepa, hasta ahora, no tenemos constancia de ello.
-Realmente no tenemos mucho sobre lo que trabajar, pero… -lo que iba a decir queda interrumpido por una voz masculina que pronuncia mi nombre.
Me giro hacia la puerta y creo que casi me da algo cuando lo veo. Es un joven que parece trabajar para una agencia de transportes, y que lleva un precioso ramo de flores. Dios, espero que no sea para mí. Qué vergüenza. El hombre nos mira, y se detiene en mí. Wesker y Irons no pierden hilo de lo que pasa.
-¿La señorita Valentine? –pregunta con una sonrisa. Yo asiento boquiabierta. Mis piernas parecen gelatina. Tiemblan y no me responden. ¿Quién me ha enviado eso? Y aquí, precisamente.
Camino hacia la puerta con una sonrisa tensa. No quiero mirar ni al capitán ni al jefe Irons. Vuelvo a estar roja. Lo noto. Las mejillas me arden. Llego junto al joven, que me entrega el ramo.
-Me han pedido que le entregue esto. Firme aquí –aguanto el ramo con una mano y firmo con dedos temblorosos. El tipo se toca la gorra antes de despedirse -. Muchas gracias. Que tenga un buen día.
Me doy la vuelta como si me encontrara poseída y no miro a nadie. Sólo me concentro en mi mesa. Dios, quiero morir. Ya me lo podrían haber enviado a mi casa, y no hubiera tenido que pasar por esto todo. Barry, al igual que Joseph y Brad, están mudos. Wesker y Irons no pierden puntada tampoco.
-¡Vaya, Jill! ¡Es genial! –exclama Joseph con una sonrisa -. Vamos, anímate. Tienes un admirador secreto.
Me propina un suave codazo. No me salen las palabras. Jamás, en mi vida, me habían regalado un ramo de flores alguien que no fuera mi padre. Y tenía que ser justo en mi trabajo, donde no paran de observarme. Veo que en la parte superior hay una nota. La cojo y la leo con los nervios a flor de piel.

Feliz Día de San Valentín. Me haría muy feliz que vinieras mañana a comer sobre las dos al Maurice’s BBQ. Te espero.

Si esto no es una cita en toda regla. ¿Qué es entonces, chica?

¿Y cómo demonios sabe que no puedo ir a cenar porque estoy trabajando? Una de dos: o me están espiando, o es alguien que me conoce. Pienso unos segundos. Mis contactos en Raccoon City se basan en colegas que he conocido en la comisaría. ¿Algunos de mis amantes descarriados?
Poco probable. Ya le dejé bien claro a Jerry que no quería saber nada más de él después de haberme dejado de esa manera. Lo peor de todo era que tenía que aguantarlo en la Delta Force, y todo fue bastante difícil hasta el día que me fui. Hemos intercambiado algunos mensajes, pero poco más. No me interesa.
Los nervios y la excitación se apoderan de mí. ¿Mi vida en Raccoon City aburrida? Para nada. Pero entonces, un nuevo temor se apodera de mí. ¿Y si es alguien que quiere tenderme una trampa? Vivo día a día atormentada por lo de Dick, y por mucho que me han insistido, no estoy tranquila.
-¿Sabes de quién es? –pregunta Barry examinándolo detenidamente. Niego en silencio. La verdad es que no me apetece mucho hablar de ello -. Vas a necesitar un jarrón. De aquí a que llegues a tu casa…
Cierto. En cuanto Wesker, vuelva, le pediré permiso para ir a buscar un lugar donde pueda colocar esta maravilla.


No he dormido nada esta noche. Le he dado muchas vueltas al coco, y no consigo entender nada. No ubico a nadie en el perfil de tierno romanticón que le regala a una chica flores. Voy en coche camino al restaurante. Son las dos menos diez. He salido un poco tarde porque me he quedado un poco dormida (me he despertado a las doce), y luego he estado arreglándome un poco.
No soy una chica demasiado coqueta, pero me gusta estar presentable cuando tengo alguna fiesta o comida importante. He elegido un vestido verde de tirantes que me llega casi a las rodillas y unos zapatos negros con un poco de tacón. A juego llevo una chaqueta y un bolso.
Hasta las cuatro tengo tiempo de descubrir quién me ha enviado el ramo. Barry no paró de zafarse de mí durante toda la tarde y la noche. Recuerdo que incluso le di una colleja mientras nos observaba cenar a mí y a Joseph. Le prometí contarle quién es mi misterioso admirador una vez que llegue al trabajo.
Giro a la izquierda e inmediatamente veo el restaurante en cuestión. Trago saliva con dificultad. Las piernas me tiemblan. La boca se me queda seca. ¿Por qué estaré tan nerviosa?
¿Porque es una cita?
No hay demasiados vehículos en la zona de aparcamiento. Los observo todos detenidamente… y ninguno me suena. Mierda. Ni una maldita pista. Busco un hueco libre entre dos coches y aparco en batería. Echo el freno de mano y apago el motor. Me recuesto sobre el reposacabezas y suspiro.
Bien. Es hora de que conozca la verdad. Cojo mi bolso y salgo de mi querido Ford Fiesta. Camino con el corazón latiéndome con fuerza. Agarro el pomo de la puerta y entro. Me sorprendo. Es un lugar bastante íntimo y acogedor. Hay mesas de diferente tamaño distribuidas por todo el salón comedor.
También hay una barra y unos taburetes donde hay algunos hombres bebiendo cerveza. Hay cuadros colgados que tienen pinta de haber costado una pasta. No estoy muy puesta en arte, pero mis años de experiencia anteriores a la Delta Force me gritan eso.
Suena una agradable música de ópera bastante suave, lo que permite mantener una conversación sin necesidad de alzar la voz. Y entonces, observo a todos los comensales que hay allí.
Una pareja a mi izquierda. Un grupo de hombres al fondo. Una familia… y un hombre que me saluda con la mano.
Si no fuera porque la mandíbula no se cae sola, se habría largado de allí en un santiamén. El hombre que me saluda es Chris Redfield.
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Re: Fanfic: Todo o nada

Mensaje por Lucy Norton » 11 Dic 2015 18:41

¡Hola a todos! Aquí os traigo un nuevo capítulo. Como siempre, espero que os guste. ¡Animaos a comentar!

8.

Me quedo boquiabierto al verla entrar. Está espectacular con ese vestido verde. Se queda unos instantes mirando de un lado a otro. Me está buscando. A pesar de lo nervioso que estoy, levanto la mano para que pueda verme. Cuando se fija en mí, es incapaz de reaccionar. No se lo esperaba.
¿Y qué pensabas? No eres el único hombre en la Tierra. Seguro que hay muchos que van detrás de ella.
Lo cierto es que tampoco la he visto coquetear demasiado con los hombres las veces que hemos salido. Puede que ya esté pillada…y eso me da miedo. ¿Y si deja de hablarme? Quien no arriesga, no gana. Una vez más, me he dejado llevar por mis impulsos.
Jill camina con lentitud hacia mí, sin creer aún lo que está viendo. Vaya que si la he sorprendido. Y si ha venido… es porque realmente sentía curiosidad por saber quién le había enviado el ramo. Se queda de pie junto a su silla y yo me levanto. Le cojo una mano… y se la beso.
-Gracias por venir –digo mirándola a los ojos. ¡Oh, qué belleza! Está espléndida -. Vamos, siéntate, que el tiempo se pasa volando cuando disfrutas –ella sonríe un poco nerviosa y le suelto la mano. Adoro ese contacto -. Te sienta genial el vestido.
Se sonroja. ¡Qué mona! Seguro que se puso así cuando recibió el ramo… o peor. Me hubiera encantado ver su cara. Por una vez, maldigo haber tenido el día libre. Tendría que haberle cambiado el día a Barry para que él se hubiera ido a cenar con su mujer. Por lo que me han contado él y Jill, ayer fue un día bastante provechoso en el caso que nos ocupa.
-Tú tampoco estás nada mal… -dice mientras se sienta enfrente mía -. Formal… pero elegante. Me encanta tu pajarita.
Río.
-¿Cómo se puede ser formal y elegante al mismo tiempo?
-Tiene poco conocimiento de moda, señor Redfield.
Sonrío. Parece que empieza a relajarse un poco. Bien. Yo también. Hasta esta misma mañana no sabía qué ponerme, pero llamé a mi estilista personal para que me asesorara. Mi hermana. Menos mal que la pillé en una hora libre, porque si no, me habría puesto cualquier cosa. En ningún momento le comenté que tenía esta comida.
Cita. Esto es una cita en toda regla.
Ni hablar. Sólo estoy almorzando con una compañera de trabajo antes de ir cagando leches hacia la comisaría. Pero sé que verdaderamente tengo otros motivos ocultos. No me atrevo, salgo que surja la ocasión. Una vez me declaré a una chica y salió corriendo… No quiero asustarla.
Un camarero se acerca a nosotros con las cartas.
-Bienvenidos al Maurice’s BBQ. Les dejo la carta para que le echen un vistazo. ¿Qué les pongo de beber?
Miro a Jill divertido. Qué pena que luego tengamos que trabajar.
-¿Te apetece vino, Jill? –le pregunto ojeando la lista de los diferentes vinos que ofrecen.
-Perfecto.
-¿Has probado el Eurie?
Asiente en silencio.
-Dos copas de Eurie –le digo al camarero. Éste toma nota y se retira.
Abro la carta para ver los platos que hay. Casi me los sé de memoria. He venido muchas veces desde que me mudé a Raccoon City, y cuando Claire viene a visitarme, solemos comer o cenar aquí. Nos encanta la carne a la parrilla que hacen aquí. Jill lee detenidamente la carta, y yo me quedo observándola.
-Me pregunto en qué piensas –le suelto sin dejar de mirarla. Está preciosa. Me alegro tanto de que haya venido… Jill medio sonríe y responde:
-En tres cosas –río -. La primera, que aún no me creo que estemos aquí. La segunda, que no he visto tu coche por ningún lado. Y tercera, que no sé qué pedirme. Tiene todo muy buena pinta.
Sonrío de todo corazón. Me encanta este buen rollo que existe entre nosotros. Me alegra haber dejado las cosas claras aquel día en el que nos comportamos como dos adolescentes rebeldes… y yo el primero. Tengo que reconocerlo. Aunque me encantó todo aquel toqueteo. Y creo que a ella también.
-Vayamos por partes, como diría Jack el destripador –mi comentario la vuelve a hacer sonreír -. Primera pregunta: me hacía mucha ilusión compartir contigo esta comida. Me hubiera gustado que hubiera sido ayer… pero los S.T.A.R.S. no nos dejan ni respirar –sonreímos los dos -. Pregunta dos: he venido en taxi. Por eso no has visto mi coche. Y última pregunta: puedo hacerte algunas recomendaciones.
-Tiéntame.
¿Soy yo o en su tono de voz he notado cierto doble sentido? Tal vez sea mi imaginación. Es mi compañera. Mi amiga. La que pasa muchas horas al día conmigo encerrados entre cuatro paredes. Punto.
Claro. Por eso la has invitado a comer y le quieres decir… algo más.
Hago como que miro la carta. Pero a través de ella sigo observándola. Ese escote me está dejando sin respiración. Siempre que hemos salido se ha arreglado, pero creo que no hasta este punto. La pajarita, la camiseta, todo me está empezando a sobrar. Me quedo en silencio unos instantes más, y luego hablo:
-Las costillas en salsa barbacoa están tremendas. Si no te apetece carne, te recomiendo ravioles con tuco –Jill frunce el ceño sin entender -. Son como unos cuadraditos de pasta rellenos de verduras, jamón y queso. También hacen un cazón a la marinera exquisito.
-¿Eres su relaciones pública o algo de eso?
Su broma vuelve a hacerme reír. Ojalá pudiera estar así todo el día.
-He estado aquí varias veces, y conozco cuáles son sus mejores platos –respondo mientras veo al camarero acercarse.
Deja las copas delante de nosotros y vuelve a sacar su libreta para tomar nota.
-¿Saben ya lo que van a pedir?
Miro a Jill. Está esperando que decida por los dos. No sé si los platos que le he nombrado la convencen. Tengo miedo a meter la pata… y no quiero causarle una mala impresión. Es la primera vez que salimos sin que esté el resto del equipo a nuestro alrededor.
-Sí –contesta Jill ante mi sorpresa -. ¿De qué tamaño son los platos?
-De un plato pueden comer perfectamente dos personas, señorita.
-Bien, entonces pónganos costillas en salsa barbacoa, ravioles con tuco y cazón en salsa marinera.
Cuando el camarero termina de apuntar lo que Jill ha pedido, retira las cartas de nuestra mesa y se marcha hacia la cocina para cantar nuestro pedido. Cada día me está sorprendiendo más esta mujer. Si ya me dejó maravillado la primera vez que la vi, ahora que nos conocemos más estoy totalmente prendado. He de reconocerlo.
-Oye, aún no te lo he dicho… -me dice Jill sacándome de mis pensamientos -. Gracias por el ramo. Me encantó. Aunque…tarde o temprano me cobraré mi venganza.
Sus ojos muestran determinación. Pero su sonrisa me indica que, en parte, está bromeando.
-¿A santo de qué, señorita Valentine?
-Me hiciste pasar tal vergüenza delante de mis compañeros… que deberás pagarlo de algún modo –su rostro, aunque es serio, no es del todo enfadado.
-Me desperté tarde –me excuso. Es cierto. Cuando me vine a dar cuenta, eran cerca de la una y media. No dormí esa noche mucho pensando en esta comida. Pocas veces me he sentido tan nervioso -. Y claro, cuando fui a la floristería tú ya estabas camino del trabajo.
-Por mucho que te excuses… lo pagarás.
Y sonríe. Me encantan las mujeres que se hacen las remolonas y lo ponen difícil. Consulto de reojo mi reloj. Son casi las dos y media. ¿Ya llevamos aquí media hora? Sólo parece que han pasado diez minutos. La miro a los ojos, y no puedo evitar sentir que me encantaría besarla, aquí, ahora mismo.
Pero me contengo. Ante todo, tengo que respetar sus decisiones. No puedo forzarla a hacer algo que no quiere. No es ese el modelo de hombre que me han enseñado a ser. Le doy un sorbo a la copa de vino… y su dulce sabor inunda mi paladar. Jill también bebe.
Quién fuera esa copa…
-¿Estás ya mejor? –le pregunto. Por mí, me quedaría observándola todo el día.
-Sí… -asiente con lentitud -. Para mí todo esto fue un auténtico trauma, en serio. Ciudad nueva, casa nueva, gente que no conozco de nada… Los primeros días sólo tenía en mente irme.
-No hace falta que lo jures… -murmuro mientras vuelvo a coger la copa -. ¿Ha venido tu familia a verte?
El gesto de Jill cambia de pronto. Está seria, y sus ojos…tristes. Parece que he tocado un tema delicado. Será mejor que no pregunte nada más si no me quiero meter en un lío. Sé lo que es estar solo… y lo mal que se pasa.
-No… -susurra Jill sin mirarme. Está bastante afligida. No hace falta ser un lumbreras para saber que es algo sobre lo que no le apetece mucho hablar.
-Sé lo que se siente… Yo perdí a mis padres cuando tenía nueve años. Murieron en un accidente de tráfico. Desde entonces, he tenido que cuidar de mi hermana.
Su gesto ahora es de auténtica sorpresa. No he hablado con nadie sobre esto. El único que lo sabe es Barry. Él tiene constancia de mi situación casi desde que nos conocimos en New York en aquella mercería. Bendito día. No le podré agradecer lo suficiente su empeño en introducirme en los S.T.A.R.S.
-Lo siento, Chris… No pretendía…
-Tranquila… -intento calmarla. Tengo ganas de abrazarla, pero vuelvo a contenerme. Mis impulsos me juegan malas pasadas casi siempre -. No pasa nada. No hay ni un día en el que no me acuerde de ellos. Pero con el tiempo…bueno… te acostumbras a esta extraña sensación.
-Yo nunca conocí a mi madre –me confiesa. Sé que está a punto de derrumbarse. Debo hacer algo de inmediato -. La mujer a la que yo llamaba mamá murió cuando yo tenía dos años… Mi padre ha sido el encargado de criarme.
En ese momento, el camarero se acerca con las costillas y los ravioles. No sabe cuánto me alegro de que se haya presentado precisamente ahora. Deja los platos sobre la mesa y yo suspiro aliviado. Punto a favor. La comida huele de maravilla, y me está abriendo aún más el apetito.
-Bueno, ¿a qué esperamos? ¡No permitamos que nuestros estómagos rujan! –exclamo acercándole a Jill el plato de las costillas. Y me sonríe. Qué sonrisa tan maravillosa y cálida.
Tras servirse su ración, echo en mi plato el resto de costillas que quedan. Cojo el cuchillo y el tenedor y parto un trozo de carne. Me lo llevo a la boca… y su sabor es delicioso. Nunca me hartaría de comerlas. Siempre que vengo, las pido. Es como ir a un Foster’s y pedir las patatas con bacon y queso.
-¿Te gusta? –pregunto mientras bebo de mi copa.
-Ese toque de barbacoa es excelente.
Sonrío al oírlo. He acertado al elegir el sitio. Seguro que ayer por la noche esto estaba a rebosar. Incluso habría que reservar mesa para poder disfrutar de una romántica cena con tu pareja.
Pero no es tu novia. Así que compórtate.
Comemos un rato más en silencio, y cuando me doy cuenta, casi me he terminado mis costillas. Debería darle algo más de conversación. Quiero parecer un tipo interesante. Sé que eso les gusta a las mujeres.
-No sabes cuánto me alegro que te destinaran a Raccoon City… -el corazón me late a mil por hora. Oh, oh. Ya estoy otra vez en plan romanticón. Ése no es el camino.
-Yo también… Mi vida ha tomado el rumbo correcto.
-¿No eras feliz en la Delta Force?
Jill guarda silencio de nuevo. Me incomodan esos silencios. Algo me dice que no quiere hablar absolutamente nada de su pasado. ¿Por qué? Me gustaría saberlo. Quizá si consigo hacerla hablar, puedo ayudarla. Pero no está bien que yo la fuerce. Lo mejor es que ella sea la que acceda.
-Sí… pero necesitaba algo más… Creo que era esto lo que yo buscaba.
Cogemos cada uno nuestro raviole y el camarero nos sirve el cazón en una cazuela de barro que huele…de maravilla. Cómo no. Muchos de los comensales ya se han marchado estamos prácticamente solos. Observo que uno de los hombres que está en la barra no deja de mirar a Jill.
Inexplicablemente, siento el deseo de decirle a ese cretino que deje de mirar. Sí, es preciosa, lo sé. Pero ahora mismo está comiendo conmigo, así que como no nos deje en paz… ¿Desde cuándo he sido tan celoso? Yo, que he visto cómo mujeres con las que he mantenido relaciones se iban con otros y no me ha importado…
Cojo el tenedor y me llevo un trozo de raviole a la boca. Lo mastico, y su sabor crujiente me embarga. Además, el queso fundido le da un toque más sabroso al hojaldre. Suerte que el cazón está tapado. A mí, al menos, no me gusta el pescado frío.
-Tus recomendaciones son de diez –dice Jill tras beber vino. Sonrío de nuevo. Creo que me va a doler la mandíbula de tanto sonreír.
-No es el único diez que tengo –comento con algo de picardía. Tal vez me haya precipitado, para variar.
-¿Y en qué, si se puede saber? –pregunta bastante interesada. ¿Qué respondo? Lo pienso unos segundos… ¿Qué hago? Siento la necesidad de quitarme la pajarita y desabrocharme la camisa. Qué calor.
-En… mi puntería. Lo… guapo que soy…
-Hombres…
Murmura poniendo los ojos en blanco.
-Me encanta cuando haces eso –confieso de manera dulce. La observo comer durante unos segundos antes de centrarme en mi plato.
-Tenía entendido que a los hombres os molesta bastante.
-Bueno… tú eres un caso especial.
Hala, ya lo he dicho. ¿Contento? Para nada. Ahora sí que va a pensar que estoy ligando con ella.
¿Acaso no es eso lo que pretendes?
No. Maldita sea. Lo nuestro es imposible. Somos policías. Nuestra vida se limita a servir y cuidar al ciudadano de a pie. No hay lugar para los sentimientos. ¿Es que todo se limita al trabajo? En mi caso… parece que sí. Vivo por y para el trabajo. Los únicos momentos que tengo para disfrutar los paso en la soledad de mi casa o yendo de un agujero a otro.
¿Es ésta la vida que quieres, Redfield?
Desde luego que no. ¿Y por qué no puedo llevar una vida normal con la mujer que yo quiera? Casi todos mis compañeros de los S.T.A.R.S. están emparentados: Barry, Enrico, Richard, Forest, Ken… Ah, bueno, y Joseph tiene un medio rollo. Brad es un caso perdido. Wesker… bueno… dejémoslo ahí. Y sólo quedamos Jill y yo.
Devoramos ya casi sin ganas el cazón… y estamos a reventar. Voy a tener que pasar horas extras en el gimnasio para eliminar todo lo que he comido hoy. Últimamente con los entrenamientos de baloncesto he tenido menos tiempo para ir, pero no lo he abandonado del todo. Tengo que mantenerme en forma.
-Menos mal que hoy tenemos entrenamiento… Mi cuerpo no soportaría más grasa –comento llevándome una mano al estómago. Cenita ligera en la comisaría hoy. Jill sonríe.
-Entonces imagino que no tendrás sitio para el postre…
Y yo le devuelvo la sonrisa.
-Depende de qué postre sea… -respondo con la mirada llena de deseo. Me ha faltado poco para soltarle que la quiero a ella de postre. La hubiera liado, y mucho -. En fin, voy a pagar y ya veremos cómo aprovechamos el rato que nos queda…
Entonces, al segundo de decir eso, recapacito sobre lo que he dicho. ¿Cómo puedo ser tan lerdo? Observo su expresión. Está pensativa. Parece que ha captado el mismo sentido que yo de la expresión. No era lo que pretendía. Mi piquito de oro vuelve a hacer maravillas.
El camarero pasa por nuestro lado y le hago una seña para que nos traiga la cuenta. Debo solucionar este malentendido ya. No debo esperar.
-¿Te apetece un café? –pregunto muy incómodo. Dios, qué estará pensando. Me estará poniendo de todo menos de santo. Me mira, no aparta sus ojos de mí.
El camarero me trae un papel con la cuenta. Yo le doy mi tarjeta de crédito y la introduce en una máquina. Cuando me indica, tecleo mi código secreto y no hay ningún problema. El camarero me devuelve la tarjeta.
-Gracias por su visita –nos dice antes de alejarse.
Sigo mirando a Jill esperando una respuesta. No aguanto más. Necesito que me diga algo. Entonces, cuando voy a disculparme, la escucho hablar:
-Vayamos a por ese café.

Son casi las doce y media de la noche. Voy en el coche de Jill camino a mi casa. Le iba a pedir a Barry que fuera él el que me acercara una vez que hubiéramos terminado, pero antes de que pudiera hacerlo, Jill se acercó y se ofreció para llevarme cuando terminara nuestro turno.
Ha sido un día bastante tranquilo en la comisaría, a pesar de que Barry no paraba de preguntarle a Jill si había descubierto quién había sido la persona que le había enviado el ramo de flores. Afortunadamente para mí, no me mencionó en ningún momento, lo cual me alegró. No quiero que Barry empiece a darme la lata a mí también.
Yo sé que no es tonto. No sé por qué, pero Jill y yo hemos estado más…cercanos hoy. No hemos dejado de hablar, siempre hemos estado juntos. En el entrenamiento hemos estado bromeando más de la cuenta. Puede que sea por la comida o que el deporte nos hace relajarnos, pero ha sido diferente.
Observo a Jill durante unos instantes. Tiene la mirada fija en la carretera. No la aparta ni un segundo. Está concentrada. Yo, en cambio, no puedo dejar de darle vueltas a todo lo que ha ocurrido hoy. Hacía tanto tiempo que no me sentía tan despreocupado y alegre…
-Estás muy callado –me suelta Jill cuando detiene el vehículo en un semáforo en rojo. Me mira durante unos segundos poniendo la mano derecha en la palanca de las marchas.
Me pongo nervioso. ¿Debería cogerle la mano? No. Tal vez malinterprete el gesto o simplemente no quiera. Debo dejar que sea ella la que empiece a emitir señales. No me la puedo jugar de esta manera. Trago saliva con dificultad y aguanto, aguanto, hasta que el vehículo se pone en marcha.
Entonces, Jill bosteza, y yo sonrío.
-Sé de alguien que se va a ir a la cama pronto –comento intentando sonar divertido. Y no, tranquila, que no vas a la cama conmigo.
-El entrenamiento me ha dejado tiesa –comenta mientras entramos en una larga avenida. Mi piso está cerca ya -. No siento la muñeca izquierda.
-He visto cómo Wesker te insistía para que practicaras con ambas manos. ¿Desde cuándo eres ambidiestra?
-Desde que entré en la Delta Force. Yo siempre llevaba rifles de francotirador, y ya sabes cuánto pesan, al menos para mí –asiento -. Y cuando estás en una situación límite no vas a pensar: ¿la cojo con la derecha o la izquierda? Así que empecé a practicar… Eso sí, como la mano derecha… ninguna.
Sonrío. Nunca he ido con Jill a la galería de tiro. Tal vez debería invitarla a que venga conmigo. No sé para cuándo está programada la siguiente sesión, pero imagino que será para finales de este mes. Estamos obligados a ir como mínimo una vez. Lo más asiduos somos Forest y yo. Nos encanta picarnos.
Jill gira la derecha y ya estamos en la calle donde vivo. Lo cierto es que me está empezando a vencer el sueño a mí también. No hemos parado en toda la tarde. Las sesiones de entrenamientos son cada vez más duras. Tenemos el primer partido la próxima semana, y debemos emplearnos a fondo si queremos hacer un papel digno.
-Para por aquí –le indico cuando llegamos casi estamos a la entrada del bloque de apartamentos.
-Muy bien.
Detiene el vehículo con una suave sacudida y echa el freno de mano. Salgo del vehículo para abrir el maletero, donde tengo guardado el traje que llevé para la comida. Suerte que nadie nos pilló cuando llegamos a la comisaría con esas pintas de arreglados. Nos hubieran hecho muchas preguntas.
Jill, al igual que yo, optó por llevarse una ropa más informal para cambiarnos una vez que termináramos. Cojo con cuidado de que no se arrugue el traje y cierro el maletero. Me acerco hasta el asiento del conductor y Jill baja la ventanilla.
-Bueno, ya lo tengo todo –digo señalando mi traje. Ella sonríe -. Gracias por acercarme.
-No tienes ni qué decirlo. Gracias a ti por la comida. Ha sido todo genial.
Ambos nos quedamos callados. Sé que ésta no es una despedida normal y ordinaria. No es como cuando estamos en la comisaría y vamos todo el equipo junto hacia nuestros coches. Esta vez, estamos solos. Trago saliva con dificultad. Estoy nervioso.
Y tengo la sensación de que ella parece estar esperando algo. Yo también. Casi puedo notar su agitada respiración en mi garganta. Está tan nerviosa como yo. Su pecho sube y baja a gran velocidad… igual que el mío. Acerco un poco más mi cara. Nuestros rostros sólo están a centímetros de distancia.
Contengo la respiración, cuento mentalmente tres… y la beso. Sus labios carnosos me llevan a otro nivel. Dios, cuánto deseaba eso. Ahora tengo claro lo que quiero. Pero me aparto inmediatamente. He metido la pata hasta el fondo. No quiero ni mirarla.
Me giro para largarme de allí y reflexionar seriamente sobre lo que he hecho. Pero ella me pone una mano en el hombro y vuelve a atraerme. Nuestros labios se unen y volvemos a besarnos apasionadamente. Siento estar en una nube. Nuestras lenguas se encuentran y juegan. No puedo creerme que esto esté pasando.
Jill se aparta con delicadeza, y el sonido que se oye es el de nuestras respiraciones entrecortadas. No sé qué decir. Estoy tan extasiado que no tengo palabras para describir lo que siento. Nos observamos durante unos instantes, y veo que sus ojos han adquirido un matiz azulado.
Se recuesta en el asiento, y por su gesto creo que se está preguntando lo mismo que yo. ¿Qué ha pasado?
-Te veo mañana en la comisaría.
Y sin más, me marcho con paso lento. Me acerco a la cancela, la abro con mi llave, y sólo cuando termino de entrar, oigo su coche ponerse en marcha. Cierro la puerta sin hacer mucho ruido y me apoyo contra la pared. Me siento tan bien y tan mal al mismo tiempo…
¿Por qué no puede ser la situación diferente? ¿Por qué no nos dejamos llevar simplemente y punto?
Porque sois compañeros de trabajo, y vuestra relación laboral está por encima de todos los demás.
Lo único que sé es que esta noche no voy a poder dormir rememorando ese beso.
Tráiler estatuas de Anticolat
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Re: Fanfic: Todo o nada

Mensaje por Lucy Norton » 18 Dic 2015 16:01

¡Hola una semana más! Aquí os traigo la continuación de mi fic. Como siempre, espero que os guste.

9.


Parpadeo un poco y miro hacia la ventana. Unos débiles rayos de sol entran por las rejillas de la persiana. Cuando mi vista se acostumbra a la poca claridad, me incorporo. Miro el despertador. Las once y media. Vaya, pensaba que era más tarde. Estiro los brazos y bebo un trago de la botella que hay en la mesita de noche.
Y vuelvo a recordarlo. Chris acercando su cara a la mía, besándonos como si nos fuera la vida en ello. Noto que el calor empieza a subir de nuevo por todo mi cuerpo. ¿Cómo hemos podido llegar a esta situación? ¿Qué va a pasar a partir de ahora? ¿Podré volver a mirarlo a la cara del mismo modo?
Él se lanzó primero, pero luego tú fuiste la bestia.
Cierto. En cuanto nuestros labios se rozaron, él se apartó corriendo. Pero yo no podía quedarme así. No sé qué pensará él de toda situación. ¿Qué soy una aprovechada? ¿Qué estoy loca por él? Estoy hecha un puto lío. Miro mi móvil. No tengo nada. Ni llamadas ni mensajes. Eso es… bueno, o malo, según cómo se mire.
Entro en el cuarto de baño y enciendo el grifo. Me enjuago la cara bastantes veces intentando quitar la imagen de lo que pasó anoche sin demasiado éxito. Dios, ¿por qué no tengo hoy el día libre? Estoy por llamar al capitán para que hable con Brad y me cambie el día.
¿Qué le voy a decir? Mira, capitán, anoche me enrollé con Chris, y para no tener que hablar de ello cara a cara, dame el día libre, ¿vale?
Excusa de niña pequeña. Soy una mujer. Tengo que enfrentarme a las consecuencias de mis acciones. Si he hecho algo mal, tengo que arreglarlo. Me lavo las manos y hago pis antes de prepararme el desayuno.
Decido prepararme un zumo de naranja y pongo un par de tostadas a calentar. Cojo unas cuantas naranjas del frutero y el exprimidor automático. Las naranjas huelen de maravilla. Un vecino que tengo en New Orleans tiene un huerto y casi siempre nos traía bolsas llenas de fruta y verdura.
Uno de los pocos a los que no asustamos, debo reconocer. Exprimo tres naranjas y echo el contenido en un vaso de cristal que tengo la encimera. Cojo el vaso con una mano y me acerco a la tostadora. Doy un sorbo al zumo. Tan bueno como ese beso de ayer.
Y vuelvo a proyectar en mi mente nuestros labios fundiéndose en un apasionado beso. Cómo nuestras lenguas juegan deseosas. La ternura con la que me acariciaba. Pongo un dedo en la tostadera.
-¡Ah! –grito retirando el dedo inmediatamente -. Joder…
Me chupo el dedo mientras las tostadas saltan hacia arriba. Ya están listas. Cierro los ojos intentando soportar lo mejor posible el dolor de la quemazón. Vaya tela. No tengo remedio. Ya vuelve la Jill provoca accidentes. Retiro mi dedo y observo que está bastante rojo.
Pongo las tostadas en un plato y dejo todo mi desayuno en lo alto de la mesa. Voy al cuarto para ver si encuentro algo con lo que poder aliviar este dolor, que por momentos va siendo insoportable. Abro el neceser y rebusco entre todo lo que hay en el interior.
Pastillas para el dolor de cabeza, el dolor menstrual, antinflamatorio… y aquí está.
Saco un pequeño bote que sirve para calmar la sensación de quemazón. Le quito la tapa al bote y lleno mi dedo con un poco del producto antes de extenderlo bien por toda la zona afectada. Me lavo las manos con una toallita y vuelvo a la cocina para desayunar de una vez por todas.
Eso te servirá como recordatorio para no ligar más en el trabajo.
Es sábado. No se escucha un alma. Me encanta la tranquilidad de los fines de semana. Niños sin ir al colegio, padres dormidos porque no tienen que trabajar… Éste es uno de los pocos momentos que tengo para relajarme y disfrutar de un poquito de mi tiempo.
Unto un poco de mantequilla en las tostadas y me llevo una a la boca. La saboreo con los ojos cerrados. Cuánto echo de menos la presencia de mi padre para conversar mientras tomamos el desayuno. Yo solía contarle mi día en la Delta Force… y él de sus pericias en “su” trabajo.
A veces, me daba miedo. Vivía con la sensación de que algún día nos meteríamos en un buen lío. Él ha hecho todo lo posible por protegerme, y lo ha conseguido. En cambio, Dick… Suspiro mientras dejo la tostada en el plato y le doy un trago al zumo.
En el fondo, yo no quería convertirme en una ladrona como él. Pero cuando vi la maestría con la que era capaz de forzar la puerta de nuestra casa sirviéndose de utensilios tan simples como clips, me quedé impresionada. Quise saber más. En poco más de dos semanas, ya era capaz de abrir una cerradura en menos de treinta segundos.
Mi padre decía que yo era su alumna predilecta, y que me iba a enseñar todo lo que él sabía. Y digo que si lo hizo. Cómo esconder objetos en lugares donde difícilmente puedan ser encontrados, subir una escalera sin hacer ruido, utilizar las ganzúas… y un largo etcétera.
En la Delta Force se mostraron encantados con mis habilidades. Aquí, en cambio, aún no he tenido tiempo a probarme. Intento practicar todos los días, pero no es lo mismo hacerlo en la tranquilidad de tu casa que en medio de una operación. Espero tener la oportunidad pronto.
De pronto, mi teléfono móvil suena. Es una melodía francesa que me encanta, y que tengo puesta en honor a mi padre. Miro la pantalla y observo que se trata de Barry. Frunzo el ceño. ¿Qué querrá? Si no lo cojo, no lo voy a saber nunca.
-Hola Barry, ¿qué tal?
-No te habré despertado, ¿verdad? –pregunta un poco preocupado.
-Para nada. Estaba desayunando. ¿A qué debo el honor de tu… tempranera llamada?
Le oigo reír al otro lado.
-Por casualidad no estará Chris contigo, ¿verdad?
Vuelvo a fruncir el ceño. ¿Pero cómo puede pensar eso? Vale, que ayer nos fuimos los dos en mi coche… pero eso no quiere decir absolutamente nada. Es más, no pasó nada entre nosotros.
Ah, claro, a ese beso y ese morreo lo llamas no pasar nada.
-¿Por qué iba a estarlo?
-No sé… como ayer os fuisteis juntos…
Pongo los ojos en blanco. Odio cuando todos piensan que por ir con un hombre en el coche ya implica necesariamente que va a pasar la noche conmigo y lo que ello implica: sexo. Respiro con calma, me tranquilizo y respondo:
-Sólo me ofrecí a llevarlo… Venía sin coche y yo no tenía nada mejor que hacer. Además, te lo iba a pedir a ti, pero yo me adelanté.
-Ayer estuvisteis juntos, ¿a que sí?
Me quedo helada. ¿Cómo lo sabe? ¿Se lo ha dicho Chris? ¿Qué más le habrá contado? Estoy empezando a enfurecerme. Él fue el primero que me dijo que no dijera absolutamente nada, ¿y va él y se lo cuenta? No me lo puedo creer. Me siento traicionada.
-¿Cómo…? –es lo único que logro decir.
-Os vi en el aparcamiento muy arreglados… y como veníais en tu coche… Chris no me ha contado nada, tranquila. Fue él quien te mandó el ramo, ¿a que sí?
Vuelvo a quedarme en silencio. No sé qué hacer. Barry es un buen amigo. Se lleva fenomenal con Chris. Pero si lo quiere mantener en secreto… hay que respetarle. Además, a mí tampoco me haría mucha gracia que mis compañeros empezaran a burlarse de mí si hubiera sido la situación contraria.
-Lo sabía… -le oigo murmurar al otro lado. Mierda. Tendría que haber dicho algo -. Tranquila, no le diré absolutamente nada. Esperaré a ver si él me dice algo. ¿Tú estás bien?
Su pregunta me ha pillado por sorpresa. La verdad, no tengo ni idea de cómo me siento. Tengo miedo, estoy contenta, me siento culpable… y una larga lista que no me cabría ni en un folio. Con el teléfono aún en la mano, me quedo mirando el ramo puesto en un jarrón con agua.
Desde que lo puse ayer no he podido dejar de mirarlo. Me hace sentir tan especial, querida…
-Digamos que sí… -digo sin sonar demasiado convencida -. Me pilló de sorpresa. Eso es todo.
-Te entiendo –suspira -. En fin… sólo quería saber si Chris estaba ahí para que traiga esta tarde una cosa que nos hace falta en la investigación… Volveré a insistir. Conociéndolo, se habrá acostado a las tantas.
Medio sonrío. Ahora Barry conoce un poco más de esta historia. Casi seguro que Chris, tarde o temprano, terminará por contarle algo. Y desde luego, no voy a ser yo. Tampoco hay mucho de lo que hablar.
¿Ah, no? ¿De lo que tú sientes? ¿De lo que él siente? ¡Venga, por favor!
-Oye, Jill… tened cuidado, ¿vale? –dice Barry tras unos instantes de silencio absoluto -. No quiero que os hagáis daño. Os valoro mucho a los dos. Chris a veces es una cabra loca, pero es un buen chico.
-Ése es exactamente el problema, Barry –le suelto, sin más. La bocazas en acción -. Me tiene desconcertada. A veces es amable, otras veces es insoportable… Ahora mismo, lo que más me importa es nuestra relación laboral.
-¿Estás segura?
Dudo unos instantes. ¿Digo la verdad, miento?
-Sí –miento. Lo digo tan rápido que creo que me delato yo misma.
-Habla con él –me aconseja con un tono de voz que me hace deducir que no se ha tragado mi cuento -. Dile lo que piensas. Sólo así podréis mantener vuestra “relación laboral”.
Río al oírlo. Definitivamente, no ha tenido en cuenta mi comentario y parece tener una ligera idea de lo que pasa. No sé por qué, pero me siento un poco más…liberada. Necesitaba contarle a alguien esto. Mi cabeza iba a explotar. Podría haberlo hecho con mi padre, pero seguro que me bombearía a preguntas.
-Bueno, guapa, te tengo que dejar. Te veo luego –se despide Barry con voz amistosa.
-Gracias, Barry.
-No tienes ni qué dármelas. Me gusta ayudar a mis amigos.
-Chao.
Cuelgo y dejo el teléfono en la mesa. Me echo hacia atrás en la silla y respiro aliviada. Vale, lo he pillado. La solución es hablarlo. ¿Y de verdad me apetece? No… pero tengo que hacerlo. No es sólo por nosotros. No quiero que esto afecte al resto del equipo.
Engullo el desayuno en un abrir y cerrar de ojos mientras decido qué hacer. Necesito relajarme. Una ducha bien cargadita de espuma y el piano. Bien, ya tengo plan.


Son las tres y media. Es hora de que vaya poniendo rumbo hacia la comisaría. Me pongo la chaqueta negra sobre mi camiseta blanca y cojo las llaves de mi coche de la mesa. Las meto en mi bolso antes de abrir la puerta que me lleva al exterior. El baño me ha sentado de maravilla.
Pero no puedo evitar sentirme nerviosa. No quiero ver a Chris. No sé qué decirle. No quiero darle falsas esperanzas, eso es lo único que tengo claro. No lo había pensado hasta ahora. Tal vez a estas alturas aún esté malinterpretando lo que pasó ayer. Qué follón.
Cierro la puerta con una ligera sacudida. Me quedo observando el pomo. Tal vez pueda practicar cuando tenga un hueco con ella. Sólo he practicado a escondidas un poco con mi taquilla en la comisaría.
Veo a dos niñas pequeñas subir a toda prisa por la escalera. Las reconozco al instante. Son las que viven en el apartamento de enfrente. Una de ellas viene llorando, y la otra está asustada. Vaya, me pregunto qué habrá pasado. Pero antes de que pueda intervenir, la mayor de ellas me pregunta:
-¿Eres policía?
Me quedo en silencio unos segundos. Lo último que esperaba era esa pregunta. Me huele a problemas. Asiento lentamente sin dejar de mirarlas.
-¿Podrías ayudarnos a buscar a nuestro perro? Se nos ha soltado de la correa.
Tardo unos instantes en procesar lo que me ha dicho. ¿Qué las ayude a buscar a su perro? Por supuesto, será un placer. Parecen tan inocentes y buenas. Me agacho junto a la pequeña y le acaricio el pelo mientras hablo:
-Vamos, no llores. Yo me encargaré de que vuelva. Sólo decidme dónde está.
-Síguenos.
Las chicas bajan las escaleras a buen ritmo, y yo las sigo a cierta distancia. En mi mente vuelven a aparecer ideas sobre trampas, asesinatos, secuestros… Lo que hace mi trabajo. Cada vez que alguien desconocido me pide que haga algo, no puedo evitarlo. Pero para algo me pagan. Servir y proteger.
Salimos al exterior de ese nublado día, y las veo detenerse junto a un césped que hay al lado del bloque. Mi coche está aparcado a pocos metros de ellas. Corro lo máximo que me permiten mis zapatos, y me detengo cuando llego a su altura.
-¡Allí está! –exclama la pequeña aún con los ojos llenos de lágrimas.
No puedo evitar sonreír al ver a un pequeño perro con su correa puesta jugando a cazar una mariposa que vuela un poco por encima de su cabeza. Me acerco hasta él y lo atrapo sin problemas. Suerte que no ha ido para la carretera. El desenlace podría haber sido fatal.
Vuelvo con él en brazos. Me llena de orgullo haber podido ayudar a estas dos chiquillas a recuperar a su mascota. Le entrego el pequeño perro a la mayor ambas saltan y chillan de alegría.
Yo sonrío. Me encantan los niños. Viven la vida a su manera.
-¡Muchas gracias! –exclaman.
-Ha sido un placer. ¿Cómo os llamáis?
-Yo soy Priscilla –se presenta la mayor -. Y ella es Becky. ¿Y tú cómo te llamas?
-Jill. ¿Y cómo se llama vuestro amigo?
-Jerry.
Me contengo de poner los ojos en blanco. ¿Los hombres van a perseguirme siempre? Acaricio al perro por detrás de las orejas y cierra los ojos satisfecho. Al menos es más cariñoso que el Jerry que conozco…
-Prometedme que la próxima vez lo vais a cuidar mejor, ¿vale?
No quiero que suene como una regañina, pero sí una advertencia.
-¡Prometido! –repite Becky.
Sonrío y me doy la vuelta. Es hora de que me ponga en marcha o voy a llegar tarde, para variar un poco.
-¿Te vas? –pregunta Priscilla triste. El cachorro le lame la mano juguetón.
-Sí, tengo que trabajar.
-¿Y no llevas el uniforme? -pregunta Becky con curiosidad. Yo me echo a reír.
-No, porque le daría miedo a mucha gente –respondo cuando por fin consigo librarme del ataque de risa. Las chicas, a su vez, ríen ante mi comentario.
-¡Qué lo pases bien!
-Adiós, pequeñas.
Camino por la acera hasta perderlas de vista. Abro la puerta de mi Ford Fiesta y me siento con una sonrisa de oreja a oreja. Con qué facilidad he hecho dos amiguitas… y qué difícil lo ponen los hombres.

Llevamos trabajando sin parar desde que hemos llegado. Era lo que me hacía falta. Cuanto más distraída con el trabajo esté, mejor. Estamos diseñando estrategias para llevar a cabo en el caso de que sé alguna de las situaciones que hemos estado barajando.
Se nota que no está Brad. Con él, no habríamos avanzado ni la mitad. Sus puntos de vista, a veces, me hacen pensar qué carajo vieron en él para meterlo aquí, ¡y en el equipo Alpha! Ni más ni menos.
Chris apaga la pantalla del ordenador y se echa un poco sobre su asiento. Barry se frota los ojos cansado y bosteza. Joseph hace como que lee un informe mientras juguetea con un boli en sus manos.
El único que se mantiene al margen es el capitán. Está enfrascado en la lectura de un informe que ha enviado el F.B.I. relativo a este caso. De pronto, se levanta de la mesa y nos mira.
-Tomaos un descanso –anuncia -. Os lo merecéis.
-Gracias, capitán –dice Chris aliviado. Wesker asiente y sale por la puerta. Los descansos no suelen durar más de treinta, cuarenta minutos a lo sumo.
-¿Vamos a por un café? –propone Chris un poco más animado.
-Yo antes voy a ir al servicio. Os alcanzo luego –contesta Joseph antes de marcharse.
-Antes de unirme a vosotros voy a llamar a Kate para preguntar por Polly –comenta Barry cogiendo el teléfono de su escritorio.
-Vaya, ¿qué le pasa? –pregunto preocupada. Espero que no sea nada grave. No conozco a sus niñas, pero deben ser un encanto.
-Sarampión –responde sin darle demasiada importancia -. Los médicos dicen que se recuperará pronto. Hemos estado toda la noche de hospital, así que imagina cuánto he dormido.
-Espero que mejore pronto.
Barry sonríe y se lleva el móvil a la oreja. Chris me mira y ladea la cabeza.
-Vamos.
Asiento y trago saliva con dificultad. Oh, oh, conversación a la vista. No puedo dejar pasar la oportunidad. Barry tiene razón. No quiero hacernos daños…. A ninguno de nosotros.
Tenía miedo por ver su reacción cuando nos viéramos hoy. Tal vez sea porque estaban los demás pululando, pero actuó como siempre. Me saludó, me sonrió y me dio una palmadita cariñosa.
Ahora que estamos completamente solos, quiero ver cómo actúa. Lo miro. Está tenso. Tiene la mandíbula un poco apretada. Sabe que de un momento a otro tendremos que hablar. No podemos dar de lado a ese maravilloso beso.
-Estoy deseando estar en acción –comenta Chris con el gesto serio. ¿Buena o mala señal? -. ¿No te cansa estar todo el día sentada?
-Cierto. No me va el vals. Prefiero el rock and roll.
Y para mí sorpresa, ríe. Suspiro tranquila. Sólo eran imaginaciones mías… o eso espero.
-Eres una chica dura, señorita Valentine.
-Depende de la situación.
Su sonrisa se esfuma al instante. Es frustrante. No hay quien lo entienda. O es blanco o es negro. No hay término medio.
Entramos en la cafetería. No hay demasiada gente, lo cual me hace volver a respirar de alivio. No quiero llamar demasiado la atención. Nos acercamos a la barra e inmediatamente una de las camareras se nos acerca.
-Chris, Jill, ¿lo de siempre?
-No, yo quiero una tila –rectifico sintiéndome un poco avergonzada. Normalmente suelo pedirme un capucchino. Los que están aquí están deliciosos.
-Muy bien. Marchando un café con leche y una tila.
La chica se aleja y Chris y yo nos sentamos en una de las mesas libres. Veo a muchos miembros del departamento de detectives ocupando la mayoría de los asientos. Cogemos una en la que hay sillas suficientes para el resto de nuestros compañeros. No sé si Wesker se nos unirá.
Nos sentamos uno frente al otro. Nos miramos… y con la mirada lo decimos todo. Tenemos que hablar.
-Chris, siento mucho lo de ayer. Yo… -suelto de pronto. Estoy muy nerviosa. La boca se me está secando a un ritmo alarmante. Necesito la tila ya.
Chris sonríe y se me queda mirando sin decir nada. Vamos, di algo. Los nervios me matan. La camarera nos trae lo que le pedimos y lo deja frente a nosotros. Chris coge su taza sin decir nada.
-El que debe disculparse soy yo. Yo empecé –dice Chris cuando la camarera se va. Sin apartarme la mirada, bebe del café.
-Si tú metiste una marcha, yo cuatro.
Sin poder evitarlo, nos reímos. Pero, ¿qué estoy haciendo? Se supone que me estoy disculpando.
-Estás muy poética hoy, señorita Valentine –comenta Chris cuando la señora risa nos abandona.
-Es lo que tiene haber estado pensando muchas horas –digo antes de beber un poco de tila. Los nervios no me dejan. Dudo unos segundos, pero finalmente me lanzo -. Mira, Chris. Lo que quería decir es que no quiero que malinterpretes lo que ocurrió anoche. Me dejé llevar… y no quiero hacerte daño. Te aprecio mucho.
Chris apenas pestañea mientras escucha. Bebe de su café en silencio mientras medita. Maldita sea. Odio que me tenga en ascuas.
-Lo sé, Jill. Me sentiría muy culpable si alguna vez te hago daño –me confiesa. Ahí, de sopetón. Si es que en el fondo es un buenorro. Me derrito al oírlo -. Yo… siento por ti una fuerte amistad, y no quiero estropearlo. Si es necesario olvidar lo de anoche… se hará.
Sus últimas palabras me hacen pensar. No el contenido en sí, si no el tono. No ha sonado tan serio como lo anterior… más bien… como si no lo tomara en serio.
Vaya, ¿acaso tú tampoco? Llevas revolucionada desde ayer, y después de las cosas que está diciendo…
-¿Te puedo preguntar algo? –me interrumpe mis pensamientos.
Asiento lentamente.
-¿Te gustó?
Trago saliva. ¿Qué si me gustó? Joder, no he hecho otra cosa desde ayer que pensar en ello. Y lo caliente que me pongo cada vez que lo recreo una y otra vez.
-Iría de cabeza al infierno si te dijera que no –contesto sin que se me note que me estoy excitando al recordarlo.
Vuelve a reír divertido. Me encanta verle así. Me pasaría la vida entera gastando bromas para verle feliz… pero no puede ser. Tengo que descartarlo. Es mi amigo. Mi compañero.
-Yo lo volvería a repetir…todas las veces que haga falta.
Me quedo con el vaso en la mano sin beber. Madre mía. Éste va a por nota. ¿No se supone que íbamos a hacer borrón y cuenta nueva?
-Pero ante todo somos compañeros –continúa hablando al ver mi cara de incredulidad -, y respeto todas y cada una de tus decisiones. Mezclar el trabajo con la vida personal no es bueno a veces. Aunque… -se calla unos segundos -. Es igual, no tiene importancia.
Veo a Barry y Joseph entrar en la cafetería. Nos saludan y se acercan a la barra a pedir. Chris me sigue mirando. Mis dudas están lejos de disiparse.
Tráiler estatuas de Anticolat
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Re: Fanfic: Todo o nada

Mensaje por Lucy Norton » 25 Dic 2015 20:20

¡Feliz Navidad a todos! Fiel a mi cita, os traigo un capítulo más. ¡Espero que lo disfrutéis!




10.


Ya estamos en Salt Lake City para disputar nuestro primer encuentro. Estoy muy nervioso, como todos. No se salva nadie. Incluso el capitán Wesker, que nunca se deja llevar, parece más serio y callado que de costumbre. Es cierto que desde primera hora esto nos ha parecido una chorrada, pero en fin… órdenes son órdenes.
El vuelo duró aproximadamente dos horas y media. Cuando me bajé del avión, las piernas casi ni me respondían, y eso que procuré dar algunos paseos, bien para ir al servicio o para estirar las piernas. Estuve varias horas con los oídos bastante sensibles. No soporto las altas presiones de los aviones.
Durante el trayecto hemos aprovechado para charlar, jugar a las cartas, bromear… Sorprendentemente, lo único de lo que no hemos hablado ha sido de trabajo. Qué bien sienta no tener que pensar en ello ahora mismo. Aunque lo prefiero a hacer el ridículo jugando a baloncesto.
No sabemos mucho de nuestros rivales. Irons tampoco ha puesto mucho empeño en ello. Cabrón. En el avión no paraba de lanzarme miradas asesinas a las que yo respondía sin contemplaciones. Suerte que en el hotel lo tengo bastante lejos.
Llegamos el viernes por la noche, y sólo nos dio tiempo a soltar el equipaje, cenar algo en un restaurante cercano e irnos a la cama. Este sábado por la mañana hemos estado entrenando y familiarizándonos con las instalaciones. Tampoco se diferencian mucho de las nuestras.
Por la tarde hemos hecho algo de turismo. Durante la semana me dediqué a buscar los sitios obligatorios a visitar. Evidentemente, no vamos a visitarlos todos. Es imposible hacerlo en dos días. El partido es mañana por la mañana, y en cuanto termine, nos vamos, así que me centré en los tres más importantes: Big Cottonwood Canyon, Red Butte Garden y el Capitol Building.
Nos hemos hecho miles de fotos. Algunas, en las que salimos más favorecidos, las he subido a la red. Creo que mis compañeros también han añadido otras tantas. Ya le echaré un vistazo más tarde. Aún sigo impresionado por las vistas del Big Cottonwood Canyon. Naturaleza en estado puro.
El estadio en el que vamos a jugar está junto al del equipo de la NBA, los Utah Jazz, y algunos no hemos dudado ni un segundo en entrar. Yo, de paso, me he comprado el jersey de John Stockton, uno de mis jugadores favoritos. La llevo puesta encima de una camiseta blanca de manga larga.
Hace muchísimo frío, más incluso que en Raccoon. Tengo puesta la calefacción, pero me cuesta entrar en calor. Miro mi reloj de pulsera. Son pasadas las once de la noche. Irons nos ha dado permiso para hacer lo que nos plazca siempre y cuando hayamos dormido lo suficiente.
Casi todos mis compañeros están encerrados en sus habitaciones descansando, preparándose para lo que nos espera mañana. Yo debería hacer lo mismo, pero con este frío y los nervios que siento por el partido, no puedo. Me siento en la cama y me pongo a buscar soluciones.
La habitación es bastante sencilla. La cama, que es de matrimonio por cierto, es muy amplia. Puedo moverme a mi gusto. Es mucho mejor que la que tengo en mi apartamento. Hay un armario donde he guardado la poca ropa que llevo y un cuarto de baño que tiene un jacuzzi.
Lo he probado esta tarde, y es una maravilla. Me dejó completamente relajado. Pero la tranquilidad me duró bien poco cuando recordé dónde estaba y por qué. Me rasco la barbilla distraídamente. No, no me apetece ahora. ¿Y si pongo la tele?
Niego en silencio. Seguro que habrá programas aburridos. ¿Qué puedo hacer entonces? Miro hacia la derecha y veo mi móvil. Se me ocurre algo. ¿Por qué no? Le escribo a Jill. Su última conexión ha sido hace dos minutos, así que perfecto. Me apetece hablar con ella. Estos días apenas hemos tenido tiempo para nosotros.

¿Qué haces?

Me dejo caer sobre la cama y miro al techo. No sé si he hecho bien. El móvil vibra a mi lado y lo cojo. Leo el mensaje con una sonrisa.

Contar ovejitas. Ya voy por quinientas.

Me encanta su sentido del humor. Tiene bromas para todo. Está escribiendo de nuevo.

Es broma. Nada, sólo estaba charlando con una amiga por Facebook.

Empiezo a ponerme nervioso. Quiero verla. Necesito tenerla cerca. Sé que no debería hacer nada más. Si sigo con este juego, me puedo quemar. Sigo leyendo su respuesta sin saber qué hacer. Si le digo que voy a su habitación puede pensar mal, y si le digo que venga, igual. Cierro los ojos e intento dejar de lado aquello.
Te estás metiendo en la boca del lobo, Redfield.
No puedo olvidar tan fácilmente lo que ocurrió en el coche. Lo deseaba tanto… y ella no opuso ninguna resistencia. Joder, ya estoy otra vez. Pensaba que tenía las cosas claras… Tal vez necesite que Jill me lo recuerde. Bien. Cojo el teléfono y escribo.

No puedo coger el sueño. ¿Te importa que vaya a verte y charlamos un rato?

Suspiro aliviado. Fase uno superada. Fase masoquista al máximo. ¿Por qué simplemente no pienso en dos amigos que se encuentran? ¿Es tan difícil? Ella seguro que ya lo ha hecho. Recibo la contestación.

¿Proposición indecente?

Sonrío al leerlo. ¿Ves? Hasta ella te ha calado mejor que tú. Espero que su respuesta suene como espero que sea, una broma. Decido despistarla un poco.

Se lo pediría a Barry, pero tú eres más divertida.

Me quedo un rato observando la pantalla. Pasa un rato y no hay respuesta. Se lo está pensando. Creo que le pasa lo mismo que a mí: no quiere que se vuelva a repetir. Ahora me doy cuenta de mi error. Voy a escribirle que no importa, que intentaré coger el sueño, cuando responde.

Voy para allá.

Mi corazón late a mil por ahora. Ha aceptado. Esto es peligroso. Estamos los dos solos en una habitación de hotel. Vengo preparado. Pero me lo tengo que quitar de la cabeza de una maldita vez. Pegan a la puerta con suavidad. Doy un respingón. Ya está aquí.
Me miro rápidamente en el espejo del cuarto de baño. Me retoco un poco el pelo y voy hacia la puerta. Contengo la respiración y abro. Jill está al otro lado vestida con un pijama rojo. Me echo a un lado y miro el pasillo. No hay moros en la costa. Mejor.
Cierro la puerta sin hacer demasiado ruido y me giro. Está inspeccionando la habitación. Se sienta en la cama y me mira.
-Creo que he triunfado –comenta con una sonrisa -. Mi habitación tiene un balcón, una bañera y un jacuzzi. ¡Flipa!
-¿En serio? –digo intentando parecer interesado. Aunque todo lo que tenga que ver con ella me interesa.
-Ya te digo. Ah, y también tengo una cama doble. Creo que es mejor que la tuya.
Sonríe burlona y me siento a su lado. Casi puedo saborear su dulce olor a jabón y a colonia. Me encanta. Me recuerda a ella.
-Eso es porque no estoy yo –contesto devolviéndole la sonrisa.
Su sonrisa pasa a un gesto neutral. Mierda. Mi piquito de oro vuelve a hacer de las suyas. Sabía que me estaba metiendo en un terreno peligroso. Como siga por este camino voy a conseguir que se enfade de verdad.
-¿Estás nervioso? –me pregunta. La observo. Su rostro ha vuelto más o menos a la normalidad. Menos mal. Creo que me está evitando.
-Un poco, la verdad. Tenemos un buen equipo. Lo haremos bien –veo que se toca distraídamente la muñeca izquierda, donde lleva un pequeño vendaje -. ¿Cómo lo llevas?
No es nada serio. Los médicos dicen que tiene la muñeca un poco inflamada de tanto tirar, pero que se le pasará pronto. También me contó que se quemó el dedo con la tostadora mientras desayunaba.
Cuando le pregunté que cómo le había pasado simplemente se sonrojó. Y eso me dio a pensar que tal vez estaba dándole vueltas a nuestro apasionado beso.
Pero vamos a ver. Cuántas veces lo tengo que decir. No eres el único hombre en su vida. Quizá estaba pensando en otra cosa.
Claro, justo después de esa noche… No cuela.
-El dolor viene y va –responde mirándose la venda -. Pero ya estoy mucho mejor. Espero no tener que tirar mucho con esta mano.
-Y si el capullo de Irons dice lo contrario, le parto la cara.
Reímos unos instantes antes de que nuestro gesto se tuerza al recordar al jefe de policía. Nos ha estado haciendo la vida imposible desde que hemos llegado. Quiere controlarlo todo. No para de repetirnos que tenemos que ganar cueste lo que cueste.
Como si fuera tan fácil… Nosotros intentaremos hacer un digno papel… y ya está. No me van a aumentar el sueldo por ganarlos todos. De pronto, el gesto de Jill se vuelve serio, preocupado. Está pensativa. No me hace falta saber qué está pasando por su cabeza para entender su preocupación.
-Lo harás muy bien mañana –susurro poniéndole una mano en la rodilla con dulzura. Se la acaricio. No me retira la mano. Buena señal.
-No sé Chris… Me preocupa que puedan tomarla conmigo.
-Y para eso estamos nosotros. Para mandar a callar al que ose meterse con nuestra Jill –consigo sacarle una tímida sonrisa.
Nos observamos sin decirnos nada. Me está empezando a recordar a nuestra mágica noche. Deseo besarla, abrazarla, no dejar que se vaya nunca. Intento pensar en otra cosa que desvíe mi atención. La imagen de Irons aparece en mi mente. Niego con la cabeza para espantarlo de mi mente.
La risa de Jill me distrae.
-¿Qué te ocurre? Parece como si te hubieras tragado un gusano o algo de eso… -comenta sin dejar de reír.
Se deja caer en la cama y se retuerce pasándose los brazos cruzados por la altura de las costillas. Me pongo nervioso. Podría aprovechar para tumbarme a su lado, acariciarla, besarla, y llevarla al éxtasis. Suspiro. No tengo remedio. Me acerco a su altura y me tumbo frente a ella.
Jill se incorpora un poco y nuestras caras quedan a pocos centímetros. El corazón me late muy deprisa. Me pide que la bese. Pero espero. Ella simplemente me mira… y veo en sus ojos el mismo deseo que el mío. Brillan de emoción. Están cambiando a azules.
Qué fácil es pillarte, Jill…
¿Y qué pasa si es ella la que da el primer paso? ¿Y si es ella la que me besa? ¿Le seguiría el juego? Posiblemente… pero debo recordar la regla de oro por la que nos regimos: somos compañeros. Entonces, acerca su mano a mi rostro, y lo acaricia. Cierro los ojos. Saboreo el momento.
Sus dedos acarician lentamente mis mejillas, mi barbilla afeitada, mis labios… Esto es demasiado. Mi miembro empieza a pedir guerra. Está tan excitado como yo. Abro los ojos. Miro a Jill. Veo que disfruta. Me desplazo un par de centímetros. Estoy a punto de besarla.
Pero me retiro. Quiero hacerlo… pero no debo. Me he jurado numerosas veces que no puedo seguir con esto si quiero que todo vaya sobre ruedas. Jill aparta su mano con delicadeza. Puedo ver en sus ojos un rastro de decepción. Sé que lo estaba esperando… al igual que yo.
Me separo un poco más hasta quedar prácticamente sentado. La escucho emitir un suspiro. Sí, yo también me maldigo. Pero creo que he hecho lo correcto. No sé cómo hubiera acabado esto si hubiera acabado.
Unos mimitos, unas caricias, unos besos… y puede que algo más.
Debo hacer algo para quitarnos ese sinsabor. Me quedo pensando. Tiro de todo mi repertorio, de las lecturas que he hecho. Recuerdo que metí en mi equipaje algo que quizá me pueda servir. Siempre me gusta ir preparado para la ocasión. Con o sin Jill, lo necesitaba por si las moscas.
El problema es que no sé si va a querer… y lo calientes que nos vamos a quedar cuando termine. No pierdo nada por intentarlo… pero de lo que sí estoy seguro es que no insistiré a la primera que me diga que no.
-Quiero hacerte una proposición –le digo un tanto nervioso, para variar.
-¿Indecente?
Sonrío. Y lo peor es que ella no me detiene los pies. Creo que ése es el problema. Si Jill desde primera hora me hubiera dejado claro que no quiere nada conmigo, no estaría pensando tanto en ella. Pero claro, quizá no existiría este buen rollo que hay entre nosotros.
La miro. Está tranquila, esperando mi respuesta.
-Me gustaría quitarte algo de presión –explico con toda la tranquilidad que me es posible -. Sé que Irons te ha dado la vara con que tienes que echarte el equipo a la espalda porque eres la única base del equipo –Jill asiente con amargura -. Así que… me gustaría… darte un masaje.
Mi propuesta la deja boquiabierta. No sé cómo interpretarlo. ¿Le atrae la idea? ¿Me mandarán a freír espárragos? ¿Me dirá que no es buena idea? Sí es cierto que quiero hacer algo para aliviarle toda la carga que ha puesto Irons en ella. Por el amor de Dios, que los demás vamos a hacer todo lo posible para cubrirle las espaldas.
Sigue en silencio. Creo que no sabe qué decir. Quizá se esté preguntando si sé da masajes. Y la respuesta es… sí. He estado leyendo sobre el tema en libros y en internet. Además, he visto vídeos de expertos que afirman que no es necesario ser un fisioterapeuta para dar un buen masaje.
El masaje es un gran estimulante sexual. A pesar de lo que muchos pueden pensar, me gusta estar al día en lo que se refiere a las mujeres: lo que les gusta, cómo tratar con ellas… todo. Y a mí el masaje me parece una excelente idea.
Y no es el único.
Mi pene sigue tan erecto como al principio. El calor empieza a subir por mi cuerpo al imaginar a Jill tumbada en esa cama mientras le doy un masaje. Qué morbo. Me encantaría vivir esa experiencia. Intento ocultar mi erección todo lo bien que puedo cruzando los rodillas.
-¿Sabes… dar masajes? –me pregunta a media voz. Asiento.
-He leído varios libros de expertos… y también he visto algunos vídeos –me encojo de hombros sin darle demasiada importancia -. He traído en mi equipaje un aceite especial.
Jill arquea una ceja sorprendida. Ahora sí que la estoy dejando totalmente sin palabras. Se nota que me conoce especialmente en el plano laboral. Me gusta tenerlo todo dispuesto y preparado. Y sobre todo, probar, experimentar. El placer no es placer si no se disfruta.
-¿Alguna vez has dado uno?
Niego en silencio.
-Para todo hay una primera vez –sonrío. Se me hace la boca agua al imaginar cómo pueden ser nuestra primera vez. Me empieza a doler el pene de tenerlo tanto tiempo empalmado -. ¿Qué dices?
Estoy muy incómodo. Voy a tener que emplear la táctica de Irons otra vez para tranquilizarme. Cierro los ojos y me lo imagino cagando. La cara de asco que debo poner debe ser mi libro. Aguanto unos instantes más, y mi amigo se tranquiliza un poco. Menos mal.
-Excelente autocontrol –comenta Jill sonriendo. Después de esto voy a necesitar unas cuantas copas para olvidar mis recuerdos -. No sé, Chris, no creo que…
-Te voy a dejar un poco para que lo pienses… -sueno más borde de lo que en realidad quiero aparentar. Lo de Irons me ha traumatizado. Espero que no me afecte en el futuro -. Voy al servicio un momento. Voy a colocar una toalla sobre la cama para que no cojas frío. Y te voy a dejar otras dos toallas para que te cubras las tetas y el culo.
E incomprensiblemente, me sonrojo al nombrar esas dos palabras. ¡Pero si nunca me sonrojo! Mi polla vuelve a animarse un poco. Abro el armario y saco una toalla grande. La tiendo sobre la cama. Entro en el cuarto de baño y cojo dos toallas limpias más pequeñas. Las dejo junto a Jill.
-Te dejo un poco para que lo pienses. Si no quieres, tranquila, te entiendo perfectamente. Yo sé que tampoco esto es lo correcto –digo antes de cerrar la puerta del baño.
Me siento en la tapa del váter y me bajo los pantalones de un tirón. Me quito los calzoncillos y me masturbo como un condenado. Jill, desnuda en la habitación. Dios. Contengo los gemidos de placer para que no me escuche. Subo y bajo mi mano con suavidad al principio, y luego aumento al ritmo.
Cierro los ojos y la imagino. Tumbada en esa calentita cama semidesnuda esperando a que le dé un relajante y sensual masaje. Noto que voy a correrme antes de lo que esperaba. Cojo un poco de papel higiénico y lo pongo en la punta de mi pene. Y me dejo ir segundos después.
Mi entrecortada respiración tarda un poco en volver a la normalidad. Qué liberación. Lo necesitaba después de lo que caliente que estaba al imaginarme todo lo que puede pasar. Pero la cruda realidad cae sobre mí. ¿Y si cuando salgo aún está vestida?
La conozco lo suficiente para saber que, aunque lo intenta igual que yo, cuando te hacen una oferta de este tipo… es difícil resistirse.
Me niego a pensar en el chasco que me puedo llevar. Debo hacerme a la idea de que no va a poder ser. Qué bonito fue mientras duró. Siempre seremos compañeros. Estamos destinados a ellos… y nada puede detenerlo… salvo que nos vayamos por las ramas.
¿De verdad quieres perder tu relación de amistad con Jill por tirarte a la piscina de esta manera?
De ningún modo. He ido demasiado lejos. Voy a salir y a decirle que me disculpe por haber sido tan egoísta y pensar más en nuestro placer que en nuestro deber. Me lavo las manos con jabón y me las seco en una toalla. Me pongo los pantalones y los calzoncillos antes de salir al exterior.
Lo primero que veo es el pijama de Jill tirado en el suelo y unas bragas negras al lado. Me quedo parado en el quicio. Miro a la cama. Y la veo tumbada poca abajo con una toalla puesta encima del culo. Ese espectáculo me está excitando sobradamente. Mi pene empieza a rectarse de nuevo.
-¿Está bien así? –pregunta Jill mirándome. Tardo unos segundos en responder. Está espectacular. La de cosas que voy a hacerle sentir con este masaje… Mmm
-Perfecto –sonrío y camino decidido hacia mi equipaje.
Abro la cremallera con dedos temblorosos y busco mi neceser “de emergencia”. Aparto unas cuantas camisetas de la equipación y lo veo abajo del todo. Lo pongo sobre la mesa para que no me vea el contenido: preservativos, lubricante, geles de frío y calor, y un aceite para masajes con esencia de rosa silvestre. Dicen que es afrodisíaco.
Caigo en la cuenta de que no tengo velas. Pero da igual. Ya lo recordaré para otra ocasión. Las velas hubieran dado un toque más íntimo y agradable… Pero en fin… No todo se puede tener. Saco el bote de gel y lo tiro sobre la cama, junto a Jill. Cierro la cremallera del neceser y me detengo frente a Jill. Me quedaría contemplándola eternamente.
-Lo más importante es que estemos a gusto y relajados –digo controlando todos mis impulsos, que me dicen que me deje de chorradas y juegue un poco con ella -. Voy a poner un poco de música Chill –out. Nos ayudará a entrar en un estado óptimo.
Cojo mi móvil y abro el programa que tengo para reproducir música. Busco en la lista de música Chill –Out y elijo una al azar. Una suave música de piano inunda mis oídos. Vaya, es perfecta. Le va a encantar. Su comentario no se hace esperar.
-Adoro la música de piano.
-Lo he hecho por lo mismo.
Coloco el teléfono sobre la mesa de manera que la acústica sea lo medianamente buena. Observo su espaldas, sus curvas… toda su perfección. Me estoy poniendo más caliente por momentos. Como nunca antes. Me encanta probar cosas nuevas… y sobre todo con ella.
-Oye, si sientes más cómoda… puedo desnudarme yo también –la idea endurece mi polla de forma enloquecedora -. Así estaremos al mismo nivel.
Abro el bote y lo dejo en el suelo mientras espero su respuesta. Agacha la cabeza, escondiéndola entre sus brazos estirados. Su reacción no me sorprende demasiado. Sabe que a un hombre todo esto lo pone a mil… y que puede ver algo que le agrade bastante.
-Tú mismo –dice cuando eleva su rostro.
Sonrío y me quito con lentitud la camiseta. Aún no es momento para stripteases. Jill no se pierde un detalle. Sus ojos brillan de emoción. Se están poniendo azules. Bajo la cremallera del pantalón y lo dejo junto a la camiseta. Me quedo en calzoncillos. Es un momento incómodo.
Mi erección está en su máximo apogeo. Sé que no se va a asustar ni a salir corriente, pero para un hombre, su cosa es sagrada. Me agacho rápidamente para coger el aceite y se lo paso a Jill.
-Huélelo.
Jill obedece y se lleva el bote a sus orificios nasales.
-¿Rosas silvestres?
-Exacto. ¿Cómo lo has sabido? –pregunto mientras me devuelve el tarro. Nunca dejará de sorprenderme.
-Hay muchas en New Orleans.
-Ya entiendo… -me sitúo de rodillas sobre ella y me echo un poco del contenido en las manos -. Bueno, allá voy. Si te molesta lo más mínimo me lo dices y paro, ¿vale? –ella asiente.
No hace falta que se recoja el pelo. Al tenerlo corto no me molesta. Tengo acceso a todas y cada una de las zonas permitidas para mí de su cuerpo. Masajeo con los dedos su espalda de arriba abajo un par de veces, sólo con las yemas de los dedos. Noto que se tensa un poco al principio, pero luego vuelve a relajarse.
Su cuerpo empieza a desprender un calor contagioso. El mío también está ardiendo. Procuro no rozar con mi pene ni un centímetro de mi cuerpo. No estoy seguro de que se sienta cómoda. Paso ahora las palmas de mi mano por lo ancho y largo de su espalda.
-Al final compraste la camiseta de Stockton –me dice mientras masajeo la zona baja de su espalda.
-Es uno de mis jugadores favoritos –contesto concentrándome en los movimientos. Estoy tan cerca de sus nalgas… Sólo si bajara un poco más… Pero no, yo le prometí que no iba a hacer nada que ella no quisiera.
-En el equipo, creo que soy como él. Ya sabes, los robos, las asistencias…
-Creo que por eso me gusta verte jugar –sonrío al decirlo. Doy un poco más de intensidad a mis pasadas. Empieza a gemir levemente -. ¿Qué tal?
-En el paraíso.
Vuelvo a sonreír. Lo estoy haciendo de maravilla. Estamos disfrutando de lo lindo. Me centro en sus hombros. Los tiene bastante duros. Pero según he leído, casi todo el mundo los tenemos por las cargas que cogemos: bolsas, mochilas, objetos pesados…
Sus gemidos de placer empiezan a desconcentrarme un poco. Me estiro un poco más para coger sus hombros mejor, y entonces mi pene roza su trasero por encima de la manta. Hago un movimiento brusco con el cuerpo y vuelvo a mi posición original. Qué morbo.
-Sigue así…no te retires… -murmura con los ojos cerrados y una sonrisa en los labios. ¿He oído bien? ¡No quería que me apartara! ¿Qué está pasando?
Que estamos más calientes que el palo de un churrero.
-Mejor que no… -susurro. Noto que me falta muy poco para eyacular. Debo hacer todos lo posible para aguantar… pero es que aún no he ido con la parte de delante.
Masajeo su cuello con los pulgares y con mucha suavidad. Es una suavidad. Se la ve tan tranquila… Debería hacer esto más a menudo. Esto es puro placer. Me aplico un poco más de aceite en las manos y continúo un poco más por el cuello. Luego, paso por toda su espalda con los puños, y luego con los codos con suavidad.
Ahora viene lo peor. La parte delantera.
-Date la vuelta. Me voy a girar para no mirar –me dio la vuelta tragando saliva con dificultad.
Voy a explotar. Me sale un poco de semen. Mierda. Cojo del bolsillo de mi pantalón un kleenex y me limpio el pene. El problema es que empieza a salir más. Lo limpio todo lo corriendo que puedo. Estoy sudando. Mierda. Tiro el papel disimuladamente a un lado.
-Ya estoy lista –anuncia Jill. Suspiro y me doy la vuelta.
Mi amigo aún no se ha rendido. Es una diosa allí tumbada. La de cosas que podría hacer con ese cuerpo… Creo que me va a empezar a doler otra vez si sigo tanto tiempo empalmado. Ya me he corrido dos veces hoy… y las que quedan. Creo que debo hacer algo al respecto.
-Si no te importa, voy a ponerme el pantalón –digo agachándome para cogerlo. Jill asiente. Sabe lo que me pasa -.Gajes del oficio.
Sonreímos. Vaya nochecita. Quién hubiera imaginado que Salt Lake City iba a ser una ciudad tan interesante… Esta vez me siento a su lado. No creo que esté demasiado bien que me pongo de rodillas encima. Se me corta la respiración. Sólo puedo verle las piernas y el torso… pero vaya imagen.
Me encantaría fantasear con lo que hay debajo de esas toallas…
Cojo el aceite y me lo echo en las manos. Me acerco a sus pies y primero masajeo el derecho. Empieza a moverse como una lagartija. Me divierte.
-En los pies tenemos muchas terminaciones nerviosas… y por eso te da esa sensación de placer –les explico sin detenerme demasiado en las plantas.
Empiezo a subir por las piernas. Con qué calentón voy a terminar la noche. Yo solito me lo he buscado. ¿Y lo que estoy disfrutando ahora? Bueno, estamos. Paso mis dedos por sus hermosas piernas hasta llegar a la toalla. Zona prohibida. Y entonces, me centro en sus costados.
Los masajeo primero con las yemas de los dedos y luego con la mano entera. Aplico la presión exacta para que no resulte doloroso. En los vídeos he aprendido a hacerlo bien.
Sus pechos suben y bajan relajados. Me entran ganas de mandar a la mierda las toallas. El masaje me está saciando en parte, pero no lo suficiente. Luego ya lo arreglaré cuando esté a solas. Y tras jugar rítmicamente con mis dedos por su torso, le doy un suave beso en la mejilla.
-Bueno, pues con esto doy por concluida mi sesión –sonrío mientras me levanto -. ¿Cómo te encuentras?
-Voy a dormir en la gloria.
Río mientras quito la música del móvil. Cojo el papel que tiré al suelo y lo guardo en el bolsillo rápidamente. Meto el aceite en el neceser y lo guardo en mi maleta de viaje.
-Te dejo que vistas tranquila. Voy a lavarme las manos.
Entro en el baño y cierro la puerta corriendo. Va a ser la tercera de la noche. No hace falta que me toque demasiado para que el semen salga. Qué gusto. Pensaba que si no lo echaba iba a reventar. Dios. ¿Qué tía ha hecho que me corra tres veces en menos de veinte minutos? Sólo Jill.
Vuelvo a limpiarme de nuevo mientras veo que mi amigo empieza a relajarse un poco. Menos mal. Necesito un poco de descanso. Ha sido un gran esfuerzo para mí tener tantas erecciones seguidas. Me enjuago las manos sin demasiada prisa y vuelvo a la sala principal.
Jill ha vuelto a ponerse su pijama, y yo aún no me he puesto mi camiseta. A pesar de que estamos en pleno febrero no tengo ni pizca de frío. Es más, estoy demasiado caliente.
-Has debido pasar muchas horas en el gimnasio –apunta Jill observando con admiración mi torso desnudo. Me enorgullezco de ello. Es una de las partes de mi cuerpo que más me gusta.
-Más que con las chicas, seguro.
La escucho reír mientras cojo mi camiseta del suelo. Meto la cabeza por el agujero y noto que unas manos tiran con suavidad hacia abajo. Jill me mira de cerca. Demasiado cerca. Contengo mis impulsos de no volver a repetir lo del coche, pero entonces ella se pone de puntillas y me da un beso en la mejilla.
Me pongo colorado de nuevo. Algunas veces nos hemos dado besos en la mejilla para saludarnos o despedirnos, aunque nada tiene que ver con lo que ha pasado esta noche. Me llevo una mano distraídamente al lugar donde me ha plantado ese beso con el que soñaré parte de la noche.
-Gracias, Chris. Me siento mucho mejor –me confiesa con sinceridad.
-Ya sabía yo que esto era una buena idea –Y tanto -. Ya sabes, la próxima vez te toca a ti.
Le guiño un ojo, y su rostro se queda petrificado. No se lo esperaba. También entraba en los planes. La he cogido por sorpresa. No quiero presionarla, así que hago lo que mejor sé hacer:
-Investiga un poco. Hay muchas webs donde te explican todo lo que necesitas saber. Pero tranquila, esperaré.
No muy convencida con mi propuesta asiente lentamente. Está tan guapa con el pijama… Volvería a la cama con ella ahora mismo. Se gira y se acerca a la puerta. Miro el reloj. ¡Casi las doce! Madre mía. Y el partido es a las doce. Tenemos que dormir ya si queremos estar lo suficientemente despiertos.
-Buenas noches, Chris. Te veo mañana.
-Buenas noches a ti también, Jill –abre la puerta y mira de un lado a otro para comprobar que no hay moros en la costa -. Oye, antes de que te vayas –bajo un poco el tono -. Antes de dormir…pásatelo bien… Ya me entiendes… Te irá bien.
Se me queda mirando unos instantes como diciendo de qué coño estás hablando, pero sé que lo ha pillado al vuelo. Vuelve a mirar al exterior y pone los ojos en blanco.
-Como si tuviera otra opción…
Cierra la puerta mientras sonrío. Bueno, es hora de que yo también lo pasé bien. Recojo las toallas para ponerlas junto a las que he utilizado yo y me fijo que la que he puse debajo está llena de fluidos.
Sonrío ampliamente. Ha sido una experiencia muy gratificante para los dos.
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Re: Fanfic: Todo o nada

Mensaje por Lucy Norton » 01 Ene 2016 19:39

¡Feliz año nuevo a todos! Aquí os traigo un nuevo capítulo como cada semana. Espero que os guste.

11.

Bajamos del autobús en silencio. Algunos van escuchando música, y otros simplemente se quedan callados como yo. Veo una gran multitud congregada en la puerta del estadio. La mayoría nos abuchean. Pero no me importa. Lo raro sería que no lo hicieran.
Entramos por una enorme puerta metálica al interior del estadio. Voy tras Kenneth, que casi me saca cincuenta centímetros, así que apenas se me ve. Abriendo la comitiva va Irons junto al capitán Wesker y Enrico. Creo que están hablando del partido. No lo sé a ciencia cierta porque nos separa una ventaja considerable.
Voy casi de las últimas. Sólo están por detrás Richard y Joseph, a los que escucho reír. La mochila que llevo colgada al hombro empieza a pesar, y eso que sólo llevo un par de camisetas de repuesto y pantalones. El uniforme ya está preparado en el vestuario.
Irons abre una puerta que lleva a una pequeña habitación llena sobre todo de sillas. Tomamos asiento hasta llegar casi por completo la sala. Yo me sitúo entre Chris y Barry, que están hablando de posibles jugadas que pueden hacerse durante el encuentro. Aunque ya estará el jefe de policía para estropearlo todo.
En los entrenamientos nunca ha estado, pero cuando nos reunió el día antes de partir a Salt Lake City, me dio la sensación de que no estaba muy por la labor de ayudarnos. A ninguno nos hace mucha gracia estar aquí, pero leches, un poco de dignidad.
Irons carraspea un poco para hacerse notar. Le dedica una mirada gélida a Chris, y veo cómo se la devuelve. Algún día me gustaría saber cómo surgió esa tensión entre ellos. Según Chris, no le gustó desde el primer momento, pero creo que hay algo más.
-Antes de que empiece el calentamiento, me gustaría hablar un poco –la sala se queda en completo silencio, y sin más remedio, escuchamos -. El capitán Wesker me ha pasado un informe sobre vuestras evoluciones… La verdad es que estoy un poco sorprendido por el buen rendimiento de algunos y el pésimo de otros.
Y su mirada vuelve a dirigirse a Chris. Él se limita a sonreír burlonamente. No le está prestando demasiada atención. Conoce al jefe de policía mejor que yo, y sabe perfectamente que no hay que entrar en su juego. Chris es de los mejores del equipo. Creo que el único que lo supera es Wesker.
-Así que he decidido que el quinteto titular sea: de base, Valentine –Chris y Barry me sonríen. Soy la única que está en el puesto. Tampoco era una sorpresa -. Escolta, Speyer. Alero, Redfield. Ala – pívot, Wesker y Pívot Sullivan. Frost y Aiken se turnarán también de bases para restarles minutos a Valentine.
Miro a Richard y a Joseph, que están al fondo. Me levantan los pulgares en señal de ánimo y yo les dedico una sonrisa.
-No sé mucho sobre este deporte… -lo tuyo son más los animales y las mujeres, pienso amargamente -. Quiero que todo el juego se centre en el pick and roll. Siempre que sea posible, meterán balones dentro del área, sobre todo cuando Sullivan y Dewey estén en pista. En caso contrario, abrirán espacios para que Redfield y Wesker, entre otros, puedan tener más facilidades.
Me quedo pensativa. Básicamente quiere que vaya dando pases hasta que encuentre una buena situación para meter la pelota en el área. Y si no es así, que me meta y abra espacios. Mi estatura me permite desplazarme más rápido. Lo he comprobado en los entrenamientos con Kenneth y Edward.
-En el momento en que se sientan cansados, pidan el cambio –continúa hablando con aire de arrogancia. Indirectamente, nos está llamando débiles -. Aunque me adaptaré al estilo del equipo para ir introduciendo variantes. Bueno, ya pueden ir a cambiarse. Faltan cuarenta minutos.
Se produce un estruendo general al moverse las sillas. Los que ocupaban la primera fila empiezan a dirigirse hacia los vestuarios para cambiarse. Irons continúa hablando con Wesker y Enrico. ¿Tanto tendrá que decirles? Camino junto a Chris y Barry por el pasillo.
-Creo que si fuera por Irons, ni te habría puesto –le comenta Barry a Chris rascándose distraídamente la barbilla.
-Ya sé que para ese cretino santurrón soy como un chicle en la suela de su zapato. Pero que le den. Wesker y Enrico saben que todos contamos… incluso Brad.
Los tres sonreímos. Me encantaría ver a Brad botar el balón dos veces seguidas sin que le entre el pánico. Chris se me queda mirando, y su mirada me indica que está intentando averiguar mi estado de ánimo después de lo ocurrido anoche. Tenía razón. Hoy me siento mucho más animada y con mucha confianza.
No sé si habrá sido por el aceite, el masaje, los orgasmos que tuve, o todo en general. Hoy parezco otra. Me he levantado con mucha energía. Aún no he tenido de hablar con Chris, pero estoy convencida de que encontraremos la ocasión. Tal vez hoy. Debo reconocer que era la primera vez que conseguí tener tres orgasmos seguidos.
¡Y sólo con tocarme! ¿Qué clase de brujería fue?
Le sonrío sin importarme mucho que Barry esté delante y capto su mirada. Me está preguntando que si estoy bien. Se preocupa tanto por mí… Llegamos a los vestuarios y yo me meto en el de mujeres. Más libertad, espacio e intimidad para mí. En el otro estarán presumiendo de músculo… y lo que no es músculo.
Sonrío. Veo un chándal y el mi uniforme perfectamente doblados sobre un asiento. Mis deportivas están al lado. He elegido unas blancas con las que me sentí bastante cómoda cuando las probé. Dejo mi mochila sobre una banqueta antes de empezar a despojarme de toda mi ropa.
Desabrocho la chaqueta y la dejo estirada. Me quito la camisa y el sujetador para ponerme uno más cómodo. Busco en mi mochila y lo encuentro casi al instante. Me lo coloco mirándome en un espejo que hay sobre el lavabo. Perfecto. Cojo la camiseta del uniforme y la observo detenidamente.
Es casi entera azul salvo por los laterales, que son amarillos. En la parte delantera está bordado S.T.AR.S. Raccoon City y su correspondiente emblema. En la parte de atrás, aparece mi apellido y el número uno. Me siento como una auténtica profesional.
Me meto el jersey por la cabeza. Aunque no me queda completamente pegado, me sienta bien. Me quito los pantalones vaqueros y me pongo los cortos. Me contemplo en el espejo. Parezco una auténtica profesional. Doy una vuelta completa satisfecha. Ahora, el chándal. Es azul, como el uniforme, aunque tiene unas franjas blancas y amarillas. Me pongo el pantalón primero y luego me abrocho la sudadera.
Es idéntico al uniforme. Me siento y cojo los calcetines y las zapatillas. Los calcetines, a juego, son azules. Me abrocho los cordones haciendo varios nudos para no tener que estar pendientes a ellos durante el partido. Sólo me queda el último toque. Saco de mi maleta una cerpa y la coloco en la cabeza. Odio el pelo pegado a la cara.
Me miro una vez más. Ahora sí que sí. El reloj marca que faltan treinta minutos para el comienzo del encuentro. Es hora de calentar un poco y demostrar nuestro potencial. Cierro la puerta del vestuario. No oigo ruidos. Tal vez estén esperando en el túnel.
Camino por el pasillo cruzándome con algunos de los trabajadores. No me saludan. Yo tampoco. Pero sí se me quedan mirando de forma descarada mi trasero. Entonces, escucho voces procedentes de un poco más adelante. Al primero que veo es a Brad, hecho un manojo de nervios un poco más apartado del resto.
-Hola Brad –lo saludo dándole una palmada. Se sobresalta. Contengo la risa. Más de uno se hubiera divertido con su reacción.
Paso de largo y me coloco donde está el resto. Edward me choca la mano y me pongo a su lado. Un poco más adelante, Chris charla con Joseph y Richard. Me mira y sonríe levantando el pulgar. Me separo de la pared y me acerco a su corro. Todos me reciben con palmas. Yo levanto las manos pidiendo calma, pero no puedo evitar reírme.
-Vamos, vamos, que no nos lo llevamos de calle –exclama Forest tocando las palmas.
-Con pies de plomo, Speyer –bromea Barry con una sonrisa.
-¿Qué tal? –me pregunta Chris situándose a mi lado. Me encanta que se preocupe tanto por mí.
-Tan hiperactiva como una lagartija –ambos sonreímos -. Oye… -bajo un poco el tono de voz para que nos escuchen. Por si acaso, me acerco un poco a su oreja -. Tenías razón. Hoy me siento de maravilla.
Chris sonríe más ampliamente y me da una palmada cariñosa en la mejilla. Le lanzo una mirada furtiva, pero le doy un puñetazo amistoso en el hombro.
-Que sea la última vez que me seduce con sus juegos, señor Redfield –murmuro entre dientes divertida. Ojalá pudiéramos bromear siempre así.
-Tenía entendido que le gustaban, señorita Valentine.
Voy a contestar, pero Wesker nos hace señas para que nos acerquemos. Formamos un círculo y nos pasamos las manos por los hombros. Me pongo al lado de Richard, que es uno de los hombres más bajo del equipo, y al otro lado tengo a Barry. Guardamos silencio.
-Bueno, llegó el momento –comienza su discurso -. Vamos a demostrarles a éstos de Salt Lake City que somos algo más que polis que engordan su asiento en las sillas de sus despachos –reímos todos menos él -. No somos profesionales, pero tenemos nuestra dignidad. Demos la cara –hay murmullos de aprobación -. Vamos a hacer que Raccoon City se quede orgullosa de esta escuadra que tiene. ¡Ganar o morir!
Ponemos las manos en el centro. Las elevamos con un grito que por poco me deja sorda. Algunos empiezan a saltar para calentar. Nos colocamos en fila india. Yo, la primera. Tengo visión directa del campo. Aún no han salido los locales. Mi corazón late deprisa. Pronto empezará.
Y hago algo que mi padre solía hacer para tranquilizarme cuando era niña. Me pongo a cantar una canción popular francesa. Aún no lo he comentado, pero soy capaz de hablar inglés y francés a la perfección. Mi padre nació en Francia, y pasó allí toda su infancia y adolescencia hasta mudarse a Estados Unidos.
Como en New Orleans hay una amplia colonia francófona, decidió instalarse allí para que sentirse, en parte, como en casa. Y nunca se ha movido de allí, al menos que yo sepa.
-Frère Jacques, Frère Jacques. Dormez-vous? Dormez-vous? Sonnez les matines! Sonnez les matines! Din, dan, don. Din, dan, don –susurro en voz muy bajita.
Miro hacia atrás, y veo a Chris con una ceja arqueada. Me ha escuchado. Me sonrojó y me vuelvo. Pero él me pone la mano en el hombro.
-¿Hablas francés?
-Oui, Monsieur.
-La leche… -murmura medio en sobra -. Me hubieras hablado ayer así y…
Se queda callado. No hace falta que lo diga. Pongo los brazos en mi espalda y me cojo las manos. Me balanceo al ritmo de la música. Lo he pensado mucho mientras me quedaba dormida. ¿Qué hubiera pasado si el masaje hubiera acabado de otra forma? ¿Hubiera continuado el juego?
Lo mejor es preguntarte. ¿Por qué lo aceptaste?
Porque confío en él, y sé que no hará absolutamente nada que ninguno de los dos queramos. Es un gran compañero, y sobre todo un gran amigo… aunque a veces superemos un poco los límites. Oigo algunas voces a lo lejos de nuestros compañeros dándose ánimos.
Miro al frente, hacia nuestro banquillo, y veo a Irons con cara de estreñido sentado en el banco. Procuro no mirarle más de lo estrictamente necesario. Estos últimos días no se ha dedicado a mirar mi cara precisamente. Entonces, empiezo a oír la voz del comentarista.
-Damas y caballeros, bienvenidos a este gran espectáculo que nos van a ofrecer los S.T.A.R.S. de Raccoon City y Salt Lake City –escucho aplausos y unos cuantos abucheos en nuestro favor -. Ahora, me gustaría presentarles al equipo… ¡de Raccoon City!
Corro hacia la pista hasta abandonar por completo el túnel. Escucho cómo nos va nombrando conforme entramos. Me quedo asombrada. El estadio está abarrotado. No queda ni un alfiler. No sé si habrá venido alguien desde Raccoon City para apoyarnos, pero seguro que tenemos algún fan por ahí. Nos situamos en el círculo y volvemos a abrazarnos mientras saltamos.
Cuando damos una vuelta completa nos retiramos. El capitán empieza a indicarnos que calentemos. Se oye un ruido ensordecedor, y el equipo rival entra en escena. Chris, unos cuantos más y yo aplaudimos por cortesía unos segundos y nos dedicamos a estirar los músculos.
Me sitúo en un lateral de la canasta y abro las piernas. Estiro los brazos hasta tocar el suelo y permanezco en la misma posición unos diez segundos. Repito el ejercicio diez veces. Me siento y me abro de piernas. Llevo las manos hacia el pie izquierdo y mantengo la postura unos quince segundos. Lo repito con el pie derecho.
Vuelvo a ponerme en pie. Giro el tobillo derecho, y luego el izquierdo. Pongo mis manos en las caderas y me uno al ejercicio de Enrico, Brad y Edward. Movemos la cintura de un lado a otro en cinco repeticiones. Bueno, creo que mi parte baja está bien estirada.
Me desplazo de un lado a otro de la pista levantando y bajando los brazos a un bien ritmo. Repito el ejercicio tres veces. Me paro junto a la canasta, donde veo que algunos de mis compañeros estiran las piernas. Pongo mi mano derecha en mi codo izquierdo y estiro el brazo. Luego, con el derecho.
Muevo la cabeza lentamente de un lado a otro. Me siento genial. Tengo muy buenas sensaciones. Y debo admitir que todo se lo debo a Chris. Aunque estoy nerviosa, me tranquiliza saber que todos van a apoyarme pase lo que pase. Wesker nos hace seña y nos divide en grupos. Vamos a tirar en grupos.
Me sitúo en segunda posición de mi fila, tras Barry. Joseph y Kenneth se son unen. Barry bota el balón y corre hacia canasta. Deja una bandeja. Me pasa el balón y se pone al final de la fila. Troto hasta la zona de tiros libres, me elevo y lanzo. Dentro. Agarro el balón y se lo paso a Ken.
Me coloco nuevamente detrás de Barry, y él se gira con una sonrisa burlona.
-Levantas expectación allá donde vas –señala con la mirada un grupo de los S.T.A.R.S. de Salt Lake City.
Me están mirando. Creo que estoy empezando a acostumbrado a esa sensación. Los hombres se interesan mucho por mí… aunque imagino que la mayoría es por mi físico. No me considero la tía más buenorra del mundo, pero creo que tampoco estoy tan mal. Me mantengo en forma.
Están cuchicheando algo mientras no me apartan la mirada. Uno de ellos dice algo y los demás ríen. Niego en silencio. Pueden estar hablando de cualquier cosa menos del partido.
-Me recuerda a un anuncio de cerveza –bromeo cuando me he cansado del lamentable espectáculo. Segundos después nos estamos partiendo de risa.
Richard le pasa el balón a Barry y me choca la mano, al igual que a Kenneth. Barry lanza casi inmediatamente tras recibir, y falla. Corre hacia el balón y me da un paso en el aire. Tengo que estirarme un poco para poder agarrarlo con fuerza. Su disculpa con la mano.
Niego en silencio con una sonrisa y boto el balón. Me relamo los labios. Me atrevo hasta con los triples. Me levanto y tiro. Limpia. No roza ni el aro. Aprieto el puño mientras corro para recoger la pelota. Los tipos se giran de vez en cuando para observarme. Eso me da una idea.
Cuando me acerco a Kenneth y le susurro al oído:
-Machácales en toda la cara.
Él se ríe y me choca los nudillos. Vuelvo a colocarme tras la estela de Barry, y como era de esperar, se gira.
-¿Haciendo tratos?
-Cómo lo sabes.
Observo el marcador. Quedan cinco minutos para el comienzo. Pronto pararemos. Más nervios. Nos dedicamos los últimos dos minutos a lanzar tiros libres antes de dirigirnos al banquillo. Irons nos da las últimas instrucciones recordándonos que no nos precipitemos y me quito el chándal. Lo dejo caer junto al de resto de titulares.
Los cinco caminamos hacia el centro. Los rivales se dirigen hacia nosotros. Los saludamos de uno en uno chocando las manos. Y lo peor llega. Conforme voy pasando escucho comentarios del tipo: “bombón”, “dame tu número” y esas cosas. Observo a Chris. Su cara es un poema. Estaba detrás de mí.
Veo en su mirada las ganas que tiene de partirles la cara a esos descerebrados por haberme dicho esas cosas. Es un encanto. Es imposible no sentir ningún tipo de afecto por él. Kenneth y otro jugador bastante alto se sitúan en el centro. Yo, detrás de mi compañero.
Chris me mira y asiente. Yo también. Nos estamos deseando buena suerte a nuestra manera. El árbitro se acerca al círculo central y lanza el balón al aire. Ken la roza con los dedos y la pelota cae directamente en mis manos. La atrapo con seguridad y cruzo la línea divisoria.
Vale, jugar con los más altos o buscar espacios… Vamos a ver…
Boto el balón delante de unos de los tipos que se estaba riendo en el corrillo. Le miro a los ojos. Quiero dejarle claro que conmigo no se juega. Le doy el balón a Forest cuando pasa por mi lado. Corro un poco hacia una de las esquinas. Veo a Wesker pedirla insistentemente.
Forest se la entrega, y de la nada, se saca un pase para Kenneth, que no tiene más que levantarse un poco y bajarla. Primeros puntos nuestros. Qué alivio. Los suplentes se levantan y aplauden la jugada. Vuelvo a encontrarme con el de antes. Pero ahora defiendo yo.
Es diestro. Se inclina demasiado hacia delante. Le da al balón a otro que pasa por detrás y se mueve hacia la izquierda. Le sigo como si fuera su sombra. Tengo un ojo puesto en la jugada y otro en mi marca. Es difícil concentrarse.
El que está delante de Forest se levanta desde el triple… y la clava a pesar de la buena defensa. Chris saca de fondo y me la pasa. Boto el balón con tranquilidad. Vamos a crear jugada. Wesker realiza un bloqueo. Penetro en la zona y se la devuelvo. Ve a Chris solo.
Pero en vez de eso, se la da a Forest, Forest a Chris. Y cuando tira su marcador está encima. El balón toca el aro y se sale. Kenneth lucha por el rebote pero se lo queda un rival.
Vuelta a empezar. Mi marca va con el balón. Se para. Me hacen un bloqueo. Salgo de él como puedo, pero Chris está atento y me cubre. La pelota va ahora hacia el jugador del bloqueo, que al estar solo tira.
Y nueva canasta. El público enloquece. Irons grita algo, y creo que recrimina mi tardanza en salir del bloqueo y la ayuda de Chris.
Tengo que ponerme las pilas. Me paro en la línea de tres. Se la paso a Chris. Chris a Wesker. Paso debajo de la canasta. Kenneth estorba un poco a mi defensor y el capitán me la devuelve.
Sin pensarlo, me levanto y tiro. Canasta. Suspiro de alivio. Ya he roto el hielo. Le agradezco el pase a Wesker y me concentro en defensa. El tipo pasa de la línea de tres. Hace un amago de tiro, pero no caigo en la trampa.
Forest intenta meter la mano, pero comete falta. Se la pitan. Los S.T.A.R.S. de Salt Lake City sacan de banda. Les queda casi toda la posesión. El capitán salta intentando molestar. Mi defendido corre hacia el perímetro. Voy tras él.
Le llega el balón. Me pone un brazo delante. Intenta entrar, pero no le dejo. Sus movimientos son cada vez más bruscos. Entonces, me empuja y caigo al suelo. Miro al árbitro. No pita nada. Mi rival tira y anota sus dos primeros puntos.
Irons pide tiempo muerto. Chris me ayuda a levantarme. Tiene cara de pocos amigos, y espero que sea porque vamos perdiendo. Caminamos hacia el banquillo completamente sudados. Menos mal que llevo la cerpa.
Me siento entre Enrico y Barry. Me dan una toalla y me seco el sudor mientras escucho a Irons gruñir como un perro.
-Nos están haciendo papilla –dirige sus ojos de cerdo hacia mí -. Valentine, más intensidad. No está haciendo nada de lo que le pedí.
-No nos dejan, señor –me defiende Forest -. Y si encima añades que no pitan falta…
-Me da igual, Speyer. Necesitamos soluciones –coge la pizarra. Yo me coloco la toalla alrededor del cuello -. Vamos a ser más agresivos en defensa. Abandonamos la defensa al hombre. Valentine, espere a que Redfield haga el bloqueo. Entre, pase para Dewey. La aguanta un poco y la saca fuera hacia Wesker.
Suena la bocina. Joseph entre por Forest y Edward por Kenneth. Wesker me la pasa. Avanzo hacia el área rival. Espero a Chris, que segundos después está bloqueando. Penetro y se la paso a Edward dando un bote en el suelo.
Me salgo del área. Edward da la espalda a su rival. Entra un poco. El defensor del capitán acude en ayuda de su compañero. Edward se la pasa a Wesker, pero enseguida tiene dos defensores encima.
Estoy libre. Wesker me mira y me la da. Lanzo desde cuatro metros. Dentro. Estoy que no me lo creo. No fallo una. Le doy la mano al capitán y vuelvo a la defensa, ésa que me trae de cabeza.
Me hacen un bloqueo, pero esta vez soy más rápida. Joseph se queda con mi defensor y yo con el suyo. Se sitúa más por el exterior. Recibe el balón. Le pongo la mano delante de la cara para estorbarle. Dribla un poco pero me mantengo firme.
Cuando faltan cinco segundos se eleva. Hago todo lo que puedo para evitar que tire cómodo. El balón toca aro, pero no entra. Edward coge el rebote. Espera a que los rivales se vayan y me la da. Avanzamos casi a la par. Yo me quedo fuera y él entra.
Le paso el balón a Wesker cuando corre detrás de mí y me desplazo a la esquina. El capitán se la da a Chris, que bota un poco la pelota antes de entrar a canasta. Deja una bandeja, pero falla. Paso por debajo de la canasta, aunque no me da tiempo a llegar.
Edward se levanta sobre los demás y la atrapa. Aguanta un poco y me pasa el balón en la otra esquina. La boto delante de mi defensor que hace amagos por quitármela. Se la devuelvo a Edward por el aire y corro hacia el otro lado.
Paso junto a mi compañero, que me la da y dejo una bandeja. Noto un manotazo en el brazo y oigo el silbato. El balón ha entrado. ¡Y tengo un tiro libre! Edward me da una palmada y Joseph y Chris me felicitan. Camino hacia la línea de tiros libres sin entender aún mi suerte. No fallo un tiro. Wesker y Edward se ponen para coger el rebote en el caso de que falle. El árbitro me pasa el balón.
Lo boto. Miro a canasta. Vuelvo a botarlo y a mirar. Elevo los brazos, lanzo… y dentro. Otro puntito más. El entrenador rival pide tiempo muerto. Chris me sonríe y se acerca.
-Estás que te sales –comenta contento.
-Ni me lo creo. Tú has tenido algo que ver.
Ríe y nos sentamos en el banquillo. Me vuelven a dar la toalla y me limpio la cara y los brazos. Estoy sudando a mares y eso que aún no he hecho demasiado. Irons, como siempre, no está contento. Vamos ganando de dos, ¿qué más quiere?
Quedan cuatro minutos para terminar el cuarto. Aún puedo aguantar un poco más fuera. El otro equipo hace un par de cambios. Nosotros ninguno. Volvemos a salir. Los cuatro minutos restantes son de infarto. Wesker anota cuatro puntos seguidos. Chris otros seis… y todos a pase mío.
Los S.T.A.R.S. de Salt Lake City acortan distancias y se ponen a uno al terminar el primer cuarto. Irons me da descanso casi todo el segundo cuarto, al igual que a Chris y a Wesker. Richard entra en mi lugar y no lo hace del todo mal. Me levanto con cada canasta y vibro.
Al final, llegamos al descanso perdiendo de cinco.
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Re: Fanfic: Todo o nada

Mensaje por Lucy Norton » 08 Ene 2016 16:11

¿Cómo lleváis la resaca navideña? Por aquí bastante bien jaja. Aquí os dejo el siguiente capítulo. Espero que os guste.

12.

Salimos del vestuario con energías renovadas. No estamos haciendo un mal partido al fin y al cabo. Y ellos están teniendo una suerte increíble. Creo que ése es uno de los principales factores en este juego. Porque hemos defendido medianamente bien, y en ataque nuestras situaciones de tiro han sido buenas a pesar de que todas no han entrado.
Jill sin duda está siendo la mejor. Lo tiene todo de cara. Debemos aprovechar su racha para acercarnos al marcador. Tal vez tenga razón. El masaje de ayer resultó tan estimulante que se siente con confianza para hacer lo que se plantee. Espero que en el segundo tiempo sigamos igual.
Camino por el pasillo en silencio. Miro al suelo pensativo. Me gustaría hacer algo por ayudar a mi equipo. Mi aportación hasta ahora no está siendo decisiva, y sé que puedo hacerlo mucho mejor. No es, desde luego, el comienzo soñado. Al llegar a la pista veo a Kenneth y Edward practicar tiros libres.
Les han hecho muchas faltas, y han fallado casi todos sus tiros libres. No podemos dejar que eso siga pasando. Veo en una zona más apartada a Jill con unos de los fisios. Le están estirando la pierna derecha. Está siendo un duro comienzo para todos. No estamos acostumbrados.
Y el problema es que ella es la que más tiene que aguantar de todos. En los entrenamientos ha mostrado una condición física excelente. Es la que más aguanta sin venirse abajo. Pero es muy distinta a la presión y la tensión a la que estamos sometidos aquí.
-¿Estás bien? –le pregunto a Jill preocupado. Lo que nos hacía falta era que se lesionara.
-Un pequeño tirón –responde sonriendo -. Tranquilo, podré empezar sin problemas.
Asiento lentamente y cojo uno de los balones. Lanzo a canasta y fallo. Suspiro. Tal vez esté obsesionándome demasiado. Sólo debo esperar el mejor momento y aprovecharlo. El resto del equipo se une poco después, cuando apenas queda un minuto para el comienzo del tercer cuarto.
Me quito el chándal y bebo un trago de agua de mi botella. Jill viene cojeando ligeramente hacia mi posición. Esto no pinta bien. Irons la está forzando demasiado. Quizá sea el momento de hablar con ese capullo y dejarle las cosas claras. Se deja caer a mi lado con un gesto de dolor.
-No sabes las ganas que tengo de terminar con esto –comenta mientras se quita la parte de arriba del chándal. Trago saliva con dificultad. Incluso así me excita.
-Ya queda menos –la animo dándole una palmada en el hombro -. Vamos.
Entramos en la cancha tomando nuestras posiciones. Nos toca defender primero. Los S.T.A.R.S. de Salt Lake City también se sitúan en sus puestos y empieza una nueva batalla. El base se acerca a nuestra área y se coloca delante de Jill. Lo observo de reojo. Mi marca echa a correr en ayuda de su compañero y yo le sigo. Bloquea a Jill, pero entonces, mete una mano milagrosa.
El balón sale rodando hacia atrás. No lo pienso dos veces. Echo a correr hasta hacerme con él. Me dirijo como un poseso hacia la canasta. Me elevo y machaco el aro con una mano. Mis compañeros se levantan del banquillo y aplauden como locos. Señalo a Jill dedicándole mi mate.
Vuelvo a mi posición rápidamente sin alargar mucho la celebración. Mi hombre corre hacia la otra esquina para recibir el balón. Abro los brazos para no dejarle pasar. Da un pase hacia un compañero que tiene cerca, pero Jill mete la mano y se queda con el balón.
Le dan un fuerte manotazo en la mano. El árbitro pita falta. Veo que Forest le grita algo al de la falta. Pero yo sólo me fijo en que le ha dado en la muñeca izquierda. No sé a qué juega Irons. Le hago un gesto para pedir el cambio, pero Jill me agarra el brazo y niega con la cabeza.
Forest sigue peleándose con el jugador contrario y el árbitro pita una técnica. Escucho a Irons gritar algo. Forest hace un gesto despectivo y escucho la bocina. Irons lo cambia por Joseph. Al llegar a la altura del banquillo ni lo saluda. Forest va muy mosqueado.
No es para menos. Yo también lo estoy. No sé a qué viene ese manotazo. Con todo esto hemos conseguido que el equipo rival tenga dos tiros libres y posesión de veinticuatro segundos en nuestra zona. El jugador falla uno de los tiros. Se ponen a cuatro puntos.
Jill mueve la muñeca izquierda. Se está probando. Wesker me hace un gesto para que cambiemos nuestras defensas. Asiento y me coloco delante del que va a sacar. Elevo los brazos y salto repetidas veces. Casi consigo darle al balón. Me ha pasado rozando la yema de los dedos.
El jugador se coloca inmediatamente por el interior de la zona. Es un poco más alto que yo, lo que le da cierta ventaja. Recibe desde el otro lado. El pase es demasiado fuerte y se va por la línea de banda. Bien. Eso os pasa por ser unos cabrones. El capitán saca desde la parte derecha y se la pasa a Jill.
Corro para situarme por la zona exterior. Paso por debajo de la canasta para colocarme en el otro lado. Joseph tiene el balón en ese momento. Me acerco y hago un bloqueo. Joseph avanza un poco y se la pasa a Jill, que va corriendo hacia dentro. La sigo.
Me la pasa por la espalda y yo la saco hacia atrás, donde Wesker está solo en la línea de tres. Se eleva, y ya sé que va dentro antes de que toque el aro. ¡Qué gran jugada! Nos hemos puesto a uno. Aplaudo al resto de mis compañeros mientras volvemos a nuestra área.
Esta vez tengo que colocarme por fuera. Hemos vuelto a nuestras defensas anteriores. El jugador que marca Jill entra un poco en la zona, y ella intenta robarle el balón, pero comete falta. Junta las manos y las llevas a los labios. Ha estado a un pelo de protagonizar otra gran jugada.
Sacan de banda con rapidez, y sin darnos cuenta, uno se cuela en el área. Pero entonces, Kenneth se eleva y tapona el tiro. Agarra el rebote con fuerza y le hacen falta. Aún estoy flipando con lo que acabo de ver. Lo he visto hacer mucho de esos en los entrenamientos, pero verlo aquí ha sido increíble.
Oigo a Joseph decir algo así como “seguid así” mientras pasa por mi lado. Me acerco a la banda y se la doy a Jill. Nos miramos. Ya sabemos lo que vamos a hacer. Troto un poco hasta situarme en mi posición. Jill se la pasa a Wesker y yo corro a bloquear.
El capitán entra un poco y se la devuelve a Jill. Volvemos a mirarnos. Jill la tira en el aire y yo salto todo lo que puedo. Rozo con la yema de los dedos la pelota y hundo hacia dentro casi montándome encima de mi defensor. El árbitro pita. ¡Qué jugadón! Nos ha salido perfecto a la primera.
Joseph me empuja amistosamente y Kenneth choca mi mano. Jill me agarra por la espalda y me da un manotazo en el pecho. Veo al técnico de Salt Lake City pedir tiempo muerto. Volvemos al banquillo. Camino con una sonrisa amplia sintiéndome más que bien.
Me cruzo con algunos de nuestros rivales, que me miran con cara de pocos amigos. Entonces, los oigo hablar cuando pasan de largo:
-Le vamos a quitar las ganas de fiesta a ése.
-Ya estamos consiguiendo desestabilizarlos un poco con las faltas, sobre todo al payaso del banquillo
Y se ríen acercándose al banquillo. Aprieto los puños. Ya sabía yo que tenían ganas de marcha estos capullos. Están jugando con nosotros. Sus faltas, a pesar de lo que digan, nos han dado alas. Hemos hecho un parcial de cinco a uno desde ese momento, y encima me queda un tiro libre.
Tomo asiento junto a Wesker, que comenta algo con Enrico. No les presto demasiada atención. Estoy más pendiente de lo que esos tipos piensan hacernos que de las tácticas. Tengo que advertir a mis compañeros antes de que nos dejemos llevar por los nervios y la tensión.
-Ésos de Salt Lake City no son trigo limpio –digo cuando todos están en silencio -. Quieren hacernos jugarretas.
-¿No me digas? –ironiza Wesker secándose el sudor de la cara -. Yo me había dado cuenta desde el minuto cero.
Su comentario me deja un poco descolocado. ¿Estará también pasándole factura la tensión que estamos viviendo dentro del campo? No lo creo. Si algo tiene Wesker, es que nunca lo he visto dejarse llevar por sus sentimientos. Quizá hay algo que se me está escapando.
Barry entra en lugar de Wesker, que le ha pedido a Irons que le deje descansar un poco antes de afrontar el decisivo último cuarto. Tal vez yo tendría que hacer lo mismo. Tenemos todas las de ganar, y cuanto más descansados estemos más rendiremos al final.
Camino hacia la línea de tiros libres intentando quitar de mi cabeza todo lo que ha pasado en los últimos minutos. Barry y Kenneth se colocan para coger un posible rebote y Joseph y Jill a mi espalda. Cojo aire por la nariz y lo echo por la boca varias veces antes de que el árbitro me dé el balón.
Boto la pelota tres veces con la mano derecha y lanzo. Va dentro. Suspiro aliviado. Nos hemos puesto un punto arriba. Desde el comienzo del partido no disfrutábamos de ventaja en el marcador. Corro hacia atrás sin perder de vista el tiempo que queda para finalizar el cuarto.
Mi oponente me agarra por el brazo y trastabillo un poco. Levanto las manos pidiendo explicaciones. Y dentro, veo a Jill caer al suelo al recibir un fuerte empujón. Me levanto como un resorte y me encaro con el tipo que ha realizado la acción.
-¿A qué jugáis? –exclamo mientras Wesker intenta apartarme de la marabunta que se está formando.
Barry está hablando con el árbitro pidiéndole que tome cartas en el asunto. ¿Cómo pueden permitir que ocurra este tipo de cosas? Se supone que estamos aquí para compartir un momento de ocio y para unir lazos entre los S.T.A.R.S. Y nos estamos peleando como animales.
Pero son ellos los que están buscando pelea.
Escucho a uno de los miembros del equipo rival gritarle a otro. Tiene pinta de ser el capitán. De pronto, éste mismo se acerca a mí y me da la mano, y hace lo mismo con Jill.
-Siento mucho todo este espectáculo –se disculpa. Su tono parece sincero -. Vais a tener una mala impresión de nuestra gente por unos cuantos… Soy Roger Stevens, capitán del equipo Alpha. También sois Alpha, ¿verdad?
Jill y yo intercambiamos una mirada de desconfianza. No parece mal tipo, pero sus cachorros han estado sacándonos de quicio durante toda la noche. Tras unos segundos de duda asiento lentamente. Roger sonríe. Algunos de los suyos siguen protestando al árbitro que haya pitado falta en ataque.
-Se nota. Jugáis de escándalo.
Damos por concluida la conversación cuando el árbitro toca el silbato. Camino hacia la banda y recibo el balón. Se la paso a Jill y corro hasta situarme dentro de la zona. Jill me la pasa con un bote y me coloco de espaldas a mi defensor. Centímetro a centímetro, voy ganando la partida.
El defensor de Jill acude en ayuda de su compañero. Ya casi estoy cerca del aro. Pero mi instinto me dice que no tire. En vez de eso, se la devuelvo a Jill, que amaga el tiro al ver que su defensor salta para taponar el tiro. Da un paso atrás, se pasa el balón a la mano izquierda y se levanta.
Entra limpiamente. Jill levanta el puño en dirección al banquillo, que saltan como locos celebrando el triple. Barry levanta el pulgar indicándome que he hecho lo correcto. Ahora sabemos que tenemos que aprovechar la racha de nuestra compañera como sea.
Oigo cómo el entrenador del otro equipo exclama “¡Detenedla de una vez!”. Sonrío. Nada va a detenerla de momento. Y antes de que me dé tiempo de lo que está pasando veo a Jill correr como una bala hacia la canasta contraria. Kenneth la sigue de cerca defendido.
Salgo disparado yo también. Somos tres contra uno. Jill se acerca a la canasta mirando hacia atrás. Creo que me lo va a pasar a mí, pero la deja en el aire para que Kenneth termine el trabajo. La coge con dos manos y se levanta delante de su oponente, llevándoselo por delante.
La jugada me ha pillado completamente por sorpresa. Ken se baja del aro riendo y le choca la mano a Jill.
-Le dimos su merecido a ese payaso –comenta mientras me acerco para felicitar a mi compañero.
Kenneth ríe y le doy un suave empujón con el hombro. Miro a Jill. En sus ojos puedo leer disculpa. Yo estaba completamente solo. Kenneth podría haber encontrado más oposición y haber fallado. Pero claro, su físico no tiene nada que ver con el mío. Aunque yo estoy en buena forma, él mide casi dos metros, y esa diferencia es bastante notoria.
Irons pide tiempo muerto de nuevo. Todos felicitan a Jill al llegar al banquillo, pero yo no tengo ánimos para hacerlo. Me duele que no me haya pasado el balón. ¿Por qué? ¿Me estoy sintiendo celoso por eso? ¡Por el amor de Dios! No puedo estar haciendo esto.
¿Entonces por qué estás enfadado? Eres un romanticón empedernido, Redfield.
Debo un poco de un vaso con bebida isotónica que me pasan y me echo la toalla a la cabeza. No tengo demasiadas ganas de escuchar a ese cerdo despotricando sobre nuestro juego. Voy a pedirle el cambio. Necesito sentarme un rato para estar mejor en el último cuarto.
Voy a decírselo. Entonces, veo a Richard, Enrico y a Forest quitándose el chándal. No lo entiendo. Enrico iría por Kenneth, pero éste tiene ahora un tiro libre… Entonces, veo que le da indicaciones a Barry para que ocupe mi puesto. Me va a cambiar por Enrico.
Me recuesto en el asiento sin quitarme aún la toalla. Suena la bocina. Continúa el tercer cuarto, aunque ahora lo presenciaré desde el banquillo. Quedan cuatro minutos para que termine. Alguien, que no sé quién es, me pasa mi chándal para que me lo ponga.
Me quito la toalla y la deja a mi lado. Me pongo los pantalones y la sudadera mientras no pierdo detalle de lo que ocurre dentro. Siento decir que se nota que no estamos los que mejor lo estamos haciendo. En el último minuto encajamos un parcial en contra de siete a dos.
-¿Estás bien? –me pregunta Jill en el momento en el que el equipo rival mete un triple. Asiento en silencio sin apartar la mirada de la cancha. Se acerca un poco más a mí. Nuestros brazos se rozan, y su contacto me hace estremecerme -. Te estás preguntando por qué no te la he pasado, ¿verdad?
No contesto. No tengo ganas de discutir sobre ello. O quizá simplemente debería olvidarlo y hacer como si nada. No soporto haber aportado tan poco al equipo. En los tres cuartos que llevamos he logrado diez puntos, dos asistencias y tres rebotes. Lo cierto es que no está tan mal… pero me sabe a poco.
Barry pierde el balón en ataque. El partido está empatado y apenas quedan unos segundos para terminar el cuarto. El base del equipo rival bota la pelota en el mismo sitio agotando el máximo número de segundos posibles. Se mete dentro del área y Richard le hace falta mientras lanza. Y anota con mucha suerte. El balón entra llorando.
Me rasco la cabeza nervioso. Volvemos a estar por detrás. Y lo peor de todo es que no nos da tiempo a poner la pelota en juego y que disponen de un tiro libre adicional. El tiro libre entra limpiamente. Y con ello acaba el tercer cuarto. Me levanto de mi asiento y aplaudo a mis compañeros para animarlos. Vienen cabizbajos.
-Aún hay tiempo de reacción –los animo mientras les choco las manos.
Irons da por perdido el partido. Lo sé por la forma en la que da instrucciones. El muy cabrón no es que esté poniendo demasiado interés precisamente. Creo que cualquiera de nosotros podría hacerlo mejor que él, incluso Brad, que no ha disputado ningún minuto… Sería una auténtica sorpresa.
Irons sólo realiza un cambio. Sienta a Barry y mete a Wesker en su lugar para jugar de tres. Unos segundos más de descanso para mí. La que está más agotada es Jill. Sólo lleva descansados siete minutos, y su cara refleja la acumulación de minutos que lleva a pesar de que está siendo la mejor con diferencia.
Se lleva una mano distraídamente a la pierna donde tenía el tirón. Nos están exigiendo más de lo que estamos acostumbrados. No somos profesionales. Tendríamos que administrarnos más y centrarnos en lo que verdaderamente importa: nuestra labor en Raccoon City.
Empieza el último cuarto… y mis nervios vuelven a aflorar. Sólo quedan diez minutos para saber quién se va a llevar el gato al agua. Estamos en desventaja, pero aún podemos darle la vuelta a este marcador. Sólo debemos confiar en nosotros y tener paciencia. Richard anota la primera canasta, y aplaudo entusiasmado.
Estamos a cinco puntos. Irons se pasea de un lado a otro con los brazos en jarra. No tiene ni puta idea de lo que hace. Miro a mis compañeros. Todos están tensos. Saben que no la tenemos toda con nosotros. Cruzo los brazos a la altura del pecho deseando ayudar a mi equipo.
Realizan un tiro de tres y fallan. Enrico coge el rebote con seguridad. Suspiro aliviado. Tenemos una posibilidad de seguir recortando. Nuestro siguiente ataque es un completo desastre y no conseguimos tirar cuando se agotan los veinticuatro segundos. Vuelta a empezar.
-Oye, Chris… -me dice Jill de pronto. La miro y no puedo evitar sentir esa sensación de deseo que me invade cada vez que estoy cerca de ella -. No te la pasé porque Kenneth y yo teníamos algo personal contra el que le hizo la falta. Sé que tú tenías mejor posición de tiro… pero quería machacar a ese cabrón.
Pienso unos segundos su respuesta. Así que era algo personal… Eso explica un poco por qué actuó como tal. Pero no lo entiendo. ¿Tal vez ha escuchado algo que la ha molestado? Debería preguntárselo. Aunque teniendo en cuenta el historial del equipo rival tampoco es de extrañar.
-No te preocupes, no pasa nada –consigo decir un tanto resignado. ¿Por qué no me lo ha dicho? ¿Por qué ha contado con Kenneth antes que conmigo? Estoy muy confuso. No es que me sienta traicionado, pero esperaba que contara más conmigo. El resto del partido se ha mostrado tan simpática como siempre… No lo entiendo.
Jill no parece muy convencida con mi respuesta. Me mira unos segundos más y decide dejar de lado el tema. Yo también lo prefiero. Necesito estar concentrado en lo que pasa dentro de la pista. Faltan cinco minutos y perdemos de uno. Wesker se está echando al equipo encima.
Ha anotado casi todos los puntos en este cuarto del equipo, la mayoría de ellos desde la línea de personal. Irons pide cambio y nos indica a mí, a Jill y a Edward que nos levantemos. Me despojo de mi chándal y entro en la pista sustituyendo a Enrico. Le doy la mano y me acerco al jugador que estaba marcando.
Wesker pone el balón en juego. Son los momentos decisivos. Los cinco que estamos fuera vamos a jugarnos con toda probabilidad la victoria o la derrota. Debemos darlo todo en los cinco minutos que quedan. Oigo cómo unos aficionados le gritan algo a Jill mientras avanza con la pelota. Suena algo así como “tú a fregar”.
¿Qué demonios está pasando? No me puedo creer que haya gente que aún piense eso. Jill intenta dar un pase en picado. Se lo piensa. Edward bloquea y Jill tiene vía libre para entrar. Decido seguirla. Jill da la espalda a su marcador, que le saca bastantes centímetros. Le da la espalda y avanza con lentitud.
Paso como una bala por su lado y me la da. Me levanto y dejo una bandeja. Noto que me golpean en la mano con fuerza. El balón da en el tablero y entra en el momento en el que el árbitro toca el silbato. ¡Qué canasta! ¡Y vaya pase me ha dado Jill! Edward me choca la mano y Wesker asiente en silencio.
Forest me da una colleja amistosa mientras me dirijo a la línea de tiros libres. Jill quiere chocarme las manos. Dudo unos segundos… y entonces le doy un suave apretón en el hombro. Supongo que es mi forma de agradecerle la asistencia. A pesar de que está detrás mía sé que no me aparta la mirada.
Cojo aire y lo suelto lentamente un par de veces antes de recibir el balón. Miro la canasta. Boto la pelota. Vuelvo a mirar a canasta. Levanto los brazos y lanzo. Dentro. Me giro, y lo primero que veo es el gesto serio de Jill. Paso de largo intentando no pensar mucho en ello. Ahora hay cosas más importantes.
Agarro a mi rival un poco por la camiseta cuando recibe cerca del poste. Bota la pelota de espalda paso a paso, hasta quedarse a la altura del aro. Se eleva, y de pronto, veo un cuerpo volar delante de mí que lanza el balón fuera. Entonces veo a Wesker chocar con las protecciones sin hacerse daño.
Desde el banquillo aplauden con fuerza la intervención. ¿Es que nadie quiere dejarme hacer nada hoy? Elevo el pulgar para indicarle que agradezco su intervención… aunque en el fondo estoy que trino. Defiendo el saque de banda poniendo los brazos en alto. El balón pasa entre ellos y llega hasta un jugador fuera del perímetro que estaba solo.
Jill se tira a la desesperada para estorbar el tiro. Pero es demasiado tarde. Clava un triple sin despeinarse. Aprieto los puños con rabia sin entender qué ha pasado. Pero entonces, veo a Edward ayudando a Forest a levantarse del suelo. ¿Cómo ha acabado allí? La jugada ha sido un poco confusa.
Jill lleva la pelota hacia al área el rival manteniendo la calma. Quedan tres minutos para acabar, y perdemos de uno. Jill deja con bastante facilidad a su defensor atrás y penetra. Se levanta para tirar o dar un pase… Me dejan completamente solo. Mi marcador sale a defender el posible tiro.
Jill me pasa el balón por la espalda con la mano izquierda y la agarro sin dificultades. Me levanto y la empujo sin contemplaciones. Grito de rabia mientras veo a mis compañeros agitar las toallas y aplaudir como locos. Me hubiera gustado ver la jugada desde fuera. Seguro que ha sido espectacular.
No sé si Jill está haciendo todo esto por algo concreto, pero nos está ayudando a mantener al equipo a flote. Volvemos a defender. El jugador que lleva el balón entra un poco en la zona, se para y espera. Jill mete la mano sin éxito. Le pitan falta. Nos queda una para entrar en el bonus, y a ellos dos.
Sacan de nuevo de banda. Wesker da saltos. La pelota pasa entre sus piernas, pero la recepción no es demasiado buena. El jugador trastabilla un poco y lo único que consigo ver en el tumulto es a Jill salir disparada hacia la canasta rival. La sigo de cerca un segundo después de entender lo que estaba pasando.
Aflojo un poco la marcha porque sé que va a dejar una bandeja. Pero entonces el balón va hacia atrás y llega a mis pies. Lo cojo procurando no hacer pasos y la machaco de lado. Sé que no ha sido demasiado espectacular, pero su pase me ha pillado completamente desprevenido.
-¡Valentine! –grita Irons como un poseso desde la banda. Se lleva las manos a su regordeta cara fuera de sus casillas.
Jill no le hace caso. Corre hacia atrás sin perder de vista a su defensor, que avanza hacia nuestra zona. Wesker hace un gesto para que nos coloquemos en zona. Me sitúo junto a Forest sin dejar de mirar lo que está pasando. Es cierto que la defensa zonal nos obliga a ser más duros, pero no creo que sea lo mejor en este momento.
El capitán corre hacia el rival que recibe el balón. Está a punto de volver a taponar el tiro. La pelota toma altura mientras se acerca al aro. Contengo la respiración. Ha sido una defensa excelente… y han anotado. Veo a Irons pedir tiempo muerto mientras me pasan el balón en la línea de fondo.
Suena la bocina y corro hasta situarme junto a Jill. Necesito preguntárselo.
-¿Por qué lo has hecho?
-¿Hacer el qué?
-El pase.
Me señala hacia la tabla de estadísticas del partido. No me había dado cuenta hasta ahora, pero llevo diecisiete puntos, el máximo anotador del partido. Me sigue el capitán con catorce. Pero me detengo al ver las estadísticas de Jill: trece puntos, cinco robos y diez asistencias.
Me quedo asombrado. ¿Cómo ha hecho todo eso? ¡Apenas me he coscado de nada! Estaba tan centrado en mis disputas internas que no me he dado cuenta del perfecto partido que se ha marcado. Me dejo caer en el asiento de su lado. Me dan una toalla y me seco la cara.
-Serás cabrona… -murmuro en tono de broma. Veo su sonrisa. Eso me tranquiliza. Tal vez después de todo no esté tan enfadado como aparentaba.
En el ejército me decían siempre una cosa: cuando hacemos algo siempre es por un motivo. Da igual nuestras razones. Nuestros actos siempre dirán más de nosotros mismos que nuestras palabras. Y yo, siempre he sido un hombre de palabra. Siempre cumplo mis promesas.
Faltan sólo dos minutos para terminar y estamos empate. Las posesiones a partir de ahora van a ser decisivas. Irons le explica algo a Kenneth, que se ha quitado el chándal y está dispuesto a salir. Le doy un trago de agua a mi botella mientras observo a mis compañeros.
Todos estamos muy nerviosos. Estamos a un paso de poder ganar, y eso nos subiría mucho la moral. No lo habíamos creído hasta hace poco, cuando perdíamos de doce puntos. Estamos haciendo un segundo tiempo para enmarcar, sobre todo Jill y yo.
-Así también he conseguido engordar tus puntos –me dice Jill guiñándome un ojo.
Sonrío ampliamente en el momento en el que la bocina suena. Edward se sienta después de haber conseguido numerosos rebotes en el partido. Su altura le da bastante ventaja en ese aspecto. Me ajusto las cuerdas del pantalón mientras camino hacia el perímetro.
Wesker sacará de banda. Jill corre de un lado a otro intentando encontrar una buena recepción, y lo consigue por muy poco. Bota el balón unos segundos en el mismo lugar por entre las piernas. Se adentra un poco. Corro a hacer el bloqueo. Jill escapa y se dirige a canasta.
Se la deja a Kenneth, que encara a su defensor. Intenta tirar, pero está muy bien marcado. Paso por debajo de la canasta y Kenneth me la da. Doy un paso en falso para despistar. Faltan siete segundos para terminar la posesión. Miro a mi alrededor. Jill me está pidiendo paso. Viene corriendo hacia mí.
Se la dejo con un bote y nada más cogerla la suelta como si estuviera haciendo un gancho. No creo que haya sido una buena decisión. Tenía delante a dos rivales defendiendo bien la zona. Pero sorprendentemente la pelota toca el aro y entra con más pena que gloria.
El árbitro señala la falta del número siete. Corro hacia mi compañera para sumarme a las felicitaciones del resto. Jill celebra la canasta aplaudiendo y repitiendo “vamos” varias veces. Me choca la mano con fuerza antes de dirigirse a la zona de tiros libres.
Me coloco detrás de ella. Empiezo a rezar mentalmente para que el tiro vaya dentro. Si lo anota, tenemos una posibilidad más de hacernos con la victoria. Jill recibe el balón. Lo bota. Se lo piensa. Puedo sentir lo nerviosa que está. Cierro los ojos unos segundos. No quiero ni mirar.
Vamos, tú puedes hacerlo. Confiamos en ti.
Lanza. El balón toca el aro… y se sale hacia la derecha. El pívot de los S.T.A.R.S. de Salt Lake City se hace con el rebote. Me muerdo el labio lamentando el fallo mientras corro hacia nuestra canasta. Vaya momento más inoportuno para fallar. Estaba claro que todo no iba a entrar.
Queda poco más de un minuto. Un par de jugadas a lo sumo para cada equipo. Volvemos a la defensa al hombre. Juegan hacia dentro. Doy pequeños saltos mientras veo a Kenneth moverse hacia el interior. Mi marca lo sigue y yo voy tras él. El jugador tira y Ken comete falta.
Dos tiros libres para el equipo rival. Trago saliva con dificultad. Si meten los dos estaremos empate. Nos la tenemos que volver a jugar en el siguiente ataque. Observo con resignación cómo los dos tiros van dentro. El árbitro me la pasa en la línea de fondo y yo se la doy a Jill.
La deja botar unos segundos hasta casi cogerla en la línea divisoria. Hemos ganado un par de segundos al menos. Miro de reojo el marcador. Cincuenta y ocho segundos. Jill se la entrega a Wesker, que pasa corriendo por detrás. Yo me muevo también hasta situarme cerca.
El capitán la mantiene unos segundos. Se la devuelve a Jill… y la veo caer al suelo abierta de piernas. Su defensor coge la pelota en el acto y mi compañera hace la falta desde el suelo. Arqueo una ceja sorprendido. ¿Qué diablos ha pasado? Estar en la pista no te permite verlo todo tan bien como desde el banquillo.
Forest la ayuda a levantarse. Le da una palmada en el hombro para darle ánimos. Yo me acerco también y le paso el brazo por encima de los hombros. Jill no quiere ni mirar.
-Vaya momento para resbalar –comenta cuando nos acercamos al perímetro de la zona.
-Tranquila, son cosas que pasan. No te tortures.
Yo la suelto y me acerco hacia la línea de tiros libres para ver si puedo pescar algo. Los tiros libres van dentro. Irons pide tiempo muerto. Quedan cuarenta segundos. Veo a todos los miembros del equipo darle ánimos a Jill cuando se acerca al banquillo. Me siento entre Barry y Wesker mientras me dan una toalla y bebida.
El capitán tiene el rostro desencajado. Creo que no esperaba el desenlace tan fatídico de la jugada. Miro a Jill. Está ausente. Aún debe estar pensando cómo es posible que haya resbalado. Irons diseña la siguiente jugada para que Wesker pueda tirar de tres y ponernos por delante.
Volvemos a saltar a la pista. Debe ser una jugada rápida para salir a defender a muerte. Saco desde el centro del campo. Jill la recibe sin problemas y marca la jugada. Kenneth se acerca a su sitio y bloquea. Jill entra un poco en la zona pero sin llegar hasta el interior.
Aguanta la pelota un poco más y la saca fuera hacia donde estoy. Vienen dos contrarios a defenderme, y es en ese momento cuando se la doy al capitán, que está solo en la línea de tres. Se eleva. El balón parece tardar una eternidad en llegar. Da en el aro, se pasea un poco por él y va a las manos de un rival. Forest hace falta corriendo.
Resoplo. Estamos muy jodidos. Con veinticinco segundos en juego, aún podemos conseguirlo. Pero necesitamos meterla. Llevamos el último minuto sin anotar ni un solo punto. Es lamentable. No nos han permitido hacer nuestro juego fluido anterior.
Vuelven a anotar los dos tiros y se ponen cuatro puntos por delante. Wesker se la pasa corriendo a Jill, que vuelve a repetir la acción de la jugada anterior dejando botar un poco el balón antes de cogerlo. Me la pasa en cuanto cruza el campo y yo tiro de tres. Fallo. Kenneth lucha por el rebote pero se le escapa. Comete una nueva falta.
Miro hacia el banquillo. Están consternados. No se pueden creer que hayamos jugado tan mal el último minuto… y yo el primero. No he hecho absolutamente nada. Anota el primero y falla el segundo. Irons hace una seña indicándonos que se acabó. El equipo rival lo empieza a celebrar cuando faltan aún cinco segundos.
Jill deja el balón en el suelo y camina hacia los vestuarios sin decir nada. Yo me quedo en la cancha con los brazos en jarra, sin entender qué ha podido fallar para que todo haya salido tan mal. Wesker y yo intercambiamos una mirada. Esta derrota nos ha dolido… y mucho.
Tráiler estatuas de Anticolat
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Re: Fanfic: Todo o nada

Mensaje por Lucy Norton » 15 Ene 2016 15:30

¡Hola a todos de nuevo! ¿Qué tal os va? Aquí os dejo otro capítulo más. Gracias a todos los que dedicáis vuestro tiempo a leerlo.

13.


La semana posterior al partido fue una auténtica pesadilla. No lograba concentrarme en nada. Estaba absolutamente perdida. Ni siquiera hablar con mi padre me animaba lo suficiente como para olvidarlo. Sé que no todo es culpa mía, pero siento que tengo gran parte de la responsabilidad.
Mis compañeros me han estado animando sin parar. Bien con gestos, miradas o palabras. Todos, excepto el capitán. Los dos o tres días después del partido estuvo más distante conmigo de lo habitual. No es que tenga total confianza conmigo, pero sí se dirigía directamente a mí para darme órdenes, cosa que no pasó unos días.
Sé que aún me tenía en cuenta mi error garrafal. Mi resbalón. No sé cómo pudo pasar. Jugué casi todo el partido con molestias en el gemelo derecho, pero era un dolor llevadero. En fin, pasó porque tuvo que pasar y no hay que darle más vueltas. El partido ya acabó y tenemos que centrarnos en el siguiente, dentro de diez días. Jugamos nuestro primer partido en Raccoon City contra Washington.
Estamos con muchas ganas de debutar ante los nuestros y quitarnos el mal sabor de boca del primer encuentro. Ya estamos recibiendo muestras de cariño de todos los habitantes cuando nos ven fuera de la comisaría. A veces diría que es incluso un poco agobiante. Vale, que somos la élite de la policía, pero no somos unas superestrellas.
Los que más me han apoyado han sido Barry, Chris y Enrico. Con el capitán del equipo Bravo sólo he coincido en los entrenamientos. Siempre me ha estado haciendo ver la importancia de mi papel dentro del equipo. Sin mis pases, hubiéramos perdido por más diferencia.
A ver, yo estoy satisfecha con actuación. Lo único que es tengo mal sabor de boca por no haberla culminado. Me he esforzado al máximo para seguir rindiendo al máximo nivel. Aunque veo complicado repetir la casi excelente actuación del primer encuentro.
Ese día parecía que nada me podía salir mal. Tal era mi confianza que desde que el balón salía de mi mano ya sabía que iba dentro. Y los pases… me recordaron a la Jill del instituto. Me alegra saber que aún no he perdido del todo mi toque. Chris me ha pedido que le enseñe a mejorar con los pases.
No sé si me corresponde a mí hacer eso. Pero, en fin, le he dicho que un poco antes de los entrenamientos nos vengamos y entrenemos un poco los pases. Chris es mi amigo, y se lo hago como un favor personal. Además, no puede hacernos daños compartir un poco más de tiempo extra juntos.
Sólo hemos tenido dos sesiones de entrenamientos desde entonces. Y lo cierto es que hemos disfrutado mucho estando juntos. Hemos hecho de las nuestras también, por supuesto. Estamos practicando nuevas jugadas para sorprender a nuestros compañeros y rivales.
Más de una vez he sentido la sensación de rememorar aquel beso en el coche o el masaje de la habitación. Yo, como mujer curiosa que soy, decidí hacerle caso a Chris y me puse a investigar un poco en mis ratos libres. Me he quedado muy sorprendida con la de técnicas y modos que hay para dar un buen masaje.
Pero lo que más me llamó la atención es que no hace falta ser un fisio para saber cómo dar un masaje sin lastimar a la persona que lo recibe. Me gustó mucho un tipo de masaje que se da con piedras. Al parecer, estimula el riego sanguíneo y alivia el estrés ocasionado por nuestro ritmo de vida.
Ya estamos en marzo, y llegó una de las cosas que más temía cuando me dijeron que formaba parte de los S.T.A.R.S.: trabajar de madrugada. Me está costando un mundo adaptarme. Todos tenemos que cambiar durante este mes nuestras rutinas: horas de comida y sueño.
Éste es mi quinto día, y lo llevo tan mal como el primero. Mis compañeros están igual de cansados. No hay excepciones. Los del equipo Bravo en esta ocasión están rindiendo a un mayor nivel que nosotros. Están gozando de las horas de sueño y comida que les quitaron el mes pasado.
Estoy sola en este momento en el despacho. Bueno, no realmente. Brad también está, pero es como si no estuviera. Apenas abre la boca si no es para temblar. Wesker nos ha dado una hora de descanso para hacer lo que nos apetezca. El resto de los chicos se marcharon hace un rato. A saber lo que estarán haciendo…
Yo, en cambio, he decidido quedarme trabajando en el informe que tenemos sobre un presunto violador que ha abordado a tres mujeres en menos de una semana. El R.P.D., para variar un poco, nos ha pedido una valoración profesional. Vamos, como si ellos no fueran capaces.
Según he leído en el informe, los ataques se producen siempre de noche, cerca de una zona donde hay bastante locales nocturnos. Las víctimas no tienen ninguna relación entre sí. Son elegidas al azar. Al parecer, son atraídas con engaños por este misterioso hombre hacia un callejón solitario donde ellas esperan algo de acción.
Niego en silencio. ¿Cómo podemos ser tan ilusas e ir babeando detrás del primero que se nos ponga por delante? Y más sin conocerlo absolutamente nada. Las mujeres lo definen como un varón norteamericano, bastante alto, con voz grave y vestido con una gabardina.
Ninguna sabe con exactitud cómo es su cara. Normalmente lleva un pañuelo con el que tapa su rostro para no ser identificado por sus víctimas. Hemos pedido a la policía científica que recoja muestras de tejido, saliva, semen, flujo, cualquier cosa que nos sirva para avanzar un poco más.
Joseph y el capitán Wesker han aprovechado este parón para presentarse en persona en el escenario del crimen para tener una impresión más clara de la situación en la que se producen esas violaciones. Mientras llegan, lo único que puedo hacer es buscar en las declaraciones algo que se nos haya pasado por alto.
Todas las escenas tienen lugar en el mismo sitio: un callejón apartado, poco iluminado y transitado. Las víctimas están en un bar de copas y son tentadas por un hombre a acompañarles al exterior para continuar la charla. Las conduce hasta su guarida… y allí no tiene ninguna piedad.
Aún no me he enfrentado a un caso serio. El de los traficantes sigue parado de momento salvo que nos llegue una nueva pista que reconduzca el caso hacia su resolución. Me es bastante difícil concentrarme entre el sueño que tengo y la luz de los fluorescentes.
Me froto los ojos y bostezo en silencio. Tal vez debería buscarme otra cosa con la que entretenerme. No estoy muy inspirada en este momento. Ya sé. Voy a aprovechar para descargar un poco de adrenalina. Voy a ir a la galería de tiro. Cojo la tarjeta S.T.A.R.S. de mi bolso y me giro para decirle a Brad que me voy.
Estoy a punto de reírme al verlo dormido sobre el panel de comunicaciones. Madre mía. Realmente sí que he estado sola este tiempo. Salgo del despacho y me dirijo hacia el sótano, donde está la galería de tiro. No creo que haya nadie a esta hora, así que si hago el ridículo sólo podré verlo yo.
La actividad a esta en la comisaría es bastante tranquila. No tiene nada que ver con el ajetreo de la mañana y las prisas de la tarde. En el vestíbulo sólo encuentro a Marvin Braham, jefe del R.P.D., al que saludo amistosamente. Es uno de los pocos que realmente valora el esfuerzo que hacemos para ayudar a la policía a solucionar sus problemas.
-¿Qué tal Marvin? –lo saludo deteniéndome al otro lado del mostrador.
-Hola Jill. Un poco aburrido, la verdad. Los turnos de noche me matan.
-Y que lo digas. Los turnos de noche van a acabar conmigo. Es mi primera vez.
Marvin ríe.
-¿Y el capitán Wesker?
-Ha salido con Joseph a estar presente en la escena de una serie de violaciones que se llevan produciendo estos días –respondo sintiéndome orgullosa de que participemos activamente en todos los casos que se producen.
-Vaya… mal asunto –comenta negando en silencio. Un policía pasa por detrás de mí y nos saluda -. Odio a los pederastas y a los violadores… Son las peores personas con las que he tratado jamás. Esa seguridad que tienen en sí mismos y la convicción de que no han hecho nada malo… Terrible.
-Me lo imagino… -consulto mi reloj. Las cuatro y cuarto de la madrugada. Debo aligerarme si quiero estar al menos los treinta minutos reglamentarios -. Bueno, voy un rato a la galería de tiro a ver si me aclaran un poco las ideas. Te veo, Marvin.
-Hasta luego Jill.
Camino hacia la puerta que lleva al ala de detectives. La abro. El pasillo está completamente desierto. No se escucha ni un alma. Paso por el despacho de los detectives saludando a un par de ellos que toman café junto a la cafetera. Odio tener que interrumpir a los demás cuando están trabajando. A mí no me haría ninguna gracia que lo hicieran.
Cada día que pasa me doy cuenta de lo laberíntica que es la comisaría. Ya porque he superado el entrenamiento básico dos, como dicen mis compañeros, sino aún estaría más perdida que el barco del arroz. Creo que era imposible poner más pasillos y más puertas porque estoy segura que lo habrían hecho.
Me da que Irons ha tenido también algo que ver en ello. Su despacho refleja la misma idea retorcida de tenebrismo que todos y cada uno de los pasillos del edificio de la comisaría. Es un tipo que merece ser estudiado seriamente. No entiendo cómo sigo teniendo a ese incompetente como jefe.
Llego ante la puerta de la galería de tiro. Introduzco mi tarjeta en el lector y espero unos segundos. Sale el mismo mensaje que las veces anteriores:

Valentine, Jill. S.T.A.R.S. Equipo Alpha. Número de identidad: 0823. Primera sesión programada de marzo. ¿Duración del ejercicio?

Tecleo el número treinta. Segundos después sale un ticket que me conduce la pista tres. Un momento… ¡la tres! Eso quiere decir que hay dos personas dentro ya. Maldita sea. Espero que estén terminando. Abro la puerta y ya escucho el característico sonido de los disparos.
Suspiro con resignación. Qué le vamos a hacer. Voy a tener espectadores de lujo durante mi actuación. Espero que no los conozca mucho. Oigo el tronar de un revólver que me es bastante familiar. Entonces, sonrío al ver a un hombre alto pelirrojo con un revólver en la mano en la pista uno.
A su lado, Chris recarga su pistola sin darse cuenta de mi llegada. Barry está concentrado apuntando y tampoco me ha visto. Mejor, será una sorpresa. Me acerco al mostrador donde se encuentra Ethan, un simpático policía que pone a nuestra disposición todo tipo de armas para practicar.
-Os habéis puesto de acuerdo todos los S.T.A.R.S. para venir, ¿eh? –me saluda guiñándome un ojo -. Seguro que os habéis librado del capitán por un rato.
-No te equivocas ni un poco –contesto risueña.
Ethan sonríe y saca del mostrador una pequeña pistola con el emblema de los S.T.A.R.S. Frunzo el ceño con recelo. Esperaba que me dejara elegir con qué arma quería entrenarme hoy. Tal sea un modelo nuevo que quiera que probemos. No sé si Chris también lo tendrá.
-Kendo ha mandado esta tarde esta ricura –bromea Ethan. Yo no puedo evitar sonreír -. Va a ser el arma reglamentaria de los S.T.A.R.S. a partir de este momento. Sólo es un prototipo. El bueno de Robert quiere primero la opinión de los expertos antes de meterse en faena –no puedo dejar de sonreír. Este hombre es un auténtico cachondo -. Como verás, es una Beretta. Tiene cargador de quince balas de 9mm. Es más ligera que la que lleváis ahora pero es más lenta.
-¿La ha probado alguien ya? –pregunto con curiosidad.
-Chris está en ello.
Lo miro. Es cierto. Tiene el mismo modelo que el que me ha enseñado Ethan. Se nota que lo está probando. No para de examinarlo detenidamente y ver la precisión de sus tiros cuando dispara. Me encojo de hombros.
-Me apetecía la franco, pero bueno, haré los deberes para el señor Kendo –Ethan asiente en silencio. Yo sonrío -. Aunque creo que a Barry no lo has convencido.
-Barry… Barry… -niega mirándolo -. A veces creo que quiere más a su revólver que a su familia.
Río sin poder evitarlo.
-¡Anda ya! Barry es un hombre de familia, te lo puedo asegurar.
-Bien dicho, señorita Valentine –me saluda sonriente el propio Barry.
Se quita los cascos y deja el revólver sobre un poyete que tiene delante. Camina hacia el mostrador quitándose con un pañuelo el sudor de la cara.
-No quería espectadores en mi exhibición, así que será mejor que tú y Chris os larguéis –bromeo. Barry me sonrío dándome un puñetazo amistoso en el hombro.
-Por nada del mundo me lo perdería –contesta con tono amistoso.
En ese momento Chris nos mira de reojo. Pierde la concentración y falla un tiro que parecía bastante claro. Barry sonríe mientras niega en silencio. Ethan se parte detrás del mostrador.
-¡Vista al frente! –exclamo intentando parecer autoritaria. Chris no vuelve a mirarme y se concentra en el ejercicio.
Cojo la Beretta del mostrador y los cargadores que me ha dejado Ethan. Me sitúo al lado de Chris, en la pista tres. Dejo mi arma en el poyete y observo atentamente a Chris apuntar a los objetivos. Es realmente bueno. La primera vez que lo vi disparar me quedé impresionada.
Se queda sin balas en el momento en el que el sistema le anuncia que tardará dos minutos en mostrar el siguiente ejercicio. Se quita los cascos y las gafas y me sonríe. Me apoyo sobre el poyete sin dejar de mirarlo. No me canso nunca de hacerlo… ni creo que lo haga.
-Sabía que te dejarías caer por aquí –me dice poniéndose a mi lado. Levanto una ceja -. No te veo haciendo muchas migas con Brad.
Esta vez me toca a mí sonreír.
-¿A qué no sabes lo mejor? Está como un tronco el muy cabrón –comento burlona. Brad es uno de nuestros temas favoritos de conversación. En el fondo me da pena.
-¡No jodas! –exclama Barry casi riéndose.
-¿Me dejas que vaya a grabarlo? –pregunta Chris como si fuera un niño pidiéndole permiso a su padre para hacer algo.
-Ni hablar, Redfield –responde Barry como si le estuviera hablando a una de sus hijas. Se llevan de maravilla estos dos -. Tiene trabajo por delante.
Chris se encoje de hombros. Mi ejercicio empieza en treinta segundos. Cojo las gafas y los cascos y me los pongo. Saco un cargador de mi bolsillo y lo introduzco fácilmente con la palma de mi mano. Chris me observa detenidamente. Si sigue así voy a distraerme fácilmente.
No es que tenga mucha facilidad para olvidar lo que estoy haciendo. Sin embargo, con Chris es diferente. Sé que debo mantener la compostura. Siempre me he caracterizado por mi templanza y mi buen hacer. No voy a ser ahora menos. Apunto con la Beretta hacia la pantalla en blanco. Espero.
Tengo un minuto para disparar treinta veces a una diana que irá apareciendo repetidas veces. Aparece la primera. Apunto al centro. Disparo. Se queda a escasos centímetros. La segunda se queda un poco más desviada. La tercera se acerca un poco más. Y en la cuarta acierto.
Disparo el resto de balas casi con una efectividad superior al ochenta y cinco por ciento según los datos que aparecen en la pantalla. Se me agota el cargador. Recargo rápidamente en apenas tres segundos y vuelvo a la carga. Ninguna bala ha dado en el centro, pero están lo suficientemente cerca como para que mi puntería haya mejorado al noventa por cierto.
Recargo con más tranquilidad esta vez. Dispongo de casi un minuto antes del siguiente ejercicio. Veo que Chris y Barry han vuelto a sus puestos. Sus caras reflejan la concentración a la que están sometidos. Es una forma bastante divertida de echar el rato para el que le gusten las armas.
He notado algunas diferencias respecto al modelo que usamos. En primer lugar, la pistola apenas pesa en las manos. Es tan ligera que puedo cambiarla de mano con facilidad. Su diseño tampoco es nada del otro mundo. Es prácticamente negra salvo por la empuñadura, que es marrón.
El gatillo parece estar un poco más flojo, lo cual es de agradecer. No me apetece dejarme los dedos disparando. La mira parece también estar un poco más ajustada. Mis disparos están siendo más certeros. Antes no pasaba del ochenta y cinco por ciento, y ya voy por el noventa.
Ahora las dianas se desplazan de un lado a otro. Apunto y espero la señal. Tengo quince intentos para derribar las dianas. Es decir, un tiro por cada una. Y sólo veinte segundos. Aparece la primera. No lo pienso. Disparo. Acierta en un lateral. La segunda casi doy en el centro.
La tercera se desplaza en diagonal. Espero y disparo. Le doy de refilón. Disparo incesantemente hasta terminar con el cargador. Recargo mirando la pantalla que tengo delante. Según los datos, he tenido una efectividad del ochenta y tres por ciento. Bueno, no está mal. No es lo mismo apuntar a objetos estáticos que dinámicos.
Me vuelven a dejar un plazo de tiempo para descansar. Dispongo de cinco minutos. Me quito los cascos y las gafas. El atronador sonido del revólver de Barry llega a mis oídos. Me alejo de mi zona y me pongo junto al mostrador observando a mis compañeros. No deja de sorprenderme la excelente puntería de Chris. Creo que incluso ganó un premio en el último campeonato de tiro que organizaron aquí.
Chris realiza un último disparo y deja la pistola antes de quitarse las gafas y los cascos. Lo veo observar la pantalla de datos con media sonrisa en su rostro. Parece que está satisfecho con lo que ha hecho. Se gira y me ve.
-Por mí no te cortes –comento cruzándome de brazos. Chris camina hacia mí en silencio.
-Reconócelo: no vas a encontrar a un tío con mejor puntería.
-A lo mejor está por ahí escondido –bromeo aguantando la risa. Chris niega en silencio.
Dejan de escucharse los disparos del arma de Barry. Lo veo quitarse los cascos y las gafas antes de coger una toalla y secarme las manos. Su rostro está casi tan rojo como su pelo.
-Ahora sí que pareces realmente un tomate –comenta Chris. No puedo evitar sonreír, al igual que Barry.
-Vosotros dejaos de ligar y al tajo –nos dice con un tono de voz que no me deja indiferente. Capto el doble sentido de sus palabras.
No sé por qué, pero últimamente siempre que hablamos nos ponemos demasiado cerca. Casi puedo notar su aliento en mi rostro.
-No estamos ligando –respondo intentando no darle demasiada importancia. Chris asiente lentamente apoyándome.
Barry se me queda mirando unos segundos, y detecto claramente lo que me está diciendo “no te lo crees ni tú”. Lo observo hablar con Ethan de armas durante unos segundos. ¿De verdad da la sensación de que parece que estemos ligando? Sé que Chris y yo no mantenemos una relación normal de compañeros de trabajo. Nos tenemos mucho cariño. Pero de ahí a ligar…
El beso, el masaje… ¿quieres más?
Ya estamos otra vez. Eso forma parte del pasado. No quiero olvidarlo, vale. Pero espero que no vuelva a repetirse más… Cuando se trata de los hombres lo cierto es que me ablando bastante. Suelo ser una chica dura, que tiene unos principios muy claros, y que no me rindo fácilmente.
Pero mi corazón pesa mucho, y a veces es quien me guía. Miro a Chris. No me pierde de vista. Es tan atractivo… Me extraña que no tenga novia ya. Muchas besarían el suelo que pisa. Barry tenía razón. A veces es un poco temerario, pero es un buenazo. Acerca los dedos a mi oreja y me pone un pelo detrás de la oreja.
Me encanta ese contacto. Vuelvo a ver reflejados en sus ojos el mismo deseo de aquella noche en mi coche. Necesito dejar a un lado todo esto o voy a terminar loca. Todo este juego me está dando mucho qué pensar. No sé. Siento que los dos queremos algo más pero que no puede ser.
La puerta que da acceso a la galería de tiro se abre, y por ella veo aparecer al capitán Wesker. Chris y yo nos separamos automáticamente. El capitán busca algo con la mirada hasta que se para en nosotros. Sonríe tímidamente y se acerca a nosotros. Saluda a Barry con la cabeza y se para delante de nosotros.
Le miro a las gafas de sol. No me cansaré de repetirlo una y otra vez: es imposible saber lo que piensa.
-Chicos, os estaba buscando –nos dice sin alterar su expresión -. El jefe Irons os quiere ver mañana a eso de las seis en su despacho.
Chris y yo intercambiamos una mirada llena de sorpresa. A ver si lo he entendido bien. ¿Que ese cerdo quiere vernos a los dos mañana por la tarde? Lo que me faltaba: aguantar los impropios de ese cabrón. ¿Qué querrá ahora? Ya me martirizó bastante en el camino de regreso a Raccoon City por mi fallo. Todos saltaron en mi defensa, pero hizo oídos sordos.
Se cree que por ser el jefe de policía tiene siempre la razón y que hay que servirle pase lo que pase. Yo, desde luego, no estoy dispuesta a pasar por algo que me humille o vaya en contra de mis principios, aunque ello implique perder mi trabajo. El capitán se nos queda mirando esperando una respuesta.
-Allí estaremos –dice Chris con un tono de voz no demasiado convencido.
Miro mi pantalla y veo que quedan quince segundos para que empiece mi ejercicio. Mierda. Salgo disparada.
-Siempre corriendo, señorita Valentine –escucho al capitán mientras me pongo las gafas -. Os veo en un rato.
Me coloco los cascos y cojo la pistola justo en el momento en el que aparecen las instrucciones. Pero ahora mismo no tengo ánimos para leerlas. Sólo tengo cabeza para pensar en lo que Irons quiere decirnos.
Tráiler estatuas de Anticolat
http://es.youtube.com/watch?v=WxUiTPTlYmU

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