Bloque 4, gimnasio; 9:47
El gimnasio del instituto era una sala gigantesca. Lo era al menos en relación al resto del edificio. El bloque 4 estaba formado por el gimnasio y sus vestuarios, aparte de unos baños y la cafetería. A diferencia de como sucedía con los demás, no existía ningún pasillo que lo uniera a los otros bloques. El bloque no contaba con ningún piso elevado, y su conexión con el resto del edificio era un simple techo, conectado al bloque 1, que cubría una pequeña parte del patio, zona que funcionaba a modo de terraza de la cafetería. El bloque 4 era también alargado, de manera que la planta del instituto tenía la forma de una gran L invertida, como en un espejo, en que el trazo más largo se correspondería al formado por los bloques 1 a 3, y el corto al número 4. El patio era entonces un enorme rectángulo, en dos de los lados contiguos del cual se erguía el edificio del instituto, a lo que había que sumar las zonas cubiertas situadas entre bloques.
El pabellón del gimnasio medía alrededor de treinta metros de largo, por unos quince de ancho. Su alto techo se elevaba sobre al menos nueve o diez metros. En uno de sus lados más largos, el que daba al patio (orientado hacia el sur), se extendía una larga vidriera horizontal con una puerta corredera. En el lado oeste, otra puerta lo comunicaba con el pequeño pasillo en que se encontraban los vestuarios, pasillo que daba acceso a la zona cubierta de la terraza del bar.
En ese momento, dos grupos de alumnos coincidentes, unas cincuenta personas, se refugiaban en el gimnasio tras haberles sorprendido la tormenta haciendo clase de educación física en el patio. Ahora se encontraban atrapados dentro del pabellón, con casi un palmo de agua en el exterior filtrándose bajo la puerta. Así es que dentro del gimnasio se iba expandiendo cuasiestáticamente lo que ya era un gran charco. A esto había que añadir la situación del pasillo de los vestuarios: totalmente inundado. Y así como llovía, no parecía que la cosa fuera a mejorar en breve; el nivel del agua en el patio continuaba aumentando de forma preocupante.
El viento sacudía violentamente la puerta del patio, y los ventanales en que esta se hallaba, vibrando estos con un sonido amenazador. Era como si de un momento a otro cualquiera fuera a estallar y a entrar al gimnasio propulsado. Por todas estas razones, los dos profesores presentes en la sala ya habían tomado precauciones, estableciendo el perímetro de seguridad a su alrededor que consideraron suficiente.
Hacía un tiempo que se habían planteado la opción de evacuar el local, pero eso parecía imposible o, en cualquier caso, una insensatez. Sacar a los alumnos al exterior en esas condiciones, aunque fuera solo por unos segundos, sería una locura. Por si el viento huracanado, la lluvia y los rayos no fueran suficiente, desde el interior del gimnasio podían contemplarse objetos moviéndose de un lado a otro del patio, algunos de ellos grandes y contundentes, como placas metálicas que Dios sabe de dónde habían sido arrancadas.
Sentada en una banqueta, sola, se encontraba Sonia. Tenía la vista perdida, como observando el vacío, con sus ojos tristes y sollozantes. Con cada una de sus lentas expiraciones exhalaba pequeñas nubes de vapor condensado de su boca. Estaba encogida, casi en posición fetal, temblando de frío; totalmente ajena a todas las personas, el desorden y la entropía que regían a su alrededor.
Alejado de ella unos metros, Lázaro observaba a Sonia. Le inquietaba mucho verla así. Pudo comprobar que estaba llorando, o acababa de llorar, dados sus ojos enrojecidos. Lázaro se aproximó a un grupo de chicas de su clase, amigas de Sonia.
–¿Sabéis qué le pasa a Sonia? –les preguntó el chico.
–Ni idea –respondió una de ellas, claramente molesta–. Antes yo le he preguntado y me ha mandado a tomar viento. Está muy borde últimamente, ¿sabes? No sé qué problema tendrá con nosotros… casi será mejor si pasas de ella.
Lázaro hizo caso omiso al mal dado consejo. Lo cierto es que estaba realmente preocupado por Sonia. Ella siempre le había llamado la atención por ser una chica muy alegre y simpática, y un comportamiento como ese por su parte no le parecía nada normal. Armándose de valor, se acercó a la banqueta donde la joven estaba sentada. Se encontraba a un lado de ella cuando apenas alcanzó a hablarle.
–Sonia…
Sin respuesta alguna. Tras pasar unos segundos, lo intentó de nuevo.
–¿Sonia…?
Se acercó a ella y tocó su hombro, en busca de alguna reacción. Y así fue como la encontró.
–Déjame –le dijo Sonia sin siquiera dirigirle la mirada, con un fino hilo de voz.
La respuesta fue débil, pero consiguió herir profundamente al pobre Lázaro.
–Perdona…
Sintiéndose estúpido, Lázaro se giró y se alejó tristemente, adentrándose de nuevo entre la multitud. Pero, lejos de intentar olvidar el episodio, el chico continuó en ansias contemplando a su joven compañera desde la distancia.
No pasó demasiado tiempo antes de que Sonia, inesperadamente, alzara su cabeza y buscara los ojos de Lázaro. Sus miradas en seguida se conectaron. Y en ese momento, la joven no pudo sino sentirse fatal, profundamente avergonzada por aquel gesto tan egoísta.
–Lázaro… ven.
Nadie más que ella misma pudo escuchar su voz, pero para Lázaro no fue necesario oírla para entenderla. Caminó hacia ella despacio, vacilante y tímido.
–Perdóname…
Lázaro hizo un gesto con la cabeza, indicando que no había tenido importancia.
–No, perdóname a mí. No quería molestarte…
La mirada de Sonia se cayó al suelo, y silenciosamente se empañó de nuevo en lágrimas. Ante esto, Lázaro, inseguro, se sentó junto a ella, posando una mano casi tan afectuosa como temblorosa sobre su hombro.
–Sonia… ¿Qué te pasa? No me gusta nada verte así…
Sonia se tapaba la cara con las manos, y Lázaro suspiraba por no saber qué hacer o decir en aquella situación.
–Lázaro… –consiguió pronunciar Sonia finalmente entre sollozos.
El chico la miró atentamente, esperando ansioso oír acabar la frase de su amiga.
–… Lázaro, ¿qué…? –Sonia se detuvo para respirar, como si le costara horrores formular esa pregunta. Así realmente era.– ¿Qué crees que pasa cuando morimos?
Esta inquietante pregunta cogió a Lázaro totalmente desprevenido, si bien le hizo empezar a intuir cuál podía ser la situación de Sonia. ¿Cómo podía él responder a algo así? ¿Debía siquiera dar una respuesta? Con estas y otras cuestiones, se dieron unos instantes del más incómodo silencio.
–Pues… Sonia, seguro que… –Titubeó.
Lázaro era consciente de que no creía lo que pensaba decirle, y temía que Sonia se percatara, así que se esforzó por buscar las palabras más adecuadas.
–No creo que yo sea quien pueda responder a eso, pero… sea lo que sea… Estoy seguro de que lo que venga después tiene que ser algo mucho mejor.
Lázaro no tuvo tiempo ni de reflexionar sobre lo poco convincentes que habían sonado esas palabras. No habían transcurrido ni dos segundos cuando ambos se giraron al unísono, al sonido de un fuerte estruendo, como de metal siendo retorcido. La puerta corredera del patio había sido arrancada de sus raíles, y se precipitaba contra el suelo empujada por un viento de apariencia sobrenatural. Con la misma energía impactó. Sus paneles de vidrio se rompieron escandalosamente, y sus fragmentos se dispersaron por un radio de varios metros. Al mismo tiempo, una ingente cantidad de agua se dejó entrar de golpe en el gimnasio, en un proceso irreversible, dejando anegado buena parte de él.
Entonces, un grito de dolor tronó por toda la sala.
–¡Ah! ¡Mierda!
Al lado de donde había aterrizado la puerta, un alumno de cuarto curso caía al suelo, llevándose las manos a su pierna izquierda. Una de los dos profesores corrió a atenderle, mientras el otro ordenaba a todos los demás alumnos que se concentraran en el otro extremo del gimnasio, el único lugar que no había sido alcanzado por el agua.
–Amem, deixa’m que t’ho miri. –Neus se agachó junto a él. Hablaba y actuaba con total tranquilidad, lo que al chico le resultó reconfortante.
–A ver, deja que te lo mire. –Neus se agachó junto a él. Hablaba y actuaba con total normalidad, lo que al chico le resultó reconfortante.
El alumno separó sus manos temblorosas de su pierna, la cual estaba descubierta, pues vestía un pantalón corto; cosa que no era extraña ya que, unas horas atrás, cuando se había vestido con él, hacía mucho menos frío que en ese momento. La herida quedó de este modo expuesta a los ojos de la profesora. Era una larga y profunda brecha vertical a un lateral del gemelo. De ella empezaba a brotar abundante sangre, descendiendo por su pierna hasta llegar a su calcetín, que de a poco se iba tiñendo de rojo.
–Com t’ho has fet? Amb un vidre?
–¿Cómo te lo has hecho? ¿Con un vidrio?
–No… amb el cantó de la porta. M’ha caigut damunt la cama –consiguió decir el chico entre muecas de dolor.
–No… con la esquina de la puerta. Me ha caído encima de la pierna –consiguió decir el chico entre muecas de dolor.
–No tens cap altra ferida?
–¿No tienes ninguna otra herida?
–No. –Se detuvo a pensar.– O, al menys, el mal d’aquesta ferida no em permet sentir-ne d’altres.
–No. –Se detuvo a pensar.– O, al menos, el dolor de esta herida no me permite sentir otras.
–Idò… has tengut molta sort.
–Pues… has tenido mucha suerte.
El estudiante no quería ni imaginarse lo que habría pasado si hubiera estado situado unos centímetros más cerca de la puerta.
–Va, t’hem d’embenar això. Toni!
–Va, te tenemos que vendar esto. ¡Toni!
El profesor se presenció en la escena, caminando sobre el agua que cubría esa parte del gimnasio.
–Buf… ho té molt malament.
–Buf… lo tiene muy mal.
–Crec que l’hauríem de dur a l’hospital, potser necessitarà antibiòtic. Tu has vengut en cotxe, no?
–Creo que le deberíamos llevar al hospital, puede que vaya a necesitar antibiótico. Tú has venido en coche, ¿no?
–Sí… jo el puc endur. Tenc el cotxe al pàrquing.
–Sí… yo lo puedo llevar. Tengo el coche en el parking.
–Molt bé. Idò, ràpid, vés a avisar a consergeria, i que cridin a ca seva, mentre jo el pos una bena. –Se dirigió ahora al chico.– Va, agafa’t. Jo t’ajut a aixecar-te.
–Muy bien. Pues, rápido, ve a avisar a conserjería, y que llamen a su casa, mientras yo le pongo una venda. –Se dirigió ahora al chico.– Va, agárrate. Yo te ayudo a levantarte.
–Intentau que la ferida no es mulli amb aquesta aigua...
–Intentad que la herida no se moje con esta agua…
Dicho esto, en un acto casi heroico, el profesor salió al exterior por donde se encontraba antes la puerta, mientras su compañera ayudaba al herido a llegar al despacho del gimnasio, a pocos metros de allí, sacudidos por el viento que ahora entraba con fuerza al pabellón por el gran portal abierto hacia el patio.
En esto estaban cuando, de improviso, la voz del director del instituto irrumpió en la sala, proveniente de la red de megafonía.
–Prestau un moment d’atenció, per favor. A causa de la perillositat de la tempesta, que està produint diverses destrosses i problemes en el subministrament elèctric; i, sobretot, per tal de mantenir l’ordre a l’edifici fins que aquesta passi, s’ha decidit que no es durà a terme el proper canvi de classes. Per favor, restau tots els alumnes a les vostres aules, i els professors a l’aula o despatx on vos trobeu ara mateix. Si sou al passadís o al bany, dirigiu-vos el més aviat possible a la vostra aula o despatx. Quedau advertits que qui es trobi a qualsevol passadís a partir dels propers dos minuts, serà greument penalitzat.
» A més, per evitar corrents d’aire dins l’edifici, es demana a tots que tanqueu la porta i les persianes i finestres de la sala on vos trobeu. Per favor, disculpau les molèsties, i continuau amb aquesta mesura fins que se us avisi per megafonia.
–Prestad un momento de atención, por favor. A causa de la peligrosidad de la tormenta, que está produciendo diversos destrozos y problemas en el suministro eléctrico; y, sobre todo, con tal de mantener el orden en el edificio hasta que esta pase, se ha decidido que no se llevará a cabo el próximo cambio de clases. Por favor, permaneced todos los alumnos en vuestras aulas, y los profesores en el aula o despacho donde os encontréis ahora mismo. Si estáis en el pasillo o el baño, dirigíos lo más rápido posible a vuestra aula o despacho. Quedáis advertidos de que quien se encuentre en cualquier pasillo a partir de los próximos dos minutos, será gravemente penalizado.
» Además, para evitar corrientes de aire dentro del edificio, se os pide a todos que cerréis las puertas y las persianas y ventanas de la sala donde os encontréis. Por favor, disculpad las molestias y continuad con esta medida hasta que se os avise por megafonía.
Neus no podía creer lo que estaba oyendo.
–I nosaltres què? El que nosaltres necessitam és que ens treguin d’aquí, no que ens deixin abandonats! –exclamó indignada antes de agacharse para colocarle la venda al chico–. Tu estigues tranquil, de seguida tornarà en Toni.
–¿Y nosotros qué? ¡Lo que nosotros necesitamos es que nos saquen de aquí, no que nos dejen abandonados! –exclamó indignada antes de agacharse para colocarle la venda al chico–. Tú estate tranquilo, en seguida volverá Toni.