Relato corto: Guerra Congelada

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Jeta de Raymond
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Relato corto: Guerra Congelada

Mensaje por Jeta de Raymond » 13 Oct 2015 00:08

Aquí traigo un relatillo que escribí ya hace años, cuando era adolescente. Puede que tenga peor calidad que los de ahora, pero a lo mejor os gusta :wink:


Guerra congelada
Oculto:
Hacía un calor apacible. El cielo estaba surcado por unas tímidas nubes blancas como la nieve. Una brisa veraniega soplaba con dulzura acariciando mi piel. Era una tarde plácida de verano. Los pájaros cantaban con alegría, las cigarras chirriaban sin descanso. Unos niños montaban en bici, riendo.
Yo estaba sentada en la acera junto a mi hermana pequeña. Era verano, no teníamos nada que hacer. Yo acababa de terminar primero de bachillerato y mi hermanita había terminado el último año de colegio.
Un avión surcó el cielo.
-Oye ¿Tu crees que algún día viajaremos en avión?- me preguntó
-Claro.- dije Cuando trabaje iremos las dos en avión a donde quieras.
-¿A dónde quiera?- Preguntó con brillo en su tierna mirada.
- ¡Claro!
- Y ¡oye, oye!
- ¡Dime!
- ¿Estaremos siempre juntas?
-¡Claro que si!
- Pero...puede que algún día nos separemos. Cuando tu seas mas mayor, a lo mejor te casas o te vas de casa sin más . Me dijo fijando la mirada en el suelo.
- Toma Le dije dándole el colgante que llevaba puesto.
- ¿Me lo regalas?- dijo con brillo en sus ojos. Asentí
- Llévalo siempre y así, aunque no estemos juntas físicamente, lo estaremos en espíritu. Así, siempre que lo mires, será como si estuviera contigo.- Le dije sonriendo.
- En espíritu...- Repitió entretenida, mirándolo. Pues toma- Me dijo dándome su pulserita. Así yo también estaré en espíritu contigo.
No pude evitar sonreír. Me la puse. La ajusté al tamaño de mi muñeca.
-Gracias...- le dije.
Ella me sonrió y me abrazó. Yo la rodeé con mi brazo.








Una luz...






Un silbido...





La Nada...


Abrí los ojos; El cielo era negro. No podía moverme.



Abrí los ojos; No podía respirar.




Abrí los ojos, me levanté. No sentía nada, no podía oír nada. ¿Dónde estoy? Estaba desorientada. Miré mi cuerpo, estaba sucio, mis manos estaban ensangrentadas.
Había escombros por todas partes. El cielo era naranja. El fuego me rodeaba.
Mi casa se había destruido; mis padres...

Corrí para salir del fuego. No sentía las piernas, parecía que mi cuerpo no fuese mi cuerpo, que estuviese viéndolo todo desde unos ojos prestados.
Algo explotó, me hizo dar un salto y caer al suelo de nuevo.
Me levanté.
Mi cabeza estaba aturdida.
De pronto, vi caer a una persona al suelo violentamente.
Me acerqué. Había sangre por todas partes. No lo entendía.
Había cuerpos por el suelo, entre los escombros, entre las llamas.
Entonces pensé ¡Mi hermana! Salí corriendo a buscarla.
Los edificios se caían, el suelo se agrietaba.
Estaba como en un sueño. Todo se me antojaba surrealista, irreal.
Aún no podía escuchar nada, había perdido la audición.
Corría buscando a mi hermana mientras la gente gritaba sin voz y corría desesperada hacia la muerte.
Las calles estaban inundadas por la muerte y la destrucción, los edificios que se mantenían en pie, tenían destrozos por todas partes.
Una mujer corrió hacia mí. Su mirada poseía un pánico infinito.
Seguía sin entender el porqué de todo aquello.
Mi hermana era mi principal prioridad, nada más importaba.
Seguí corriendo en su busca, dejando atrás a la muerte.
Y de pronto lo vi;...Soldados, tanques, armas...la guerra...
Sus grandes rifles disparaban a la gente que corría. Los tanques lanzaban sus despiadados proyectiles contra personas indefensas.
¿Porqué? me pregunté. ¿Qué sentido tenía todo aquello?
Entonces lo entendí, eso era el infierno.
Un hombre me cogió del brazo violentamente y me escondió detrás de un edificio.
Me miró a los ojos y me habló con decisión.
No podía oírle, solo quería salvar a mi hermana. Le grité que tenía que buscarla, no se si me salió sonido alguno. De repente, el hombre se lanzó sobre mí.
Cerré los ojos y me acurruqué bajo su cuerpo. Noté que tenía un espasmo sobre mí y comprendí que había dado su vida para salvarme.
Le aparté y le cerré los ojos. Cogí un trapo sucio del suelo y le tapé el rostro. Me temblaban las manos y los labios. Creo que estaba llorando.
Volví a correr. Ahora el miedo fluía por mis venas. La muerte me acechaba, y el tiempo corría sin pausa. ¿Dónde estaba mi hermana?

Empecé a desesperarme. Corriendo por las calles del tártaro sin rumbo, sin dirección.
Tropecé y caí al suelo. Al levantarme, noté las piernas débiles y lánguidas. No me respondían. Comprendí que debía descansar. Apoyé las manos sobre las rodillas y me agaché respirando, tomando aire.
En el suelo vi una mano, sin identidad, sin nombre. Su cuerpo debía estar cubierto de escombros. Entonces pensé en mi hermana, en si estaría bajo escombros, asustada. O si...
-¡Corre!- Dijo una voz.
Había recuperado la audición. Eso me alegró.
Escuché los gritos, el fuego, los disparos.
Miré hacia el lugar de donde salía la voz, no me dio tiempo a ver. Una mano me agarró el brazo y tiró de mi para que corriese.
Era ella, era mi hermanita. Su ropa estaba hecha jirones. Tenía cenizas y sangre por el cuerpo, pero estaba viva.
Llegamos hasta un lugar seguro. Entonces la abracé.
Sus lágrimas empaparon mi pecho.
-Tranquila...todo saldrá bien- Dije con una voz que no parecía la mía.
-¿Estás bien?- Le pregunté y le miré a los ojos.
Asintió. Y suspiró con fuerza. Su mirada delataba tanto miedo, tanto dolor. Pero, cuando me miró, noté en sus ojos alivio, reencuentro.
Ahora tenía que sacarla de allí. Pero...¿cómo?. Observé nuestros alrededores. Y pensé que el infierno debía tener una salida. No había alternativa.
Ni siquiera sabía dónde estábamos, pero salimos corriendo. Los soldados se acercaban.
Le cogí la mano y comencé a correr con vehemencia.
Escuché disparos tras nuestros pies. Parecía que todo el mundo hubiese muerto ¿Solo quedábamos nosotras?
El pánico me hacía correr a una velocidad frenética. ¿Realmente estaba pasando todo aquello? Tenía que ser una pesadilla, ¡tenía que serlo!
Ese era el pensamiento que invadía mi mente mientras corría. Pero en mi fuero interno, sabía que esa era la realidad y sabía que no había escapatoria, la muerte rugía tras nosotras.
Mi hermana tropezó y cayó al suelo exhausta.
-¡Levántate!- Le grité
-¡No puedo!
La tomé sobre mi espalda y volví a galopar sin descanso.
Ella era menuda, pero su peso me oprimía, no podía alcanzar la misma velocidad que antes.
Los soldados estaban cada vez más cerca. Mi cabeza iba a explotar.
Mi hermana gritaba, los disparos no cesaban, mi corazón golpeaba con fuerza.
Conseguí ganar tiempo metiéndome en una callejuela. Pensé que les había despistado, pero los ecos de las balas resonaban en mis oídos recordándome que debía continuar.
Estaba agotada. Paré para retomar el aliento...
-¡Corre!- Gritó mi hermana de nuevo.
Giré la cabeza; allí estaban...
Retomé la carrera. Salí de la callejuela. Seguí corriendo por la carretera.
Un hilo de esperanza iluminó mi rostro: La carretera estaba despejada, había una salida ¡Podíamos sobrevivir!
La esperanza me llenó de energías. Mis piernas eran más ágiles, me sentía más liviana...
Entonces, nos topamos con ellos. Allí estaban, esperándonos. Un ejército entero, más grande incluso que el que nos perseguía venía hacia nosotras.
Me dio tal impresión que caí al suelo, de bruces. Mi hermana chilló al caer.
¡No puede ser! ¡Lo íbamos a conseguir!
Me quedé paralizada. Lo vi todo lento, como debajo del agua. Me levanté y me coloqué delante de mi hermana, para protegerla, inútilmente.
Ella lloraba. Yo estaba derrotada. Todo había acabado.
Uno de aquellos hombres, impasible, sereno. Se acercó con su poderosa arma. Los demás siguieron recorriendo las calles como si nada pasara.
Yo agarré a mi hermana y la apreté contra mi espalda. Ella me abrazó llorando.
Entonces, con una mirada glacial, me apuntó, sin vacilar y disparó el arma.
Cerré los ojos con todas mis fuerzas...




De pronto, hacía mucho frío. Un rugido susurrante azotó mis oídos. Y un vendaval de viento golpeó mi cuerpo.





Abrí los ojos; Todo estaba congelado, la bala se había paralizado en el aire. El hielo cubría a los soldados, los edificios, las calles. Pero no a nosotras.
Observamos atónitas aquél extraño suceso, caminamos mirando a las personas, aquél paisaje congelado, idílico.
Entonces, mi hermana y yo, nos dimos la mano y caminamos descalzas por el frío suelo hacia un nuevo amanecer.
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