"Tengo que dormir" esa era la frase que cruzaba su mente mentras preparaba todo lo necesario. Esa misma noche comenzaba su empleo como policía en la ciudad de Raccoon City. Estaba bastante nervioso. Aunque en la academia le había ido bastante bien y el oficial Kevin Ryman había quedado realmente contento con su expediente, Leon no podía evitar estar inquieto.
Un largo suspiro escapó entre sus labios mientras acariciaba sus cabellos en busca de serenidad.
Fuera como fuese, debía dormir durante el día para poder estar fresco toda la noche. Había estado intentando acostumbrarse al horario nocturno y generalmente le había ido bien, pero ese día era el último, con toda la presión que eso conlleva.
-En fin, que lo piense y le de vueltas no va a solucionar nada. Ahora simplemente tengo que conciliar el sueño- Se dijo mientras se metía en el dormitorio y cerraba las cortinas.
Leon se tumbó al fin en su cama y cerró los ojos. Intentó relajarse, concentrarse únicamente en su respiración, en sus latidos...nada de eso funcionaba...Tal vez si pensase en un lugar cálido y apacible, una playa, brisa marina, olor a verano...Se estaba poniendo cada vez más nervioso. De pronto le entró un calor sofocante y lanzó las mantas con firmeza hacia algún lugar de la oscuridad de la habitación.
-Son los ruidos de la calle, es eso.- Dijo Leon levantándose a mirar por la ventana. El sol aún no había salido del todo. Las nubes teñían de un resplandor purpúreo el aún temprano cielo de madrugada. No había ni un alma.
Leon se cabreó, ni tan siquiera podía echarle la culpa al ruido y ajetreo urbano. Se sentó en la cama y apoyó su joven y bello rostro en sus manos. "Las cosas no van así, no te obsesiones, solamente déjate llevar. No lo pienses, no le des importancia, y así seguro que te llega el ansiado sueño" Desde algún recoveco de su mente, esa palabras brotaron con dulzura para calmarlo. El joven asintó, dándole la razón a su sensato subconsciente y volvió a echarse sobre el colchón.
Al dejar a su cerebro divagando con libertad por diversos recuerdos y vivencias alejadas por completo de su futura carrera como agente de policía, consiguió cierta tranquilidad, que comenzaba a repartirse por todo su cuerpo, relajando sus músculos, sus extremidades, su rostro..."Dulces sueños"
-¡Señor Kennedy, señor Kennedy!- "¡Oh, no! Me he dormido, es eso. Me están dando mi primera reprimenda y ni siquiera he empezado aún, qué desastre de persona..."
-¡Señor Kennedy, señor Kennedy!- Un momento, esa voz era demasiado insistente. Tal vez fuera importante, tal vez debiera despertarse.
Abrió los ojos y buscó inutilmente algo en las tinieblas. Ni siquiera él mismo sabía lo que buscaba.
-¡Señor Kennedy, abra la puerta!
¡Eso era! Alguien estaba llamando a la puerta. Aporreaba con fuerza e insistencia, debía ser algo urgente.
Genial, se dijo. "Ahora si que no voy a poder dormir, justo cuando empezaba a..."
-¡Señor Kennedy, abra la puerta!- ¡Qué fastidio! A uno no le dejaban ni pensar a gusto.
El aprendiz de policía corrió sin demora a la entrada de su piso y abrió la puerta sin preocuparse de echar el ojo a través de la mirilla.
-Señor Kennedy, menos mal que está usted en casa. - Era el señor Brooks. Un hombre anciano que vivía solo.
-¿Qué le ocurre, señor Brooks?- Preguntó Leon entornando los párpados para adaptarse a la fuerte luz del rellano.
-Señor Kennedy, es usted policía ¿Verdad?
La duda le hizo titubear un instante.
-Si, ya he terminado la academia y esta misma noche será mi primer día como agente de policía- Dijo, orgulloso.
El hombre no pareció prestarle mucha atención, su cansado rostro mostraba una mueca de ansiedad y agobio. Debía ser grave.
-Verá, señor Kennedy, creo que alguien ha entrado en mi casa. ¡Alguien ha entrado! Será uno de esos maleantes que pululan por el barrio.
Leon asintió, sin poder reprimir un gran bostezo. Genial, eso si que da seriedad. Y lo curioso es que el sueño venía en el momento más inoportuno.
-¡Señor Kennedy, por favor, ayúdeme, usted es agente!
El joven asintió de nuevo. Entró fugazmente a coger su arma reglamentaria y salió agarrándola con firmeza. El anciano corrió con una sorprendente agilidad hasta su puerta y entró sin pensárselo dos veces.
La imagen era curiosa: solamente llevaba un pantalón corto de camuflaje militar y una camiseta negra, en resumen, su pijama. La pistola entre sus manos y la mirada de decisión en su semblante no estaban acorde a su vestimenta, pero no se le podía pedir más, ni siquiera era su primer día.
Recorrió la casa tras los pasos del impaciente señor Brooks y este se paró delante de una puerta.
-Le he encerrado en el cuarto de baño.- Le dijo con una repentina actitud de tipo duro.
Leon se colocó en el marco de la puerta y escuchó tras ella. Todo esto empezaba a desconcertarle, ese enclenque anciano había encerrado a alguien en su baño...
-¡Sabemos que está ahí dentro, abra la puerta despacio y deje las manos donde pueda verlas!- Gritó el joven con autoridad. Nadie contestaba, solamente se escuchaban utensilios cayendo y chocando contra el suelo.
El novato policía indicó al anciano que se alejase con un gesto de su mano.
Desatrancó la puerta y la abrió apuntando con su arma. Sus azules e inocentes ojos recorrieron todas las esquinas del cuarto de baño en pos de hallar al intruso, pero la decepción y la vergüenza se plasmaron en su rostro al ver quién era el maleante que había allanado la vivienda del anciano.
-Señor Brooks, solamente es una rata...
-¿Eh? ¡No, no, aquí había alguien! Debe haber salido por...-Dijo mirando por la ventana.
Leon negó con la cabeza.
-Lo siento, muchacho, la edad no perdona. Los sentidos ya no son los de antes, ya no tengo tu edad...- Dijo el hombre. Parecía verdaderamente arrepentido.
La rata se escabulló por la puerta educadamente y en silencio.
-No se preocupe, señor Brooks, mi deber es que se sienta seguro.- No pudo evitar sentir compasión por aquel solitario anciano.
-Tal vez quieras tomar algo, tengo alcohol, whisky del bueno. O puede que quieras algo de comer...- Le dijo con complicidad.
-No, gracias, no bebo. Además tengo que dormir, tengo turno de noche.
-Tómate algo rápido aunque sea, me sabe mal, muchacho...
"Tienes que aprender a decir que no"
-Está bien.- Contestó con una sonrisa. -Tomaré un té.
La exponencial alegría que mostró su vecino le hizo sospechar si simplemente sería una treta para atraer a alguien que pudiera hacerle compañía.
Pero cuando empezaba a nacer el cabreo en su interior, una extraña calma neutralizó los sentimientos negativos. Era simplemente lástima, ahora Leon era joven, tenía toda la vida por delante y multitud de cosas por hacer. Mas algún día sería como ese hombre. Y probablemente estuviese igual de solo, ya que siempre lo había estado. Pero la soledad es más llevadera cuando eres joven.
-Gracias- Le dijo al señor Brooks cuando le trajo un té caliente.
-¿Quieres leche, chico?
Leon negó con la cabeza. -Solo con azúcar está bien.
-¿Sabes? Mi hermano también era policía, era fuerte y valiente. Siempre he admirado a los agentes de policía porque me recuerdan a él...- Relataba el anciano con nostalgia.
Si. Era evidente. Ese hombre solo lo hacía por tener compañía con la que charlar o, en este caso, audiencia para sus intensos monólogos. El joven saboreó el té mientras dirigía la vista a un cuadro posado en una de las paredes del salón. Sentado en un cómodo y antiguo sillón con olor a naftalina, no podía dejar de mirar aquella obra. Era una imitación de La gasolinera, de Edward Hopper. No es que fuese un experto en arte, lo supo porque lo ponía en una esquina del marco. No lo había visto nunca y no parecía un cuadro muy vistoso como para colocarlo en mitad del salón. Pero tenía algo atrayente y misterioso, que consiguió hipnotizar a Leon por unos instantes. En la pintura, un hombre colocaba la manguera de uno de los rojos surtidores de dicha gasolinera. Vestía ropa de los años 40, toda la estética era de esa época. La gasolinera era pequeña y el hombre insignificante en comparación con el frondoso y espeso bosque que se veía al otro lado de la carretera. Daba la sensación de que era el verdadero protagonista de la obra. Oscuro y misterioso, parecía guardar un secreto inefable, intentando tragarse la civilización humana. La perspectiva era extraña e inducía a pensar en la prevalencia de la exhuberante vegetación sobre el pequeño hombre y su gasolinera.
El anciano siguió divagando en sus recuerdos, contando historias sobre sus aventuras de juventud, junto a su querido hermano mayor. Tal vez parte de ellas fueran inventadas, puede que se hubiesen ido borrando ciertos detalles, como en una foto vieja y descolorida, y hubiese rellenado esos huecos con recuerdos fabricados por su propia imaginación. Quizás solamente las aderezase con pequenas hipérboles o, simplemente, puede que todo fuese real, pero inverosímil. En cualquier caso, el tiempo seguía su curso y el reloj de cuerda que reposaba al lado del cuadro recordaba que cada segundo contaba, con su interminable "tic, tac..."
Leon miró su reloj. Debería llevar durmiendo un buen rato, ya había amanecido. Se levantó del asiento y se despidió del anciano.
-¿Ya te vas? ¡Pero si no has dicho ni una palabra! Eres un joven callado y educado.- Dijo asintiendo, dándole el visto bueno. -¡Una pena!
Al fin podría volver a casa y descansar. No quería echar a perder su gran día solo por dormir poco. Volvió sobre sus pasos, pistola en mano y en pijama. Ahora se daba cuenta de la pinta que llevaba y negó con la cabeza con una media sonrisa.
Cuando iba a meter la llave en la puerta se dió cuenta de que se la había olvidado dentro de casa.
-¡Joder!- Espetó. "No, no debes perder los nervios. Un buen policía debe ser sereno, mantener la calma en situaciones difíciles y, desde luego, no enfadarse de aquella manera" Respiró unos instantes saboreando esas nociones de consuelo y tranquilidad que le proporcionaba su mente.
Guardó su pistola en el pantalón y bajó las escaleras en busca del portero, seguramente le hubiese dejado una copia.
Paso a paso, escalón tras escalón, iba escuchando cada vez más cerca unos gritos provinientes de varias personas. Parecía una pelea.
"Genial, otra ocasión de mostrar sus grandes dotes como agente de policía"
Al llegar al primer piso, el origen del caos apareció ante sus ojos; Una pareja joven discutía con un anciano a voces. Miró su reloj y suspiró con desgana. Todo poder conlleva una responsabilidad.
-¿Va todo bien?- Preguntó con tono conciliador al acercarse.
Los tres le escrutaron con la mirada, a lo que al hombre joven se le iluminaron los ojos.
-¿Eres poli no?- preguntó con descaro.
Leon asintió. -¿Algún problema?
-Si, mira, este señor es nuestro casero y quiere que le paguemos hoy, ahora, de una vez o si no, nos largará a la calle. Joder, tengo dos hijos, es una putada que te dejen en la mierda con dos niños pequeños.
-Me deben el alquiler. Además, este chico no tiene nada que ver, no le metas en líos.- Dijo el hombre de más edad. Era muy grande y gordo. De pelo rizado y canoso, corto. Llevaba ropa de color marrón oscuro y toda su indumentaria era obsoleta y oscura, como su propio rostro. Su mirada era intimidante y grosera.
El hombre joven parecía ir en pijama, era moreno de piel y tenía un gesto cansado, de agotamiento. La mujer parecía encarnar la mismísisma furia. Permanecía callada, como a sabiendas de que si abría la boca, no habría vuelta atrás. Intimidaba mucho más que el anciano, pensó Leon.
Ambos debían rondar los treinta años.
-Vamos a ver, yo no soy abogado, pero ustedes deberán regirse por lo que ponga en el contrato de arrendamiento y...- Dijo el paciente policía fuera de servicio, a lo que le cortaba el hombre joven diciendo -¿Contrato de qué?
-Si, ustedes debieron firmar uno para alquilar la vivienda ¿No es así?
La mujer apretó la mandíbula fijando su candente mirada en el casero.
-Esto no es asunto suyo ¡No tiene nada que ver, pagádme de una vez y todo solucionado!- Comentó nervioso el anciano, intentando obligar a Leon a marcharse con un empujón silencioso.
Leon suspiró para evitar dar un bostezo, esta vez si había podido controlarlo.
El hombre joven negaba con la cabeza mostrando una mueca de confusión.
-¿No tienen ustedes contrato?- Quiso saber quitándose con un gesto de advertencia del agarre del arrendador.
-No- Respondieron los dos a la vez. El anciano contuvo la respiración, como si así fuera a evitar que lo dijeran.
-Eso es irregular, es ilícito. Sin un contrato no les puede exigir nada.
-¡No pienso aguantar esto!- Dijo el anciano marchándose escaleras abajo.
-¿En serio?- En la mirada de la mujer se iba disolviendo la rabia.
Leon asintió. -Si podéis demostrar que estáis viviendo aquí, podréis denunciarle.
-¿Cómo podemos demostrarlo?
-No se...¿Correspondencia, recibos? Ese tipo de cosas supongo que valdrán, soy policía, no abogado.- Contestó humildemente.
-¿En serio? ¡Muchas gracias señor agente!- Dijeron al unísono de nuevo. Parecían un dúo cómico.
-Pase, señor policía, por favor.
Leon miró su reloj. -No puedo, lo siento, esta noche trabajo y tengo que ir hasta Raccoon City.
-¿Raccoon City? Oye, pero quiero poner la denuncia.
-Está bien. - Dijo el joven de ojos azules. Los dos le miraban con impaciencia y alivio.
-Pase, porfavor, tómese algo y...- Dijo el hombre abriendo la puerta ampliamente.
Leon negó con la cabeza. -No puedo, lo siento, agradezco la intención, pero no tengo tiempo.
-¿Nos vas a ayudar a ponerla?
-Deben ir a un juzgado, encontrar un abogado que les asesore y emprender las medidas que sean. Yo no soy un experto, solo soy un policía- Informó con un deje de orgullo al decir la última palabra.
Ambos pusieron cara de niños tristes. Leon sintió lástima, por lo visto, apelar a su sentido de la justicia era ridículamente fácil.
-Esta bien, si puedo ayudarles en algo, díganmelo, pero ahora no puedo entrar a su casa, tengo que dormir.
-¡Muchas gracias!- Dijeron a la vez, de nuevo. Eso era amor del bueno.
-No se preocupen- Aseguró con una sonrisa irresistible. -Por cierto, ¿Saben si está el portero?
-No, ahora mismo no está, llega en una hora más o menos.- Dijo la chica.
Genial. Todo estaba en su contra. Una espiral de acontecimientos absurdos y cotidianos giraba en ese edificio y él parecía ser el eje de todo aquello.
Pero esa gente no tenía la culpa, solamente eran víctimas de la ignorancia y de un casero inmoral. Leon se encogió de hombros. -Gracias, nos vemos.
-Gracias a tí- Contestaron de nuevo. A la vez, como Twedledee y Twedledum.
Pero algo le había dejado un tanto desconcertado, mientras bajaba las escaleras pensaba en ello. Tal vez había estado un tanto distraído, pero no por el sueño o los nervios. En una de las paredes de la entrada de la casa de la pareja, estaba colgado el mismo cuadro que en la casa del señor Brooks. ¿Por qué tendrían ambos ese cuadro?
-Hola...- Dijo esperando que el portero ya hubiese llegado. Pero no había nadie, la salita estaba cerrada con llave. "De mal en peor"
Leon miró su reloj, tal vez llegase en media hora, según su vecina, así que lo más coherente era esperarle. Un cerrajero tardaría más en aparecer por allí.
El joven se sentó en el suelo del portal y apoyó su cabeza en la pared. Observó la impersonal decoración de la entrada y el interior de la cabina del portero. Únicamente había una esmirriada planta en una esquina, ni sillas, ni adornos de ningún tipo...aunque, si que existía al menos un elemento que perturbaba la monotonía de la estancia, otro cuadro, dentro de la salita, en una de las paredes. Este si lo conocía, de vista, era el más famoso de Hopper. Trasnochadores, ponía en una esquina. Era bastante grande y llamativo. En él se mostraba un restaurante con tres solitarios clientes y un camarero. Como siempre, la perspectiva obligaba a observar parte de la deshabitada ciudad en la que se encontraban los integrantes del cuadro. Una soledad inquietante y oscura se cernía sobre la escena, que a Leon volvió a absorber por unos instantes. Sacudió su cabeza para despejarse. Solamente eran cuadros. Habría alguna razón por la que estuvieran por todo el edificio, la cual él desconocía. Como a la mayoría de vecinos, como a todos los vecinos, en verdad. Estaba tan centrado en su trabajo que casi no pasaba por casa. Además, nadie le esperaba allí. Pero sintió desazón al darse cuenta de que no sabía nada sobre su propia vivienda. Nunca se había fijado bien en las pinturas, ni en la gente. Solamente eran sombras pasajeras, desdibujadas. Que había conseguido hilvanar tan solo en esa madrugada. Pensándolo así, era bastante fácil acercarse a aquellos vecinos llenos de problemas...
Solitario Leon, siempre solitario, como la oscuridad de la ciudad del cuadro...
¡Hola y bienvenido a Raccoon City! Como se habrá dado cuenta, nuestra ciudad es una limpia y privada población dedicada a la familia. Raccoon City está asociada con nuestros amigos Umbrella Inc, en vista a generar un crecimiento y estabilidad sin precedente. Umbrella es una corporación altamente respetada y bien aposentada que se preocupa de sus empleados. Ellos han ayudado a crear muchas instalaciones públicas para hacer de esta ciudad un lugar seguro para todos.
Como miramos al futuro, continuaremos dando soporte a Umbrella Inc, en términos de nuevos desarrollos de negocios.
Por favor, disfrute de su estancia en mi amada ciudad. Gracias.
Michael Warren. Alcalde de Raccoon City.
-¿Te tengo que dar un beso, Bello Durmiente?- Leon abrió los ojos. Una agradable y profunda voz de mujer despertó todos sus sentidos de golpe.
Aún con la vista nublada por el brusco cambio, se levantó del suelo con torpeza y observó a la portadora de tan musical y armoniosa voz. Era una mujer de cabellos negros y salvajes. Era imponentemente atractiva. Sus ojos lo corroboraban, con ese hermoso tono esmeralda del que estaban teñidos. Llevaba una especie de uniforme.
-Deduzco que necesitas algo ¿No es así? No creo que sea un sitio muy cómodo para dormir.
En la cabeza del novato policía, aún reververaban las palabras del folleto de Raccoon City. Lo había leído demasiadas veces.
-Si, si que necesito algo...-Le dijo distraído y colocándose la ropa y el pelo como pudo.-Estoy esperando al portero.
La mujer sonrió con ternura. -Yo soy el portero.
-¿En serio?- Preguntó asombrado.
La chica asintió sin despegarse de su simpática sonrisa. -A ver si adivino...Te imaginabas al típico cincuentón, un poco entrado en carnes y con un gran bigote ¿Verdad?
-Algo así...- La joven le guiñó un ojo y Leon no pudo evitar ponerse un tanto nervioso. No se le daban muy bien esas cosas.
-Pues aquí me tienes ¿Qué se te ofrece?
-Me...me preguntaba si tendrías una copia de la llave de mi piso. Es el 2o B. He salido deprisa y me la he dejado dentro- Explicó, apurado.
-Pues probablemente tenga una copia.- Dijo abriendo la puerta de su salita. -Ahora entiendo lo de tu siesta...- Comentó mientras se agachaba a buscar en un cajón.
La verdad es que todo aquello era bastante vergonzoso.
-Has tenido suerte...- Dijo mostrándole una brillante y metálica réplica de su llave. -¿Vamos a tu casa, entonces?
-Eh, si, claro. Gracias.- Respondió con cierto rubor en sus mejillas. Las mujeres no se le daban bien. Nada bien...
Mientras subían las escaleras, Leon quiso satisfacer su curiosidad por las pinturas de Hopper. -¿Ese cuadro de tu salita lo trajiste tu? Es de Edward Hopper ¿No?
La mujer se encogió de hombros.-No tengo ni idea, estaba allí cuando empecé a trabajar aquí.
-Entiendo.- Contestó un tanto cabizbajo.
-Ya está, abierto. Pero esta llave la seguiré guardando yo ¿Verdad, señor Kennedy?
-Más me vale...
La joven le volvió a guiñar un ojo mientras se despedía -Pues nada, yo me vuelvo a mi puesto. Y ya sabes, para lo que necesites, allí te espero.
-Muchas gracias, eh...-Pero no sabía su nombre - Charlotte - Pronunció ella con su intensa voz.
-Eso es, Charlotte, muchas gracias.
-Ya nos veremos, espero...- Y su voz se fué desvaneciendo mientras bajaba las escaleras.
No se le daban nada bien. Nada bien, pensó.
Por fin entró en casa y se desplomó en la cama. El sueño vino a él con naturalidad y placidez. Una apacible sonrisa apareció en sus labios dejando paso al descanso.
Es una calle austera y abandonada. Tal vez son altas horas de la madrugada. Las sombras dominan toda la escena, hasta tal punto que cuesta discernir bien los contornos de las cosas. Al final, se vislumbra una luz, tenue. Al acercarse, se puede ver un bar abierto. No hay muchas personas dentro. Entro y saludo a los trasnochadores. Ninguno de ellos se digna ni tan siquiera a girarse para mirarme. -Disculpe, señor...-Le digo al hombre que está sentado junto a la mujer pelirroja. Pero, ofendido, se da la vuelta y dice -¡Uhuúu!- Entonces extiende sus alas y al escuchar de nuevo el ulular que sale de su pico descubro que se ha convertido en un búho. Tal vez siempre lo ha sido. Si, lo era. El camarero es una lechuza. Pero todos están enfadados conmigo y salen volando por la puerta, con fuertes aleteos. Y me quedo completamente solo.
-¡Esperad!- Dice Leon. La escena se va apagando poco a poco y alejando cada vez más.
Te has quedado solo en la ciudad de los monstruos.
-¿Hay alguien en casa?
-¡No, joder, quiero dormir!
-Oh, lo siento, yo solo venía a...- Un momento, otra vez, ¡Despiértate ya!
Leon abrió los ojos, desorientado. Buscó coherencia en mitad de las tinieblas con su mirada.
-No quiero molestarle pero...- Se escuchó desde el rellano.
El joven se levantó de la cama y miró el reloj, al menos había dormido un poco.
-Aquí está la pizza.- Le dijo el repartidor que estaba tras la puerta con un gesto de disculpa y una sonrisa sincera. Debería tener su edad o incluso menos.
-¿Qué pizza?- Preguntó Leon con voz pastosa mientras se pasaba la mano por entre sus sedosos cabellos dorados.
-Eh, la que has pedido ¿No?- Dijo el chico desconcertado, con una sonrisa un tanto asimétrica.
-Yo no he pedido ninguna pizza- Afirmó, entre bostezos.
-Pero ¿Este es el 2oB?
-Si- El pizzero negó con la cabeza con gesto de confirmación absoluta.
-Aquí alguien ha pedido una pizza, tío. A lo mejor tu madre o tu novia o tu colega...
-No, no hay madres ni colegas, tío. Te has equivocado.
-¿En serio? Pero si era 2oB...¡Tío es mi primer día y ya la he cagado!- Exclamó desesperado.
Leon se sintió identificado. Su primer día...
-Bueno, no te agobies. ¿Dónde tienes el pedido?
-¡Es que entre la moto y las pizzas no sé ni dónde está!- Parecía un niño perdido.
-Yo te la sujeto...la pizza y tu búscala.
-Vale tío, gracias.- Le dió las pizzas de aquella manera y comenzó a rebuscar entre toda su indumentaria. -¡Aquí está!- Parecía que hubiese encontrado un tesoro. -A ver, a ver, a veeer...la calle, blah, blah, blah...piso...¡Oh, Dios, se ha borrado! Justo el piso, tío. ¿Y ahora qué hago?
-Déjame ver- Si, efectivamente, la parte donde ponía el piso había desaparecido. Probablemente por el calor o la humedad.
-Tio...¿Y ahora qué hago?- Parecía dentro de un bucle infinito, de un error de sistema. Debería darle al botón de reinicio, pensó Leon.
De pronto, unos pasos rápidos se escucharon bajando las escaleras.
-¡Leon!- Chilló animada una voz de mujer. -Joder, menos mal que estás aquí.- Era una vecina del tercero, 3o B, para ser exactos. Leon había intercambiado palabras con ella alguna vez.
-¿Qué pasa?- Preguntó el joven. Y se percató de que la chica estaba empapada. Tanto que se le ajustaba la ropa al cuerpo dejando muy poco espacio a la imaginación.
-Hola- Dijo el repartidor.
-Hola - Le contestó sin darse la vuelta - Oye Leon tengo un puto problema de los gordos.- Era joven, debía rondar los veinte. Tenía el pelo corto y rubio y los ojos azules. Su cándido e infantil rostro no pegaba nada con su potente carácter.
Leon desistió de mirar el reloj. ¿Para qué?
-Verás, la lavadora, el baño ¡Todo se ha salido! No se qué cojones ha pasado y no se muy bien de dónde viene pero aquello es el Nilo. Y me preguntaba si tendrías una maldita fregona y toallas, las mías ya son historia.- Con esa cara de angelito cualquiera se negaba, además, estaba en la naturaleza de Leon ser servicial y bondadoso con los demás.
-Si, claro que tengo, te las subo.
-¿Si? ¡Gracias, joder, gracias!- Dijo mientras le estrujaba.
-Nada, nada. Tu sube que te las llevo.
Cada uno emprendió su camino, olvidándose del repartidor primerizo.
-¿Y yo qué hago, tíos?
-Tu vente conmigo, la pizza es mía- Le dijo la chica como si fuera evidente.
Leon se vistió con una ropa vieja y cómoda, la típica que se pone uno para pintar una habitación. Recogió todo lo absorvente que había en su casa y se dispuso a subirlo. Ya repondría más tarde.
Entró en la casa de la chica -¿Dónde te dejo las toallas, Emily?- De aquella chica si se sabía su nombre, al menos de una vecina conocía algo...
-¡En...donde puedas, porque esto ya es...!- Dijo desde algún rincón de la casa.
-¿Por qué no llamas a un fontanero?- Sugirió el repartidor, que cotilleaba dentro del piso.
-¡Ya te he pagado, gracias! No sabía que en Pizzaspeed te diesen consejos sobre arreglos domésticos. Si lo llego a saber...
-Vale, ya lo pillo. Me largo.
-Adiós- Se despidió Leon.
-Si...ah y perdona lo de antes, eh. Al final por lo menos lo he entregado bien.
-Si. Espero que no me pase algo parecido esta noche.
-¿Y eso?- contestó el chico con uniforme de Pizzaspeed.
-Esta noche es mi primer día como policía en Raccoon City.
-¿Eres poli? Eh, yo no he hecho nada. ¡Era broma!- Leon no acababa de verle la gracia. -Seguro que te va bien, tu eres un tío sensato. Yo soy un desastre. Bueno adiós y suerte.
-Lo mismo digo.
-¡Leoon, ayúdame por Dios!- Se escuchó desde el baño.
-¡Ya voy!- El deber es el deber.
Los dos se tiraron un buen rato secando y limpiando hasta que quedó impecable.
-Ahora me da miedo poner la lavadora...-Dijo la chica saboreando un trozo de pizza.
-Hay que descubrir el origen.- Repuso Leon masticando una porción. Al final le había invitado, por las molestias.
-Sñi, puesh entoy cho ahoña como para llamañ a un fontadrero.- Dijo la chica con un gran trozo en la boca.
Leon asintió, increíblemente la había entendido.
-A lo mejor es algo sencillo. ¿Has mirado en el bote sifónico?
La chica se atragantó por un instante -¡Joder! ¿Qué es eso?
-No soy un experto, pero es un punto común entre las cañerías. A veces hay un atasco ahí y lo fastidia todo.
-Aah...Pues no, no lo he mirado. Oye ¿Cuándo empiezas lo de poli?
-Esta noche.
-¿Esta noche? ¿Pero no deberías dormir? ¡Ah, coño! Joder, lo siento. Por mi culpa no puedes dormir para tu gran día. Qué putada...- Estaba muy avergonzada.
Leon negó con la cabeza. - Creéme, de todas las cosas que no me han dejado dormir hoy, tú eres la mejor.
-¿Eso es un cumplido?
-Intenta serlo.
-Vas mejorando...oye pero lo siento de verdad. Cómete la pizza y el helado y échate. Si quieres puedes dormir aquí, eh.
-Gracias, pero volveré a mi casa.
-Vale, mientras iré mirando el sifón botánico ese.- Murmuró mientras se dirigía al cuarto de baño.
Leon observó las paredes del salón, no había tenido tiempo de mirar más que en el suelo, limpiando.
Y entonces vió algo peculiar. Un cuadro, esta vez de una farmacia. Silvers Pharmacy, ponía en el cartel del establecimiento. Para variar era una imitación de Edward Hopper. La farmacia, completamente sola en la esquina de una calle desierta, iluminaba lábilmente la acera. No había nadie, ni un solo transeúnte. Y daba la sensación de que fuese la última luz encendida en toda la ciudad. Perdido en la ciudad de los monstruos, le había dicho su sueño.
-¡Joder, joder! Debía ser eso, Leon, había un atasco enorme ahí dentro.
-Genial. Ya no debes temer a la lavadora.- Dijo Leon con una sonrisa. -Bueno, yo me tengo que ir a dormir. Gracias por la comida.
-Gracias a tí por sacarme del marronazo. Ven cuando quieras y nos comemos otra pizza.- Su sonrisa si estaba a juego con su cara de angelito.
-Claro.- Dijo Leon.-Por cierto...quería hacerte una pregunta. ¿Ese cuadro del salón...?
-Ah, creo que es de Edward no se qué. Este piso es alquilado y el cuadro venía con él. Como me da mal rollo no lo he tocado. Pero supongo que debería quitarlo algún día. En serio ¿Qué hace esa farmacia encendida? Si está claro que ahí no vive ni Dios.
Leon sonrió. -Será veinticuatro horas...-Dijo, pensativo - Aunque, es verdad, da la sensación de que en esa ciudad no vive nadie.
-Si, es un cuadro malrollero.- Reafirmó dedicándole una mirada de advertencia a la obra.
Leon miró el reloj: Ya era por la tarde. Tenía bastante sueño. La noche anterior se la había pasado despierto, entrenándose para su turno de trabajo. Llevaba muchas horas sin dormir y lo poco que había dormitado ese día no le servía de mucho.
Se despidió definitivamente y salió del piso de Emily.
Estaba agotado, pero decidió darse una ducha antes de dormir, estaba sucio de tanta limpieza.
Al fin llegó a su habitación y se dejó caer sobre el colchón. Cerró los ojos e intentó relajarse, armonizar el ritmo respiratorio con el de sus latidos...
Pero no conseguía conciliar el sueño. Estaba cansado, mas, no era suficiente. Era desalentador; en la portería se había quedado profundamente dormido, incómodo y con mala postura, sin embargo, en su cálida y acogedora cama no lo lograba. Esos cuadros...y habían pasado demasiadas cosas ese día. Además de los nervios por empezar su primera jornada como policía en Raccoon city...
Llevaba llamando semanas, pero nadie contestaba. No había conseguido ponerse en contacto con la comisaría ni con su capitán. Era extraño. Pero la manera más fácil de averiguarlo era desplazándose hasta allí.
Cogió el teléfono y marcó el número de la central...nadie contestaba, solamente se quedaba dando timbrazos, eternamente.
Leon suspiró, parecía que el mundo entero se había puesto de acuerdo en darle de lado. Incluso sus propias funciones biológicas, ni siquiera podía echar una última cabezada.
Volvió a tumbarse. Aislado, en las sombras, como siempre. Como en la esquina de la calle de la farmacia, como en el bosque y como al lado de los trasnochadores. Tal vez esos cuadros le perturbasen tanto porque, en cierto modo, formaban parte de su interior. Eran un reflejo de su parte más oscura y solitaria. Puede que su esencia fuera, en verdad, esa vegetación espesa y exhuberante, esa desolación cerca de una farmacia, en una calle perdida. Quizás, esos búhos que huían de él representaban una realidad escondida en su interior.
Nunca le había pesado tanto la soledad, era como si, anteriormente, pudiera ignorarla con total naturalidad. Como si fuese algo ajeno, inherente a su ser. No obstante, ahora se sentía vacío, sentía unas tinieblas creciendo en lo más profundo. Puede que solo necesitase dormir y calmarse.
Mas, mientras cerraba los ojos e intentaba evadirse de esa inquietante tristeza que emanaba con fuerza y se iba extendiendo por todos los átomos de su cuerpo, supo, por un éfimero instante, que aquello debía cambiar. O quedaría para siempre encerrado en aquella soledad oscura en la que estaban atrapados los personajes de los cuadros.
Al fin se despertó. No recordaba exactamente lo que había soñado, pero un desagradable poso permanecía aún en su subconsciente, filtrándose al mundo de la vigilia. Era como un mal sabor de boca, amargo y espeso.
Se levantó somnoliento, ni siquiera se había dado cuenta de que se había dormido. Fue arrastrando los pies hasta el baño y volvió a ducharse. Cuando cerró el grifo recordó que acababa de hacerlo antes de dormir. Se encogió de hombros, ya estaba hecho. Entonces se dió cuenta de que el despertador no había sonado. Genial. Miró su reloj y descubrió que se le había hecho realmente tarde. Suerte que lo había dejado todo dispuesto la mañana anterior.
Se preparó para su primer día como agente en el departamento de policía de Raccoon City y salió del piso. Ya no había marcha atrás y era mejor llegar tarde que no llegar.
Bajó las escaleras a toda prisa, con su uniforme y su arma. "Esperemos que esta noche empiece mejor que la mañana anterior" Se decía.
-Leon- Dijo una melodiosa voz a sus espaldas. Era Charlotte.
Se dió la vuelta con gesto de apuro. Llegaba tarde, pero no quería dejarla con la palabra en la boca. -¿Tan tarde y sigues trabajando?- Se le ocurrió preguntar.
Charlotte sonrió con misterio y encanto. -Yo también vivo aquí. Ahora yo no llevo el uniforme, se han cambiado las tornas.
Leon observó su propia vestimenta para corroborarlo.
-¿Sabes? He estado admirando la obra de Hopper desde que me lo preguntaste. La verdad es que es una buena pintura. No tengo ni idea de arte, sinceramente. Pero ese cuadro me atrae en de alguna forma. Parece expresar cierta soledad que anida en los corazones de todo habitante de una gran ciudad. Como esta o como Raccoon City. - Dijo guiñándole un ojo -Aunque, es una soledad serena, tácita. No sé, de alguna manera, me parece que retrata una parte inevitable de todo ser urbano. Una intimidad que solamente se halla a altas horas de la madrugada y en un lugar oscuro y sombrío...- El joven la observó de nuevo. Ahora le parecía más bella que antes.
-Bueno, solo es una humilde opinión de una portera. Además, te estoy retrasando. Ya tendremos otro día para darle vueltas al tema ¿No te parece?
Tal vez eso fuera una insinuación, pero Leon aún no era capaz de captarla. Puede que por las prisas o porque nunca se le dieron bien esas cosas.
-Llego tarde a trabajar. Luego nos vemos- Dijo y salió corriendo por la puerta de entrada.
-Una pena...-murmuró Charlotte, subiendo la escalera.
Tras un tiempo conduciendo por la autopista llegó a Raccoon City. Su mente estaba preparada y alerta. Ahora estaba trabajando y ya no se trataba de la academia. Probablemente le esperase una buena bronca por llegar a esas horas. Pero ya no se podía hacer nada.
La ciudad estaba extrañamente silenciosa y oscura. Como si se les hubiera olvidado encender las luces. No había ni un alma en la calle. Pero eso podría ser normal, era de noche. Puede que estuvieran durmiendo.
Mas, una especie de mal presentimiento, perturbador y macabro se extendía por todos los rincones de aquella ciudad desierta. Leon continuó recorriendo sus calles, pasó por una farmacia solitaria y abandonada. Algo en la carretera le hizo frenar de golpe. Una persona estaba tumbada y ensangrentada sobre el asfalto. -Qué tenemos aquí..- Dijo ignorando la tensión y manteniendo la compostura mientras salía del coche. Pero, justamente en ese lugar, se le heló la sangre por un instante. Desde ese punto se veía aquella farmacia siniestra, un cartel en el que ponía Dinner se erguía sobre un restaurante típicamente americano. Y una desolada gasolinera esperaba, inerte, a que alguien se dignara a utilizar sus surtidores. Leon se encontraba en mitad de la escena, examinando un cuerpo sin vida que yacía en el suelo. Y al ver a las sedientas criaturas aparecer desde los rincones acercándose hacia él, arrastrándose, supo que no había conseguido escapar a su destino. Estaba inmerso en la absorbente y absoluta oscuridad de las pinturas. Él, al igual que el hombrecillo de la gasolinera, estaba atrapado. Atrapado en la ciudad de los monstruos.