Las gemas del mundo

Historias, Relatos, fanfics y todo tipo de composición escrita original de temática libre
Responder
Avatar de Usuario
naitsirc
Contagiado 20%
Mensajes: 26
Registrado: 16 Jul 2012 12:08
Puntos de Vida: 10 de 10
Resident Evil Favorito: Resident Evil Code: Veronica
España 

Las gemas del mundo

Mensaje por naitsirc » 17 Jul 2012 00:11

Hola a todos. Vengo a presentarles mi proyecto/fic que subía en otro foro pero que me gustaría compartir con todos vosotros. Soy bastante novatillo, así que no seas muy duros :mrgreen: Os dejo los dos primeros capítulos. Espero que les guste :D
Las gemas del mundo
Prólogo
15 de Junio de 2012

Hoy, emprendo al fin mi viaje en busca de las gemas del mundo. Cuando yo era tan solo un niño, mi padre siempre me contaba montones de historias sobre esa leyenda que ha recorrido todos los condados del reino de Edatilus. Ésta cuenta que hace siglos, seis poderosos magos forjaron seis piedras preciosas, y cada una de ellas portaba en su interior uno de los elementos de la naturaleza, y constituían el sostén del reino y el control del bien sobre el mal. Todas ellas fueron ocultadas en un templo bajo tierra, lejos del alcance de cualquier maligno, aguardando la llegada de los elegidos.

Capítulo 1
Comienza nuestro viaje
Desde la reluciente cubierta de aquel lujoso trasatlántico de diversas plantas de altura, amarrado en la barandilla para no acabar desplomándome en mitad de la multitud, contemplaba con nostalgia el cercano condado de Comtemporaneus, el segundo mas moderno de todo el reino de Edatilus; conformado por modernos vehículos que circulaban sin descanso sobre el pavimento, y elevados rascacielos sin fin alguno. Una construcción se imponía ante todas las demás, tanto por su belleza como por sus dimensiones; era la academia de Comtemporaneus, que abandoné hace ya unos años, cuando conseguí graduarme en educación secundaria, pero todo fue para que al cumplir los dieciocho años me permitiesen marcharme a vivir aventuras, mi verdadero sueño.

El trasatlántico emitió un ruido atronador que se expandió desde el puerto hasta las fronteras del condado, a la vez que varios agentes de seguridad apartaban a familiares y amigos que se despedían de pasajeros pertenecientes al barco y éste zarpaba rumbo al condado de Antiqua. Sabía que echaría de menos mi ciudad natal, aunque abandonarla hubiese sido solo decisión mia.

La noche estrellada se expandía en el despejado cielo produciendo una sensación de soledad absoluta en el universo, y el exterior del trasatlántico se despejó en solo unos segundos tras llegar la hora de la cena, desplazándose todos al recinto interior de la embarcación.

Una delicada mano se posó sobre mi hombro, me giré y comprobé que pertenecía a Martha. Ella ha sido desde siempre mi mejor amiga y mi compañera mas fiel en todos mis andares, prácticamente hemos vivido nuestra vida juntos, y también ha sentido la misma emoción que yo por la leyenda de las gemas del mundo, por eso es que no dude ni un segundo cuando le pedí que me acompañase en mi aventura, o mejor dicho, nuestra aventura. Alta, delgada, con un color de pelo como el de las rosas rojas de un jardín y un carácter fuerte y dulce a la vez hacían de ella una mujer ideal.

-¿Listo para hacer realidad nuestro sueño, Jack? ¿O vas a volver a poner pegas por todo?
-Sabes que deseo esto tanto como tú, Martha, pero odió el mar, la cabeza me da vueltas cada vez que subo a un barco.
-Si, todavía recuerdo el “regalito” que me dejaste en mi vestido nuevo durante la excursión a Medium.
-Siempre me lo estás recordando, desearía que aquello no hubiese pasado nunca.
-¡Mi vestido nuevo! ¿Por que no le vomitaste a Lucy encima? Ella llevaba un traje espantoso.
-Lo se, lo se.
-Olvídalo, vamos dentro a comer algo, nos sentará bien.
-Creo que mi estomago no opina lo mismo
-Venga, no seas cortarollos Jack, acaban de colocar la comida continental.
-Como me conoces, de acuerdo, pero no pienso probar nada.

Martha no tuvo que arrastrarme hasta el comedor del trasatlántico, pues llegué mucho antes que ella, e incluso tuvo que correr por los estrechos pasillos del navío para poder alcanzarme, si, se lo que acabo de decir, pero me encanta todo lo continental. Mi amiga llegó al restaurante donde se encontraba organizado todo el alimento con el tiempo justo para contemplar como devoraba diversas raciones de fruta, y no pudo disimular una pequeña risa a la vez que cargaba su plato con varias tostadas untadas de mantequilla y mermelada acompañadas por diversas rodajas de piña natural y se sentaba junto a mi.

-Hoy vamos a tener nuestra mejor comilona, Jack.
-Es un dia especial, llevamos años ahorrando para poder viajar a Antiqua.
-Jack, ¿te has parado a pensar que pasará si no encontramos las gemas? Ya conoces la leyenda, solo los elegidos las encontrarán.
-En ese caso, nos quedaremos a vivir en Antiqua. Yo trabajaré en mi propio negocio mientras tu vas a limpiar las casas de los ricos.
-Muy gracioso Jack, cuidadito con lo que dices.
-Toma un poco de vino Martha- le sugirió antes de llenar su copa sin esperar su respuesta.
-¿Vino? ¿Acaso quieres emborracharme?
-No seas mal pensada. ¿Brindamos?
-¿Por que?
-¿Por nosotros?
-Brindo por nosotros

Un atronador trueno me desveló en mitad de las tinieblas. Mi cerebro tardó un tiempo en situarse de lugar, hasta que por fin comprendí que me situaba en el trasatlántico camino de Antiqua, aunque no recordaba nada de lo que había sucedido, solo sabía que tenía una resaca enorme y una leve herida en el labio inferior. La tormenta no cesaba, e inmediatamente me di cuenta de lo que significaba aquella tempestad tan extraña. A mi lado se encontraba Martha, que dormía plácidamente en la cama de uno noventa preparada especialmente para su descanso, que no tarde ni un minuto en interrumpir.

-Martha, Martha, despierta- le gritaba a la vez que agitaba repetidas veces su torso. Ella me respondió con tal bofetada que coloreó toda mi mejilla en cuestión de segundos.
-Martha, ropa nueva.
-¿Donde?¿Donde?
-¡Que inocentes eres! Siempre picas- le replicó mientras emitía a voces una carcajada.
-¿Que es lo que quieres? Estaba teniendo un sueño precioso.
-Martha, escucha la tormenta.
-Si, ya la oigo, dejame dormir.
-No, no es eso,¿no notas algo raro en ella?
-Si, es como la que hubo en nuestra ciudad cuando apareció el Kraken a orillas del mar, ¿puedo dormir ya?. Abrió los ojos de repente y se levantó rauda de su descanso, por lo visto debía haberlo entendido todo de golpe y porrazo.
-Tenemos que largarnos de aquí antes de que aparezca y seamos cena de pulpo.
-¿No avisamos a los demás?
-No tenemos mucho tiempo antes de que aparezca para devorarnos.
-Por favor, Jack, no podemos dejar morir a miles de inocentes.
-Vale, tu recorre todos los pasillos alertando a los demás y yo iré a por las balsas de emergencia.

Pude escuchar como mi compañera aullaba el peligro que se aproximaba y alertaba a los ocupantes de todas las habitaciones que le era posible mientras yo me dirigía a la cubierta. La grave voz del capitán se extendió por todos los rincones del trasatlántico gracias a los megáfonos colocados en puntos estratégicos de la embarcación.

Tardé un tiempo en encontrar varias balsas, inflarlas usando mi propio aire y posarlas suavemente sobre el agua de manera que no se alejasen mucho del perímetro del barco, tiempo que por otra parte, fue el justo para que Martha volviese con él junto a varios pasajeros.

-¿Estamos listos?
-Si, podemos irnos, pero no hay suficiente espacio para muchas personas.

Un temblequeo agitó todo el navío, a la vez que una desmesurada grieta se abrió en el centro de la cubierta, partiendo la embarcación en dos partes, y tras esto, el Kraker se apareció imponente ante nosotros.

-¡Salta, Jack, salta!- le gritó Martha.

Ambos caimos en una de las balsas, que fue alejándose poco a poco, a la vez que contemplabamos como el Kraken devoraba todo lo humano que yacía en nuestro antiguo lugar de placer.

Capítulo 2
La llegada a la tierra de Antiqua, la mas antigua de todas
Jack pasó toda la mañana vomitando en el baño de nuestro camarote, y ni siquiera me dejó irme a desayunar. Sabia que acabaría haciéndolo, siempre acaba mareado y revuelto, a lo que le acompaña pasarse horas frente al inodoro, y por supuesto no puedo dejarle solo, una vez que lo hice se enfadó tanto conmigo que no me dirigió la palabra durante mas de tres semanas.

Aquello era completamente normal en él, pero lo que no, fue que despertó empapado en sudor y se tambaleó hasta el lavabo como si se tratase de un zombi, aunque claro, después de recordar que el camarero del bar pagaría los estudios de sus hijos gracias a nuestro dinero, me replanteé la posibilidad de que la gran cantidad de alcohol ingerida fuese la causante aquella vez de sus nauseas.

Pasaron horas antes de que por fin se reuniese conmigo, y explicarme que es lo que le pasaba; por lo visto yo llevaba razón, pues me contó que el vino no le había sentado nada bien a su cuerpo; y también que volvió a tener el extraño sueño del Kraken, en el que todos eran devorados y solo sobrevivíamos nosotros dos, pero esta vez había sido en el trasatlántico, no en Contemporaneum

Cada vez que a Jack le ocurría algo en su interior soñaba con eso; todavía recuerdo cuando vimos nuestra primera película de miedo, o cuando le operaron de apendicitis, o cuando se enamoró de mi mejor amiga; si no era con el Kraken era con cosas similares, como un huracán que arrasaba toda la ciudad, o un hombre del saco que asesinaba a todo con el que se encontraba, pero lo mas extraño es que siempre los únicos supervivientes de las masacres eramos nosotros dos, sin excepción alguna.

Salí del camarote y me dirigí hacía el buffet en cuanto Jack me contó que había intentado durante mas de dos horas pedirme que me marchase, que no hacía falta que permaneciese a su lado. Mi amigo es una persona estupenda, desde pequeños me ha cuidado como si fuese su propia hermana y siempre me ha confesado sus secretos mas íntimos a mi, a la vez que yo a él, por eso no lo dudé ni un segundo cuando me pidió que le acompañase en esta aventura. No todo han sido alegrías entre nosotros, pero hemos sido uña y carne, incluso lo defendía cuando se peleaban con él en el colegio por ser algo bajito, cosa que ahora es imperceptible, porque es incluso algo mas alto que yo, y por tener un color de pelo rubio, que ahora siempre se peina de punta.

Ya estaban a punto de cerrar la puerta del restaurante, cuando me interpuse entre el maitre y la entrada, que me dejo pasar por unos minutos, y por suerte, todavía no habían retirado las bandejas de comida, por llamarlo de alguna manera, porque del delicioso menú de la noche anterior no quedaban ni los restos; así que solo me tome un trozo chamuscado de pan junto con una mantequilla mas dura que él, y para acompañar, un zumo que sabía a jabón. ¿Donde estaba la fruta continental? Casi hubiese preferido seguir soportando las vomitonas de Jack, e incluso sujetarle la cabeza si hacía falta, a haber comido algo de esa porquería.

A la salida, el estúpido maitre me dirigió una miradita de “¿Te ha gustado la comida?” antes de cerrar con llave, y yo le respondí con un “Os vais a enterar” antes de regresar de nuevo con mi compañero de aventuras para comprobar si ya se sentía mejor, pero no se encontraba en el camarote, y tuve que buscarlo por todos lados: en los pasillos de las diversas plantas, el bar, incluso en la sala de maquinas y en la bodega, sin embargo, se hallaba en el lugar que jamas habría pensado; la cubierta de popa.

Sentado en unas escaleras laterales contemplaba como las negras nubes se deslizaban por el cielo, que se agruparon y cubrieron el sol en un instante, síntoma de que iba a comenzar a llover.

-¿Qué estás haciendo aquí?
-Necesitaba que me diese un poco el aire.
-¿No te marearás mas?
-¿Mas de lo que estoy? No creo. ¿Qué tal tu desayuno?
-No me hables de eso, se me revuelve el estómago con solo pensarlo.

Al otro lado de la cubierta, una multitud se reunía en torno a un joven que parecía ser un cuentacuentos. Le propuse a Jack la posibilidad de ir a escuchar una de sus historias, pero él no quería, lo cierto es que nunca le han gustado nada esas cosas, al contrario que a mi, que cada vez que llegaba a nuestra ciudad uno como ellos, me sentaba alrededor del fuego como si fuera una mas de los niños pequeños, y prestaba infinita atención a los relatos que narraban.

Me costó mucho, pero conseguí arrastrarle junto al resto de los pasajeros antes de que el joven comenzase a relatar.

-Buenos días a todos, niños y niñas. Se que todavía es temprano para muchos de vosotros, pues solo son las diez de la mañana, pero os agradezco enormemente que esteis aquí- y continuó durante varios minutos soltando palabras de su boca que a mi no me interesaban en lo mas mínimo, y que no puedo contar simplemente porque no puse atención en lo que decía, eso si, solo hasta que finalizó su discurso.
-¿Va a empezar algún día?
-Calla Jack.
-Y bien, como nos dirigimos a Antiqua, voy a contarles una leyenda de miles de años atrás que se originó allí, muchos la conoceréis, otros puede que no, se trata de las gemas del mundo.

Tras escuchar aquellas tres últimas palabras, Jack, que se hallaba hasta ahora recostado y medio dormido, se incorporó sobre mismo, y puso aun mas atención que yo en escuchar al joven cuentacuentos, lo cual no me sorprendió en absoluto, ya que aunque no le gustase escuchar a esos tipos, él adoraba todo lo que tuviese relación con la leyenda de las gemas, ya fuese un libro, una película o una historia narrada.

-Hace miles de siglos, el mal se apoderaba de todo el reino de Edatilus, sumiéndolo en una terrible oscuridad, y nadie podía hacer absolutamente nada para destruir a su líder, Sir Dark y liberar a los pobres ciudadanos de aquella maldición. Por fortuna, seis hermanos dominantes de la magia blanca, los cuales ya habían intentado acabar con él varias veces pero sin éxito, se les ocurrió forjar de la nada una especie de piedras indestructibles por cualquier ser, cada una de ellas basada en uno de los elementos de la naturaleza y con diferentes poderes de los que jamás nadie ha sabido nada, excepto sus propios creadores; y que mas tarde se ocultaron en un templo que fue sepultado bajo tierra, en el condado de Antiqua.

Una gota de líquido trasparente aterrizó en mi mejilla por lo que supuse que estaba comenzando a llover, así que tuvo que darse por concluida la reunión, y todos se levantaron y fueron entrando poco a poco al interior, entre los que se incluía Jack; yo, sin embargo, esperé unos segundos porque quería hablar con el joven.
­ Lo hiciste bastante bien, aunque los he visto mejores- le dije con cierto tono irónico.

-Gracias, aun estoy empezando. Tengo mucho que aprender. Soy Ralph.
-Martha
-Encantado de conocerte. Tengo que marcharme, ya sabes, a preparar los relatos que contaré en Antiqua.
-Ya nos veremos, o igual no. Suerte.

Tras la conversación, se marchó rápidamente al interior al igual que el resto, y me quedé solitaria, con la lluvia como mi única acompañante. La verdad es que no quería absolutamente nada de ese chico, era muy guapo y tal, pero no me estaba insinuando, lo digo en serio, es que, me encanta animar a las personas con esa profesión para que jamás desaparezcan.

Me refugié en mi camarote de la tormenta, pensando que mi amigo Jack se encontraría allí, pero de nuevo se había marchado sin decir una palabra, así que tuve que volver a buscarlo, y esa vez se encontraba en un sitio mas evidente; sentado en uno de los taburetes al lado de la barra del bar tomando un refresco, cosa que siempre hacía después de una resaca para calmar sus dolores.

-¿Te encuentras mejor?
-Me encuentras mejor tú, pareces mi madre, sabes donde estoy en todo momento.
-Bueno, te conozco bastante bien. Ahora en serio, ¿estás mejor?
-Ya casi se me ha pasado. Creo que volveré a nuestra habitación, quiero dormir un poco mas antes de llegar.
-Claro, descansa- le deseé antes de que se marchase.

En ese instante volvía a encontrarme de nuevo sola, en un amplio tugurio de mar mas sucio que el cuarto de Jack, así que me dispuse a marcharme de allí, pues no se me había perdido nada en aquel lugar, cuando escuché un sospechoso ruido a mi espalda procedente de una puerta con un letrerito en el que ponía Almacén, y me dispuse a averiguar que era lo que lo producía.

Me acerqué hasta ella pensando que los mas probable es que no fuese nada, pero aun así me picaba la curiosidad, siempre he sido así, y cuando llegué hasta su lado pude darme cuenta de que el ruido se había transformado en diversos golpe, como si alguien estuviese llamando al otro lado de la puerta. Tiré del pomo, pero la puerta no cedía, estaba cerrada; ya me disponía a marcharme cuando el sonido volvió a ser diferente, y aquella vez parecían ser sílabas pronunciadas con dificultad por un ser humano.

No podía saber con seguridad que allí dentro hubiese alguien encerrado, pero me equivocase o estuviese en lo cierto, tenía que encontrar la llave que abriese aquella cerradura como fuese, así que me dispuse a buscarlas por todo el perímetro de la embarcación. Pensé primero en ir a explicarle la situación al capitán, y que me cediese las llaves del barco, pero enseguida comprendí que era una estupidez, y entonces fue cuando me di cuenta de que las llaves de un almacén debería tenerlas el personal del comedor, probablemente el maitre, y no creó que fuese muy fácil razonar con él, por lo que me vi forzada a robarlas.

Me acerqué al comedor, que habían vuelto a abrir unas horas antes de la comida, y me asomé por el cristal. La zona estaba despejada, perfecto. Comencé a explorar todo el lugar, pero lo único que logré hallar fueron mesas y bandejas completamente vaciás; la verdad es que fue una estupidez investigar por el lugar en el que todos comían, era evidente que nadie iba a dejarse unas llaves ahí.

Pero entonces, me fijé en la mesa de recepción del comedor en donde se cobraba la bebida y se apuntaban las comidas de cada pasajero, y rebusqué por todos sus cajones, en los que encontré varias notificaciones, una cartera con diversas fotografías de una familia feliz, aunque nunca pensé que el maitre pudiese tener hijos y mujer, no es que fuese precisamente muy agraciado, y algo de dinero, del cual rapiñé un poco, y el que dice un poco dice todo, ya me entienden.

Uno de los cajones se encontraba sellado, pero por suerte, con un par de estirones conseguí desencajarlo de su posición, y allí se encontraban, relucientes como el oro, las llaves. Pero no se encontraban solas, cuando las agarré descubrí algo escondido debajo de ellas: era una foto de unos ocho tipos vestidos con zapatos de hebilla, unos pantalones de media pierna, un fajín en donde llevaban varias dagas guardadas, una casaca de terciopelo grueso, una camisa de lino, una bandolera en la que portaban unas pequeñas pistolas y un sombrero de cuero; tampoco hacía falta ser muy inteligente para darse cuenta de que se trataban de unos piratas, y mas cuando al fondo de la fotografía podía verse una bandera negra con una calavera y dos espadas cruzadas de color blanco.

-¡Atención señores! En estos momentos, nos acercamos a nuestro destino, el condado de Antiqua, rogamos que estén preparados para desembarcar. Repito, nos acercamos a nuestro destino, el condado de Antiqua, rogamos que estén preparados para desembarcar.

No tenía tiempo para averiguar aquel misterio, y tampoco tenía ningún interés en hacerlo, me guardé la fotografía y las llaves, nunca se sabía que podía pasar, mejor tenerlas por si acaso, y así le complicaba un poco la vida al maitre. Ya me disponía a marcharme de allí, y lo único que recuerdo de entonces, aunque algo borroso, es que me atizaron en la cabeza con algo muy consistente, parecido a una cañería de acero, y supongo que en ese momento debí desmayarme.
Última edición por naitsirc el 26 Nov 2012 18:21, editado 1 vez en total.

Avatar de Usuario
Raven Bellamy
Muerto
Mensajes: 267
Registrado: 22 Dic 2011 06:39
Puntos de Vida: 10 de 10
Resident Evil Favorito: Resident Evil 3 Nemesis
Ubicación: 221B Baker Street
México 

Re: Las gemas del mundo

Mensaje por Raven Bellamy » 20 Jul 2012 03:05

Sugoi!!! *O*
La historia es buenísima y entretenida.
Espero proximo cap :D
Me ha encantado, siempre es bueno leer algo fresco n_n
Imagen
"Una vez que se descarta lo imposible, lo que queda es la verdad por improbable que parezca".

Avatar de Usuario
naitsirc
Contagiado 20%
Mensajes: 26
Registrado: 16 Jul 2012 12:08
Puntos de Vida: 10 de 10
Resident Evil Favorito: Resident Evil Code: Veronica
España 

Re: Las gemas del mundo

Mensaje por naitsirc » 16 Ago 2012 19:07

Capítulo 3
Nuestro primer peligro
El retumbante chillido agudo de una mujer a todo volumen anunciando que llegábamos a Antigua me desveló de mi profundo sueño, y me dispuse a preparar mi maleta para la llegada a tierra. Ya lo habíamos previsto todo, en cuanto llegásemos nos alojaríamos en la posada “Cucarachas no, gracias” y mas tarde nos acercaríamos por el mercado, pues la leyenda de las gemas cuenta que el templo se halla enterrado en esa zona.

Me encontraba completamente absorto en recoger todo y apilarlo junto con el resto de mi equipaje que no había utilizado durante el viaje en el trasatlántico, cuando algo extraño llamó mi atención; Martha todavía no había regresado. En un principio, pensé que ya se encontraría en cubierta esperando a que atracara el barco, pero cuando encontré todas sus cosas revueltas por el camarote, deducí que no podía ser posible.

Emprendí mi búsqueda hacía el bar donde la vi por primera vez, seguido de una fugaz visita al restaurante, los lavabos e incluso la sala de máquinas, pero no la encontré por ningún sitio. Mi cuerpo se encontraba reventado, y casi era incapaz de mover un solo músculo sin que me retorciese de dolor, por lo que tampoco tenía demasiadas fuerzas para continuar con la búsqueda de mi amiga.

Regresé a mi camarote, donde completé mi maleta con lo que quedaba desperdigado por los rincones de la habitación, lo que me llevó unos cuantos minutos, tiempo suficiente para que el altavoz volviese a avisar de nuestra llegada.

Era incapaz de dejar de pensar en Martha, ¿le podría haber pasado algo? ¿Y si volvió a emborracharse y se lanzó por la borda? ¿Y si algún pasajero la secuestró y la retiene en su cuarto? ¿Y si alguien la ha matado? ¿Y si... No, solo eran parafernalias mías, seguro que estaba perfectamente y me encontraba con ella en el puerto.

Agarré mi maleta y me dirigí hacía el exterior del barco, donde el transatlántico se aproximaba a su destino, el condado de Antiqua, la ciudad de Romunos. Durante el desplazamiento del trasatlántico desde donde se encontraba hasta el lugar en el que pararía, me dediqué a buscar a Martha entre la multitud, pero no hubo suerte, pues no se hallaba en ninguna parte, y entonces fue cuando comencé a preocuparme de verdad por ella.

El trasatlántico emitió un ruido atronador idéntico al de cuando salió a la mar, y se conectó a través de un pequeño puente de madera con el puerto. Los agentes de seguridad ayudaban a desalojar todo el recinto, pero yo por mi parte no tenía pensado bajarme. Me oculté en el interior hasta que todo el barco estuvo completamente vacío.

Entonces decidí registrar una última vez todo el trasatlántico, incluso a riesgo de que se marchase. También podía ser que hubiese bajado sin que me diese cuenta, en cuyo caso estaría perdiendo el tiempo, pero no podía estar completamente seguro, y no iba a abandonar a Martha si todavía se encontraba allí.

Volví a registrar todos y cada uno de los estantes del barco, detrás de cada rincón, debajo de cada mesa, incluso en cada uno de los camarotes del resto de los pasajeros, pero no hubo suerte, Martha seguía sin aparecer por ninguna parte. Regresé al bar, donde me encontré a un tipo bebiendo solo en la barra. Me sorprendió mucho, sobre todo porque nadie le servía.

-Perdone señor, ¿ha visto a una chica alta, delgada y pelirroja?
-No se lo va a creer amigo, pero se la llevaron unos tipos muy emborronados por allí- dijo a trompicones antes de señalar a un cristal que se hallaba a mi espalda.
-Gracias.

A pesar de saber perfectamente que estaba completamente borracho, no tenía demasiadas elecciones así que decidí hacerle caso. Tal fue mi sorpresa cuando descubrí que el cristal podía abrirse, y lo que encontré al otro lado fueron unas infinitas escaleras que parecían bajar al mismísimo infierno. ¿A donde llevarían? Comencé a descender prestando atención hasta que acabé en una especie de pasillo oscuro con barrotes a los lados. ¿Celdas? ¿Que demonios pintaban allí unos calabozos? Por unos instantes, tuve la horrible sensación de que Martha se encontraba allí.

Avancé por aquel lugar húmedo y oscuro parecido a las tinieblas, con miles de celdas en las que no se hallaba nadie encerrado, excepto unos sacos de huesos en algunas de ellas. De repente, una grave voz procedente de mi derecha me distrajo de mis malos pensamientos.

-¿Lo habéis desalojado ya?
-Si señor Scoot, ya no queda nadie. Estamos preparados para el ataque.
-Perfecto, volveremos a ocupar el lugar que nos corresponde en estas tierras. No dejaremos que nadie vuelva a usurparnos lo que es nuestro. Prepara las armas. Cuanto antes ataquemos, mejor para nosotros.
-Esto... señor, ¿y que hay de la pelirroja?-. En aquel momento me sobresalte, sabía perfectamente que estaban hablando de Martha.
-Yo me ocuparé de ella- afirmó una voz femenina parecida a la de un asesino.
-¿Estás segura, Mery? Esa zorra es muy agresiva-.

Aquellas palabras me hirieron como flechas lanzadas sin piedad a mi corazón, e incluso estuve a punto de atacarles consumido por la rabia, pero fui capaz de controlar mis impulsos, pues sabía que lo único que conseguiría sería mi repentina muerte.

-No se preocupe, cortaré su precioso cuello antes de que pueda mover un solo músculo de su delicado cuerpo.
-Tu misma, asegurate de que esa entrometida no cuente absolutamente nada de lo que ha visto. Pero si fracasas, toda mi ira se volcará en ti. Tenlo en cuenta, pequeña.
-De acuerdo, señor Scoot.

Unos pasos que iban en aumento se dirigían sin descanso a mi posición, lo que me distrajo de la conversación, y me obligó a esconderme en una celda con tal de no ser descubierto. La chica pasó al lado de mi escondite sin descubrirme, y una sensación de alivio recorrió todo mi cuerpo, pero se desvaneció cuando se paró en seco y cambió de dirección; hacía mi escondite.

Me sostuvo del cuello con una fuerza casi infrahumana y me apoyó en la pared contigua. Era tal la expresión de rabia de aquella morena que temía que sus ojos azules fuesen a asesinarme.

-¿Se puede saber qué coño haces tú aquí?- preguntó enfadada.
-Esto...Yo... Buscaba el baño y...- tartamudee nervioso sin saber que contestarle

Un ligero movimiento de muñeca bastó para que me amenazase con desangrarme como a un cerdo con su diminuta navaja de doble filo al mismo tiempo que las venas parecían explotar alrededor de su cuello.

-No volveré a repetírtelo guapo, dime que estas haciendo aquí.
-Yo solo quería encontrar a mi amiga.
-¿La pelirroja?
-Si, ¿que pasa? ¿Por que la queréis matar?- pregunté extrañado.
-Eso no es de tu incumbencia- me contestó enigmática.
-¿Puedo marcharme?- pregunté en un intento por escapar de allí.

Se limitó a mostrar una pícara sonrisa antes de golpearme con el codo en la cabeza, tras lo cual caí redondo.

-Jack, por favor, despierta- me suplicó una dulce voz femenina. Abrí mis parpados con dificultad. La mínima luz que se colaba por las rendijas de la celda me cegaba completamente. Pude vislumbrar a Martha, que se hallaba agachada a mi lado con cara de preocupación.

-¿Qué ocurre, Martha? ¿Qué está pasando aquí? ¿Quienes son esos? ¿Por que te quieren a ti?-pregunté casi sin respiración mientras intentaba recolocar mis doloridos huesos de nuevo es su correspondiente lugar.
-Creo que son piratas. Me descubrieron hurgando en sus pertenencias, y me encerraron aquí.
-¿Y tú para que narices hurgas nada? Ya decía tu madre que eras una cotilla.
-Oye, si estas enfadado, no la pagues conmigo. Yo solo intentaba ayudar.
-¿Ayudar? ¿A quien? No creo que fuese a mi.
-Había alguien encerrado en un almacén.
-¿Estas segura de que era una persona humana, o solo era otra de tus alucinaciones?
-No me repliques de nuevo con ese tema, sabes que lo pasé fatal. Y si, estoy muy convencida.
-Me da igual. Ahora estamos atrapados, y todo por tu culpa.
-¿Mi culpa? Mira niñato, si hubieses sido algo mas listo tal vez no te hubiesen descubierto y ahora estaríamos fuera de aquí.

Unos entrecortados aplausos acabaron con nuestra pequeña discusión.

-¡Oh! ¿Los enamorados están en crisis? ¡Qué penita me da!- dijo una voz con tono irónico. La investigué, y descubrí que se trataba de Mery, quien acababa de aparecer y nos miraba a ambos con cara de desprecio.
-Sacanos de aquí, perra mala- grito Martha encolerizada aferrándose a los barrotes para así transmitirle su furia a través de los ojos.
-No te preocupes preciosa, ten por seguro que lo haré. Otra cosa es que sea vivos.

Abrió la oxidada puerta utilizando un manojo de llaves que Martha reconoció al instante. Se registró los bolsillos de su pantalón vaquero, pero como era evidente, no halló ninguno de los dos objetos que guardó antes de ser capturada. Me forzó a salir de aquella asquerosa jaula estirándome de los pelos. Martha intentó evitarlo, pero solo consiguió ganarse un guantazo que le provocó un terrible dolor en su mejilla.

Me arrastró hasta una pequeña salita parecida a un puesto de guardia, muy diferente del resto de las mazmorras. El suelo se componía de azulejos de mármol, distantes del barro que parecía haber en el resto de la prisión, iluminados por una diminuta lampara colocada sobre un escritorio abarrotado de papeles en blanco que parecían ser trabajos de terminar.

Empujo mi cuerpo hasta apoyarlo en el respaldo de la silla que acompañaba al escritorio, y acto seguido, se dispuso a atrancar la única salida de aquella trampa mortal, para lo que simplemente se limitó a mover un pequeño cerrojo colocado en la parte superior de la puerta.

-Me vas a matar, ¿verdad? Adelante, no te tengo ningún miedo- pero en realidad estaba muerto de miedo en mi interior, rogando al mundo, al karma, a Dios o a lo que controlase la vida humana que me salvase.

Tal fue mi sorpresa cuando descubrí que no pensaba atacarme con ningún surtido de armas blancas ni con golpes cuerpo a cuerpo, sino que se sentó en mis rodillas y me besó. Un beso que duró siglos, y me descolocó por completo. ¿Acaso no quería asesinarme? Por lo visto parecía que no, pero últimamente los piratas tenían unas técnicas impresionantes para acabar con sus enemigos así que podía ser que fuese una de ellas. Debía estar atento a cualquier movimiento extraño de su cuerpo.

-¿Sabes el tiempo que he esperado este momento? He pasado toda mi vida junto a estos mugrosos; aguardando a que apareciese alguien como tú. Y por fin, mi sueño echo realidad. No pienses en escapar, porque te será imposible- relató acariciando de arriba a abajo mi apolíneo torso.

Unos violentos gruñidos acompañados por diversos aporreamientos me “salvaron” de aquella pesadilla andante.

-Mery, ¿estas ahí?-preguntó enfadada una grave voz. ¡Abre ahora mismo!- exclamó seguidamente.

La secuestradora no tuvo mas remedio que permitirle el paso para no acabar nadando con los peces. Sus compañeros no eran precisamente personas muy amables con ella. Un hombre de mediana estatura, corpulento, robusto y peludo vestido con ropajes de alto mando agarró fuertemente del cuello a Mery en cuanto esta le dejó el paso libre. La pobre era incapaz de respirar debido a la fuerza bruta de aquel horroroso “mono” que cada vez apretaba mas con su musculoso bíceps y la observaba con cara de psicópata.

-¿Qué es lo que ocurre señor Scott?- murmuró Mery casi sin respiración.

Así que este es el jefe pirata. Es una pena que Martha no esté aquí. Odia a este tipo de persona. Le daría su merecido- pensé observando la escena sin poder hacer absolutamente nada. A mi me hubiesen matado en cuestión de meros segundos. No estaba preparado para hacerle frente.

Espera un momento, ¿os he contado sobre el entrenamiento de mi amiga Martha? No, creo que se me olvidó. Veréis, ella ha practicado artes marciales durante trece años en nuestra edad. Es capaz de realizarte unos movimientos magistrales que te destruyen tanto tu persona como tu autoestima. Pero es normal, ella posee cinturón negro desde hace unos dos años. Lo que me sorprendió fue el hecho de que una simple bofetada la detuviese. Me voy del tema. Sigamos por donde lo dejamos.

-¡¿Qué pasa?!- exclamó Scott a punto de reventar. ¡Idiota! La pelirroja ha escapado, y todo por tu culpa

En aquel preciso instante, me sentí el mas afortunado del mundo entero. Podían ir preparándose los piratas para la paliza que se les venía encima como los encontrara; incluso llegué a sentir pena por ellos y estuve a punto de aconsejar al jefe pirata que se largase de allí con toda su tropa si no querían acabar a dos metros bajo tierra, pero mi lado mas gallina me obligó a callarme.

-No puede ser. Yo...
-¿Tú?¿Tú? Tu te dejaste la celda abierta. ¿Como pudiste ser tan estúpida?
-Lo siento señor. La encontraré, se lo prometo.
-Mas te vale. He ordenado al resto peinar la zona, pero esos descerebrados no se encuentran ni a si mismos. Date prisa, o se escapará- le ordenó antes de marcharse de allí, no sin antes provocar un estruendoso portazo que me ensordeció por momentos.

Por lo visto, su incontrolable ira le impidió percibir mi presencia durante aquella conversación. Resultó un autentico alivio para mi. Lo mas probable es que si se hubiese dado cuenta de que yo estaba allí, me hubiese ejecutado. Pero parecía ser que aquel era mi día de suerte; esbirra cariñosa, mandamás medio ciego. Decididamente la fortuna me sonreía.

-Debo ir a ocuparme de tu amiguita. Vuelvo en un momento, cariño- me susurró al oído antes de atar mi muñeca a una de las patas de la mesa con unas cuerdas que pareció haber hecho aparecer por arte de magia.

Forcejee para liberarme en cuanto se marchó, pero sin éxito alguno. Se hallaban demasiado apretadas, ni siquiera ella misma lo hubiese conseguido. Pasaron los minutos y continuaba solo. Nadie volvía y de nuevo temí por la vida de Martha. ¿Habrían conseguido capturarla? Mi corazón se agitaba cada vez que lo imaginaba, así que creí que lo mejor era concentrarse en cualquier otra cosa.

Cerré mis parpados, e intenté eliminar cualquier pensamiento de mi todavía desconcertado cerebro. Quería creer que todo aquello era un mal sueño del que tarde o temprano despertaría, al igual que la pesadilla del Kraken. Por desgracia, era imposible que fuese menos real que Martha o que yo.

Alguien irrumpió en mi silencio. Me limité a mantenerme en posición cabizbaja. No me apetecía absolutamente nada volver a ver a la pirata sacada de un culebrón de hora de la siesta.

-Debe ser real eso de que mala hierba nunca muere- bromeó una voz muy familiar.

Alcé la mirada y contemple a Martha frente a mi con una sonrisa de oreja a oreja.

-¡Estás bien!- exclamé ilusionado.
-¿Lo dudabas? Fue muy fácil escapar. Solo tuve que dejarme golpear para distraerla y poder quitarle las llaves- contaba a la vez que me liberaba de mis ataduras-. Venga, vayámonos de aquí.

Antes de marcharnos, me percaté de un diminuto mapa trazado a mano escondido entre los folios en blanco de la mesa. Lo cierto es que nos fue verdaderamente útil, porque aquello era un auténtico laberinto del que ni el mejor orientado del mundo hubiese sido capaz de escapar.

Según él, debíamos avanzar hacía la derecha y girar a la izquierda en la tercera intersección, continuar hasta el siguiente cruce donde volveríamos a cambiar de sentido para encontrarnos con las escaleras que nos liberarían llevándonos al exterior.

Por el camino, prestamos atención en todo momento a nuestros pasos. Lo último que deseábamos era encontrarnos con alguno de esos indeseables. Finalmente conseguimos llegar hasta nuestro destino sin que nadie nos descubriera, a pesar de que nos buscaban como locos.

A cada peldaño que dejábamos atrás, sentía que aparecían otros cuatro mas delante nuestro. Parecía que estuviésemos condenados a quedarnos atrapados allí. Mis piernas ya no podían soportarlo mas. Si no hubiese sido por la inminente ayuda de Martha, mi derrumbamiento hubiese sido una realidad.

Me liberé de una pesada carga cuando atravesamos la salida de una vez por todas y la sellamos de nuevo colocando el cristal en su correspondiente lugar. Contemplé como mi compañera se dirigía a una puerta que debía ser la única entrada a un almacén. Introdujo la llave en la cerradura y la giró lentamente. Se podía contemplar la desesperación y el miedo que dominaban todo su cuerpo. Me lanzó una fugaz mirada antes de respirar profundamente y entrar.

Aunque con dudas, decidí seguirla. ¿Que podría hallarse allí? Pues... nada- pensé cuando vi que en el siniestro almacén que originaba “ruidos” solo se hallaban cajas de cartón repletas de comida de primera calidad.

-¿Así que nos hemos jugado el pellejo por cuatro bolsas de guisantes?
-Jack, te juro que escuché algo raro.
-Puedes jurar todo lo que quieras, pero como mucho aquí vivirán las ratas. No hay absolutamente nadie. Larguémonos antes de que nos descubran.

Varios gruñidos parecidos a los de una persona humana se escucharon al fondo de la sala y entonces fue cuando la creí por completo. Corrimos hacía los sonidos, y nos encontramos a siete personas atadas tanto de manos como de pies a una de las estanterías de comida y con la boca tapadas con un trozo de cinta adhesiva. Los liberamos de sus ataduras y retiramos la cinta de sus labios sin demasiado esfuerzo.

-Gracias por vuestra ayuda chicos. Soy Tom Dale, capitán de esta maravilla de la ingeniería. Estos forman parte del resto de la tripulación. Era un viaje corto, así que no traje a demasiados hombres.
-¿Qué es lo que ha pasado, señor Dale?- preguntó Martha.
-Nos asaltaron en el puerto de Contemporaneum, y nos han retenido aquí desde entonces.
-A nosotros nos retuvieron en las mazmorras.
-¿Mazmorras? ¿De que hablas?
-Las celdas ocultas tras un cristal.
-¿Qué dices? ¿Como va a haber celdas aquí?
-Tengo un mapa que cogimos de allí. Miralo- le dije antes de mostrar el papel que aun sostenía en mi mano.
-Esto es un folio en blanco- objetó tras examinarlo varias veces por ambas caras.

No podía dar crédito a lo que veían mis ojos y estaba seguro de que Martha tampoco. El mapa que nos había ayudado a escapar había desaparecido por completo, y no precisamente porque lo hubiésemos borrado.

-Escucha, síguenos- le ordenó Martha llevándolo a rastras hasta el cristal. Pero por mas que lo intentó, no tenía ninguna intención de abrirse para darnos la razón. Cada vez me hallaba mas confundido, y Tom hacía muecas de “estos críos están locos”.

Entonces recordé al borracho. Aunque lo mas probable es que no le creyese, era nuestra única oportunidad de demostrar que decíamos la verdad. Mis esperanzas se esfumaron cuando me di cuenta de que ya se había marchado. Sentí que perdía la razón cuando descubrí que la misma persona que antes se hallaba sentada en uno de los taburetes del bar ahora aparecía en la portada de una revista relacionada con el alcohol.

Todo el lugar se sumío en un silencio absoluto. Martha y yo nos rendimos, ya no sabíamos como demostrar nuestra teoría, incluso nosotros mismos empezábamos a dudarla.

-Bueno, eso ahora no importa. Debemos expulsar a esos truhanes de mi trasatlántico. Tripulación, andando- ordenó antes de salir del bar con todos los demás.

Intercambie una mirada de desconcierto con mi amiga en cuanto se hubieron marchado. ¿Qué podía haber pasado? No teníamos ni idea. Lo único que sabíamos es que aquello no lo habíamos soñado.

Avatar de Usuario
naitsirc
Contagiado 20%
Mensajes: 26
Registrado: 16 Jul 2012 12:08
Puntos de Vida: 10 de 10
Resident Evil Favorito: Resident Evil Code: Veronica
España 

Re: Las gemas del mundo

Mensaje por naitsirc » 26 Nov 2012 18:23

Capítulo 3
Nuestro primer peligro
El retumbante chillido agudo de una mujer a todo volumen anunciando que llegábamos a Antigua me desveló de mi profundo sueño, y me dispuse a preparar mi maleta para la llegada a tierra. Ya lo habíamos previsto todo, en cuanto llegásemos nos alojaríamos en la posada “Cucarachas no, gracias” y mas tarde nos acercaríamos por el mercado, pues la leyenda de las gemas cuenta que el templo se halla enterrado en esa zona.

Me encontraba completamente absorto en recoger todo y apilarlo junto con el resto de mi equipaje que no había utilizado durante el viaje en el trasatlántico, cuando algo extraño llamó mi atención; Martha todavía no había regresado. En un principio, pensé que ya se encontraría en cubierta esperando a que atracara el barco, pero cuando encontré todas sus cosas revueltas por el camarote, deducí que no podía ser posible.

Emprendí mi búsqueda hacía el bar donde la vi por primera vez, seguido de una fugaz visita al restaurante, los lavabos e incluso la sala de máquinas, pero no la encontré por ningún sitio. Mi cuerpo se encontraba reventado, y casi era incapaz de mover un solo músculo sin que me retorciese de dolor, por lo que tampoco tenía demasiadas fuerzas para continuar con la búsqueda de mi amiga.

Regresé a mi camarote, donde completé mi maleta con lo que quedaba desperdigado por los rincones de la habitación, lo que me llevó unos cuantos minutos, tiempo suficiente para que el altavoz volviese a avisar de nuestra llegada.

Era incapaz de dejar de pensar en Martha, ¿le podría haber pasado algo? ¿Y si volvió a emborracharse y se lanzó por la borda? ¿Y si algún pasajero la secuestró y la retiene en su cuarto? ¿Y si alguien la ha matado? ¿Y si... No, solo eran parafernalias mías, seguro que estaba perfectamente y me encontraba con ella en el puerto.

Agarré mi maleta y me dirigí hacía el exterior del barco, donde el transatlántico se aproximaba a su destino, el condado de Antiqua, la ciudad de Romunos. Durante el desplazamiento del trasatlántico desde donde se encontraba hasta el lugar en el que pararía, me dediqué a buscar a Martha entre la multitud, pero no hubo suerte, pues no se hallaba en ninguna parte, y entonces fue cuando comencé a preocuparme de verdad por ella.

El trasatlántico emitió un ruido atronador idéntico al de cuando salió a la mar, y se conectó a través de un pequeño puente de madera con el puerto. Los agentes de seguridad ayudaban a desalojar todo el recinto, pero yo por mi parte no tenía pensado bajarme. Me oculté en el interior hasta que todo el barco estuvo completamente vacío.

Entonces decidí registrar una última vez todo el trasatlántico, incluso a riesgo de que se marchase. También podía ser que hubiese bajado sin que me diese cuenta, en cuyo caso estaría perdiendo el tiempo, pero no podía estar completamente seguro, y no iba a abandonar a Martha si todavía se encontraba allí.

Volví a registrar todos y cada uno de los estantes del barco, detrás de cada rincón, debajo de cada mesa, incluso en cada uno de los camarotes del resto de los pasajeros, pero no hubo suerte, Martha seguía sin aparecer por ninguna parte. Regresé al bar, donde me encontré a un tipo bebiendo solo en la barra. Me sorprendió mucho, sobre todo porque nadie le servía.

-Perdone señor, ¿ha visto a una chica alta, delgada y pelirroja?
-No se lo va a creer amigo, pero se la llevaron unos tipos muy emborronados por allí- dijo a trompicones antes de señalar a un cristal que se hallaba a mi espalda.
-Gracias.

A pesar de saber perfectamente que estaba completamente borracho, no tenía demasiadas elecciones así que decidí hacerle caso. Tal fue mi sorpresa cuando descubrí que el cristal podía abrirse, y lo que encontré al otro lado fueron unas infinitas escaleras que parecían bajar al mismísimo infierno. ¿A donde llevarían? Comencé a descender prestando atención hasta que acabé en una especie de pasillo oscuro con barrotes a los lados. ¿Celdas? ¿Que demonios pintaban allí unos calabozos? Por unos instantes, tuve la horrible sensación de que Martha se encontraba allí.

Avancé por aquel lugar húmedo y oscuro parecido a las tinieblas, con miles de celdas en las que no se hallaba nadie encerrado, excepto unos sacos de huesos en algunas de ellas. De repente, una grave voz procedente de mi derecha me distrajo de mis malos pensamientos.

-¿Lo habéis desalojado ya?
-Si señor Scoot, ya no queda nadie. Estamos preparados para el ataque.
-Perfecto, volveremos a ocupar el lugar que nos corresponde en estas tierras. No dejaremos que nadie vuelva a usurparnos lo que es nuestro. Prepara las armas. Cuanto antes ataquemos, mejor para nosotros.
-Esto... señor, ¿y que hay de la pelirroja?-. En aquel momento me sobresalte, sabía perfectamente que estaban hablando de Martha.
-Yo me ocuparé de ella- afirmó una voz femenina parecida a la de un asesino.
-¿Estás segura, Mery? Esa zorra es muy agresiva-.

Aquellas palabras me hirieron como flechas lanzadas sin piedad a mi corazón, e incluso estuve a punto de atacarles consumido por la rabia, pero fui capaz de controlar mis impulsos, pues sabía que lo único que conseguiría sería mi repentina muerte.

-No se preocupe, cortaré su precioso cuello antes de que pueda mover un solo músculo de su delicado cuerpo.
-Tu misma, asegurate de que esa entrometida no cuente absolutamente nada de lo que ha visto. Pero si fracasas, toda mi ira se volcará en ti. Tenlo en cuenta, pequeña.
-De acuerdo, señor Scoot.

Unos pasos que iban en aumento se dirigían sin descanso a mi posición, lo que me distrajo de la conversación, y me obligó a esconderme en una celda con tal de no ser descubierto. La chica pasó al lado de mi escondite sin descubrirme, y una sensación de alivio recorrió todo mi cuerpo, pero se desvaneció cuando se paró en seco y cambió de dirección; hacía mi escondite.

Me sostuvo del cuello con una fuerza casi infrahumana y me apoyó en la pared contigua. Era tal la expresión de rabia de aquella morena que temía que sus ojos azules fuesen a asesinarme.

-¿Se puede saber qué coño haces tú aquí?- preguntó enfadada.
-Esto...Yo... Buscaba el baño y...- tartamudee nervioso sin saber que contestarle

Un ligero movimiento de muñeca bastó para que me amenazase con desangrarme como a un cerdo con su diminuta navaja de doble filo al mismo tiempo que las venas parecían explotar alrededor de su cuello.

-No volveré a repetírtelo guapo, dime que estas haciendo aquí.
-Yo solo quería encontrar a mi amiga.
-¿La pelirroja?
-Si, ¿que pasa? ¿Por que la queréis matar?- pregunté extrañado.
-Eso no es de tu incumbencia- me contestó enigmática.
-¿Puedo marcharme?- pregunté en un intento por escapar de allí.

Se limitó a mostrar una pícara sonrisa antes de golpearme con el codo en la cabeza, tras lo cual caí redondo.

-Jack, por favor, despierta- me suplicó una dulce voz femenina. Abrí mis parpados con dificultad. La mínima luz que se colaba por las rendijas de la celda me cegaba completamente. Pude vislumbrar a Martha, que se hallaba agachada a mi lado con cara de preocupación.

-¿Qué ocurre, Martha? ¿Qué está pasando aquí? ¿Quienes son esos? ¿Por que te quieren a ti?-pregunté casi sin respiración mientras intentaba recolocar mis doloridos huesos de nuevo es su correspondiente lugar.
-Creo que son piratas. Me descubrieron hurgando en sus pertenencias, y me encerraron aquí.
-¿Y tú para que narices hurgas nada? Ya decía tu madre que eras una cotilla.
-Oye, si estas enfadado, no la pagues conmigo. Yo solo intentaba ayudar.
-¿Ayudar? ¿A quien? No creo que fuese a mi.
-Había alguien encerrado en un almacén.
-¿Estas segura de que era una persona humana, o solo era otra de tus alucinaciones?
-No me repliques de nuevo con ese tema, sabes que lo pasé fatal. Y si, estoy muy convencida.
-Me da igual. Ahora estamos atrapados, y todo por tu culpa.
-¿Mi culpa? Mira niñato, si hubieses sido algo mas listo tal vez no te hubiesen descubierto y ahora estaríamos fuera de aquí.

Unos entrecortados aplausos acabaron con nuestra pequeña discusión.

-¡Oh! ¿Los enamorados están en crisis? ¡Qué penita me da!- dijo una voz con tono irónico. La investigué, y descubrí que se trataba de Mery, quien acababa de aparecer y nos miraba a ambos con cara de desprecio.
-Sacanos de aquí, perra mala- grito Martha encolerizada aferrándose a los barrotes para así transmitirle su furia a través de los ojos.
-No te preocupes preciosa, ten por seguro que lo haré. Otra cosa es que sea vivos.

Abrió la oxidada puerta utilizando un manojo de llaves que Martha reconoció al instante. Se registró los bolsillos de su pantalón vaquero, pero como era evidente, no halló ninguno de los dos objetos que guardó antes de ser capturada. Me forzó a salir de aquella asquerosa jaula estirándome de los pelos. Martha intentó evitarlo, pero solo consiguió ganarse un guantazo que le provocó un terrible dolor en su mejilla.

Me arrastró hasta una pequeña salita parecida a un puesto de guardia, muy diferente del resto de las mazmorras. El suelo se componía de azulejos de mármol, distantes del barro que parecía haber en el resto de la prisión, iluminados por una diminuta lampara colocada sobre un escritorio abarrotado de papeles en blanco que parecían ser trabajos de terminar.

Empujo mi cuerpo hasta apoyarlo en el respaldo de la silla que acompañaba al escritorio, y acto seguido, se dispuso a atrancar la única salida de aquella trampa mortal, para lo que simplemente se limitó a mover un pequeño cerrojo colocado en la parte superior de la puerta.

-Me vas a matar, ¿verdad? Adelante, no te tengo ningún miedo- pero en realidad estaba muerto de miedo en mi interior, rogando al mundo, al karma, a Dios o a lo que controlase la vida humana que me salvase.

Tal fue mi sorpresa cuando descubrí que no pensaba atacarme con ningún surtido de armas blancas ni con golpes cuerpo a cuerpo, sino que se sentó en mis rodillas y me besó. Un beso que duró siglos, y me descolocó por completo. ¿Acaso no quería asesinarme? Por lo visto parecía que no, pero últimamente los piratas tenían unas técnicas impresionantes para acabar con sus enemigos así que podía ser que fuese una de ellas. Debía estar atento a cualquier movimiento extraño de su cuerpo.

-¿Sabes el tiempo que he esperado este momento? He pasado toda mi vida junto a estos mugrosos; aguardando a que apareciese alguien como tú. Y por fin, mi sueño echo realidad. No pienses en escapar, porque te será imposible- relató acariciando de arriba a abajo mi apolíneo torso.

Unos violentos gruñidos acompañados por diversos aporreamientos me “salvaron” de aquella pesadilla andante.

-Mery, ¿estas ahí?-preguntó enfadada una grave voz. ¡Abre ahora mismo!- exclamó seguidamente.

La secuestradora no tuvo mas remedio que permitirle el paso para no acabar nadando con los peces. Sus compañeros no eran precisamente personas muy amables con ella. Un hombre de mediana estatura, corpulento, robusto y peludo vestido con ropajes de alto mando agarró fuertemente del cuello a Mery en cuanto esta le dejó el paso libre. La pobre era incapaz de respirar debido a la fuerza bruta de aquel horroroso “mono” que cada vez apretaba mas con su musculoso bíceps y la observaba con cara de psicópata.

-¿Qué es lo que ocurre señor Scott?- murmuró Mery casi sin respiración.

Así que este es el jefe pirata. Es una pena que Martha no esté aquí. Odia a este tipo de persona. Le daría su merecido- pensé observando la escena sin poder hacer absolutamente nada. A mi me hubiesen matado en cuestión de meros segundos. No estaba preparado para hacerle frente.

Espera un momento, ¿os he contado sobre el entrenamiento de mi amiga Martha? No, creo que se me olvidó. Veréis, ella ha practicado artes marciales durante trece años en nuestra edad. Es capaz de realizarte unos movimientos magistrales que te destruyen tanto tu persona como tu autoestima. Pero es normal, ella posee cinturón negro desde hace unos dos años. Lo que me sorprendió fue el hecho de que una simple bofetada la detuviese. Me voy del tema. Sigamos por donde lo dejamos.

-¡¿Qué pasa?!- exclamó Scott a punto de reventar. ¡Idiota! La pelirroja ha escapado, y todo por tu culpa

En aquel preciso instante, me sentí el mas afortunado del mundo entero. Podían ir preparándose los piratas para la paliza que se les venía encima como los encontrara; incluso llegué a sentir pena por ellos y estuve a punto de aconsejar al jefe pirata que se largase de allí con toda su tropa si no querían acabar a dos metros bajo tierra, pero mi lado mas gallina me obligó a callarme.

-No puede ser. Yo...
-¿Tú?¿Tú? Tu te dejaste la celda abierta. ¿Como pudiste ser tan estúpida?
-Lo siento señor. La encontraré, se lo prometo.
-Mas te vale. He ordenado al resto peinar la zona, pero esos descerebrados no se encuentran ni a si mismos. Date prisa, o se escapará- le ordenó antes de marcharse de allí, no sin antes provocar un estruendoso portazo que me ensordeció por momentos.

Por lo visto, su incontrolable ira le impidió percibir mi presencia durante aquella conversación. Resultó un autentico alivio para mi. Lo mas probable es que si se hubiese dado cuenta de que yo estaba allí, me hubiese ejecutado. Pero parecía ser que aquel era mi día de suerte; esbirra cariñosa, mandamás medio ciego. Decididamente la fortuna me sonreía.

-Debo ir a ocuparme de tu amiguita. Vuelvo en un momento, cariño- me susurró al oído antes de atar mi muñeca a una de las patas de la mesa con unas cuerdas que pareció haber hecho aparecer por arte de magia.

Forcejee para liberarme en cuanto se marchó, pero sin éxito alguno. Se hallaban demasiado apretadas, ni siquiera ella misma lo hubiese conseguido. Pasaron los minutos y continuaba solo. Nadie volvía y de nuevo temí por la vida de Martha. ¿Habrían conseguido capturarla? Mi corazón se agitaba cada vez que lo imaginaba, así que creí que lo mejor era concentrarse en cualquier otra cosa.

Cerré mis parpados, e intenté eliminar cualquier pensamiento de mi todavía desconcertado cerebro. Quería creer que todo aquello era un mal sueño del que tarde o temprano despertaría, al igual que la pesadilla del Kraken. Por desgracia, era imposible que fuese menos real que Martha o que yo.

Alguien irrumpió en mi silencio. Me limité a mantenerme en posición cabizbaja. No me apetecía absolutamente nada volver a ver a la pirata sacada de un culebrón de hora de la siesta.

-Debe ser real eso de que mala hierba nunca muere- bromeó una voz muy familiar.

Alcé la mirada y contemple a Martha frente a mi con una sonrisa de oreja a oreja.

-¡Estás bien!- exclamé ilusionado.
-¿Lo dudabas? Fue muy fácil escapar. Solo tuve que dejarme golpear para distraerla y poder quitarle las llaves- contaba a la vez que me liberaba de mis ataduras-. Venga, vayámonos de aquí.

Antes de marcharnos, me percaté de un diminuto mapa trazado a mano escondido entre los folios en blanco de la mesa. Lo cierto es que nos fue verdaderamente útil, porque aquello era un auténtico laberinto del que ni el mejor orientado del mundo hubiese sido capaz de escapar.

Según él, debíamos avanzar hacía la derecha y girar a la izquierda en la tercera intersección, continuar hasta el siguiente cruce donde volveríamos a cambiar de sentido para encontrarnos con las escaleras que nos liberarían llevándonos al exterior.

Por el camino, prestamos atención en todo momento a nuestros pasos. Lo último que deseábamos era encontrarnos con alguno de esos indeseables. Finalmente conseguimos llegar hasta nuestro destino sin que nadie nos descubriera, a pesar de que nos buscaban como locos.

A cada peldaño que dejábamos atrás, sentía que aparecían otros cuatro mas delante nuestro. Parecía que estuviésemos condenados a quedarnos atrapados allí. Mis piernas ya no podían soportarlo mas. Si no hubiese sido por la inminente ayuda de Martha, mi derrumbamiento hubiese sido una realidad.

Me liberé de una pesada carga cuando atravesamos la salida de una vez por todas y la sellamos de nuevo colocando el cristal en su correspondiente lugar. Contemplé como mi compañera se dirigía a una puerta que debía ser la única entrada a un almacén. Introdujo la llave en la cerradura y la giró lentamente. Se podía contemplar la desesperación y el miedo que dominaban todo su cuerpo. Me lanzó una fugaz mirada antes de respirar profundamente y entrar.

Aunque con dudas, decidí seguirla. ¿Que podría hallarse allí? Pues... nada- pensé cuando vi que en el siniestro almacén que originaba “ruidos” solo se hallaban cajas de cartón repletas de comida de primera calidad.

-¿Así que nos hemos jugado el pellejo por cuatro bolsas de guisantes?
-Jack, te juro que escuché algo raro.
-Puedes jurar todo lo que quieras, pero como mucho aquí vivirán las ratas. No hay absolutamente nadie. Larguémonos antes de que nos descubran.

Varios gruñidos parecidos a los de una persona humana se escucharon al fondo de la sala y entonces fue cuando la creí por completo. Corrimos hacía los sonidos, y nos encontramos a siete personas atadas tanto de manos como de pies a una de las estanterías de comida y con la boca tapadas con un trozo de cinta adhesiva. Los liberamos de sus ataduras y retiramos la cinta de sus labios sin demasiado esfuerzo.

-Gracias por vuestra ayuda chicos. Soy Tom Dale, capitán de esta maravilla de la ingeniería. Estos forman parte del resto de la tripulación. Era un viaje corto, así que no traje a demasiados hombres.
-¿Qué es lo que ha pasado, señor Dale?- preguntó Martha.
-Nos asaltaron en el puerto de Contemporaneum, y nos han retenido aquí desde entonces.
-A nosotros nos retuvieron en las mazmorras.
-¿Mazmorras? ¿De que hablas?
-Las celdas ocultas tras un cristal.
-¿Qué dices? ¿Como va a haber celdas aquí?
-Tengo un mapa que cogimos de allí. Miralo- le dije antes de mostrar el papel que aun sostenía en mi mano.
-Esto es un folio en blanco- objetó tras examinarlo varias veces por ambas caras.

No podía dar crédito a lo que veían mis ojos y estaba seguro de que Martha tampoco. El mapa que nos había ayudado a escapar había desaparecido por completo, y no precisamente porque lo hubiésemos borrado.

-Escucha, síguenos- le ordenó Martha llevándolo a rastras hasta el cristal. Pero por mas que lo intentó, no tenía ninguna intención de abrirse para darnos la razón. Cada vez me hallaba mas confundido, y Tom hacía muecas de “estos críos están locos”.

Entonces recordé al borracho. Aunque lo mas probable es que no le creyese, era nuestra única oportunidad de demostrar que decíamos la verdad. Mis esperanzas se esfumaron cuando me di cuenta de que ya se había marchado. Sentí que perdía la razón cuando descubrí que la misma persona que antes se hallaba sentada en uno de los taburetes del bar ahora aparecía en la portada de una revista relacionada con el alcohol.

Todo el lugar se sumó en un silencio absoluto. Martha y yo nos rendimos, ya no sabíamos como demostrar nuestra teoría, incluso nosotros mismos empezábamos a dudarla.

-Bueno, eso ahora no importa. Debemos expulsar a esos truhanes de mi trasatlántico. Tripulación, andando- ordenó antes de salir del bar con todos los demás.

Intercambie una mirada de desconcierto con mi amiga en cuanto se hubieron marchado. ¿Qué podía haber pasado? No teníamos ni idea. Lo único que sabíamos es que aquello no lo habíamos soñado.

Capítulo 4
Di no a la piratería
Tras recuperarnos del tremendo shock que acabábamos de sufrir, Jack me puso al día de todo lo que le había pasado desde que desaparecí: el capitán se llamaba Scoot y la chica Mery, quien había intentado seducirle para acostarse con él, lo que me asombró por completo. También me contó lo del borracho que ahora aparecía en la revista. Cuando acabamos aquella pequeña charla decidimos ir directamente a buscar al capitán Tom. Estaba más claro que el agua que enfrentarse a ellos directamente era un suicidio total. Debíamos trazar un plan para acabar con aquella plaga de pirañas que pensaban devorarlo todo a su paso.

Les encontramos en la cubierta, enfrentados en un cara a cara contra aquellas malditas aves de rapiña. El capitán y su tripulación los observaban con una mezcla de odio y asco, y aquellos piratas poseían una mirada burlesca, como si pensasen que podían ser capaces de rebanarles el cuello con un leve movimiento de uña. Nosotros nos limitamos a observar la escena.

-¿De verdad pensáis que podéis derrotarnos?- preguntó Scoot con voz irónica, acompañando por una carcajada de sus compañeros.
-Recuperaré mi navío, y no serás capaz de impedirlo- le contestó Tom con tono serio.

Todos los piratas desenfundaron sus afiladas espadas y las levantaron en símbolo victorioso antes de abalanzarse contra sus enemigos. A modo de respuesta, la tripulación utilizó pequeños puñales para librarse de sus agresores, excepto el capitán que se defendía utilizando solo sus robustos puños.

No teníamos ni la mas remota idea de que diablos hacer. No habíamos sido entrenados para aquello. "¡Eh, espera un momento!" yo si lo había sido, así que me dispuse a echarlos a todos a los tiburones utilizando la misma técnica que Tom; puñetazos a punta pala.

Antes de comenzar a repartir visualicé con el rabillo del ojo a Mery que se acercaba disimuladamente a Jack con cara de vicio y acto seguido se abrazaba a él. Mi cara de sorpresa fue épica, digna de fotografiar. Él intentaba apartarla de su lado, pero ella se lo impedía. Sin pensármelo dos veces fui hacía ella y la sujeté tirándole de la coleta.

-¿Se puede saber que estas haciendo, ratita cariñosa?-le grité mientras se retorcía de dolor.

Se limitó a hincar su codo en mi estomago para liberarse y propinarme una patada en la cabeza que me derribó y aturdió durante unos segundos. Después prosiguió con su “trabajito” pero esta vez no por mucho tiempo, porque la arremetí brutalmente y estuve a punto de tirarla por la borda. Por desgracia, se recuperó rápidamente y contraatacó con un puñetazo en mi mandíbula que me hizo chillar de dolor .

-¿Qué es lo que queréis de nosotros?- pregunté rabiando.
-Nada. Solo mataros por saber mas de la cuenta. Tal vez si no hubieses sido tan cotilla ahora estaríais allí- dijo señalando a tierra firme.

Entonces fue cuando pensé que estabamos salvo, pues vi como varios miembros de las fuerzas de seguridad del condado se acercaban a nosotros amenazando a todos con diversas armas de fuego. Todos detuvieron su pelea, y mientras que la tripulación no podía evitar sonreír, los piratas mostraban un gesto de indiferencia. Ahora era cuando les arrestaban y finalizaba nuestro primer peligro, o al menos era lo que yo creía, porque la realidad resultó ser muy distinta. El silencio lo invadía todo, hasta que al fin, Scoot liberó unas palabras.

-Acabad con esos estúpidos- gritó.
-Pero, señor, son demasiados, y van armados- replicó uno de sus subordinados.
-Ríndanse, no queremos hacerles daño. Tiren las armas y levanten los brazos- ordenó un miembro de las fuerzas de seguridad.
-Matadlos- volvió a decir Scoot todavía mas alto.
-Señor, piense un poco la situación.
-Les damos tres segundos o abrimos fuego. UNO.
-Estúpidos, no nos haréis nada.
-DOS.
-Inútiles, solo hallaréis la muerte.
-TRES.
-¡Todo el mundo al suelo!- vociferó Tom a pleno pulmón.

Pero ya era demasiado tarde para mi. Cerré los párpados justo antes de que todos los proyectiles atravesasen mi cuerpo de arriba a abajo, provocando agujeros en mi carne de los que brotaban infinitos chorros de sangre. Un 5 fue lo único que vi antes de desplomarme sin vida.

-5. Solo tienes 5. Date prisa, elegida- me susurró una vocecilla en mi interior antes de abrir mis ojos.

-¿Qué te pasa? ¿Estas delirando, chiquitina? ¿Quieres irte con mamá?- se burló Mery.
-Callate, no permitiré que acabes con nosotros, y mucho menos que abuses de mi amigo. Disponte a pelear.-le grité mientras me incorporaba con gesto dolorido.

Me coloqué en posición de defensa, pero nunca imaginé que ella también lo haría. Comencé la pelea con un barrido que esquivó fácilmente con un ligero salto, seguido de un codazo que utilizó para poner mi fuerza en contra mía y mandarme de vuelta al suelo. Me levanté utilizando solo la potencia de mis piernas haciendo que todo mi cuerpo se quejase, y me lancé de nuevo al ataque con una serie de puñetazos y patadas artísticas que ella evitó con la facilidad con la que uno respira. En uno de aquellos golpes, me agarró del codo y me estampó contra una de las paredes, lo que me desorientó un poco.

-¿Acaso pensaste que eras la única que sabía dar pataditas?- dijo en tono de burla y superioridad-. Soy muchísimo mejor que tu, acéptalo, jamás podrás con nuestra estirpe.
-¿Qué estirpe? ¿De qué demonios me estás hablando?- pregunté confusa. Me sostuvo del cuello en el aire antes de contestar.
-La Estirpe Oscura, ¿en serio no sabes quienes somos? Pues menuda elegida.- dijo con desdén.
-¡Basta ya!

Jack fue quien gritó esas últimas palabras antes de abalanzarse hacía la espalda de Mery haciendo que me soltase en un instante. Le pegué repetidas veces antes de que consiguiese deshacerse de mi compañero. Continué mi batalla con una patada mientras saltaba que la hizo temblar, seguido de una serie de puñetazos que la descolocó por completo. Un grito ensordecedor enmudeció tanto a los míos como a los suyos.

-3. Date prisa- volví a escuchar en mi interior.

-Estoy cansada de vosotros dos. Durante siglos me he dedicado en cuerpo y alma a buscaros por todo el mundo y los últimos años al lado de esta panda de inútiles
-Mery ¿que estas diciendo?- preguntó Scoot sin entender nada.
-Cállate, viejo. Durante todo este tiempo he aguantado tu sucio barco, tus asquerosos piratas y tu horrible pandero gordo solo por la profecía. Ahora por fin se ha cumplido, y los tengo junto a mi, lo noto. Se que sois fuertes, ni siquiera pude poseer el poder del chico, pero eso no me detendrá. No puedo seguir ocultándome bajo Mery.

Un aura de color negro rodeó todo su cuerpo y ella simplemente se dedicó a aspirar enormes bocanadas de aire. Comenzó a cambiar poco a poco; su pelo se acortaba hasta llegar a una media melena, su piel se oscurecía como si le hubiesen inyectado melanina mientras que su cuerpo formada cada vez mas curvas y sus pechos se agrandaban. Suspiró antes de dar por terminada su transformación con un traje de color negro que se fundía con su piel.

-Mi nombre es Eriel, la hija de Sir Dark, enviada para encontraros y eliminaros. De esa forma, las gemas se destruirían para siempre y mi padre podría volver a someter este reino junto con todo su ejército. Traerme hasta aquí nos hizo gastar el poco poder que quedaba en el subsuelo de nuestro mundo, el que los hermanos no hallaron nunca. Una vez aquí, encontré la fuente de nuestro poder que escondieron en el mar. Lo cierto es que nunca fueron demasiado inteligentes. Con la ayuda de estos mentecatos la recuperé y todas mis habilidades regresaron a mi. Ahora, puedo haceros sufrir todo lo que quiera antes de acabar con vosotros. Pero primero, destruiré a la persona que mas he odiado durante mi vida como Mery.

Se aproximó lentamente a Scoot sin que nadie opusiera resistencia alguna. Aquella joven era mucho mas fuerte de lo que podía parecer a simple vista ¿la Estirpe Oscura? Según la leyenda, aquella estirpe había sometido al reino de Edatilus con el temible Sir Dark al mando, y esa zorra era su hija. ¿Me llamó elegida? Los elegidos eran quienes debían portar el poder de las gemas para deshacerse de la oscuridad de una vez por todas, pero era incapaz de creer que yo fuese uno de ellos. ¿Quien era el otro? ¿Jack?

Un alarido de sufrimiento me distrajo de mis pensamientos, y me obligó a alzar la vista al frente. Eriel besaba a Scoot, probablemente igual que lo había echo con mi compañero, pero sucedía algo diferente en él. En lugar de placer le provocaba dolor; se retorcía tanto que parecía que fuese a partirse la columna vertebral, tanto su iris como su pupila desaparecieron de sus cuencas y tan solo podía apreciarse la blanca esclerótica y sus extremidades se colocaron en posiciones antinaturales que le hacían parecer un cadáver.

Se separó de su cuerpo con un ligero empujón, y entonces fue cuando el pirata intentó moverse para soportar mejor el dolor, el cual no parecía cesar por mucho que el quisiese.

-1 minuto elegida. No pierdas el tiempo- me ordenó mi vocecilla interior.

Scoot se paralizó de repente y tanto su piel como sus ropajes comenzaron a tomar un tono entre marrón y grisáceo que no se parecía absolutamente nada al de la carne humana. No había duda, definitivamente, le había convertido en piedra. De aquella vida de maldades ya solo quedaba un rostro inerte que jamás dañaría a nadie. En aquel momento no supe como reaccionar. Había segado su existencia con un simple beso ¿eramos los siguientes? Probablemente. Dirigí mi mirada hacía Jack, que se hallaba paralizado en mitad de la cubierta con la boca abierta sin tener nada claros sus objetivos. Entonces fue cuando la duda me asaltó. ¿Por que él no paso a ser una estatua? Tal vez por ser un elegido fuese inmune a aquel poder. No estaba segura, solo era un pensamiento, pero si llegaba a ser cierto, sería una estupenda noticia. Desde luego, resultaba imposible que la oscuridad no pudiese hacernos daño aunque no nos afectasen algunos de sus ataques, así que debíamos permanecer alerta, y mucho mas teniendo a esa mujer demoníaca a nuestro lado.

-Ahora, terminaré mi trabajo- dijo con voz seria lanzándonos una amenazante mirada-. Acabaré con todos vosotros, y nadie podrá impedírmelo.

El sonido de varios vehículos al derrapar nos alarmó a todos, y de ellos bajaron varias personas con armas de fuego que debían ser soldados. En el respaldo de su chaqueta se encontraban impresas las letras C.S.F, es decir, fuerzas de seguridad del condado. Aquella escena me recordó a lo que vi minutos antes, 5 exactamente.

-¡Atención a todos! Hemos recibido una llamada alertándonos de un enfrentamiento que debe cesar. Por favor, tiren las armas y levanten los brazos muy despacio.

Todos obedecieron, incluidos nosotros, no quería repetir la experiencia de sentir proyectiles dentro de mi. Lo que me extraño fue que también lo hiciese Eriel, hasta que descubrí que formaba parte de su plan. Giró levemente las muñecas antes de mostrar a los C.S.F las palmas de sus manos. Estos, a su vez, alzaron sus recortadas pero ya era demasiado tarde. Cada uno de los vehículos explotó de forma simultanea, como si de una escena de película de acción se tratase, a la vez que mi asombro seguía creciendo. Algunos de ellos incluso llegaron a destrozar gran parte de unas pequeñas casas fabricadas con paja y varios puestos del mercado. Todo el mundo huyó de la escena para no acabar convirtiéndose en carne a la brasa. Acto seguido, realizó un gesto con su mano izquierda con el que parecía querer retirar el fuego, y se apagó al instante. Fue entonces cuando los chamuscados cuerpos de los C.S.F aparecieron.

-¿Cómo pueden ser tan pesadas las hormigas? ¿Es que acaso piensan que pintan algo en este mundo?
-¿HORMIGAS? Eran vidas humanas- le repliqué con toda la rabia que podía poseer en mi interior.
-¿Y? Les llamó así porque solo sirven para trabajar. No tienen ningún derecho, o al menos eso es lo que me contaba mi padre.
-¿QUÉ?
-Tranquilizate guapa o tendré que bajarte los humos, y ya has visto como aplico mis castigos.
-No te habían echo nada.
-Ni falta que hace. ¿Es que acaso no lo entiendes? Somos la Estirpe Oscura. OSCURA. Somos los malos. Los malos siempre matan a personas inocentes para su propio beneficio. ¿Nunca has visto una película?
-Muy graciosa. Me parece que buscaremos la forma de derrotar a vuestra estirpe solo por acabar contigo.
-Eso es imposible y tu lo sabes. Conoces la leyenda ¿no?

Mi rostro se entristeció por completo. Desde luego, la conocía mejor que las calles de mi ciudad, y mira que puedo orientarme por ella sin ningún tipo de ayuda.

Cruzó sus brazos y desapareció ante una bandada de cuervos no sin antes mostrarnos otra de sus horribles sonrisas. No podía creer lo que acababa de pasar, y no me refiero ni a la estatua de piedra ni a la explosión peliculera, sino al hecho de que se hubiese marchado sin mas cuando pretendía acabar con nosotros. Algo extraño sucedía, pero no me di cuenta hasta que note un enorme calor bajo mis pies.

-¿Qué es esto?- gritó uno de los marineros-. El agua se ha convertido en lava.

El barco crujió justo después de aquellas palabras y comenzó a volcar rápidamente. Tanto tripulantes como piratas comenzaron a caer poco a poco en las ardientes llamas y se quedaron enterrados para siempre bajo un mar de amarillo y rojo. Jack, junto con la inestimable ayuda de Tom, consiguió escapar del trasatlántico, o al menos lo que quedaba de él, y ambos se encontraban ya fuera de peligro. Sin embargo, yo no tuve el suficiente tiempo para llegar hasta ellos.

Me coloqué en la barandilla y salté antes de que el fuego se tragase mi único soporte en un intento por salvar mi vida. Pensé que ya no quedaba esperanza, iba a morir en aquel momento. Lo peor es que iba a facilitarle la tarea a aquella bruja. Si en verdad eramos los elegidos, solo quedaría Jack, y no creo que se le resistiese mucho a la hijita de Sir Dark. La grotesca mano de Tom me sujetó del hombro y me elevó hasta él con una tremenda potencia impidiendo que cayese a una muerte segura. Ya estábamos en paz.

Recuperados del susto, procedíamos a marcharnos a la posada para intentar descansar un poco. Miembros recién llegados del C.S.F nos lo impidieron amenazándonos con dispararnos.

-¡Quietos, delincuentes! ¡Alto o disparamos!- nos ordenó el que parecía ser el capitán de todos ellos.
-Nosotros no hemos cometido ningún delito- intenté explicarles. ¡Han sido los piratas! ¡Asaltaron toda la tripulación de este señor!- exclamé mostrándoles a Tom con una extraña mueca.
-¿Tripulación? ¿De que me hablas, chiquilla?
-Un trasatlántico. Eh, esto, el mar se lo ha tragado, es muy difícil de explicar. Es que veras...
-Me da lo mismo- gritó interrumpiendo mis explicaciones-. Acaban de informarme de agentes del cuerpo asesinados aquí mismo, y solo os encuentro a vosotros, y además ese tipo que lleva un arma. No me cabe duda de que sois los causantes de esta masacre. Arrestadlos- ordenó dirigiéndose a sus camaradas.
-¡NO! ¡Esto es injusto! Nosotros no hemos sido. ¡Podemos demostrarlo!- se impuso Jack dando un paso al frente.
-Callate, Jack, no podemos demostrar nada- le susurré al oído.

Se acercaban a nosotros enfadados, avanzando torpemente pero sin pausa alguna, como un grupo de despiadados zombis caníbales. Uno de ellos me agarró bruscamente de mi clavícula hasta el punto de casi provocarme una luxación y forzó a mis rodillas a descansar en la madera de los muelles del puerto mientras intentaba localizar algún objeto entre los bolsillos de su chaleco y me amenazaba con disparar su pequeño revolver del 38 sobre mi occipital. Unió mis delicadas muñecas delante de mi y apretó unas esposas todo lo que fue capaz sobre ellas, e inmediatamente noté como si mis venas explotaran alrededor de ellas. Hicieron lo mismo con el resto. No se como se sentirían ellos, pero desde luego yo, una delincuente en potencia como aquella que una vez robó tres millones de euros del banco principal de Contemporaneus e intentó huir usando unos de los vehículos del C.S.F

-He sido yo- escuché decir a una voz conocida a mis espaldas. Los agentes realizaron un veloz movimiento de 180 grados que les permitió ver a la propietaria de aquellas sílabas encadenadas. Giré mi cuello pendiente de que nadie me observarse hacerlo. No había ninguna duda, pero no me alegré para nada de haber acertado: era Eriel.

-¿Quien demonios eres tu?- preguntó confundido el capitán. No puedes permanecer en esta zona. Márchese.
-¿Es que no me ha entendido o acaso está usted sordo?- se burló Eriel-. Yo les he intentado matar, ellos solo son víctimas. Venid a arrestarme a mi- les desafió.
-¿Qué se ha creído usted? Cogedla- ordenó a sus subordinados.

Un casi inapreciable desplazamiento de sus dedos índice y corazón hacía delante les hizo volar varios metros hasta acabar aterrizando en la interminable masa cubierta por agua salada. Solo unos pocos consiguieron mantenerse en pie después de aquel ataque, aunque casi parecían estar a punto de desplomarse, y la verdad es que era completamente normal, a nosotros nos había ocurrido lo mismo hace instantes.

-¡Fuego! ¡No tengáis piedad!- gritó enfurecido el capitán antes de arremeter contra aquella arpía. Cientos, miles de proyectiles se abalanzaron hacía ella sin pensárselo dos veces. Por una décima de segundo pensé que aquello segaría su penosa vida o como mínimo le provocaría un dolor interminable. Pobre de mi cuando vi que su figura absorbía todo lo que entraba en contacto con ella sin inmutarse lo mas mínimo.

-¿Eso es todo lo que podéis hacer? Tal vez deberías marcharos a casa y dejar que la profesional se encargue de ellos. No creo que tarde mucho si están indefensos, ¿no crees, preciosa?- me preguntó. La ira me invadió. Quise correr hacía ella y quitarle esa molesta risita de su horrible rostro, lo deseaba con toda mi alma, mas que escapar de aquella escena, y estoy completamente segura de que si los C.S.F no hubieran estado presentes, ningún dios hubiese podido ayudar a aquella víbora maquiavélica.

Eriel se paralizó de repente, con la mirada fija en el horizonte. Desde la distancia, se podía distinguir como sus pupilas se convertían en dos ardientes círculos anaranjados a la vez que se fundía junto con su iris.

-¡Aquí el pelotón B del equipo Alpha de Antiqua! ¡Necesitamos refuerzos inmediatos en el incidente 4321D! ¡Deprisa!- escuché decir al capitán.

Un aterrador estruendo hizo volver a la normalidad a la oscura. Alguien había apretado el gatillo e incrustado una bala en el estómago de Eriel. Cuando pensé que iba a acabar con él sin esfuerzo alguno, comenzó a retorcerse de dolor.

-¡No, ahí no!- chilló desconsolada hincando las uñas en su pecho hasta acabar quitándose el esmalte. Los agentes del condado que habían volado hacía el mar, se incorporaron y regresaron junto con sus compañeros dispuestos a vengarse. Ella agitó bruscamente la palma de su mano antes de que abriesen fuego de nuevo e hizo que varias moradas se derrumbasen sepultando a todos los C.S.F bajo ellas. La poca suerte que nos acompañaba logró que no tuviésemos el mismo final que ellos.

Un alarido inhumano causó en mi unos dolores de cabeza tan terribles que a su lado una migraña parecía un simple mareo. No fue tarea fácil volver en sí, mis oídos me suplicaban que les permitiese huir a pesar de que no podía otorgarles ese placer. Conseguí incorporarme, acto que no hubiese sido nada importante si aquella loca hubiera estado callada y las esposas a dos kilómetros de mi, pero sinceramente pienso que nadie puede decidir su vida, así que allí estaba yo, a solo unos metros de mi peor enemiga indefensa ante cualquier peligro de la naturaleza, o de una servidora.

Fije mi mirada en ella de nuevo, y entonces fue cuando hincó sus rodillas y el silencio se hizo. Aun así, el dolor todavía se reflejaba en su rostro. De su boca comenzaron a brotar diversos hilillos de color rojo puro que caían por su barbilla hasta llegar a su cuello donde les perdía la pista. Inesperadamente, su vientre se abrió dejando al descubierto todo un mundo de sangre y vísceras que me fascinó por completo. Era lo mas parecido a una nevera que había visto en mi vida. Para mi sorpresa, esta vez no le acompañó nada mas que un impulso hacía delante idéntico al del hipo. Del interior comenzaron a expulsarse cartuchos idénticos a los de las armas de los C.S.F que claramente eran los que hace solo unos minutos atravesaron todo su cuerpo.

-¡Socorro! ¡Ayudadme!- escuché decir a Eriel. Al menos fue lo que creí durante unas milésimas de segundo, porque era prácticamente imposible que hubiese podido pronunciar palabra en el estado en que se encontraba-. ¡Sacadme de aquí!- volví a oír a una aguda voz de mujer desesperada, pero era incapaz de localizarla, ¿donde se hallaba? De repente, algo me dejo estupefacta, incluso llegué a pellizcarme por si todo era un mal sueño aun sabiendo perfectamente que todo era real. Un delgado y ensangrentado brazo apareció del interior de Eriel y se agarró a sus carnes como le fue posible. La oscura no parecía tener intención de dejar escapar aquel miembro y arremetía contra el como podía, intentando mantenerle en su interior a la vez que se esforzaba por teletransportarse, tal y como hizo en la cubierta. No pensaba permitírselo por lo que me lancé al ataque. Mis piernas se movían lo mas rápido que me era posible, hasta que frenaron en seco cuando me encontraba justo al lado de mi rival, y casi sin pensarlo, le propiné un potente codazo en su cara que la tumbó bruscamente. Seguidamente, sostuve lo paranormal de Eriel y tiré fuerte de él hacía mi, a lo que fue apareciendo el resto de una persona humana bañada por el mismo liquido que habita en el interior de todos nuestros cuerpos y que se abrazó a mi con toda la ilusión de su corazón antes de romper a llorar.

No fue hasta que me separé de ella cuando noté que la oscura había vuelto a desaparecer. Observaba paulatinamente mis ropas empapadas en sangre y el rostro de la chica mientras nos dirigíamos junto a Jack y Tom. Había..... algo en ella que me resultaba familiar.

-¿Un momento? ¿No eres....?-. Diversos ruidos de sirena invadieron todo el puerto impidiéndome continuar.
-Ni un paso mas- gritó una voz a mis espaldas. Me giré lentamente y contemple a docenas de soldados del C.S.F perplejos ante la escena. Esta vez no había escapatoria posible. Un movimiento en falso y no dudarían en apretar el gatillo. Decidimos... nos rendimos, ¿que mas podíamos hacer?

Avatar de Usuario
naitsirc
Contagiado 20%
Mensajes: 26
Registrado: 16 Jul 2012 12:08
Puntos de Vida: 10 de 10
Resident Evil Favorito: Resident Evil Code: Veronica
España 

Re: Las gemas del mundo

Mensaje por naitsirc » 26 Nov 2012 18:25

Capítulo 5:
Encerrados
Pasamos mas de dos semanas encerrados en la celda 3C de la prisión de máxima seguridad de Antiqua, la única que parecía tener mayor tecnología que el resto del condado. Se componía de tres inmensos edificios que parecían un sin fin de hileras horizontales colocadas la una sobre la otra. A estos les acompañaba uno mas diminuto; el gimnasio, donde no se permitía entrar a los presos comunes como yo, y mas allá, las duchas, a las que solo podíamos acceder una vez por semana. Todos estos podían parecer lujosos a primera vista, debido al estilo y glamour que los embadurnaba. En cada uno de ellos se colocaba un recibidor, donde se atendía a los visitantes y se revisaban con lupa los permisos de salida, que por las carcajadas, burlas, y blasfemias de los guardias, deducía que no aceptaban. Lamparas de araña como elefantes balanceantes y escaleras doradas con lijadas barandillas de ébano los enriquecían. El color rojo vivo que bañaba las paredes relucía como los cabellos de Martha en la medianoche. El perfecto enladrillado le daba el punto y final. Todas las edificaciones rodeaban a un simplón patio, donde unos planeaban fugas de la prisión, totalmente inservibles por ser rematadamente estúpidas, y otros discutían sobre quien sería la víctima de su puñal esa semana, siempre rezando para no ser yo el siguiente. En una esquina, se hallaba un casi inapreciable comedor portátil, que podía pasar perfectamente por un puesto de churros, de donde recogía a lo que ellos llamaban comida los días que me tocaba descanso en el patio: los lunes, miércoles y viernes.

Cada edificio tenía tres puertas con musgosos escalones que bajaban hasta interminables pasillos donde se hallaban las celdas, que mas bien parecían cavernas, y que finalizaban en uno solo que conectaba los tres edificios, por lo tanto, todo estaba conectado. A diferencia de la parte superior de la prisión, aquello no tenía nada de decoración, dudo incluso que fuese habitable. Absolutamente todas las rejas estaban oxidadas hasta el último milímetro, y daba verdadero asco y repulsión solo rozarlas. Los muros eran como una cara completamente desfigurada tras una explosión, porque no podía ser normal que aquellos hoyos, hendiduras y grietas conformasen aquellas paredes que no se sabía ni de lo que eran, ni siquiera si provenían de este universo. Las goteras aparecían y desaparecían sucesivamente de todas partes, y nunca podías saber cuando te empaparías.

Lo único positivo de todo esto es que el resto de los presos no nos molestaba, todavía no comprendo el porque, y que compartía celda con Martha, pues al no haber una zona específica para mujeres, las mezclaban con los hombres. De echo, solo había tres, Martha, una joven rubia que vivía en frente de nosotros y la chica que salió del vientre de Eriel . A ellas se las marginaba: no tenían derecho a salir al patio a descansar, ni a ducharse, ni a comida; aunque yo siempre guardaba algo para Martha, ni a ningún otro tipo de derecho que sí tenían los hombres, lo que significaba que el alcaide era todo un machista. Estaba deseando encontrármelo frente a frente, y ellas dos ni te cuento.

-Lo siento- me disculpé con Martha acurrucado en una esquina de nuestra celda-. Todo esto es culpa mía. Yo quise venir aquí, yo te arrastré a esto, y ahora lo estás pasando mal por...
-No, no te martirizes. Te acompañe porque yo quise, tu no me arrastraste a ningún lado. Quería hacer esto desde pequeña. Si no te hubieses marchado, lo habría hecho igualmente. Deseaba salir de la ciudad, cumplir mi sueño como aventurera, asumí riesgos, y ahora estoy pagando las consecuencias. Deja de torturarte, demasiado haces trayendo comida para mi cuando podrían ejecutarte solo por eso.
-¿Por que vinimos persiguiendo una leyenda que solo era eso? Aun no he conseguido entenderlo.
-Tal vez nos cegó nuestra pasión por ella, pueden no existir, eso está claro, las leyendas son eso, historias inventadas, pero me parece que Eriel si es de verdad ¿no? Entonces todo lo que leíamos de pequeños también debe ser real.
-No lo se, estoy muy confuso, durante un solo día visite los calabozos de un barco que luego resultaron no existir, presencié como un humano de carne y hueso se transformaba en una estatua, como la helada agua del mar pasaba a ser ardiente lava y como nacía una mujer de las carnes abiertas de una asesina, según ella, venida de otro mundo, que nos quiere matar para destruir las gemas y poder dominar el mundo junto a su padre.
-Pero es lo mismo que decía la leyenda
-Ya, pero... no se, ahora mismo solo espero despertarme de este mal sueño.
-Jack, no es un...

El continuo rebotar del plástico de la porra de los guardias contra el óxido de los barrotes anunció la hora del recuento y ambos nos pusimos en la posición exacta que nos enseñaron el primer día que estuvimos allí para que nos nos tuviesen que corregir a guantazos. El uniformado pasó delante nuestro y examinó cada centímetro de nuestro cuerpo con desprecio, igual que hizo con la chica rubia, e igual que hacía con cada preso de la zona 3. Al cabo de unos minutos, tras finalizar su tarea, se marcho hacía el gimnasio. Martha no quería continuar hablando mas, estaba cansada, y se tumbó en el incomodo colchón superior de la litera tratando de descansar un poco. Por mi parte, no paraba de darle vueltas a todo el asunto. No era un sueño, no iba a despertar, tardé en reconocerlo, y si ella no me hubiese abierto los ojos aun habría continuado pensándolo. No íbamos a poder aguantarlo mas, hasta ahora habíamos esperado para ver si ocurría algo, si nos declaraban inocentes y salíamos de allí, pero todo eran ilusiones; todas las pruebas apuntaban hacía nosotros, y no había manera de culpar a Eriel de nada. Se acabó, no iba a permitir que pasáramos ni un segundo mas pudriéndonos allí como unos vulgares delincuentes, me daba igual que fuese una prisión de máxima seguridad, me daba exactamente lo mismo que fuesen a acabar con mi vida, de todas formas, allí encerrado ya estaba muerto.

-Conozco esa expresión- me susurró una dulce voz femenina-. ¿Quieres escapar, verdad?-. Era la chica rubia, que tumbada en su celda y apoyada sobre sus brazos me observaba con una sonrisa de oreja a oreja, bastante extraña para un mujer apresada que debía llevar quien sabe cuanto tiempo sin comer.
-¿Como lo sabes?- le pregunte extrañado.
-No es la primera vez que me encierran aquí, y no será la última. Se perfectamente cuando alguien quiere salir de aquí sí o sí, y puede que esto sea una prisión de máxima seguridad, pero huir es cosa de niños.
-¿Sabes salir de aquí? Por favor, ayudanos, somos inocentes, nos han cargado un delito que no es nuestro- le rogué
-Sí, claro, he oído ese cuento chino miles de veces. Mi secreto es mio, y de nadie mas. Lo siento mucho, precioso.
-Te lo juro, por favor, es que...
-Bla,bla,bla, he escuchado esas mismas palabras muchas veces como para saber que es todo una mentira. No me creo nada de los criminales.
-Te recuerdo que tu estás encerrada aquí por algo. No creo que seas precisamente un ángel caída del cielo.
-Yo estoy pagando por un crimen que otra persona ha cometido- dijo borrando su expresión y sustituyéndola por otra mas acorde a una presa-. Jamás en mi vida he hecho nada fuera de la legalidad mas que huir de este antro.
-Es exactamente lo mismo que nos ha pasado, por favor.
-No, no voy a permitir que vuelvan a engañarme.
-Esta bien, la decisión esta tomada. No te molesto mas- concluí rindiendome sabiendo que nada podría sacarla de su tozudez.
-Aunque...-volvió a hablar con tono misterioso- podríamos pactar una especie de trato.
-De acuerdo, haré lo que sea, no me importa.
-Bien entonces, debes...

Un retumbante eco nos enmudeció a ambos; lo conocíamos bien, había sido provocado por las botas del guardia, que se acercaba de nuevo. Avanzó lentamente hacía nuestras celdas, y a cada pisada, cada una mas potente que la anterior, mi corazón se aceleraba, rogando que no hubiese escuchado nada de nuestra conversación. Estuve a punto de estallar en mil pedazos cuando se detuvo en mitad del pasillo y clavó sus ojos frente a los míos, con esa aterrorizante mirada que podría haber matado incluso a un oso solo de la intimidación que provocaba. Se llevó la mano al bolsillo, y tras hurgar repetidas veces en él mientras mi estómago se iba transformando poco a poco en un enorme nudo, sacó un manojo de llaves con distintos números y letras escritos en ellas, eligió una de entre todas, la introdujo en la cerradura y ésta le dio acceso a nosotros. Martha, que había logrado dormirse, se despertó sobresaltada tras escuchar el ruido que se había provocado.

-¡Tú, te vienes conmigo!-ordenó seriamente señalando a mi compañera con la punta del dedo. La agarró bruscamente del antebrazo e intento llevársela casi a rastras. Quise detenerle empujándole y cruzándome en su camino, pero solo conseguí unas preciosas cicatrices. Consiguió su cometido y la sacó de allí antes de encerrarme de nuevo. ¿ A donde se la llevaría? ¿Iban a hacerle algo? No, ella no lo permitiría. Sabía que haría algo. Era fuerte. No iba a dejar que nadie la amedrentara. Y sucedió lo que yo esperaba. Mientras se la llevaba hacía el gimnasio, Martha le estampó el codo con su brazo libre en la dentadura haciéndola pedazos y seguidamente un golpe bajo lo dejo fuera de combate. Antes que nada se dirigió hacía mi para intentar sacarme, pero era imposible, y yo le rogué que se marchase, que huyera. A pesar de que no se lo tomó demasiado bien, debido a mi insistencia se marchó hacía la zona 2.

-Es fuerte, de hecho es la primera que se enfrenta a ese malnacido, pero no tardarán en atraparla-. El guardia se levantó aun dolorido y confuso por los golpes y cuando estaba algo mas recuperado presionó un botón rojo con el puño y una tan molesta como escandalosa alarma se activó en todo el lugar. Acto seguido, se escucharon dos disparos, y a los pocos segundos otro que fue el último,-te lo dije- esas últimas palabras de la rubia me hirieron como puñales clavados por todo mi cuerpo. Mi dolor se intensificó por completo cuando vi a dos personas a las que no logré diferenciar demasiado bien, por lo rápido que pasaron a mi lado, cargando a otra a la que sí reconocí; Martha, hacía el gimnasio y por las manchas de color rojo que brotaron de ella deducí que estaba herida. Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo y se me pasaban por la mente una y otra vez las probabilidades de que fuese una herida grave, que pudiese desangrarse, morir, y a pesar de intentar alejarlas siempre volvían. En un intento por ayudarla, volví a hablar con la rubia.

-¿A donde se la llevan?-le pregunté desesperadamente.
-No lo se- me contestó con tono de indiferencia.
-Si, sí que lo sabes-le remarqué alzando algo mas la voz.
-No me levantes el tono, guapo.
-Deja ese comportamiento de dura y malota ¿vale?- le grité casi a lloros. Se está desangrando. Va a morir. Tu tienes que saber donde se la llevan.
-Tienes razón, yo no soy así- me dijo entristecida con un cambio de actitud muy notable. Supongo que este lugar me está trastornando-. Toda la vida huyendo, y siempre me han vuelto a encontrar y a encerrar. Me escapo y vuelta a empezar. No vivo para otra cosa, si es que a esto se le puede llamar vida.
-Escucha, ayudanos, y te prometemos que no volverás aquí, pero, si ella muere, se acabaron nuestras esperanzas. Es quien siempre sabe sacar todo adelante.
-Es duro. ¿Seguro que quieres escucharlo?- me preguntó con preocupación.
-S....s....s...si- conteste a trompicones aterrado.
-¿Sabes porque hay tan pocas mujeres en esta prisión?
-¿Porque?- pregunté a punto de desmayarme-. Respiró profundamente antes de contestarme.
-Las ejecutan en la cámara de gas.-En aquel momento ni siquiera sabía que pensar, mi mente estaba ya demasiado trastornada como para además encajar esa noticia.
-¿Donde está esa cámara? ¿Lo sabes?- volví a preguntar con tono desesperado, temiendo que volviese a “transformarse” y no dijese ni palabra.
-Hace poco escuché a alguien hablando de un lugar secreto en el gimnasio.
-¿Como llego a él?
-Crees que soy adivina. No lo se, jamás en mi vida he visitado ese sitio-. Me derrumbé al escuchar eso-. Pero- esta simple preposición me elevó los ánimos- no creo que me fuese difícil localizarla. Tengo mucho ojo.
-Puedo respirar- le dije al fin un poco mas aliviado.
-No lo hagas, precioso. Necesitaras todo el oxígeno que puedas reunir para sacarme de aquí y la localize. Da por seguro que no la van a tener con un cartel “Cámara de gas por aquí. Solo mujeres”
-No tiene gracia- le repliqué seriamente.
-No pretendía hacerte reír.
-¿Me dices que debo hacer o me vas a seguir confundiendo? No tengo demasiado tiempo. Acto seguido, volvió a dejar a un lado su humor, y muy seriamente me habló de nuevo.
-Si pude escapar el resto de las veces fue porque siempre he conseguido ocultar conmigo una ganzúa, con la que puedo forzar cualquier tipo de cerradura que se me ponga por delante.
-¿Cómo? ¿Introdujiste un objeto metálico?
-Sí, deberían cambiar al vigilante que nos registra y colocar un mejor sistema de seguridad en lugar de tantos lujos para el alcaide y sus chicos, los asesinos del género femenino. El caso es que, después de cinco huidas, una a las dos horas de traerme, esos inútiles empezaron a sospechar algo, y a la sexta, consiguieron encontrarla, y eso que no estaba demasiado visible precisamente.
-No quiero imaginar donde la llevarí...
-Silencio, deja que continué- me ordenó interrumpiendo mi frase. El alcaide me la requiso como era de esperar, y la tiene escondida en alguna parte de la planta superior.
-¿Planta superior?¿De que me hablas?
-¿No has visto unas escaleras doradas? ¿No te has fijado en todas las plantas que componen los edificios cuando nosotros estamos encerrados casi bajo tierra?
-Si, varias veces, pero tampoco lo había examinado detenidamente.
-Es como un hotel. Me colé en varias habitaciones cuando aun poseía mi preciada ganzúa. Una de ellas era la del alcaide. Debe ser tan lujosa como la del rey de Edatilus. En ella hallé unos cajones en una perfecta mesita, fabricada con la misma madera que las barandillas, ébano, se notaba perfectamente por los rasgos de ambos. Es raro, pero no pude forzarlos, parecía tener una cerradura mucho mas compleja que todas las que he visto en mi vida. Era como un rompecabezas. No los soporto. Imagino que en ellos guarda nuestras pertenencias. Encuentra mi ganzúa, y salvamos a tu amiga.
-Vale, pero ¿como consigo llegar hasta allí? ¿Como se cual es la habitación del alcaide? ¿Como consigo acceso a los cajones?
-Es una puerta doble, muy sencilla de localizar, eso no te será difícil. Pero poder cruzarla, eso es otro cantar. En cuanto a lo demás, apañatelas.
-¿No te sirve que robe la llave de tu celda al guardia?
-Los guardias están ahora mismo ocupados con alguien que yo me se. Siempre desaparecen cuando van a acabar con alguna fémina. Solo se queda uno guardando el patio. ¿No me iras a decir que un joven fuerte como tu no podrá esquivar a una sola persona, que probablemente tenga mas de cinco dioptrías?- preguntó burlándose. No quise acceder a sus provocaciones, solo me preocupaba por una cosa: salvar una vida-. Además, quiero mi ganzúa, y la quiero ya. No intentes seguir negociando conmigo porque solo perderás el tiempo. Es el todo o nada. ¿Lo tomas o lo dejas?
-Atención, reclusos, hora del descanso para los presos correspondientes- anunció a toda voz el altavoz de cada día. -Salgan al patio inmediatamente.
-Hoy es miércoles. Creo que es tu única oportunidad, Jack. No la pierdas- concluyó antes de volver a mostrarme su terrorífica sonrisa de psicópata y esconderse entre sus piernas como si no hubiese habido conversación alguna.

El vigilante mas anciano de todos, de pelo canoso y gafas de alta graduación, que no había visto nunca, ahora ya sabía el porque, nos abrió a todos excepto a la rubia y nos sacó al patio escoltados para que según él “no intentásemos nada raro” Una vez fuera, los reclusos se agruparon en sus correspondientes lugares y comenzaron con los mismos rollos de siempre. Yo por mi parte, no paraba de vigilar al anciano que se paseaba en círculos sin quitar ojo a nadie. Me preguntaba como podría hacer para acceder a la parte superior sin que ese perro de caza me capturase. Examine todas y cada una de las opciones que tenía: podría crear una pelea, una riña, una trifulca, una reyerta, una gresca, pero era muy probable que acabase sin cara, y la necesitaba. Tenía que pensar algo mejor, y estaba haciéndolo cuando de repente una ligera brisa, algo familiar por cierto, me erizó el vello de la nuca y me despistó. Siempre he sido bastante despistado.

Continué pensando, dándole vueltas a las ideas de mi cerebro. Había pasado ya mucho tiempo, por mis cálculos diría que una media hora aproximadamente, estaba a punto de terminar el descanso y seguía sin dar con la brillante solución, necesaria para salvar a mi mejor amiga. No se si aquel era mi día de suerte o si el destino me ayudo, pero no pude describir la emoción que sentí cuando el vigilante pronunció las palabras “Entro unos segundos al gimnasio, no hagáis ninguna de las vuestras. Estaré observando” Era mi oportunidad, en cuanto cruzó al interior del edificio, eché a correr sin importarme las miradas de diversos presos que debieron de tomaron por loco, y subí los escalones de dos en dos, estando a punto de partirme las piernas en uno de ellos. Ya estaba en la zona superior, y fue cuando se me vino a la mente. ¿tan importante era para el alcaide ejecutar a una mujer que se llevaba a todo el personal a la cámara de gas? ¿Y para que? ¿Para observar alrededor de ella como sus pulmones dejaban de obtener aire limpio hasta que su cuerpo abandonaba la vida? Es que ni siquiera las vigilancias básicas, no se como los presos eran tan cerrados de mente para no pensar en salir de allí. Tal vez lo habían intentado tantas veces, sin resultado alguno, que acabaron pensando que era imposible, pero no hay nada que no pueda hacerse con esfuerzo, paciencia, perseverancia, y … vale, vale, me ciño a los hechos. A lo largo del conjunto de corredores, se extendía aún mas lujo que en los tres recibidores juntos. El color de los muros era exactamente igual, pero entre ellos se hallaban intercaladas varias ventanas de un perfecto cristal en el que podía verse incluso el reflejo de una mosca. La madera de las puertas no se parecía en nada a la de las barandillas, debía de ser caoba, y en cada una unos números blancos muy distinguibles sobre un fondo negro. En efecto, se parecía mucho a un hotel.

Avancé buscando la doble puerta que me daría acceso a la estancia del alcaide. Recorrí el conjunto de corredores una y otra vez pero continuaba sin encontrarla, y ya debía de quedar muy poco. Dirigí mi vista hacía uno de los cristales que comunicaba al patio, por lo visto el anciano ya había salido del gimnasio, pero no se había percatado de mi presencia. Me disponía a recorrer de nuevo todo, pero me tropecé con mi propio pie y el rojo vivo se unió junto a mi. Sí, se que es penoso, ya lo se. Gracias a aquel descuido, pude descubrir una falsa pared tras chocar contra ella y tirarla provocando un estruendoso ruido. Esperaba que el anciano no me hubiese escuchado, pero estaba seguro de que no sería así. Me precipité hacia la doble puerta y giré el pomo rápidamente, pero no cedía, y mis nervios comenzaron a asaltarme. Debía haber imaginado que la puerta estaría cerrada. ¿por que no lo pensé? Me marché de nuevo hacia las escaleras, pero cuando escuché un ruido de botas supe que se el anciano se dirigía hacía mi. ¿A que venía? Busqué un escondite, pero no sabia donde podía ocultarme en algo que solo era seguir recto.

Se acercaba, no sabía que hacer, ni a donde moverme, y en segundos me lo encontré frente a mi, observándome. Todo estaba acabado. Ahora volverían a encerrarme, y no podría hacer nada para salvar a Martha. No estaba dispuesto a permitirlo. Cerré mis puños, dispuesto a dejarle inconsciente en el suelo si intentaba algo. Se recolocó las gafas, estiró su cuello como si estuviera intentando visualizar un objeto lejano, y por último paso al lado de mi, no sin antes añadir unas palabras “Pedro, pensaba que estabas en ese sótano. Mejor, así tendré a alguien con quien poder jugar a las damas” Desde luego, este sujeto no veía ni tres en un burro, lo que me proporcionaría cierta ventaja. Al final no era tan complicado como parecía. “Estaré en la habitación del alcaide, por si quieres venir. Como tu bien sabes, me deja reposar en ella de vez en cuando. No es tan mal tipo como muchos lo pintan” No dude ni un instante cuando me propuso entrar en esa estancia.

Definitivamente, aquello era un hotel a la vez que una prisión. La estancia se construía con los mismos materiales que los vestíbulos, incluyendo la lámpara de araña. Se componía de una cama doble, diversos cuadros, horribles siendo sincero, varias mesitas, una de ellas tenía un cajón con un raro grabado cada uno, y que probablemente ocultase la ganzúa. Una terraza protegida por unas puertas correderas de aluminio que comunicaba con el exterior de la prisión, y que podría ser una excelente escapatoria si no estuviera tan alto. El baño era digno de mención, no tenía absolutamente nada que no fuese bañera. Casi no le dejaba espacio al bidé, que por supuesto, parecía ser de estos pijos que lanzan chorros de agua. Me dirigí inmediatamente al cajón, e intente conseguir los objetos que se ocultaban en su interior, estirando de su pequeño tirador violentamente una y otra vez, agarrando de los bordes e incluso llegue a mover la mesita entera a golpes. Ni siquiera se porque lo intenté, cuando la rubia ya me lo había advertido.”¿Que estás haciendo?” preguntó el anciano tras mis ataques violentos, pero no quise hacerle caso, mis nervios aumentaban por mil.

Intente fijarme en el grabado, para ver si encontraba alguna pista de como desbloquearlo. Localicé un símbolo, una especie de paisaje y un edificio en una de las esquinas muy parecido a la cárcel. Intente presionarlo, estirar de él, pero nada funciono, como había dicho, no era una simple cerradura. Me dejé caer en la cama de matrimonio; intente inhalar aire, la presión me aumentaba en décimas de segundos. Quería llorar y patalear como un niño pequeño al que le niegan un caramelo, pero eso no la salvaría, no, solo lo haría mi razonamiento, y esta vez era cuando mas lo necesitaba. Dirigí mi vista hacía el anciano, que se encontraba colocando piezas de colores blanco y negro en un tablero para disponerse a jugar, tras haberse sentado de nuevo, junto a mi, sin parecer importarle lo mas mínimo que le hubiese ignorado. Examiné la estancia. En la otra mesita solo había unos folletos de viaje, y el interior de sus cajones solo era mas madera. La terraza no ocultaba nada especial. ¿El baño? Mas de lo mismo. Busqué ladrillos que ocultaran algo, dobles compartimentos, destruí armarios, espejos, bajo la mirada atenta del demente que había comenzado la partida contra su “amigo invisible” pues según el, yo parecía ocupado. Encendí las luces de la estancia, para poder visualizar mejor, y me fijé en un interruptor que no servía para nada. “Lleva roto desde que se inauguró la prisión” me gritó el anciano antes de continuar “charlando” Lo ignoré, y cuando volvía a la búsqueda, comenzaron a salir chispas, no se si por casualidad, destino o una chapuza eléctrica. Lo importante es que una luz morada lo impregnó todo; luz ultravioleta, demasiado moderna para aquel condado a mi parecer. En el muro apareció como por arte de magia el dibujo exacto del grabado tallado en él. Estaba claro que debían tener una relación. Lo palpé con las yemas de los dedos, y en la parte superior derecha, justo en la prisión, encontré una expresión en latín. Traducida, ponía: “izquierda, derecha, derecha, izquierda, estira, empuja”. Deducí que es lo que expresaba aquel mensaje. Volví junto al cajón, agarre el grabado, primero lo giré a la izquierda, para lo que tuve que forzarlo mucho, hasta que finalmente cedió. Las siguientes fueron seguidas; dos a la derecha, otra a la izquierda, estire de él y lo empuje. El ébano de la madera crujió y al fin pude acceder a él, liberándome un poco, solo un poco de mi presión. Rebuscando hallé una carta de defunción de Dolores De La Rosa, en la que se atendía también a Herminio Espada, el que debía haber sido su marido, y a Bárbara Espada De La Rosa, que debía ser su hija. También hallé un escrito de auxilio escrito por la tal Bárbara a los servicios sociales; decía:

“ Socorro, necesito ayuda, sacadme de aquí, no lo soporto mas. Mi padre va a acabar conmigo, me presionó para que no dijera nada, pero fue el quien mató a mi madre. Es un completo machista, odia a las mujeres, me hace la vida imposible. Quiere inculparme de la muerte de mi madre, lo veo en sus intenciones, quiere encerrarme en su prisión, quiere acabar con mi vida. Y pensar que estoy hablando de la misma persona que me enseñó todo lo que hoy soy, que me enseñó como forzar puertas, que me regaló mi primera ganzúa, que me entregó sus trucos para poder escabullirme entre las personas. No voy a permitirlo, no pretendo dejar que ese malnacido se salga con la su...”

A partir de ese punto, ya no podía distinguir nada; era todo una mancha de tinta. Dejé las cartas en mi mesa, bajo la mirada del anciano, que no debería estar enterándose de nada. Al final, en lo mas oculto encontré la ganzúa y pude aliviarme un poco. Iba a marcharme ya, pero descubrí algo raro en los bordes, comencé a rasgarlos con las uñas y encontré un doble fondo. Allí estaban ocultas unas llaves con una etiqueta que decían “Zona CMG”. CMG podía traducirse como cámara de gas aunque no estuviese convencido de ello al cien por cien. Así que tenía la ganzúa de la rubia y las llaves CMG. La ganzúa era una apuesta segura, y ella podría encontrar la entrada mejor que yo, pero no podía fiarme por completo de esa psicópata. ¿Y si se marchaba y me dejaba plantado? Todo el esfuerzo no habría servido para nada, y Martha moriría. Las llaves CMG podían ser otra solución. Puede que yo solo no fuese capaz de encontrar la entrada, y aunque la localizase, si las llaves no eran de la cámara de gas, se acabó, Martha moriría.

-Atención reclusos, se acabó el descanso, hora de volver a sus respectivas celdas. A todos los guardias, abandonen inmediatamente su puesto actual y vuelvan a los originales. Es una orden del alcaide.

Eso no me daba buena espina. Pude entender que el alcaide ya estaba preparado para matarla, y como no había localizado a ningún intruso por el inferior, les había ordenado vigilarnos de nuevo. Ahora solo tenía una opción; podía volver a las celdas como un niño bueno y entregarle a la rubia su ganzúa o intentar buscar la entrada por mi mismo, y rezar para que la llave fuese la correcta. ¿Que debía hacer?

-Enhorabuena, caballero- escuché a mis espaldas, acompañado de un sonido de palmas. Una arrugada mano me apartó de mi posición y agarró ligeramente con los dedos índice y corazón un anillo de oro, con un diminuto rubí incrustado en él, que a pesar de no estar demasiado escondido, no había percibido antes.- Eres el primero que consigue descifrar el acertijo del alcaide, pero aquí no hay nada que te ayude a escapar-, su tono de voz había cambiado; se le notaba mucho mas serio, al igual que su rostro. Es como si hubiese cambiado por completo de repente, o, como si hubiese fingido todo el tiempo.
-No estoy buscando escapar- le aclaré a la vez que recolocaba su preciada joya en la palma casi sin escucharme.
-¿Y entonces que es lo que quieres?- preguntó mirándome confuso.
-Usted conoce la cámara de gas ¿verdad? Si trabaja aquí debe saberlo. Por favor, dígame donde está- le rogué.
-Se que se encuentra bajo el gimnasio, en una serie de pasadizos y túneles, pero nunca se me ha permitido bajar ahí. Ni siquiera se donde está la entrada. ¿ Acaso eres pariente de aquella a la que van a ejecutar?-. No sabía si debía confiar en él, no se le veía un hombre peligroso, pero ahí dentro, no podías fiarte ni de tu propia sombra.
-Somos amigos- contesté al fin tan pensarlo detenidamente.
-Pues date prisa, no tardará mucho en abandonar este mundo- me advirtió.-Y... muchas gracias- añadió. Te parecerá una tontería, pero, es muy importante para mi, tiene un gran valor sentimental. Llevo años esperando a que alguien consiguiera lo que yo no he podido recuperar. Eres una mente brillante- me alabó. Y ahora, marchate,- me ordenó aproximándose hacía mi-, salva a tu amiga, y, dile de mi parte a Bárbara que al fin le he conseguido carta blanca. Has sido un factor fundamental - dijo dando una palmada en mi hombro.
-¿Como? ¿Qué?- mi confusa mente intentaba pronunciar alguna frase con sentido.
-Tu solo díselo. Ella sabe lo que significa. Ha llegado la hora de vengarnos- gritó elevando su puño en posición de victoria.
-¿Quien es usted?- me atreví a preguntarle.
-Sera mejor que te marches, ya, joven- me aconsejó acompañándome hasta la salida, o mejor dicho, arrastrándome.
-Pero, espere...- le rogué.
-Yo me ocuparé de la seguridad-. Y por cierto, mi nombre es Tim. No te olvides de mencionárselo a Bárbara-. Acto seguido, cerro la puerta en mis narices. ¿Quien leches era ese tipo? No era un vigilante normal, de eso estaba seguro. De todas formas, no tenía tiempo para averiguarlo.

Además del encargo de aquel vigilante que parecía ser mi aliado, aunque solo lo pareciese, la llave no era algo seguro, la ganzúa sí. Debía regresar con ¿Bárbara? Sí, Barbara. Intenté volver al patio pero el aumento de seguridad me lo impidió, así que decidí colarme en las celdas del primer edificio, que me llevarían hasta las del segundo. Me aproximé a una de las entradas y la empujé suavemente. Las bisagras rugieron como panteras enfurecidas al hacerlo. El guardia encargado de aquella zona, revisando a los prisiones con una minúscula luz procedente de su linterna, se percató del sonido, y abandonó su tarea para ir a comprobarlo. Busqué un escondite, ¿donde? ¿donde podía ocultarme?. ¿Debajo del mostrador de recepción? Me vería. ¿En otra zona de celdas? Hay mas guardías. Espera, no seas estúpido. No lo pienses mas. Arriba. Arriba -me gritó mi voz interior. No dudé ni un instante en obedecerla, y subí los peldaños de cinco en cinco hasta llegar al pasillo superior, donde me oculté apoyado en el rojo sangre, preparado para un ataque sorpresa.
-¡Atención a todos! ¡Diríjanse inmediatamente al gimnasio! ¡Es una orden del alcaide!- escuché. ¿Acababa de mandarles volver a sus puestos y de nuevo...? ¿Y si había sido? No, no tenía tiempo para pensarlo, debía apresurarme.

Esperé unos diez minutos para dar tiempo a que la seguridad se despejase. Crucé el patio, ahora desierto gracias a mi aliado, accedí a mi zona de celdas en el edificio 2, de nuevo, sin vigilancia. Esto iba a ser mas fácil de lo que pensaba, aunque no dejaba de vigilar mis espaldas. Tras la agotadora caminata, que se me hizo eterna, me reuní de nuevo con la rubia, Bárbara, o la chica mala, como la queráis llamar. Se encontraba apoyada en los barrotes con una postura de cansancio absoluto.
-Has tardado demasiado. Estaba empezando a dormirme- me replicó ella. ¿Lo tienes?
-Lo tengo- afirmé entregándole su ganzúa. Ni un segundo tardó en recibirla cuando ya se encontraba con una de sus rodillas apoyada en el suelo introduciendola en el mohoso cerrojo.
-Esto... Bárbara- dije un poco aterrado.
-Así que has leído los documentos. No me extraña, seguro que eres un chico cotilla que todo lo quiere saber. Lo que todavía me sorprende es que lograras descifrar el acertijo. Pareces tener la suficiente inteligencia como para sostenerte en pie-se burló.
-Ya te he dicho que dejes de hacerte la dura. -le susurré ignorando el resto de sus palabras.
-Terminado.- Se levanto y abrió la puerta con un leve toque de sus dedos. En marcha, hay que encontrar a tu amiguita Martha. Un trato es un trato ¿no?- finalizó la conversación. Salió de su celda, y se marchó apresuradamente por el pasillo. Detrás suyo, como no, marchaba yo, rogándole que se detuviese.

-Bárbara, espera un momento- le decía repetidas veces intentando frenarla sin resultado alguno. -Por favor, Bárbara, detente.
-¿Acaso estás agotado?- habló al fin sin parar de caminar. Continuó hasta el patio, donde tras darle la paliza varias veces, se detuvo y rendida preguntó rabiosa como un perro- ¿Qué quieres?
-Esto... es que...- tuve que tomar aire unos instantes antes de poder hablar.
-¿Qué?- volvió a preguntar a punto de estallar.
-El anciano, Tim, si no recuerdo mal, dijo que tienes carta blanca-. Su cara se iluminó como la de un ángel celestial. Se quedó atónita, era incapaz de expresarse. -Ha llegado- fue lo único capaz de decir con mucha dificultad.

De repente, una alarma nos sobresaltó a ambos. ¿Nos habían descubierto? Desde luego, no lo parecía.
-¡Atención a todo el personal presente en el gimnasio en este momento! ¡Tenemos noticias de que el prisionero 322 está intentando escapar de las instalaciones! ¡Es vital que no huya! ¡Se autoriza el uso de la fuerza bruta! ¡Es una orden directa del alcaide!
-Debe de ser Tim, le habrá cargado el muerto a algún preso. ¡Deprisa, escondete!- me ordenó arrastrándome hasta uno de los pasillos superiores, el mismo escondite que yo había elegido.
-Estoy harto de que me arrastren de aquí para alla- me quejé.
-¡Callate, nos van a oír!- me propinó un codazo en el estómago para que lo hiciera.

Una vez que todo estuvo despejado de nuevo, nos dirigimos hacía el gimnasio de una vez por todas. Cada vez temía más por la vida de Martha. Una vez allí, atrancamos todas las posibles entradas con maquinaría del gimnasio para que no nos descubriesen.
-Excelente- aquella voz casi me mata del susto. Era Tim, que salía de las duchas comunicadas con el gimnasio.
-Fenomenal, Tim. Al fin podremos librarnos de ese malnacido -le dijo Bárbara con una sonrisa de oreja a oreja.
-¿Qué es lo que pasa aquí?- pregunté confuso.
-Es una larga historia- me respondió Tim. -Y no tienes el suficiente tiempo para escucharla. Ábrela- ordenó a Bárbara.
-Espera, ¿tú sabias donde estaba la entrada, Barbara? -volví a preguntar todavía mas confuso.
-Por supuesto, ¿no te dije que escape varias veces? Ahora mismo no lo recuerdo. Si no te lo dije antes, era para que no me abandonaras- me explicó mientras introducía su ganzúa en un diminuto agujerito de una de las baldosas.
-Eres rastrera, Bárbara. ¿Creías que no volvería a por ti? ¿Qué te abandonaría? Tú misma lo has dicho, una promesa es una promesa. Y yo habría vuelto.
-No es solo por eso, cariño mio- me dijo segundos antes de completar de forzar la “baldosa”, elevarla y ponerse en pie. -¿Tú solo contra la seguridad y el alcaide? Como que no.
-Le doy la razón- concluyó Tim antes de introducirse en las profundidades de la prisión, seguido por la rubia Bárbara, y por mí.

Ya estaba, ya casi lo había logrado, ahora solo me faltaba encontrar la cámara de gas que se escondía en el interminable laberinto, antes de que acabase muriendo por hipotermia ¡Chupado! Ahora en serio, ni idea de por donde ir, al igual que Tim. La única que conseguía guiarse solo un poco era Bárbara. La mayoría era todo pasillo, pasillo y mas pasillo, aunque en algunas ocasiones te encontraban con “especialidades” que te ayudaban a marcar el camino como tuberías destrozadas, espejos manchados de sangre o calaveras apoyadas en las esquinas. Sí, lo reconozco, no era el lugar mas agradable del mundo, e incluso hacía que las celdas pareciesen un hotel de cinco estrellas.
-Bárbara, por favor, tenemos que darnos prisa -con esta oración me atreví a romper el silencio que nos había invadido durante al menos quince minutos.
-No es fácil, Jack- se limitó a decir.
-Pero si tú has huido de aquí varias veces- le recordé
-No es lo mismo, chiquillo. Para eso, solo hay que buscar la luz. Esto es mucho mas complicado. Necesito tiempo -dijo elevando el tono de voz.
-Pero no tenemos tiempo- le repliqué a gritos.
-¡Pues si tan listo te crees, buscala tú! ¡No tengo porque ayudarte, niñato!- chilló ya fuera de sí.
-Silencio- les interrumpió Tim devolviendo el silencio. Escuchad.

Me dispuse a hacerlo, y Bárbara parecía hacer lo mismo. Y lo que oí, lo que mis oídos captaron fueron tosidos y risas que procedían de mas adelante. Miré a Bárbara con la misma mirada que ella me devolvió a mi; lo teníamos. Ambos echamos a correr, y los sonidos se oían cada vez mas fuerte, continuábamos avanzando, y se intensificaban. Cuando giré la esquina, parecía tenerlos justo delante mío, y entonces ocurrió algo muy extraño, inexplicable para el ser humano de a pie. Los túneles comenzaron a moverse, o al menos esa fue mi sensación, me sentía mareado, cerré fuerte los ojos, presioné los parpados bruscamente esperando a que todo pasase rápidamente, a que solo fuese un delirio mas de mi imaginación. El movimiento hizo que cayese hacía detrás y acabase chocando con lo que debía ser una pared, aunque no lo pareciese. Despejé mi mente, mi cuerpo y sobre todo, mi cabeza, y me incorporé sin demasiado esfuerzo. Busqué a Bárbara o a Tim, pero no los encontraba. Imaginé que se habían marchado, avanzado sin mi, que no tenían tiempo para mis delirios, que también querían salvar una vida. Decidí seguir sus pasos así que retorné la marcha. Ni cuatro pasos di cuando me encontré con una puerta entreabierta a mi izquierda, que desprendía un olor pútrido. Me asusté, no voy a mentirte, el hedor de la muerte me aterrorizó, no saber de que o quien procedía, pero estaba dispuesto a averiguarlo. Empujé ligeramente la puerta y accedí a la sala. No pude reprimirme, me derrumbe y rompí a llorar como una magdalena. En la inmensa estancia se hallaba una cámara de gas, conectada a un panel de mandos. En el frío suelo, ella, Martha, muerta; estaba muerta, su vida había sido arrebatada por ese animal sin escrúpulos. Gateé hasta su cuerpo inerte. Su cara estaba completamente desfigurada, como si se hubiese quemado, y casi era irreconocible, pero el resto de su persona le relataba, a pesar de estar cubierta de sangre hasta las uñas. No me atreví a tocarla, no podía, no era capaz. Había tardado demasiado, era culpa mía, en parte yo la había matado. Escuche pisadas, ruidosos pasos que venían hacía mi, pero me daba igual. Se colocó detrás mio. Podía notar como su aliento me erizaba el vello de la nuca; no me importaba lo mas mínimo. Si el alcalde quería acabar conmigo, adelante; ya no tenía nada que perder.
-Hemos llegado tarde. -la voz de Bárbara, al menos ya tenía a alguien a mi lado. -Pobrecita, espero que haya sufrido -la voz había cambiado, era...
-¡Eriel!- susurré encolerizado antes de levantarme y mirarla a su despiadado rostro. Esta muerte no fue provocada por el gas, cualquiera se daría cuenta. ¿Has sido tú?
-No, todavía no- respondió comenzando a moverse alrededor mio. -Pero lo estará. Cuando acabé con ella. No tenéis esperanza- me susurró intimidandome con la mirada.
-Esto es un sueño ¿verdad? Tú en realidad no estás aquí. Ella no está muerta ¿verdad?
-Me das mucha pena, Jack. Los hombres sois frágiles, demasiado- me dijo masajeando mis hombros. Tu mente se desmorona, y tu te lo estás creyendo. Pero no hablemos de esas cosas, que me dan grima, que tal si hablamos de tu amiguita nueva, Barbara. Yo que tu tendría mucho cuidado con ella.
-¿Qué quieres decir?- pregunté imponente.
-Yo se quien es, aunque no se si ella se acordará de mi, o de su vida pasada. Pero eh, decírtelo ahora estropearía toda la sorpresa.
¿Quien...?
-Me marcho, y tu despierta, ¿no querrás que un sangre común me arrebaté mi preciado tesoro?- dijo señalando al cadáver de Martha.
-¿Sangre común?

-Jack, despierta, vamos -escuchaba decir a una voz femenina. Conseguí visualizarla tras unos segundos de borrosa vista, era Bárbara. -Tim la ha encontrado Jack, date prisa.
-¿Qué?- pregunté sin saber que es lo que ocurría.
-Venga, vamos-. Inmediatamente me llevó hasta una sala, la misma en la que había estado durante, lo que fuese que había pasado. Esta vez Martha estaba viva, pero por poco tiempo, el gas de la cámara no era demasiado respirable.
-¡¡¡¡Jaaaaaaaaaaack!!!!
-Estoy aquí, Martha, no te preocupes- intenté tranquilizarla.
Marché apresuradamente hacía el panel de mandos, que en ese momento Tim estaba manipulando. Bárbara se quedó con Martha tratando de calmar sus nervios, para que no la poseyeran. A pesar de que ambos hacíamos todo lo que podíamos, no había forma de detenerlo. Trastocamos todos los botones, comandos que parecían ser de detención, e incluso lo intentamos con los cables, pero nada funcionaba. Martha no paraba de toser, se estaba ahogando, no iba a durar mucho mas, había que sacarla de ahí ya. ¿Pero cómo? Hubiese dado cualquier cosa por conocer el maldito...

-¡Fuera!- escuché a mis espaldas. Martha salió de la cámara de gas, desplomándose inconsciente a los brazos de Bárbara, que cerró la puerta de la cámara para no intoxicarnos a los demás.
-¿Solo era eso? ¿Abrir y sacarla?- preguntó completamente estupefacto Tim. -No debe haber escatimado en gastos.
-¿Nos estamos jugando una vida y solo se te ocurre preguntar eso?- le regañé. ¿Cómo está?- pregunté a Bárbara.
-Esta bien, se recuperará- me contesto sonriendo.
-No lo creó-. Dirigí mi mirada hacía el lugar de donde habían procedido esas palabras y le vi: bajito, gordo, calvo, feo, viejo y con ropas mas antiguas que el propio condado. No podía ser otro que el alcaide.
-¡Padre!- gritó Bárbara enfurecida.
-No soy tu padre. Habéis estropeado mi ejecución. Tú, esa furcia barata, y Tim, traidor.
-No puedo traicionar a quien nunca ha sido mi aliado. ¿ Qué crees que he sentido por ti todos estos años? Asco, desprecio. Intenté enfrentarme a ti varias veces, aunque no te dieras cuenta: yo provoqué el motín de la década, yo puse a parte de la seguridad en tu contra, provocando que se marchasen de aquí para siempre, yo les he ayudado a llegar hasta aquí, y he conseguido carta blanca. Morirás aquí, Barbará podrá matarte de una vez por todas y por fin será libre de tu esclavitud.
-No podéis hacer eso, os pudriréis aquí de por vida.
-¿Sabes quien me ha dado carta blanca? El presidente de la AP.
-¿Qué?- preguntó encolerizado. ¡No puede ser!.
-Si, incluso la asociación de prisiones está deseando perderte de vista. Y fijate si llegas a ser estúpido que he podido manipular a tus guardias para que busquen un fantasma, un preso inocente al que le he otorgado la condicional hará una media hora, y ni tú ni nadie os habéis enterado de nada. Estás creando descerebrados, y lo cierto es que no me extraña, pues tu jamás has poseído un cerebro. Menos mal que Bárbara no es tu hija biológica. A saber como habría sido.

La rabia del alcaide se le notaba a años luz, una persona de ese calibre no se iba a quedar parada ante semejantes palabras, muy bien habladas, en mi opinión. Con un fugaz movimiento que nos paralizó a todos, desenfundo su arma reglamentaria, y le amenazó con ella.
-Debería haberte matado cuando tuve la oportunidad. Todo esto es para vengar a Dolores ¿verdad? Era una furcia, no merecía la pena.
-¿Una furcia?- grito Tim, ya sin ser él mismo.
-Ni se te ocurra hablar así de mi madre- le chillo Bárbara al mismo tiempo.
-Esa “furcia” como tu dices, fue mi amor desde pequeño. Estábamos prometidos, esperando a la mayoría de edad para poder casarnos, pero entonces apareciste tú, el estúpido con quien debía casarse, según su padre. En aquel momento tuve que callarme y aguantarme para que no acabasen ejecutandome. Pasaron los años, no podía mas, quería verla, escucharla, olerla, sentirla, deseaba estar junto a ella, y también ella estar a mi lado. Lo conseguimos, a tus espaldas. Pero volviste, y la mataste, y a mi me forzaste a ser tu niñera. No se ni porque acepté, si hubiera sido ahora por supuesto hubiese preferido la muerte. Sí, pensé en marcharme, pero no lo hice, porque sabía que algún día llegaría mi momento, nuestro momento, mejor dicho. Y ha llegado. Encañoname con lo que quieras, pero hoy no vas a salir con vida de aquí.
-Un discurso precioso- dijo el alcaide burlándose. Pasemos a lo que de verdad importa.

En cuanto el alcaide se distrajo, me lancé a por él. Bárbara dejó a Martha apoyada contra el panel de control, y vino a ayudarme. Primero forcejeé con su arma. La moví en todas direcciones. Durante el forcejeo se produjeron dos disparos; uno al techo y otro al panel de control, muy cerca de donde se encontraba Martha. Cuando llegó Barbará, le propinó un puntapié en el gemelo, que lo hizo arrodillarse de dolor, momento en que conseguí arrebatarle su arma y apuntar con ella a su cabeza, mientras Bárbara lo sostenía del cuello a la vez que pisaba una de sus piernas, y le amenazaba con ahogarle si realizaba algún movimiento brusco. Tim no estaba parado, había rebuscado en sus vestiduras su puñal, y una vez lo teníamos sometido, se acercó dispuesto a acabar con su vida. Bárbara le dio confirmación, yo no quise decir nada, de hecho, casi no podía sostener la pistola. Se dispuso a clavarlo, pero Bárbara se encontraba con las defensas bajas debido a la emoción, y el alcaide aprovechó la ocasión para quitársela de encima con el codo. Acto seguido, la potencia de su patada hizo aterrizar mi espalda en el suelo, a la vez que recuperó su arma. Con ella, pudo parar la embestida de Tim, a quien de un puñetazo en la cara, lo tumbó.
-¡Martha, te necesitamos! ¡Tienes que enfrentarte al alcaide! ¡Piensa en lo que te iba a hacer, en los asesinatos que ha provocado! ¡¿No quieres darle su merecido?!- dije a voces a Martha, muy lejos de mi.

Ni se inmutó, el alcaide sonrió de oreja a oreja, Tim y Bárbara intentaban incorporarse. El alcaide apuntó a Bárbara en la cabeza.
-¡Noooooo!- grité a la vez que me lancé hacía el intentando evitarlo. Apretó el gatillo, un insoportable sonido retumbó toda la sala. No llegué a tiempo. El proyectil impactó en el cráneo de Bárbara, lanzándola por los aires e impactando contra el suelo. En ese instante, ante mi asombro, Martha se despertó, y parecía tener mas energía que nunca. Haciendo el pino, consiguió derribarlo agarrándole de su cabeza únicamente con los pies, y acto seguido, rodeo su brazo con las piernas, y se lo retorció, provocando que soltase el arma que tenía en ella. Fui al lado de Bárbara, para comprobar sus daños; se veía la bala incrustada, no se encontraba su pulso, y sus ojos estaban completamente blancos. Estaba claro que había fallecido. No pude hacer otra cosa que cerrar sus parpados para que pudiese descansar en paz de una vez por todas. Tim, cuchillo en mano, volvió a atacar al alcaide, inmovilizado por Martha, pero logró quitársela de encima con un movimiento de cadera y muñeca y esquivar el ataque de Tim, arrojando su puñal lejos de ellos, casi al lado de donde estaba Bárbara. Me subí a su espalda de un salto, intentando inmovilizarme. Martha comenzó a propinarle fuertes puñetazos tanto horizontales como verticales en su estómago, finalizando con una patada lateral que lo dejó por unos segundos confuso. Se levanto inmediatamente.
-No podéis conmigo. Pensáis que soy una persona que está en la fase de decadencia ¿verdad? No, no es así, ya he acabado con Bárbara, y ahora os toca el turno a vo...

De repente, comenzó a retorcerse, sin motivo aparente. Se quedo inmóvil, completamente mudo, y de su boca chorreaban hilillos de sangre. Acto seguido, el puñal de Tim sobresalió por la parte delantera de su cuerpo, en la zona del corazón. Alguien le movió hacía la cámara de gas, le introdujo dentro y le encerró. ¡Era Bárbara! La cara de asombro de Tim y Martha era dignas de mención, pero la mía, podría haberse plasmado en un cuadro y venderse como obra de arte. Yo mismo había corroborado su muerte, pero ahora, estaba viva, delante nuestro, y acababa de matar a su “padre”. Sus ojos habían vuelto a ser lo que eran, y no había rastro del proyectil incrustado en su cráneo; es como si nunca le hubiesen disparado. ¿Era esto a lo que se refería Eriel?

Responder